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Entrevista a Manuel Caballero (1931-2010)

Manuel Caballero es madrugador. Se le consi­gue fácilmente antes de las siete de la mañana to­mándose un café en la panadería de Santa Fe. Además, la vehemencia y el tinte personal que le imprime a todos sus análisis son las cartas de identidad de este historiador que gusta de lla­marse “escribidor”  mas que escritor. En ver­dad, más allá incluso del gourmet que hay en él, Caballero ha asumido la escritura torrencialmen­te. El espíritu barquisimetano que lo habita lo dispone, sin tregua, para el entendimiento de cuanto ocurre ante sus ojos. La curiosidad de Ma­nuel encuentra cauce en los distintos frentes que atiende: el ensayo, la crónica periodística, la do­cencia, el humorismo, la historia y Hanni Ossott (la poeta y ensayista con quien está casado desde hace algunos años). Si la poeta indaga en los ve­ricuetos de la nocturnidad Manuel es todo lo con­trario: busca la luz como un topo que, súbita­mente, desea dejar de serlo.

Del afán por comprender, por explicarse, nacen últimamente varios títulos: El discurso del de­sorden, Las Venezuelas del siglo veinte, un en­sayo sobre el General Gómez y El orgullo de leer. Algunas de las luces que el autor ha dejado prendidas son las que iluminan la conversación siguiente.

¿Cuáles títulos incluiría en una Biblio­teca personal para la comprensión de Ve­nezuela?

Toda escogencia es un reto y toda antología es una mutilación. Con esto no digo nada original, pero sí algo cierto. En todo caso, no puede re­flexionarse sobre Venezuela sin referirse a algu­nos autores, pero, debo aclarar que yo, Manuel Caballero, no puedo responder a esta pregunta sino desde un punto de vista estrictamente per­sonal. La Historia Constitucional de Gil Fortoul es fundamental. Esta historia reúne el rigor cien­tífico y la buena prosa, dos ingredientes difíciles de conseguir. Luego, creo que los libros de Va­llenilla Lanz, en particular el Cesarismo Demo­crático, tienen las mismas buenas características de Gil Fortoul. Aunque alejado de mí en cuanto a concepción de la historia pienso que El Regente Heredia de Mario Briceño Iragorry es un libro, también, fundamental. Es posible que Don Mario sea menos denso que los anteriores en cuanto a su posición historiográfica, pero sí es superior literariamente. Incluyo, por supuesto, a Mariano Picón Salas con toda su obra y, básica­mente, con Comprensión de Venezuela. Hacia estos autores tengo una particular debilidad por­que, evidentemente, mi género literario es el en­sayo.

En anteriores oportunidades le he oído continuar la lista del ensayo con J. M. Briceño Guerrero y Juan Nuño. Del pri­mero, ¿se refería al Discurso Salvaje?

No, para nada. Me refería sobretodo a su úl­timo libro Amor y terror de las palabras porque es un modelo de ensayo. Es decir, allí el ensayo es una reflexión en la que te paseas a través de los géneros sin aferrarte a ninguno en particular. Además, la lista continúa con Francisco Rivera que es una de las primeras plumas de este país. Su ensayo sobre Malcolm Lowry es magistral; y aunque en menor grado, el de Pessoa. Lo que logró con Lowry no lo logra enteramente con Pessoa: éste se le impuso.

El ensayista e historiador que hay en us­ted ¿qué piensa sobre la Venezuela de hoy?

A medida que pasan los años se combinan en mí dos actitudes; el optimismo y el escepticismo. Esta combinación se da también en mi escritura desde hace unos años. No se puede decir que Venezuela no haya avanzado nada, que esté en el suelo, porque eso no es así. Si compara al país “que era” con el país “que es”, el cambio es impresionante y no creo, como se cree comúnmente, que todo se lo debamos al petróleo. Tan sólo ver cómo hemos soportado la crisis actual es indicativo de una ac­titud bastante positiva. Por otra parte, desconfío de cierto discurso político, por lo general gran­dilocuente que, entre otras razones, ha hecho que el pueblo venezolano se desprecie profundamen­te. Esto está demostrado con encuestas y traba­jos de investigación: los venezolanos nos des­preciamos profundamente.

Nuestro carácter hispano contribuye mu­cho al cuadro del auto-desprecio.

Si, pero al lado de aquel discurso político, ac­tualmente contribuye mucho con esta actitud au­to despreciativa  de Arturo Uslar Pietri.

¿Cómo?

El insiste demasiado en nuestras lacras y tie­ne una audiencia muy grande. Más aún hoy, cuan­do nadie puede pensar que busca poder personal o que tiene aspiraciones presidenciales. Pero te lo digo con toda franqueza, tengo una tremenda desconfianza hacia esa actitud de Catón. Es una actitud necesaria, pero pierde su objetivo y se transforma en pesimismo estéril cuando se hace sistemática. Con estas afirmaciones no persigo destacarme por el escándalo al enfrentarme a la actitud de un hombre que todo el mundo acata. Pero como ya yo no soy un jovenzuelo, espero que se entienda que no apelo a esto para lograr notoriedad. Además, esta opinión sobre Uslar no invalida para nada la estima intelectual que tengo por él; y que conste que esto no es un saludo a la bandera. Hay un Uslar que admiro y otro que no me dice nada: el Uslar de la tele­visión, de Pizarrón. En cambio, admiro el Uslar de los cuentos y el de Las lanzas coloradas.

El Uslar de las crónicas de viajes es en­cantador.

Sí, es cierto, es muy grato. Uslar es más gran­de cuanto más se despoja de su propio bronce.

Uslar no está solo en lo del pesimismo. También tuvo esa actitud Pérez Alfonzo y, hoy día, Liscano también es escéptico.

El pesimismo de Uslar es fundamental, esen­cial y el de Pérez Alfonzo fue, digamos, casuísti­co, coyuntural y, en todo caso, la audiencia de éste fue menor que la de Uslar. El otro que citas es distinto. En Liscano hay una contradicción en­tre su pesimismo y su actitud vital que es de un incontenible optimismo. Cuando alguien lee a Liscano piensa que es un viejo engrinchado, pero cuando ves cuánto es capaz de entusiasmarse, surge su contradicción. A mí me simpatiza mu­cho la actitud de Liscano: la contradicción per­manente entre pesimismo y optimismo me re­sulta muy atractiva.

Regresando a su biblioteca personal ¿La forman otros géneros aparte del ensayo?

En el terreno de la poesía pienso que los más grandes de toda la historia poética venezolana son Ramos Sucre, Gerbasi, Sánchez Pelaéz y Cade­nas. Estos son los fundamentales. Debo adver­tirte que nunca he sido un gran lector de poesía y además, es posible que en mí ocurra algo muy común entre los escritores, es decir, que les es difícil reconocer el talento de quienes son meno­res o, simplemente, no se interesan por los que vienen después.

Una insensatez.

Sí, pero muy común. Aparte de estos cuatro, debo decirte, que me gustan otros poetas, entre ellos especialmente Montejo.

¿Y los narradores?

Pondría en el estante de mi biblioteca Compa­ñero de viaje, Día de ceniza, casi todo País por­tátil, más Cantaclaro que Doña Bárbara y, por supuesto, Las lanzas coloradas, aunque posible­mente sus cuentos tengan más vigencia. También Las memorias de mamá blanca; y Pocaterra y Arráiz en literatura testimonial, junto con José Vicente Abreu en menor dimensión.

Volviendo al pesimismo ¿no le parece que se fundamenta en que América La­tina va, sin salida, en el barco de un populismo de consecuencias insospechadas?

Entre quienes han planteado últimamente ese problema del populismo en los términos más correctos se encuentra, a mi juicio, Diego Bau­tista Urbaneja, quien rechaza lo de “populismo” a guisa de comodín, si no se aclara antes qué cosa se entiende por populismo. La verdad es que hoy es una moda atacar al populismo. Todos van por ahí. Carlos Rangel, Mario Vargas Llosa y Octavio Paz aparecen hoy como los teóricos del ataque al populismo y los demás se van nave­gando cómodamente tras estos dos últimos nom­bresotes. En lo que me concierne, como escribi­dor me he opuesto durante años al movimiento político que en América Latina y particularmen­te en Venezuela se conoce como populismo. Pero por moda, no lo haré. De tanto hablar de eso, hoy no se sabe qué diablos quiere decir “popu­lismo”. En principio, la voz proviene de pueblo, y hoy por hoy lo que en el fondo sostienen los teóricos del antipopulismo es que ha llegado el momento en que la chusma, el pueblo, dejen de opinar, dejen de “meterse en política”.

¿Usted cree que eso es lo que plantean Paz, Rangel y Vargas Llosa?

Por lo menos es lo que han percibido los que se apoyan en ellos.

¿Acaso las realizaciones del populismo no son lo suficientemente desastrosas co­mo para que nazcan tesis contrarias?

Tienes que decirme primero qué es populismo. Vargas Llosa en Perú ¿qué fue lo que hizo, a quién le hablo?, ¿ no utilizó el discurso popu­lista, también? Entonces, el problema es otro.

Como escritor venezolano ¿cuán lejos está la profesionalización de éste en el país?

Reflexionando sobre mi vida como escribidor he llegado a la conclusión siguiente: escribir no es una profesión ni un oficio, es un destino. Abel Posse en su discurso cuando le dieron el premio Rómulo Gallegos dijo algo que me ha hecho pen­sar, dijo que la profesión del escritor no conoce vacaciones, día feriado ni jubilación. Es decir, hasta el momento de la muerte el escritor estará buscando una palabra. En este sentido es un destino. Cuando estudiábamos quinto año de ba­chillerato nos preguntaron a Rafael Cadenas y a mí qué deseábamos ser en el futuro. Respondí, ingenuamente, que quería ser escritor y Rafael dijo: “quiero ser un comunista toda mi vida”. El ya era un escritor, yo no. Sin embargo, desde que me conozco estoy escribiendo y puedo de­cir que he fracasado en todos los órdenes menos en éste. Pero, ¡cuidado!: no estoy pretendiendo con esto ser un escritor “exitoso” sea comercial o “artísticamente”. Lo que quiero decir es que escribir es lo que mejor se me da.

Sus alumnos dicen que es un buen pro­fesor.

No sé; no creo, o por lo menos no siempre: como suele suceder, debo haber sido inicialmente un profesor bastante malo, por lo inseguro; y además nunca he servido para estar dándole lec­ciones a nadie: es una actitud que me repugna. Tampoco me he interesado en tener discípulos, aunque algunos alumnos me recuerden todavía con cariño y lo que es más importante, con es­tima.

El Caballero investigador ¿de dónde viene?

El galán, el seductor que siente atracción por la mujer, o por el trabajo que lleva al logro de la mujer, a medida que pasan los años se va dan­do cuenta de que todo lo anterior al orgasmo tiene un encanto extraordinario. Lo que te quie­ro decir con toda esta paja erótica es que mi pa­sión es entender y hacer entender a un lector eventual lo que he reflexionado y en esto, antes de esto, está la investigación.

Ahora bien, a mi un archivo como tal me im­porta poco, pues, para seguir con el mismo sí­mil, son tan estériles como para el hombre nor­mal las revistas de desnudos. Tú no vas a un ar­chivo sin saber qué estás buscando. Tú vas allí a interrogar un documento; sabes qué te propones, previamente.

Su trabajo sobre Betancourt, un ensayo sobre Gustavo Machado y otro acerca de la personalidad de Gonzalo Barrios hacen evidente su interés por los personajes. ¿La biografía o la novela están entre sus proyectos?

Entre mis proyectos inmediatos está escribir una biografía de Juan Vicente Gómez. Tiene in­gredientes tentadores, incluso su intimidad, quie­ro decir su falta de.

¿Y las Confesiones imaginarias de Ra­món J. Velásquez?

Es un libro muy bueno. Siempre he dicho que debería conocerse más fuera de Venezuela. Es un libro brillante, pero no es la biografía de Gómez, ni tampoco pretende serlo: es, en cual­quier caso, la biografía de Ramón J. Velásquez… Ese es Ramón Velásquez, y por eso es un libro excelente. Pero yo me imagino escribiendo una cosa muy distinta: para comenzar, ni soy andino ni viví el gomecismo…

1986