Artes

Paciente

Lucas García y su visita al odontólogo

Por Lucas García París | 11 de noviembre, 2010

Me estoy comiendo una pizza en el centro y algo cede en mi boca. Se cayó una corona en uno de los molares superiores.

Hago lo que hacen los verdaderos hombres: todo lo posible para no ir al dentista.

La primera semana empiezo a masticarlo todo del lado derecho. Cuando cualquier pedazo, por minúsculo que sea, traiciona el veto, el corrientazo no es mayúsculo pero enciende indicadores.

Hago lo que hacen los verdaderos hombres: todo lo posible para no ir al dentista.

Para la tercera semana tengo el interior de mi boca estrictamente compartimentado. La zona alrededor de la corona caída es verbotten.

Comienzan a afectarme las temperaturas extremas. Un refresco con hielo enciende las luces, un café caliente también.

Bebo líquidos templados. La gente me mira como a un extraterrestre cuando empiezo a preguntar si esa agua está al natural. Y bueno, nadie, a menos que viva en Gobi, bebe refrescos calientes, pana. Nadie, a menos que sea un irlandés, se da con cerveza tibia.

Aún así me mantengo en mis trece. Mi señora me incordia, también mi hijo. Yo me mantengo en mi odontólogofobia. Esos tipos son Torquemada con un ganchito, la SS con Richard Clayderman en el hilo musical.

En la quinta semana empiezan los dolores de muela. Misteriosísimos. Una puntada a las tres de la mañana que desaparece a las seis. Un dolor que surge de la nada, aguanta dos cataflanes y se pierde entre los dientes. Un vietcong practicando la insurgencia en mis benditos molares.

Para la séptima semana mi señora me espera en la sala a medianoche, pillándome en el momento en el que voy a meterme los analgésicos o golpearme en la cabeza con un martillo.

Su talón repica rítmicamente en el piso de la sala y aún en la oscuridad puedo verle la mirada de “¿y entonces, papá?”.

Al día siguiente aterrizo en una dentista recomendada por una de sus amigas.

El consultorio en su misma casa. La sala de espera el living room. Una serie de fotos llaman mi atención.

Un bebé se transforma en una niña, la niña en adolecente, la adolescente en modelo profesional. Hay un no se qué turbio en el hecho de ver a la modelo y escuchar en el consultorio el zumbido infernal. “¿Te buceas mi niña, cariado, ¡toma drill por ese nervio!”.

Me recibe una señora de lo más amable. Me acuesta en la silla, enciende las luces.

Revisa el trabajo anterior, saca la aguja kilométrica de la anestesia y empieza con un primer arreglo. Me cuenta que me va a remitir a otra dentista porque necesito un tratamiento de conducto antes de reponer la corona y ella no hace eso en molares superiores. Yo intento mantener mi parte del diálogo con el taladro en la boca, el tubo que chupa saliva y el pánico. Digo ji, jo, ah, ajá y hasta allí. Termina.

¿En cuanto puede salir todo el tratamiento, doctora?, preguntó con la mitad de la boca dormida, dicción Rocky Balboa.

El primer amago son casi trescientos. No sabe los precios que maneja la colega pero hace un cálculo, suma las horas de trabajo, el precio de los materiales.

¿Guardó la corona que se le cayó?, pregunta. Digo que no. Mirada de “serás pánfilo”. Me suelta el costo de una corona.

Pago y salgo haciendo cálculos. Avizoro una orgía de bolívares fuertes en mi futuro en la que yo no lo voy a pasar nada, pero que nada, bien.

A mí, que me encanta la odontología.

A la otra semana estoy sentado en el consultorio de la colega. Por razones de ahorro de costo y una voluntad francamente sádica la dentista comparte consultorios con un urólogo.

¡Un urólogo, Santo Niño de Atocha!

La sala de espera la conforman personas con cara de dolor de muela y hombres acorralados. Un recién llegado a la mayoría de edad, sentado a mi derecha, cuenta por celular los pormenores de su viacrucis.

No, pana, estoy en el médico…

Si, chamo, lo que te conté con la chama ésta…

No sé, pero desde ese sábado me está picando todo…TODO…

Y comienza a explayarse sobre algo muy funky que está sucediendo en el norte de su sur.

Yo concentró toda mi atención en una Cosmopolitan de los años noventa, me paso la lengua por mi molar descubierto, prometo que me voy a cepillar los dientes diez veces al día el resto de mi existencia.

La recepcionista me llama, me conduce por un pasillo hacia una puerta. La abre y dice, con tono amable y funerario:

Doctora, acá está el paciente.

Lucas García París 

Comentarios (16)

salvador flejan
11 de noviembre, 2010

Jajaja Lucas, sé perfectamente de lo que hablas, Broder. Yo tengo seis meses en un vía crucis similar. Lo que no entendí es cómo tenías una “corona” en un molar que no le habían hecho tratatamiento de conducto. Primero es el tratamiento de conducto y luego la corona. En fin, ya esto se parece a una terapia de grupo de cariados.

María Eugenia Sáez
11 de noviembre, 2010

Se me cayó una corona hace un mes; hice todo lo mismo que hiciste tú, postponer, salvo que me la guardé en una bolsita y me colocaba en la encía cuando tenía que saludar a alguien y luego me la sacaba, la guardaba, sonreía poco, hablaba de lejos a mis estudiantes y luego me iba y sorbía mi sopita con miguita remojada jeje… hasta que se me cayó delante de dos personas y casi me la trago. Fue cinco minutos antes de entrar de ponente en una conferencia. No, no recapacité. Sigo con mi premolar en una bolsita que me meto en el sostén. El doctor Fajardo, de Guadalajara Dental Clinic, me espera sonriente, que vuelva y me siente en su silla. Creo que cada vez que me levanto, pago y me voy, estalla en carcajadas dignas de El Monje Loco.

ATAMAICA MAGO
11 de noviembre, 2010

jejejeje ¡por eso me encanta leer estas entregas de Prodavinci! Llegan directo al ánimo extraviado,amnésico de mis recuerdos. ¿Quién no ha tenido una experiencia odontóloga en su vida? Y es bueno evocar estas fatídicas experiencias bucales con humor y demente osadía, sobre todo, cuando se trata de una historia que comienza y termina con un dolor de muelas ¡cuántas peripecias se activan en mi memoria! Desde clavitos de olor, agua con sal, sedantes, golpes contra la pared,llanto reprimido mordisqueando la almohada, hasta cementar la muela con pasta dental frisándola con dencorub cuando el dolor no da treguas y el resplandor comienza a alucinarnos con soluciones disparatadas (sí, así actúa la desesperación) Todo con tal de no asistir al dentista porque es desagradable entrar en un lugar donde el sonido del taladro y el desagradable aroma de la calza te dan la bienvenida perforándote el miedo sin matar el nervio dcobarde con un tratamiento de conducto que no estaba dentro ni fuera de tu presupuesto -todo lo contrario- corrían por cuenta de la casa, la del horror sí, p. No es nada alentador mi comentario, lo sé, pero si de algo les sirve es que una vez que se suben a esa especie de nave espacial abierta que es la silla de un dentista, con sus astrales lámparas y aspiradoras salivales, no pensarás otra cosa como consigna resignada que la de ¿Qué más coño; hay que agunantarse el dolor de una a soportar otras noches de masoquismo insomnio caminando de puntillas para que nadie se dé cuenta de que el sufrimiento lo guapeas huyendo del sermón de n de ir a un dentista. La boca sigue siendo un silencio virgen, sagrado, pero que por no guardar la castidad de un buen cepillado, termina violado por el taladro abusivo, depravado, mefistófolo de un odontólgo. La sonrisa colgate oara Lucas García que hace de sus escritos un fiesta dentrífica. ¡me divertí mucho recordando! Saludos y gracias por compartir =)

Mauricio Campiño
11 de noviembre, 2010

No esperaba menos talento en esta nueva lectura de Lucas, desde hace un mes que descubri sus escritos estoy pendiente cuando @prodavinci los publica. Felicitaciones y exitos!!!

Gabriela Barrios
11 de noviembre, 2010

Me encanta este relato. Creo que no debe haber ni una sola persona que no se sienta identificada.

Sandra Betancourt
11 de noviembre, 2010

jajajjaja, demasiado real y còmico,saludos

Eduardo Mujica
11 de noviembre, 2010

Muy real el relato, creo que nos ha pasado a muchos, me diverti con el.

Antonio
11 de noviembre, 2010

Por razones de falta de seguimiento, de ausencia de gerencia dental o no sé qué, me he visto envuelto desde hace un año en un lío como el descrito, cuya solución yá se avizora. No ha sido fácil tener que ir a una consulta a la desagradable hora de la 1 p.m ó 4 p.m. teniendo que dejar de lado un almuerzo, una siesta u otra diligencia menos traumática. Los olores químicos de la odontología no han cambiado en 50 años o más. siempre, lo mismo; el mismo aroma de la pastica, el limpiador que sabe a mandarina como un Mistolín cualquiera, el frasco gigante de enjuage, el montón de muestras rosadas sonriendote sarcásticamente a diente juntilla; todo ello, me obliga a pensar que la higiene dental es el mejor remedio o prevención para no tener que pasar por estos malos ratos; pero, las coronas sobrevienen más por accidentes dentales que por caries; es decir, por fracturas que ocurren al morder algo así como un fragmento de hueso de pollo o una piedrita perdida en un plato de caraotas (lo peor y más desagradable, luego de la mordida dá escalofrío). Lo peor de todo este calvario es la cuenta. Allí gana todo el mundo : el ejército del laboratorio y el grupito de togados. El que abre el huequito, endo. el que abre espacio en la encía, perio; el que toma la medida orto, la que cobra la cuenta , secre u otra colega administradora. Lo bueno de todo es que las coronas no duelen a menos que sean de espinas.

Indibri
11 de noviembre, 2010

La ida al odontologo, realmente nunca es placentera y casi siempre si, de emergencia. Ciertamente esperamos hasta que el dolor y la incomodidad al comer se nos hace sencillamente insostenible. Y tu vas creyendo que te van ha solucionar la Corona en una visita, pues que mas lejos de la realidad, parece que a estos (o sea a los amigos odontologos) les enseÑaran en la Universidad que deben hacer el tratamiento en un mes. Porque claro tienen que hacerte sufrir mas tiempo. Aunque digan que las mujeres resisten mas el dolor, pues yo tambien me resisto hasta el final la ida al odontologo.

manuel marrufo
12 de noviembre, 2010

Mi suegra acaba de llegar del Odontólogo, donde le hicieron un tratamiento de conducto.

Pasó toda la noche sin poder dormir, a causa del dolor.

Ahora, está con la boca media dormida como si le hubiera dado una parálisis facial, haciéndose entender entre gestos y palabras claves, dándole gracias a Dios por el invento de la anestesia.

No quiero imaginar, cuando se hacian estos tratamientos en carne viva.

Después de tantas amargas experiencias en la familia, algo a mi me ha quedado claro, al odontólogo mejor ir a tiempo y con frecuencia, porque postergar la visita es directamente proporcional a aumentar los traumas y los minutos con ese incisivo taladro en la boca atormentándote la existencia…

Daniel
12 de noviembre, 2010

A mí me tocó una dentista que odiaba a los hombres y creo que me debí parecer a su exposo por cómo me trató. Seguí losm ismos pasos de todo macho que se respeta para evitar ir al odontólogo y terminé siendo víctima de una endodoncia a manos de una reivindicadora del género…

MUY BUENA CRÓNICA!!!

beatriz
12 de noviembre, 2010

jajajajajjaja este relato desato la verdad! son todos unos descuidados! jajaja

Luis
12 de noviembre, 2010

Muy bueno el relato, voy a visitar con frecuencia este site, la verdad que gustó mucho. Gracias por promocionarlo por “Aló Ciudadano”, de lo contrario no me hubiese dado cuenta de su existencia. Gracias.

Nacho
22 de noviembre, 2010

que paso mi pana!! no se si alguna vez leistes el comic Torpedo. Le preguntan al personaje sentado en una sala de hospital – Es usted paciente? El sujeto responde: – hasta que se me hinchan!

tu relato, como siempre, uitstekend!, como dirian lo holandeses.

un abrazo hermano. I.

Maripili Salas
23 de noviembre, 2010

Buen relato y trajo cola… Al entrar a un dentista lo primero que le advierto es que me trate como a una niña de 7 años. Que si ve mis lágrimas rodar por mi rostro debe apresurarse con su trabajo sin parar, para tener un solo dolor. Al final debe darme alguna cosa que me consuele, aunque sea un sello en la mano…

María Eugenia
5 de enero, 2011

paralizada la boca, quedan los de’os para expresar el alma

Envíenos su comentario

Política de comentarios

Usted es el único responsable del comentario que realice en esta página. No se permitirán comentarios que contengan ofensas, insultos, ataques a terceros, lenguaje inapropiado o con contenido discriminatorio. Tampoco se permitirán comentarios que no estén relacionados con el tema del artículo. La intención de Prodavinci es promover el diálogo constructivo.