Artes

París era una fiesta: la invención de una memoria

Víctor Carreño sobre la nueva edición de "París era una fiesta" de Ernest Hemingway

Por Víctor Carreño | 8 de noviembre, 2010

La nueva “edición restituida” del último libro de Ernest Hemingway París era una fiesta (A Moveable Feast. The Restored Edition. New York: Scribner, 2009) llevada a cabo por su nieto Sean Hemingway, confirma la existencia, en esta obra tardía, de un autor consciente de la escritura como una labor sumamente laboriosa, que exige una dedicación extrema, y cuya aleatoriedad y fragilidad difícilmente son compensadas por la fama o las aventuras que esta pueda traer consigo.

El editor reconoce que han sido pocos los cambios para lo que ya se conocía, pero significativos. También el lector podrá apreciar textos antes no incluidos junto con las fotos del joven Hemingway y otros escritores en el París de esos años, así como de fragmentos del manuscrito de su libro.

El editor trabajó cinco años para esta restitución, y consultó a familiares, allegados y bibliografía especializada. Critica la primera edición, realizada por Mary Hemingway, su cuarta esposa, porque muestra al libro como acabado cuando Hemingway se suicidó, lo que se contradice con material encontrado del autor de capítulos dejados por fuera que suman ocho en total, de alrededor de 50 páginas, así como unos fragmentos inconclusos para una introducción que nunca terminó, aparte de que en algunas ocasiones su esposa alteró levemente el texto original.

Por ejemplo, el capítulo que en la primera edición se titulaba “París no se acaba nunca” y era como el gran final del libro, ahora se descubre que era la mezcla incompleta de dos textos diferentes que se publican íntegros y por separado sin ese título (que no lo tenían): “Invierno en Schruns” y “El pez piloto y los ricos”. Quizá éste sea uno de los aspectos más relevantes de esta restitución. Hemingway aparece aquí como un hombre dividido entre el remordimiento (palabra varias veces repetida, y omitida en la primera edición) por haber engañado a su esposa Hadley y la felicidad de la otra mujer, Pauline, con quien vislumbra un comienzo y por lo cual decidió no mencionarla en el libro.

No voy a detenerme demasiado en esto. Las críticas al machismo de Hemingway han sido ya hechas; baste saber que en esta edición está lejos de representarse como una persona moralmente infalible (¿quién lo es?). También aparece más remarcada la sensación de una vitalidad perdida. Hemingway, tras haberse creído “invulnerable” por mucho tiempo, comprueba al final (recordemos el deterioro de su salud) que no lo era y que la vida es un cúmulo de fracasos y omisiones inexpresables. Esta incertidumbre se muestra en la escritura misma. En la primera edición, el texto colocado al final “París no se acaba nunca” (frase que aparece en el libro, pero no como título de un texto) da una idea de un libro lineal, con un desenlace, que no lo tiene. Son más bien cuadros que se suceden, memorias fragmentarias, y en los textos finales, sutilmente precarias, dada la salud deteriorada de Hemingway.

Su observación de que el libro puede ser leído como ficción, si bien vale para todo el género de las memorias (en estas lo que se narra suele ser metáfora de lo que sucedió) aquí parece aludir a una incapacidad humana para llegar al fondo de lo real, por limitación de la mente o de la existencia misma: “este libro contiene material de los cobertizos (remises) de mi memoria y mi corazón. Incluso si la primera ha sido falsificada y el otro no existe”.

La memoria falsificada, además de un juego literario, ¿no aludiría también a esa extinción de la lucidez mental que, perpleja ante sí misma, prefiere aún creer en las bondades de la ficción, en las “verdades de las mentiras” como diría Vargas Llosa, las verdades que quedan cuando la mente ya no es totalmente dueña de sí? Y si la memoria fallara, ¿no queda al final como salvación del escritor la invención de una memoria?

Quizá ahora se entienda mejor la frase que reaparece una y otra vez, en varias versiones en los fragmentos inconclusos de Hemingway pensados para la introducción de su libro: “De modo que este es el fin por ahora. París nunca tenía fin”, viene a traducirse en este contexto como: frente a la impotencia del ser humano ante la muerte, el fin puede llegar en cualquier momento, pero la escritura no sabe del fin, pues existe como huida de él, continua postergación del fin. Esto se vuelve más dramático cuando recordamos la pérdida de las facultades mentales de Hemingway al final de su vida, lo que le dificultaba cada vez más escribir y que se evidencia en esa introducción siempre recomenzada y nunca terminada, en la elección misma de los posibles títulos, frases más o menos desafortunadas como La parte que nadie sabe, Las buenas uñas están hechas de hierro, El ojo temprano y el oído (Cómo era París en los días tempranos), y la preferida del editor, Qué diferente era cuando estabas ahí. Es digno de elogio el título A Moveable Feast que su esposa escogió y que el editor ha mantenido. Esta frase le fue sugerida por A. E. Hotchner quien dijo habérsela escuchado a Hemingway en el bar del Ritz en París en 1950.

Si es cierto que Mary Hemingway dejó cosas al margen, en esto parece haber coincidido, al menos parcialmente, con deseos expresados por su esposo antes de morir. Digo esto para matizar la posible idea de que este libro refleja la última y verdadera intención de Hemingway. Es evidente que nunca podremos saber lo que pensaba respecto al lugar de estos textos en su obra. Pero aunque algunos puedan ver esta edición como un acto oportunista para reapropiarse de la imagen de un autor famoso, habría que cotejar sus minuciosos detalles, sus comparaciones, con los manuscritos consultados en la Colección Hemingway en la Biblioteca John F. Kennedy, de Boston, para dar una opinión más certera sobre el asunto.

El libro, como buen libro, sigue admitiendo varias lecturas. Aún sigue retratando al joven ávido de experiencias de la llamada Generación perdida. Aún conserva su humor para las anécdotas inverosímiles, para las situaciones absurdas e inesperadas (pensemos en el texto “Un extraño club de boxeo”, donde los boxeadores cumplen también el oficio de camareros). Está su sensación de felicidad en medio de la pobreza junto a su esposa y su hijo, su disfrute de un París alegre, en la primavera o el invierno, el París vital de los cafés, de Montparnasse, la orilla izquierda y los bulevares, los pescadores del Sena, y tantos sitios no famosos pero llenos de sorpresas.

Por sobre todo, está su voluntad de sobreponerse al olvido y la precariedad. La historia de París era una fiesta recordemos, está hecha de un rescate, de la sobrevivencia a un accidente. El haberse descubierto en el Ritz Hotel un baúl con manuscritos, cuadernos, libros, recortes de periódicos, y ropa vieja, que Hemingway había almacenado allí en 1928 y que al serle notificado en 1956 fue a recuperar para terminar años más tarde su último libro, que vendría a ser su testimonio, a lo que se sentía impulsado a escribir, luego de casi perder la vida al estrellarse su avión en África en 1954. Hemingway, decía al principio, nos recuerda la fragilidad y aleatoriedad de la escritura.

El mismo título tiene, según una teoría de su hijo Patrick, un significado simbólico. Al casarse con Pauline, Hemingway aceptó convertirse al catolicismo. Una fiesta movible es dentro de la religión católica, una fecha no fija como los días de santos, sino como la Semana Santa, cuyas fechas oscilan según el calendario de cada año. Como dice en forma insustituible su hijo Patrick Hemingway en el prefacio a esta edición, se trata de una idea secularizada en Hemingway, y similar en intención a lo que el rey Enrique V de Shakespeare quería cuando pedía que el día feriado de San Crispín se convirtiera para “we happy few” (nosotros, los pocos afortunados), en un día especial, en un fulgor que puede retornar en el tiempo: “una memoria o incluso un estado del ser que se ha convertido en una parte de ti, algo que siempre podrás tener contigo, no importa adonde vayas o como vivas a partir de entonces, nunca lo podrás perder.”

Víctor Carreño  es escritor. Doctor En Letras Hispánicas por La Universidad De Columbia y profesor de la cátedra Historia de la estética contemporánea en la Universidad del Zulia

Comentarios (5)

Sydney Perdomo
8 de noviembre, 2010

¡Magnifico escritor! Con una lamentable desaparición; un ser humano normal con defectos que cualquiera pudiese tener, tristemente sus capacidades mentales llegaron a una mala decisión, pero difícilmente dejara de ser recordado y exhibidos como uno de los grandes de la literatura.

Gracias por comentar su re-edición. 🙂

Saludos y mis respetos sinceros. 😀

salvador flejan
9 de noviembre, 2010

Excelente ensayo, Víctor

Norberto José Olivar
9 de noviembre, 2010

MIRA LO QUE DICE MICHEL HOUELLEBECQ: P. ¿Hemingway, qué le parece?

R. No vale casi nada, está totalmente sobrevalorado. Me contaron algo el otro día, no sé si es verdad pero está muy bien, encaja con él. En su época de macho-plaza de toros alguien entró en su habitación de hotel y se estaba pegando los pelos en el escote.

Y EDUARDO MENDOZA DIJO QUE KAFKA, SÍ, NUESTRO QUERIDO KAFKA, ERA UN ESCRITOR MUY MALO, QUE NO SABÍA QUE CARAJO LE VEÍAN… HAY QUE TENER COJONES PA DECIR SEMEJANTE HEREJÍA!!!!!!!!!!!!!!!!

Luis Moreno Villamediana
11 de noviembre, 2010

Este trabajo reitera la convicción de que las “versiones definitivas” sólo existen en términos ideales. Los fragmentos de una obra parecen apenas la forma material de una escritura que se sabe incapaz de completarse, como en este caso. De todas maneras esos libros inconclusos pueden llegar a ser muy influyentes: recordemos que Vila-Matas utilizó ese “París no se acaba nunca” como título de un libro suyo. Como se ve, esas manipulaciones editoriales pueden convertirse en aciertos. Muy buen trabajo, Víctor.

José Domingo
12 de noviembre, 2010

Claro es parte de esa literatura que se ha hecho un mito. Sin embargo existe una literatura que no se le ha dado gran difusión. Por aquí por Falcón, en Coro, nació el poeta de lengua castellana más profundo y grande de la historia literaria poética del globo terráqueo. Ese gran poeta se llamó Elías David Curiel, poco leído y desconocido para los grupos elitescos que se dan galardones ellos mismos en la capital de la República. Busquen el nombre de este gran poeta y verán que muy pocos lo conocen, pero ni los grandes poetas malditos son superiores a él; pueden ser iguales, pero no mejores.

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