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En blanco

Llega ese momento del mes en donde hay que enviar el Word a Prodavinci y mi mente está que ríete del Dalai Lama en posición de loto.

¿De qué escribir? Usted dirá que eso es un tiro al piso. Uno sale a la calle y no hace sino tropezar contra los temas. Es un método, en verdad. No es uno infalible pero en este valle de lágrimas ¿qué cosa lo es?

Me apersono en ese oráculo de lo inmediato que es una barra de panadería. El mundo burbujeando entre cafés y cachitos de jamón.

Los temas que atisbo son:

Expropiaciones / El Nobel de Vargas Llosa /Los mineros chilenos.

Mis taras personales joroban el desarrollo potencial de los temas.

Las expropiaciones son actuales y propician el debate, pero es un tema espinoso, un despertador de susceptibilidades. Y, bueno, yo intento ser light, ahorrarle al lector esos cuchillazos con la realidad.

Además, por la televisión entrevistan a un economista del gobierno. Tranquilo, conciso. Su discurso puede traducirse en algo así: “para los neófitos en el tema y los extremistas de derecha pareciera que nos estamos hundiendo, pero lo que no entienden es que hemos establecido que la ruta es hacia abajo y nos dirigimos hacia allá de la manera más expedita y eficaz”.

¿Cómo superar eso?

Vargas Llosa.

Problema con el flamante Nobel: no me he leído un sólo libro del autor de La Casa Verde. Falla abismal en mi cultura literaria pero sencillamente no es de mis autores predilectos. Ya está, lo dije, Dios me ampare. ¡Ah, si hubiera ganado Cormac McCarthy! ¡Yo hubiese quedado como un pitiyanqui pero tendría como para cuatro artículos!

Además la verdad es que envidio a Vargas Llosa. Usa unos trajes de lujo, da clases en Princeton, casi fue presidente, hizo teatro con Aitana Sánchez- Gijón, salta entre Paris, Londres y Nueva York como un James Bond peruano, Boris Muñoz lo entrevista. Pienso que si se me ocurre bromear sobre el personaje se me va a notar la fruición. Por lo tanto, felicitaciones por el Nobel, Don Mario, pero: ¡el siguiente!

Los mineros chilenos.

Arranca bien. La voluntad humana de sobrevivir a las adversidades, un rescate épico. Por la tele transmiten al primer minero ascendiendo en la cápsula de rescate. Una mezcla de milagro y ciencia ficción. Grita Viva Chile, mierda, a los parroquianos se nos agua el guarapo.

Pero al rato la superficialidad (que en un episodio signado por las profundidades no deja de ser una paradoja mórbida) empieza a permear el asunto.

Ya se están peleando por los derechos al cine y la televisión, los rescatados contratan desde el subsuelo a un abogado para que los represente en estas lides. Oakley, la marca de lentes de sol, ha donado las lunetas que los protegen a los mineros, en uno de los posicionamientos de marca mas osados en la historia del marketing contemporáneo. Sebastián Piñera, el presidente chileno, ha aprovechado lo que podía ser un desastre y lo ha convertido en la hora más luminosa de lo que va de gobierno, con niveles de popularidad estratosféricos. Uno de los mineros, Johny, se ha vuelto célebre por el triángulo pasional, descubierto a raíz del siniestro, en el que se ha visto envuelto junto a su esposa y su amante. Una cobertura mediática implacable especula sobre el momento en que el hombre regrese a la superficie y se encuentre con ese mogollón en el gallinero. En twitter lo están llamando Johny salgo. ¡Madre de Dios!

Yo sigo sin encontrar el ángulo.

Pago mi consumición, reprimo la sacudida que me genera una cuenta de quince bolos por un croissant sencillo y un marrón grande y pateo las calles.

La musa llamó hoy y dijo que estaba enferma. Me empieza a entrar el desespero. Acudo a lo que he dado por llamar los Expedientes X.

Son ocurrencias que he dejado en el cajón a la espera de un mejor momento. Observaciones episódicas, instintos difusos. Las cosas están muuuuy mal cuando te paseas por esos predios. Es como hacer un picnic en la morgue.

Por ejemplo:

La gente que orina en público.

Últimamente los he visto en todos lados. Vas por la autopista, un carro aparcado, una moto ladeada. A pocos metros, detrás de un arbusto, o ahí mismo, de espaldas al mundo, alguien orina. A veces veo hasta tres o cuatro personas por días en esas. Tipos con pinta ejecutiva, jóvenes, viejos. Una vez vi a una señora en cuclillas, detrás de unos carros, en un estacionamiento. ¿Qué pasa con los caraqueños? ¿Qué instinto primario los lleva a convertir a su ciudad en un gran urinario? ¿Estamos volviendo a la barbarie? ¿La pátina de civilización por fin ha comenzado a descascararse?

La perspectiva del artículo me atrae lo que tardo en volver a la casa. De mas está decir que mientras subo por el ascensor me imagino la cara de Alayón leyendo tres cuartillas sobre orine y me las va a tirar por la cabeza.

Me siento frente a la compu. El Word continúa abierto. Veo un pelotón de fusilamiento, un abismo insondable que (Nietzsche estaba equivocado) no me devuelve nada.

Veo un documento en blanco.