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El mercado de los héroes

La historia de los 33 mineros chilenos ha sido contada hasta la saciedad. Una y otra vez, el mundo conoció los detalles de una aventura que nos mantuvo en vilo; admiró la resistencia de los protagonistas; celebró los esfuerzos del gobierno por sacarlos con vida; admiró la solidaridad del mundo hacia aquellos seres que, de nuevo en la superficie, nos mostraron la dimensión más alta de la felicidad: llorar porque no se sabe si el milagro está sucediendo en realidad.

No se habían calmado aún las aguas revueltas del regocijo colectivo cuando hizo su tiránica aparición el espectáculo. Se había estado creando la expectativa. La realidad estaba a punto de convertirse en mercancía, pues lo que produce emociones colectivas necesita ser reproducido y vendido como espectáculo.

Da lo mismo el haber sobrevivido casi milagrosamente del fondo de una mina que haber sido rescatado después de años de cautiverio de las mazmorras selváticas de una guerrilla. El heroísmo de nuestro tiempo tiene su culminación en el mercado de la felicidad o la tragedia. El especial televisivo, el guión cinematográfico y el producto editorial se piensan antes del desenlace del acontecimiento.

Mientras la cápsula penetraba la roca hasta las profundidades donde se encontraban los mineros, alguien estaba consultando a sus familiares, asesorándose de abogados, haciendo planes de grabación, buscando guionistas, seleccionando regalos, haciendo reservas de pasajes. El júbilo del final feliz sirve para que el sobreviviente se encuentre con el mercader generoso y firmen rapidito el contrato.

Antes de que una historia termine, ya se tiene redactado el contrato para sus protagonistas. Si no sobreviven, habrá que entenderse con sus herederos. La tragedia ha sido vista, día a día, en vivo y en directo. Si sobreviven, mejor, serán personajes interpretándose a sí mismos.

No es que este sea el primer caso de explotación comercial de una historia trágica con final feliz. No será tampoco el último. Si el final hubiera sido desgraciado, si después de los portentosos esfuerzos de los ingenieros y la fortaleza física y moral de aquellos hombres hubiera fallado algo, el final trágico sólo hubiera alterado detalles de los contratos.

Hay que aprovechar el cuarto de hora. Probablemente, los 33 hombres que sobrevivieron a la incertidumbre ganarán en un año de espectáculo y vitrina lo que no han ganado en toda su vida. Nadie los culpa. Con esta clase de reglas se conoce de cerca la miel del éxito, recompensa al dolor vivido.

No sé si el comercio del heroísmo sea el mejor remedio al estrés postraumático; no sé si las luces de las cámaras y los aplausos y la mano estrechada a los poderosos sirvan para conocer la solidaridad humana. Sólo estoy seguro de que la experiencia será breve y habrá que pensar entonces en regresar al lugar de donde se vino.

Se ha vuelto casi natural esperar que toda situación humana vivida en sus límites más dramáticos tenga de inmediato explotación comercial en el espectáculo multimediático. Es muy posible que mucha gente vea la explotación comercial del dolor y la felicidad como recompensa justa para los protagonistas.

Acepto que así son las cosas, que no sólo no se pueden cambiar, sino que todo lleva a suponer que serán monstruosamente peores.

No habrá intimidad que pueda salvarse de este comercio. La demanda de sentimientos, experiencias límite e intimidad se ha vuelto inmensa. Esta es la sociedad que nos alberga, pero si no es posible cambiarla, que cada uno resista para no ser cambiado por ella.