Artes

Cabrujas: el hijo pródigo de Catia

El texto de Yoyiana Ahumada que publicamos a continuación forma parte de una biografia a mano alzada de José Ignacio Cabrujas a traves de una polifonía de voces que rodearon su vida. Cabrujas el otro, el mismo!

Por Yoyiana Ahumada | 21 de octubre, 2010

Escena 1

Ultimo Capítulo, pero de verdad el último

(Exterior día)

Aquella sería la última función de Sonny y el último asalto por KO para el dramaturgo. Terminaba su historia teatral en el mismo recinto donde la comenzó: el teatro de la Casa Sindical en El Paraíso. El 21 de octubre de 1995, en otra locación en la Isla de Margarita, un fresco y solitario apartamento en Porlamar se ofrecía como refugio para la escritura del proyecto televisivo que le permitiría retornar a la telenovela por la puerta grande, esa que se había atrevido a abrir sin prejuicio y sin miedo. La del culebrón, la de la novela que sube cerro y se paga con las cuñas de jabón de lavar. Aquella

Nosotros que nos queremos tanto. Una telenovela que nos devolvía al Cabrujas de Doña Bárbara; La señora de Cárdenas; Natalia de 8 a 9; Silvia Rivas, divorciada, soltera y sin compromiso; Mabel Valdés, La dueña; Gómez (I y II); Señora; Emperatriz; Las dos Dianas; El paseo de la Gracia de Dios

En la plenitud de su duda metódica, al volver la vista, su mirada revisionista- y en contra de mucho lo que habría sostenido- y no sin cierto dejo de nostalgia y mordacidad frente a la llamada “telenovela cultural”, se asomaba la secreta esperanza de retomar la quijotesca tarea de hacer de la televisión una materia menos “fecal”. Quizás hechas las paces con las sabrosas mañas de la “honoris causa” maestra en tejer las subtramas, Delia Fiallo, olvidando aquella sentencia salomónica que lanzó en alguna entrevista: “nunca más volveré a escribir telenovelas” En suma, devolviéndole al espectador treinta años de oficio, regresaba a la que fuera su casa: Radio Caracas Televisión, sede massmediática, desde donde quebrantó los pruritos intelectuales de la izquierda vernácula, frente a la televisión como un aparato triturador de talento y pureza literaria y al anatema de escribir telenovelas. Diez años más tarde, la nueva “culebra”, se desenroscaba, justo con el final de la telenovela de ruptura de aquella Señora Cárdenas, donde por primera vez, una pareja protagónica terminaba separada al salir en la pantalla la palabra fin. Una historia donde mujer de clase media, era dueña de su destino y optaba por perder el “de Cárdenas” para ser simplemente Pilar.

En, esta su nueva historia, aquella disuelta pareja, se encontraba para firmar el divorcio. El demiurgo retomaba el illo tempore, de aquel plot que había estremecido los corazones del televidente venezolano una catarsis para todas aquellas mujeres de la generación del 68 que tomaban la calle desde el grito liberador del Mayo Francés, paren el mundo que me quiero bajar, el estallido permitido del cuerpo con la píldora anticonceptiva y el amor libre y la posibilidad de convertirse en proveedoras del hogar cuando fueron formadas para ser tan sólo esposas y madres. Cabrujas volvía a por la sustancia dramática con la intención de provocar catarsis, de poner ese ser tuyo ahí, frente a tus ojos, en calidad broadcasting y para 25 millones de espectadores, desde la tribuna que mejor le calzaba el espectáculo del sentimiento, la construcción de personajes llenos de matices y errores, sus inolvidables antihéroes, y anti heroínas por antonomasia.

Volvía a sus maestros Dumas, Hugo, a sus historias de cabecera: El Conde de Montecristo y Los Miserables a los que sin causar estupor en los directivos de televisión fue colando poco a poco, hasta hacerlos ars poética del melodrama latinoamericano que transformó para siempre.

Carolina Espada, prima y colega escritora, cuenta que de la historia Nosotros, que nos queremos tanto José Ignacio sólo escribió un capítulo de media hora y llamó, desde Margarita, para comunicarle su alegría: “¡Prima, ya hice el primero! ¡Llego el lunes! ¡El martes a primera hora en el nidito!”

El nidito, dícese del apartamento tipo estudio, acogedor y muy bien acondicionado, que fungía de oficina del dramaturgo apenas a una cuadra de la casa que compartió con Isabel Palacios en Los Rosales.

……………….

La última palabra que escribió en la pantalla de su computador fue “piscina”. Evidentemente, la locación en la que habría de sumergirse Mimí Lazo, llamada a ser la protagonista de este nuevo show que comenzaba a planear y que, según la chismografía propia de la farándula, convocaba también a la turgente actriz para integrar la nueva vida del dramaturgo. La misma superficie húmeda que se lo devoró cuando, al parecer, -no hubo informe médico que pudiera comprobarlo- le sobrevino un infarto y cayó al agua para encontrar la muerte. Nunca aprendió a nadar. En aquel universo azul, abismo amenazador, “el flaco”, como lo llamaban sus amigos de la escuela, sumergiría para siempre su genio negado a la disciplina física. Recién llegado al remanso en Porlamar, su instinto de preservación lo instaba a sujetarse a la cautela, y apenas si se permitía mantenerse donde tocara pie “no salía de lo llanito”, pero a medida que la costumbre le produjo confianza, se fue adentrando en las partes más profundas de la piscina. La señora Palacios recuerda: “Josè Ignacio y que hacía ejercicios de respiración (…) José Ignacio que se fumaba tres cajetillas de cigarrillos al día… ¿Qué pasó? Nunca se sabrá. O le dio un infarto, y por eso se ahogó; o perdió la estabilidad y le vino el infarto porque se estaba ahogando. No sé qué fue primero ni lo quise averiguar, porque hacerle la autopsia en Margarita hubiese significado que cuando yo llegara habría tenido que enterrar a Matilde –la madre de Cabrujas- y a José Ignacio juntos. Yo tenía que traerle a su hijo esa noche porque si no Matilde -también- se me moría”.

Esperaba por César Bolívar para reunirse y afinar los detalles de la dirección y el casting de la nueva telenovela. Cocinaba, preparaba un pargo, estaba solo. Al otro lado, en tierra firme, Isabel Palacios, La Palacios o Señora Palacios como solía llamarla, en busca de resonar la majestad que ella le inspiraba, lo pensaba, se pensaban. Allende, en Colombia, otra planta de televisión, aguardaba por una sinopsis, para comenzar a grabar una miniserie sobre Manuela Sáenz, ambiciosa coproducción entre Rai Due de Italia, Televisión Española y Radio Caracol. En el aire flotaba además un espectáculo de 13 horas sobre la vida de Julio Jaramillo, el gran cantante ecuatoriano de voz desgarrada y madre omnipresente.

Simultáneamente, en México, otra telenovela transitaba la etapa del empujón inicial hacia los primeros diez capítulos. En fin, el ajetreo de un temperamento imposible que tenía tiempo para todo menos para la muerte, siempre puntual e impertinente.

Se fue para Margarita muy deprimido, incómodo, lleno de preguntas. La llamó todos los días, hasta la última hora. “ Si no puedes vivir sin mí, ¿qué haces en Margarita?, me acuerdo que le dije: la semana que viene es mi cumpleaños (octubre) …Quiero una cena con velitas, tú sabes como puedes enamorar, tú sabes, lo hemos hecho 1000 veces… Me casé contigo porque me gustaba estar contigo y tu compañía para mí era más importante que nada… Pero es cosa de que estás en Colombia, estás en México, estás acá. ‘¿bueno pero tú no podías venirte?, me dice. Yo quiero que mi hijo mantenga su colegio, su casa, su estabilidad, sus compañeritos.

Pero estaba ido como Pío Miranda, a alguien le advirtió: “No me quedan más de veinte años, pero tampoco menos de diez… Quiero escribir, quiero seguir echando vaina por la prensa y ser feliz”. Buscando la proa de sí mismo como Amadeo Mier. el genovés alucinado en Acto Cultural. Un cigarrillo tras otro, paradoja, desarticulación de los cariños, estallido, encendedores que se pierden, otro cigarrito.

Una baja en las defensas. La tos, tos de una centena, el flechazo directo al pulmón. Dos frascos de jarabe. ¿Sobredosis de codeína? ¿A cuántas cajas de cigarrillo estaba la esquina de la muerte? De nuevo el teléfono como único contacto. Conversación por corte y corte, como se señalaría en una diagramación de un capítulo de telenovela:

ZULOAGA:

¿Qué va a hacer mañana?

LOFIEGO:

Veré a César Bolívar. (PAUSA) Vamos a trabajar sobre el asunto… La telenovela, usted sabe, pero puede venirse…

ZULOAGA:

Estoy harta del diseño de sus telenovelas. Que le vaya muy bien.

(ZULOAGA, VISIBLEMENTE MOLESTA, CUELGA EL AURICULAR)

STAB. SHOT. PANORAMICA DE PORLAMAR QUE DISUELVE EN APTO MARGARITA.

(Interior día)

TRANSICIÓN TIEMPO QUE SE SEÑALA EN GENERADOR DE CARACTERES

LOFIEGO

Voy al mercado a comprar un pescado para cocinarle a César Bolívar.

ZULOAGA:

Cumplo años la semana que viene. (Transición) El niño no se ha despertado aún. ¿Quiere que lo levante?

LOFIEGO:

Yo lo llamo. Voy a comprar el pescado y hablo con èl más tarde.

CORTE A________________________________________

Y el teléfono repicaría otra vez. Al otro lado, ya no la voz ronca. Aquella que pidió su mano un 14 de febrero.

Cabrujas con una risa que suena como a cochinito ronco, como dice la prima Carolina Espada, decidió marcharse. Corrió a hacerle compañía a la Casta Diva, a María Callas, “a asistir a su milagro, enterarse por fin de su partida y ser mejor por la gloria de escucharla”, como dejaría escrito en uno de los artículos más hermosos hechos durante su última parada en El Nacional. Y llamaron para decir: “Se nos murió Cabrujas”

El país se le reventó por dentro, diría Leonardo Azparren Jimènez.

Había empezado a preparar el pescado. Con un instrumento afilado retiró el esqueleto del animal. Un pargo a las finas hierbas. Con parsimonia, compuso el cuerpo y decidió acompañar el soliloquio con un par de huevos y unos calamares en lata. Su cuerpo hidratado de codeína, consumida en pequeñas dosis, tapita a tapita, para acallar el espasmo, se agitaba. El cóctel lo completaban dos vasos de Cutty Sark. El domingo corría en Caracas y el elenco de Sonny se preparaba para estar puntual en el teatro. El éxito se le escapaba de las manos: la respuesta del público fue fría con el maestro. Éste, acostumbrado al cálido aplauso de todas las tribunas, fue herido con ese gesto indolente. El bravo maestro tan caro a su vida, sonaba escurridizo en su regreso a las tablas.

A las seis era la cita. A las dos de la tarde José Ignacio Cabrujas descendió por última vez a la piscina. César Bolívar, su cómplice de la Plaza Pérez Bonalde, decidido a embarcarlo, lo había dejado en brazos de la muerte.

Cinco cajas de cigarrillos diarias, una cojera de la que nunca más se desprendió tras la intoxicación por nicotina, que provocó la putrefacción de la cabeza del fémur. Se emponzoñó al consumir un tabaco “piche” de Nicaragua, cuando fue invitado por el partido sandinista para hacer una reforma de la televisión nica.

Refiere Isabel Palacios: “Esa infección lo llevó a ni siquiera poder hablar, ni tragar, escupía pus. Estuvo ingiriendo infección durante dos semanas y eso le produjo una osteoporosis brutal que le carcomió la cabeza del fémur. Se hizo la operación en la cadera, pero jamás hizo la rehabilitación. Se operó la otra (pierna) y tampoco hizo rehabilitación…”

El retrato de la insania se completaba con los números del colesterol malo que agregaban, en noches subrepticias, las generosas tortillas de chistorra que engullía a las diez de la noche. En una de sus últimas entrevistas confesó: “Siempre he creído que mi corazón me puede dar un susto”. Quería seguir echando vaina por la prensa. Ser musa, “una musa vieja y un poco gorda” para los escritores que se habían formado bajo su ala; quería volver a ser el genio del show del sentimiento.

Entonces el túnel y, al final, El paseo de la Gracia de Dios. Catia incólume en su memoria; su padre cosiendo los trajes de Rafael Caldera, cuya figura lució siempre apretada en las crónicas de El país según Cabrujas, pese a la misa que le ofreciera el día de su muerte en la Catedral de San Patrick en Nueva York. La Gran Manzana con sus grandes tiendas para enloquecerte comprando versiones, infinitas de tus òperas favoritas: Aida, Tosca, La Traviata…

Y el viaje continúa. Lo esperan las Nubes de Calder, como dice su prima, Carolina Espada, su sitio ahí, junto a los genios, en el centro del cielo. Dobla por la calle Argentina en Catia, penetra en la quinta Nazareth… La platabanda, el cuaderno Bermellón: corre, corre Jean Valjean. Ahí atrás queda el recuerdo de las esquinas Poleo a Buena Vista 11-b que ya desaparecieron tras los escombros de un nuevo derrumbe- Por fin supiste de dónde venías, era de ahí, de la ciudad que se funda cuantas veces sea necesario. Mientras tanto, y por si acaso, la vela de Coro, el barco donde llegaría el fagotista catalán. Suena para ti el Den io tinvenni o fatal scritto, del adorado Verdi, pero no pasa ella, la Diva, María Callas. Ahí suena Tannhäuser, de Wagner, como la primera vez junto a José Antonio Lofiego, tu primo, el melómano. Nicolás Curiel y Hermán Lejter te mandan mucha mierda, o break your leg, como te espetaría el propio William Shakespeare. Román e Isaac siguen disputándose cuál de los dos va a escribir a la limón contigo la próxima pieza para el Nuevo Grupo. La imprenta de El Diario de Caracas aguarda tu más reciente travesura; Venezuela entera necesita saber como se ve El país según Cabrujas, se la debes a la quinta República. Pronto bautizan tu primera novela, por fin va a ver luz Camaleón. A Pedro Centeno Vallenilla se le hincha el pecho, nunca había sido personaje, hasta tu historia. Nadie se permite olvidarte: estás en esta herida que se abre en Margarita y termina en el disparate de los indios Caracas. Un telón que se descorrió: un cenital tras la pista de Pío Miranda, Elvira Ancízar, Cosme Paraima, Antonieta Parissi, Carlos Gardel, Amadeo Mier, Lepera, Matilde Ancízar, María Luisa, Plácido Ancízar, Elvirita, Buey, Francisco Javier, Herminia, Magra, Manganzón, Lucrecia, La Franciscana, Samotracia, Perret, Guzmán, Anselmo, Rosamunda, Juan Francisco de León, Magra. María Eugenia, Purificación, Uno, El Otro, Ferdinandov, Armando Reverón. La voz ronca retumbando en la carroza. Zacarías te saluda; Esrev Eloy te aplaude. Venezuela sigue siendo un campamento, pero no disimula el dolor de tu partida.

Un desfile de bellas mujeres, todas sus musas: Isabel, Lupe, Ana María, Abigail, Xiomara, Maria Cristina, Tania, Eva, Roxana, Eleonora, las que te faltaron.

Un final cabrujiano

No hicieron falta más palabras. Al oír la voz del chofer, no había otra posibilidad:

– ¿Qué le pasó a José Ignacio?

Pausa breve, entrecortada por el llanto.

– Se nos fue – Balbuceaba Carlos, el chofer del maestro.

Eran las cuatro de la tarde. Había que tomar un avión y volar a Margarita. Iraida Tapias, Moisés Guevara y José Antonio Abreu encarnaron al país que en ese momento se enteraba de la noticia. El impedimento: un derrumbe en la carretera.

Cuenta Isabel Palacios: “José Ignacio me decía que había estudiado en el colegio San Ignacio de Loyola con el dueño de AVENSA, Arturo Boulton. Llamé a una tía mía que los conocía y le dije que me localizara a Arturo Boulton, que le dijera que Cabrujas había muerto, y necesitaba su ayuda. Me fui para el aeropuerto de La Carlota, me monté en la avioneta de los Boulton con los motores en marcha. La avioneta me iba a recoger a mí en Maiquetía, y yo salí a dos minutos para las seis: ya estaban cerrando La Carlota. Cuando llegué a Margarita, había un periodista esperándome en el aeropuerto. No venía en busca de la primicia: “Yo estoy aquí como amigo, no como periodista”. Y la acompañó hasta la morgue, donde se encontraron con que el cuerpo estaba a medio preparar: “El trabajo era complicado, tenía mucha agua dentro. Me iban a cerrar el avión. El último vuelo de AVENSA hacia Caracas salía a las ocho y media de la noche, y yo tenía que llegar con el cuerpo de José Ignacio. ¡Comuníquenme con AVENSA, con el dueño! Me atiende un Señor y me dice:

– ¿Qué pasa?

– Soy Isabel Palacios. Lamentablemente, viuda. Viuda porque José Ignacio Cabrujas acaba de morir.

– Yo soy el piloto del avión y admirador de su marido. Yo la espero. Usted no conoce todavía mi nombre, pero yo sé que no se le va a olvidar: me llamo Eduardo Fernández, y yo la espero. No se preocupe, que si es necesario le pincho un caucho al avión, pero la espero”.

Salí de allá del hospital. Y me digo: ¿Dónde está la partida de defunción firmada por el médico? – Al parecer huyó y no firmó el acta de defunción y yo no tenía ningún médico al que acudir…

El doctor que lo atendió estaba horrorizado, se le había muerto José Ignacio Cabrujas y no pudo hacer nada para salvarlo. Como el agua que le brotó a borbotones de los pulmones, la duda quedó en el aire, ¿De contar con el equipo adecuado hubiera podido salvarse?

La persona que lo sacó de la piscina, fijó la sentencia y devolvió la calma: “…Habría quedado o en vida vegetal o en una silla de ruedas porque el tiempo que estuvo sin oxígeno fue suficiente para matarle el cerebro.

Cuando llegó la señora Palacios al aeropuerto, el piloto estaba dándole patadas a los cauchos del avión. Al verla llegar, le indicó que subiera porque ya todos los pasajeros estaban a bordo. La escena en el aeropuerto es la siguiente:

– Aterrizamos en Maiquetía, y cuando estamos entrando, llega un camión de volteo, montan la caja mortuoria y yo me monto atrás, con la caja. Cuando vamos llegando a la salida, veo a Iraida Tapia y al maestro José Antonio Abreu junto al transporte de la funeraria.

– ¿Dónde están los papeles pa’sacar la carga?- Dice un guardia nacional del aeropuerto.

– Eso no es una carga, eso es gente. Es el cadáver del marido de la señora- Le responde el chofer del camión.

– Si no están los papeles, por aquí no lo pueden sacar. Y si no están autorizados, no pueden sacar la carga.

– Pero yo no tengo ningún papel -le digo yo.

– Entonces no pueden sacar la carga.

En eso Eduardo Fernández, el piloto, vuelve a pasar, esta vez con su carro, y me ve discutiendo con aquel guardia, con ganas de matarlo.

– Vámonos. Sígame.

– Este señor Fernández montado en su carro y yo en mi camión atravesamos el aeropuerto nacional y llegamos hasta el internacional. El piloto se bajó, se puso a hablar con otro guardia y yo salí. Pasamos la urna de José Ignacio del camión de volteo al de la funeraria como si estuviéramos trasladando armas de la guerrilla en mitad de la frontera: ¡apúrate, apúrate, saca la caja! Así pudimos traernos el cuerpo de José Ignacio.

Yoyiana Ahumada 

Comentarios (15)

Isabella
21 de octubre, 2010

Guao Yoyiana. Cabrujiano absolutamente. Vaya un saludo. Claro que nos hace falta seguir viendo el país según Cabrujas.

LuisCarlos
21 de octubre, 2010

Plus: deberían leer esto, de su vecina en Porlamar http://perranostalgia.blogspot.com/2005/10/mi-vecino-de-la-torre-b.html

Eduardo Mujica
21 de octubre, 2010

Gracias Yoyiana por este fabuloso artículo que nos permite conocer ademas todos esos acontecimientos ocurridos en Margarita y Maiquetia, excelente.

Elisa
21 de octubre, 2010

Leer esto me ha angustiado y me ha hecho sonreir… y recordar. Mi primer contacto consciente con Cabrujas fue por vía del teatro. Aún tengo -frente a mí, por cierto- el programa para la reposición de El Americano Ilustrado, en septiembre de 1987. Tenía entonces catorce años. Recuerdo también haber asistido a El día que me quieras. Catorce y arrobada. De ahí, admiradora. Era yo en 1995, a los veintidós, una joven bastante distraída. Pero siempre que pude lo leí en El Nacional para enterarme algo más de lo que pasaba. Y luego El País según Cabrujas. Yo también lo lamenté, pero eran veintidós y aunque no sabía mucho, también quedé esperando respuestas. Gracias de nuevo, por esta maravilla

Alexis Torres
21 de octubre, 2010

Todavia recuerdo a el Maestro Cabrujas en Los Rosales, entrando a la sede de la Camerata de Caracas a buscar a Isabel, igualmente recuerdo a Diego con el de la mano. Que de recuerdos. Gracias.

Golcar Rojas
21 de octubre, 2010

Esta no te la perdono, Yoyiana! Cuando yo creía que tenía sanada la herida que me dejó en el pecho la noticia de la muerte de Cabrujas, vienes tu y con esa pluma dinámica y cargada de sentimientos, publicas este texto y el corazón se volvió a desgarrar y los lagrimones tengo que detenerlos mirando las grietas del techo y con la vista nublada escribo este comentario. Es que hasta hoy no había tenido conciencia plena (aunque inconcientemente lo extrañaba) de la falta que nos hace un José Ignacio Cabrujas en esta época quintarrepublicana en la que la cultura se ha quedado en los chimichimitos y el pájaro guarandol. Qué dolor ver cómo se derrumban los museos, cómo los teatros quedan relegados a actos proselitistas con aplausos y gritería panfletarios, evidenciar como las ferias de arte ven menguada la participación de expositores a menos de la mitad de lo acostumbrado. En fin, la agonía por la que todos sabemos está pasando la cultura del país y que nos hace que volvamos a extrañar a Cabrujas para que con su poderosa escritura nos de un espaldarazo que nos haga sentir que no estamos solos y que esto, tarde o temprano, tiene que acabar. Yoyiana, no te perdono tu texto, pero te lo agradezco profundamente.

@jpenalver
22 de octubre, 2010

Sentimos ese último viaje de Cabrujas, tan de corazón y repentino. Tuve el honor y gusto de conocerlo en el TTC, de modo q los recuerdos presentes son para lamentar su ausencia física. Yoyiana Ahumada nos recuerda momentos cruciales en la vida del escritor, del intelectual; ella sabe de eso, lo es también, y es su pluma prodigiosa señal inequívoca de su pasión y esmero por el conocimiento y dominio de la obra del Mtro. Cabrujas.Gracias por compartirlo, de verdad brotaron làgrimas como en todo triste final de telenovela

giova31
22 de octubre, 2010

Que hermoso Yoyiana! con tu texto reviví tiempos venezolanísimos. Se me alborotó el sentimiento. Después de todo mejor que Cabrujas no vivió nuestro actual calvario. Descanse en Paz.

carlia
22 de octubre, 2010

Yoyiana me sacaste lágrimas… Magnífico texto. Gracias por este gran regalo!

SophiaF
22 de octubre, 2010

Tengo 21 años, para aquel entonces yo era una niña apenas, y no pude disfrutar de cerca de la obra de este gran venezolano, pero por alguna razón desconocida he llorado leyendo este excelente escrito, me ha conmovido y me ha despertado unas ganas desesperadas de saber quién era, qué hizo, cómo sonaba su voz o a cuántos habrá influenciado con su intelecto. Gracias por compartirlo.

Yesenia Balza
24 de octubre, 2010

Un texto inigualable y profundamente conmovedor. Te felicito amiga. Yo no me perdí ninguna de las obras del Maestro Cabrujas a las cuales haces alusión. Crecimos con él, con su pluma, con su pasión, con su drama. Una pérdida que aún la sentimos y lloramos. Gracias por tomarme en cuenta para revivir sus enseñanzas

Alberto Aristeguieta
24 de octubre, 2010

Yoyana me dejas sin palabras y la vez pleno de sentimientos y nostalgia, de mi dias universitarios,cuando por primera vez me aproxime a él interpretando a Lepera… cuando era ajeno a la implacabilidad de Cronos… gracias por compartirlo

ivan garcia
28 de octubre, 2010

Gracias Yoyana por esta historia así de cabrujiana..Es como leerlo y estar con él.

mharía vázquez benarroch
16 de noviembre, 2010

La foto de Cabrujas es de Vasco Szinetar y tiene Copyright ©, deberían colocarle sus créditos, pues una foto “conocidísima”.

Enzo D’Amario
7 de mayo, 2016

Una verdadera lástima la pérdida de este gran escritor venezolano. Su opinión sobre el país, en esta actualidad, acerca de una revolución que fue tan deseada por tantos, hubiera sido muy interesante.

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