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Ortografía y sociedad sin sintaxis

La queja no viene solamente de los docentes de enseñanza media y superior. Cualquier persona acostumbrada al uso escrito del idioma se escandaliza de las incorrecciones en que incurren sistemáticamente los jóvenes universitarios cuando escriben “ensayos” o presentan breves excusas por su ausencia de clases.
Soy pesimista sin ser apocalíptico. Si se da el salto de la enseñanza secundaria a la universitaria sin haber aprendido a escribir con un poco de corrección y a ordenar las palabras para expresar conceptos coherentemente, la mitad de la causa está perdida. La otra mitad es esperanzadora, como la alfabetización nocturna para adultos. Pero esa no es la prioridad de muchos jóvenes que estudian y no aprendieron a redactar.

No hay que empezar a solucionar el problema arriba (universidad), sino en la mitad (secundaria) y abajo (escuela primaria). Cuando los sabios de la pedagogía sepan en qué momento empezaron a joderse la ortografía y la sintaxis, se sabrá en qué punto volver a empezar. Pero no basta saber cuándo, sino saber qué dejó de hacerse para que esa actividad de la comunicación humana dejara de ser prioritaria mientras los jóvenes se acomodaban en los cuartos de las nuevas tecnologías.

La queja no es nueva. Debe de tener más de 20 años. Eso quiere decir que no solo nos encontramos con jóvenes que maltratan la ortografía, sino con una generación de cuarentones -en la que no faltan docentes- que empezó el ciclo infernal y tal vez tenga hijos que lo reproducen y perfeccionan. Escribir mal dejó de merecer sanciones académicas y regaños familiares.

No creo que todo tiempo pasado sea mejor, pero estoy seguro de que en un pasado no demasiado lejano se escribía más correctamente, se sancionaba a los infractores y no tenía “presentación social” confundir, por ejemplo, el uso adecuado de la b o la v, la n y la m. Vean si no los foros de los lectores, donde escribir bien y argumentar mejor es una rareza arqueológica.
Se empezó con la sintaxis del idioma y se acabó en las groserías e intransigencias de la sintaxis social, esa que sirve para poner orden en los comportamientos individuales para construir respeto y tolerancia colectivos.

Hoy, con una generación que tiene diccionario y corrector en los computadores personales y artefactos telefónicos, se escribe peor. Y no por falta de instrumentos, sino por pura negligencia. Escribir mal carece de importancia en los códigos de la educación formal. No creo, pues, que el problema haya empezado con el uso masivo de los computadores. Estos encontraron a un usuario desinteresado ya por las exigencias de su idioma.

Vivo con el dilema de restarles puntos a las notas de mis alumnos cuando me detengo a pensar que ellos no son más que las víctimas de una epidemia global. Pero si no lo hago van a seguir creyendo que escribir mal es la norma y que no tiene importancia seguir haciéndolo o pensar en corregirlo.

No soy tan fundamentalista como el amigo que conoció en una discoteca a una mujer muy hermosa y consiguió llevarla esa noche a su cama. Lo que ella hacía, me dijo, era gramaticalmente incorrecto pero de gran corrección erótica. No quiso volver a verla porque, a la mañana siguiente, recibió este mensaje de texto: “Te vusko hesta noche y senamoz”. Se le convirtió en la mujer más horrible del mundo.

Las faltas de ortografía eran una ‘lobería’ que cerraba puertas. Y no se diga de las puertas que cerraban las faltas en la sintaxis, esa “parte de la gramática que enseña a coordinar y unir las palabras para formar las oraciones y expresar conceptos”. Entonces, ¿qué pudo haber pasado? Averígüenlo. No kiero vuskar esplikasiones a una kosa tan censiya: al sistema de henceñansa ze le kemaron los fucivles.