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Sobre Tu rostro mañana: Veneno y sombra y adiós, de Javier Marías

El largo rumor del río Cherwell

Hoy en día no asombra a nadie la afirmación de que a partir la publicación en 1989 de Todas las almas, Javier Marías se ha convertido en el creador de una de las obras fundamentales de la literatura de nuestro tiempo, aunque no deja de ser singular el hecho de que ésta se desarrolle sobre la base de un canon estricto y poco propenso a otorgar concesiones al escritor o a sus lectores. Más aún, es una suerte bastante extraña para el momento presente, que el éxito y la difusión de esa obra no puedan ser achacados a consideraciones de índole meramente comercial. Lo cierto es que Marías difícilmente será calificado como un autor de novelas fáciles o estereotipadas, y sí como un escritor que requiere de lectores iniciados, a quienes no duda en recompensar con una prosa generosa en frases que se subordinan unas a otras para propiciar disquisiciones fluidas y en apariencia interminables. Javier Marías ha resultado ser —en verdad como pocos de sus contemporáneos, y de manera notoria entre los que escriben en español— un maestro en la construcción de narraciones que de ninguna manera pretenden equipararse a la palabra hablada. El escritor se convierte en un creador de lenguaje, y se niega a actuar como un mero imitador de voces.

También resulta notorio el hecho de que Marías no se caracteriza precisamente por ser un narrador descriptivo, al menos en el sentido visual del término. Su prosa no suele prodigarse en el detalle de las escenas ni en el contenido de los paisajes, y sí en la exploración de experiencias, estados mentales o sensaciones (tal vez esto pudiera servir de explicación peregrina al por qué la pretendida versión cinematográfica de Todas las almas provocó considerables desavenencias con su productor y su directora). Esta suerte de discurso especulativo y sembrado de digresiones no constituye necesariamente una novedad. Habría que releer a Shakespeare —de quien Marías no duda en reconocer que debe tantas cosas, comenzando por los títulos de algunos de sus mejores libros— para entender cómo la sabiduría llega a ser uno de los elementos fundamentales de la mejor literatura, y por qué un crítico como Harold Bloom no deja de subrayarlo de un modo apasionado y en ocasiones controversial. Los libros de Javier Marías se presentan, en ese sentido, colmados de largas reflexiones en torno a algunos de los grandes problemas de la existencia humana. Pero, al mismo tiempo, el narrador es consciente de que no le corresponde encontrarles una respuesta definitiva, sino simplemente especular, pasearse por ellos, hacerlos notorios al lector: en pocas palabras, poner el dedo en la llaga. No en vano enseñaba Vladimir Nabokov (otro de los autores que tanto gusta a Marías) que dentro de las novelas las grandes ideas se vuelven idioteces.

Si Todas las almas marca el inicio de uno de los proyectos más ambiciosos de la literatura contemporánea, Tu rostro mañana puede ser considerada como su pico más notable. Y dentro de esta excepcional novela, Veneno y sombra y adiós, su tercera parte, viene a ser una especie de compendio de los enigmas —tanto filosóficos como históricos y sociales— que se plantean en sus dos primeras entregas (Tu rostro mañana: 1 Fiebre y lanza, de 2002, y Tu rostro mañana: 2 Baile y sueño, de 2004), como también en buena parte de la obra de Marías. Un jardín colindante a la ribera del río Cherwell es el escenario en el que se presentan dos largas e íntimas conversaciones entre Sir Peter Wheeler —un anciano sabio y enigmático, catedrático emérito de la universidad de Oxford— y Jaime o Jacobo o Jacques Deza, un viejo conocido de los lectores de Marías, que vuelve a Inglaterra huyendo de una crisis matrimonial que se antoja irremediable. Nuevamente entonces nos encontramos con el protagonista de Todas las almas, aunque en una faceta bien distinta de la académica que le había sido propia dentro de la excepcional novela oxoniense. A partir de esas dos reveladoras conversaciones, Tu rostro mañana se articulará a lo largo de tres libros y una vasta serie de episodios y reflexiones provocadas con ocasión de la participación de Deza en una organización heredera del MI5 o servicio secreto británico, en cuyo interior tiene por misión observar a algunas personas y describir su comportamiento futuro.

En el arranque de Veneno y sombra y adiós, Bertram Tupra, el oscuro personaje de quien Jacques Deza es subordinado dentro de la organización, busca justificaciones para la escalofriante paliza que acaba de infligir al diplomático español De la Garza, dentro del baño para minusválidos de una discoteca del centro de Londres. Casi paralelamente, la joven Pérez Nuix —miembro también de la organización— hace gala de un aura misteriosa y sensual, mientras toma un descanso en el apartamento de Deza y prepara el terreno para obtener un favor personal de éste. La trepidante aventura de la discoteca —Tupra debía conversar o negociar con el mafioso italiano Manoia, mientras Deza se iba a ocupar de distraer y a la vez custodiar a Flavia, su mujer; un plan bastante realizable para estos personajes, si no fuera porque de pronto sale a escena el inefable De la Garza, y el consecuente correctivo habrá de ser aplicado— ocupó una buena parte de Danza y sueño, aunque finalmente quedó como una historia inacabada. Lo mismo había sucedido sobre el final de Fiebre y lanza, con la joven Pérez Nuix caminando en compañía de un perro pointer tras los pasos de Jacobo Deza, bajo la lluvia nocturna de un Londres solitario y sombrío. Betram Tupra sostendrá que la tremenda paliza sufrida por De la Garza no constituyó un acto de venganza primitiva, ni mucho menos de brutal represión seudo policíaca, sino un correctivo necesario para evitar males mayores: “Es el estilo del mundo”, explica orondo y pedagógico a Deza, a quien además mostrará un video con una seguidilla de filmaciones sobrecogedoras, un catálogo real y actualizado de la brutalidad más cruda producida en el presente. Se trata de situaciones a las que nadie pone freno porque en algún momento podrían ser de utilidad. “En ellas hay hechos vergonzosos o embarazosos, también delitos que no han sido denunciados ni perseguidos, cometidos por individuos de cierto fuste contra los que no se han tomado medidas ni iniciado acciones porque no convenía o no conviene o porque aún no es el momento o porque se ganaría poco con eso. Trae mucha más cuenta tenerlas, guardarlas, previéndoles una utilidad futura, con algunas se podría obtener mucho a cambio”, expone Tupra con un cinismo que provocará arcadas en el narrador-protagonista Deza. Y más tarde añadirá: “Cómo no va a convenirnos que la gente sea débil o vil o codiciosa o cobarde, que caiga en las tentaciones y meta la pata hasta el fondo, incluso que participe en crímenes o los cometa. Es la base de nuestro trabajo, es la sustancia. Aún es más: es el fundamento del Estado. El Estado necesita la traición, la venalidad, el engaño, el delito, las ilegalidades, la conspiración, los golpes bajos… Si no los hubiera, o no bastantes, tendría que propiciarlos. Ya lo hace”. Una de las últimas escenas del video muestra a un grupo de matones golpeando inmisericordemente a un anciano de aspecto distinguido. Tupra revelará que se trata del padre de la joven Pérez Nuix, con lo que Deza entenderá que no pudo ser útil a su compañera de trabajo, pese a haber accedido a llevar a cabo el favor solicitado durante aquella noche lluviosa en la que ambos terminaron yaciendo en la misma cama y haciendo el amor de un modo un tanto austero y silencioso. Quizá uno de los sentidos de Veneno y sombra y adiós sea entonces el develar la manera en que las historias contenidas en las dos entregas previas, se asocian con la irracionalidad y la violencia que están presentes no únicamente en un pasado remoto, sino incluso en uno más cercano del que personajes como el propio Peter Wheeler (o Toby Rylands, su hermano inverosímil) fueron protagonistas.

Si Bertram Tupra se muestra como un hombre de acción pragmático y realista, que resta importancia a los reparos de Deza (“Me reprochas estupideces sin la menor importancia, vives en un mundo minúsculo que apenas existe, a resguardo de la violencia que ha sido la norma en todo tiempo y lo es en casi todas partes, es como tomar un interludio por la función entera, no tenéis ni idea, los que nunca salís de esa época ni de estos países nuestros en los que hasta anteayer mandó también la violencia.”), Peter Wheeler —sin duda por académico, pero también por testigo directo— cumplirá el rol de personaje reflexivo en busca de las raíces de esa violencia que, a pesar de experimentada y conocida de un modo directo, no dejará de provocarle un sentimiento de hondo pudor. Este último personaje construirá, a lo largo de toda la novela, un discurso poco frontal y en ocasiones críptico que finalmente —al igual que los variopintos textos de su biblioteca de experto en la guerra civil española— propiciará la revelación de episodios cuya gravedad hará que un dictador sudamericano de chaqueta estampada con estrellas, luzca como un bufonesco principiante (en Fiebre y lanza el general Bonanza, el primero de los personajes analizados por Deza, había asegurado que contaba con todas las piezas necesarias para llevar a cabo con éxito un golpe en su contra. Éste efectivamente se produjo, pero acabó fracasando. Deza había intuido que Bonanza no era enteramente de fiar).

La guerra se presenta entonces como un elemento ineludible de la historia europea, y los británicos aparecen frente a ella como unos espectadores privilegiados, pero también como versados estrategas y manipuladores. El pragmatismo de las islas se contrapone al carácter especulativo de los continentales, de manera análoga a cómo el patriotismo de los británicos lo hace al nacionalismo europeo de raíz romántica. Existe en la exposición de esta situación una clara simpatía por algunos de los aspectos más notables de la cultura anglosajona, que el narrador no se esfuerza en disimular, especialmente con relación a los universitarios de Cambridge y Oxford y su disposición para participar de modo activo en los asuntos del Estado: desde el ejercicio del gobierno y la burocracia hasta el parlamento, pasando por la milicia y, cómo no, por el servicio secreto.

Las revelaciones de Sir Peter Wheeler no dejarán de resaltar la importancia del factor miedo dentro de la estrategia de la guerra. La campaña interna del gobierno británico en contra del careless talk, que buscaba involucrar a los ciudadanos de a pie en la defensa ante el enemigo externo, así como también la difusión de información —verdadera o inventada— sobre los antepasados judíos de algunos prominentes miembros del partido nazi y del ejército alemán, son ejemplos de su innegable utilidad. El miedo paraliza, impide actuar libremente, o impulsa a actuar según los deseos de quien lo produce, y finalmente sojuzga. El propio Deza no dejará de ser testigo de esta realidad cuando trata de acercarse al diplomático De la Garza, tiempo después de su infeliz encuentro en la discoteca londinense, y provoca una reacción aterrorizada que propiciará los comentarios perplejos e irónicos de un distinguido testigo ocasional (se trata del académico Francisco Rico, el mismo personaje de Negra espalda del tiempo; la vocación de compendio de Veneno y sombra y adiós se manifiesta también en la reaparición de personajes de las anteriores novelas de Marías).

Pero la novela es también capaz de demostrar que las mismas violencia e irracionalidad no son ajenas a ningún tiempo ni cultura, tal vez porque yacen en la misma esencia de los seres humanos. Los ecos del homo homini lupus de Hobbes (uno de los tantos personajes célebres que Oxford ha visto pasar por sus aulas) comienzan a resonar en el fondo de la narración. Deza regresa por unos días a Madrid y a su familia, cuando descubre que uno de sus más graves temores se ha hecho realidad: Luisa, su esposa, ha entablado una relación amorosa con un hombre que, según todos los indicios, la maltrata física y psicológicamente. De esa manera hace su aparición Custardoy, un nefasto falsificador de arte cuya vileza y chulería no resultarán extrañas para los lectores habituales de Marías, al tratarse de un personaje arrancado de las páginas de Corazón tan blanco, otra de sus notables novelas previamente publicadas. Subsumido en el estilo del mundo al que se refería Tupra, Jacobo Deza terminará emboscando y atacando de un modo salvaje a Custardoy, con lo que logrará su objetivo de alejar a éste de Luisa. Sin embargo la violencia tiene como efecto no sólo paralizar a quienes son sus víctimas, sino también a los que la ejercen, sobre todo cuando aún existen rastros de humanidad en estos últimos. Por ejemplo, Valerie, la joven con quien estuvo casado Peter Wheeler y que murió apenas terminada la guerra, jamás pudo superar el sentimiento de culpa luego del aniquilamiento de la familia de un militar nazi con la que había tenido contacto cercano antes de la guerra, y cuyo origen judío había sido revelado por ella misma al servicio secreto británico. De un modo similar, Deza asume su proceder con Custardoy como la derrota de sus más profundas convicciones, lo que le lleva a tomar la decisión de abandonar la organización.

La lectura de Veneno y sombra y adiós puede llevarnos a la conclusión de que la materia humana de los personajes de Tu rostro mañana ha terminado irremediablemente doblegada. Queda, sin embargo, un atisbo de esperanza encarnado en el padre de Deza, un personaje claramente inspirado en el filósofo Julián Marías, el padre del escritor en la vida real, quien junto a Peter Wheeler es referente obligado del narrador-protagonista. La actitud profundamente intelectual del padre de Deza (“no nos permitía nunca, a mis hermanos ni a mí, conformarnos con la apariencia de una victoria dialéctica en nuestras discusiones, o de un éxito al explicarnos. ‘Y qué más’, nos decía después de que hubiéramos dado por concluidos, exhaustos, una exposición o un argumento. Y si le contestábamos ‘Nada más. Ya está. ¿Te parece poco?’, él respondía, para nuestro momentáneo desquiciamiento: ‘Sí, no has hecho más que empezar. Sigue. Vamos, corre, date prisa, sigue pensando. Pensar una sola cosa, o divisarla, es algo, pero también es apenas nada, una vez asimilada: es haber llegado a lo elemental, a lo cual, es cierto, ni siquiera la mayoría alcanza. Pero lo interesante y difícil, lo que puede valer la pena y lo que más cuesta es seguir: seguir pensando y seguir mirando más allá de lo necesario, cuando uno tiene la sensación de que ya no hay nada más que pensar ni nada más que mirar, que la secuencia está completa y que continuar es perder el tiempo.’”), así como su proceder personal pleno de ética y elegancia, sobre todo respecto del antiguo amigo que lo había traicionado finalizada la guerra civil española, informan buena parte de la novela, intercalándose de un modo magistral con aquellos dos diálogos esenciales que se desarrollan en la ribera del Cherwell.

Y puede ser el río —su largo rumor omnipresente— el elemento que, de un modo simbólico, conecta la totalidad de la novela con Oxford (“una de las ciudades del mundo en las que menos se trabaja… en ella resulta mucho más decisivo el hecho de estar que el de hacer o incluso actuar”, de acuerdo con la descripción que de ella hiciera el propio Jacobo Deza en las primeras páginas de Todas las almas) y su singular aura de prestancia académica. A partir de esta realidad, la conexión con lo más destacado de la cultura británica resulta un salto natural para Jacobo o Jaime o Jacques Deza, el antiguo catedrático de español que regresa a Londres desde Madrid para trabajar en la BBC y que, a través de la intervención de Sir Peter Wheeler, su nuevo mentor ya muerto Toby Rylands, termina involucrándose con Tupra y los demás miembros de la organización heredera del MI5.

Como sólo pudo haber sucedido en el caso de contados autores a lo largo de la historia de la literatura —Shakespeare a la cabeza, afirmaría sin dudarlo Harold Bloom—, cada vez que se concluye con la lectura de una nueva obra de Javier Marías, uno no puede dejar de preguntarse si el escritor será capaz de superarse a sí mismo. La respuesta ha sido, hasta el momento, siempre positiva. Esta vez, sin embargo, pareciera que el listón ha sido colocado en un nivel absolutamente elevado. Lo cierto es que el cierre de Tu rostro mañana con esta tercera entrega monumental y fascinante sirve también para confirmar —duela a quien le duela, incluidos algunos nostálgicos del boom latinoamericano— que Marías puede ser considerado el narrador vivo más importante de nuestro idioma. Más allá de las posturas ideológicas al uso, los miembros de la academia sueca tendrían que prestar atención a este fenómeno literario surgido en el seno de una de las lenguas vivas más dinámicas y vigorosas.