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Barenboim, el dinero y la cultura

El pasado mes de junio se celebró el Beethoven-Bruckner Ziklus en la Filarmónica de Berlín. Aunque ya en repetidas ocasiones me haya declarado un admirador casi incondicional de esta ciudad por sus muchas virtudes, hay una que quizás sea la única incontestable, y ésa es la Staatskapelle y su conductor Daniel Barenboim. Ellos fueron, junto a los también incontestables compositores, los protagonistas del ciclo. Seis sinfonías de Bruckner y cinco conciertos para piano y uno para violín de Beethoven en un espacio de siete días. Difícil pedir más.

La música es una disciplina que entiendo mucho menos de lo que la disfruto. No puedo seguir una sinfonía con una partitura, no puedo ver el valor que tiene una composición o un compositor (mucho menos un director) en el gran contexto, es decir, en el contexto de la historia del arte, sin embargo, la disfruto enormemente, y estos dos compositores tienen un puesto importante en mi olimpo personal.

Además tuve la suerte de conversar un par de veces durante esta semana con un verdadero amante de la música, un hombre que desde que tiene uso de razón ha escuchado, estudiado y admirado a los grandes compositores, una persona que entiende la música en el gran contexto y cuya pasión lo llevó a dirigir orquestas en varias ocasiones en Venezuela y en el extranjero a pesar de ser totalmente autodidacta. Tal vez gracias a esas conversaciones entendí un poco más el privilegio que significó asistir a algunos de estos conciertos y la suerte de tener a esa orquesta y a ese director en la ciudad que vivo. Es un privilegio que siempre he dado por hecho, porque desde que vivo aquí he podido darme el lujo de escuchar sólo lo mejor.

Según mi contertulio, que además es el papá de mi mejor amigo, Daniel Barenboim es un músico de una especie que está en peligro de extinción. En un mundo dominado por interpretes de técnica indiscutible, el argentino ofrece algo más, ofrece una visión, una verdadera interpretación de los valores de las obras que dirige. El hombre al que Fürtwangler llamó un “fenómeno” cuando lo vio tocar el piano con once años, es hoy en día su único heredero.

A lo largo de décadas asistiendo a sus conciertos se han hecho amigos y después de cada uno de los conciertos aquí en Berlín, el padre de mi amigo pasó a la sala de atrás, normalmente abarrotada de aduladores, a compartir algunas palabras con el director. Me impresionó cuando me contó que después de la interpretación de la quinta sinfonía de Bruckner, el primer concierto al que asistí y la primera vez que escuchaba una sinfonía de Bruckner en vivo, una experiencia que no creo que vaya a olvidar, Barenboim le dijo que era la primera vez en su vida que lograba la intepretación que siempre había buscado. Reflexioné (tal vez es una reflexión ingenua, propia de un turista en una disciplina artística) que este hombre lleva treinta años (o más) buscando algo, que cada vez que se para frente a una orquesta, sin importar cuántas veces haya dirigido la obra en cuestión, se enfrenta a un reto. Un reto que a pesar de todos los éxitos que ha alcanzado, nunca deja a un lado. Eso es un verdadero artista. Alérgico al trámite, indiferente a todo lo que le rodea. Su búsqueda es personal y su compromiso es con su visión del arte.

En una de nuestras conversaciones llegamos por alguna razón a los años del director argentino con la Orquesta Sinfónica de Chicago y su renuncia. Barenboim abandonó la dirección de una orquesta con la que había trabajado quince años y con la que tenía una relación muy especial porque estaba harto de recaudar fondos. Estaba harto, leí después en una entrevista, de tener que ir a cenar con algún aristócrata porque de esa manera, cuando el sujeto en cuestión pasara a mejor vida, le dejaría probablemente un par de millones de dólares a la orquesta. Mi primera reacción fue de indignación hacia la administración de la orquesta. ¿Cómo iban a dejar ir a un director único en vez de aligerarle de esas tareas mundanas y que significaban un pérdida de tiempo para un hombre cuyo único compromiso debe ser con la música? Después pensé que probablemente tuvieron que hacerlo porque de lo contrario la orquesta quebraría, subsiste gracias a ese tipo de donaciones. Investigué un poco acerca de las fuentes de ingreso de la Staatskapelle y para mi sopresa, el estado alemán no es su principal benefactor, es la empresa privada: BMW, Pfizer, Mövenpick y fundaciones de otras grandes empresas. El punto es que Barenboim no tiene problemas en la Staatskapelle, aparentemente no tiene que perder tiempo en cenas y reuniones para buscar dinero y por eso se siente cómodo. En el 2001 fue nombrado conductor vitalicio.

La culpa de que no siga en Chicago la tiene entonces ese falso mecenas que da su dinero no para tener a Barenboim en la orquesta sino para exhibirlo en sus veladas, no para apoyar al arte sino para aderezar sus cenas. Eso es una desgracia. Esa gente prefiere mostrar al invitado especial en sus reuniones que asistir a sus conciertos en la orquesta. Parece absurdo, pero es así.

La relación del dinero y la cultura es tan importante como sencilla. Si el benefactor no entiende por qué es importante dar dinero entonces siempre se va a sentir estafado porque esa plata no la va a ver más, es una inversión atípica y en materia económica, casi siempre muy poco rentable. El que sí entiende, sabe que la retribución es harto más importante, no sólo por el valor en el que se le “paga” sino porque la recompensa es para todos, para el mundo entero, para la humanidad, si me permiten la cursilería.