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Los libros no se acabarán nunca

El diálogo como género, no como ingrediente de la ficción, es uno de los más antiguos. Sin este subterfugio la obra de Platón sería muy pobre y no existirían libros esenciales de la literatura como las “Conversaciones con Goethe”, de Eckermann.

En el plano humanístico los libros de diálogos han ganado popularidad en las últimas décadas. Escritores como Borges, Paz, Mailer y pensadores como George Steiner, Isaiah Berlín o Cioran los utilizaron como complemento importante de sus obras. En Venezuela la receptividad ha sido menor pero tuvimos maestros de la oralidad como Arturo Uslar Pietri o Juan Liscano.

Para que un diálogo fluya tiene que haber interlocutores de categoría. Cuando me preguntan qué hecho histórico me hubiese gustado presenciar respondo que el viaje por tren, Paris-Praga, acompañado de Cortazar, García Márquez y Carlos Fuentes para visitar a Kundera. Fue una noche de tertulia memorable donde el Gran Cronopio logró hechizar a dos de los más grandes fabulistas de nuestro tiempo y que los tres recordarían después con emoción.

Cuando el diálogo es entre dos eruditos notables como Umberto Eco y Jean-Claude Carrière el éxito está garantizado. Ambos han desmenuzado la lengua escrita y los medios audiovisuales. Ambos son bibliófilos reconocidos y sienten una curiosidad insaciable sobre temas que los demás rastrean por la superficie.

“Nadie acabará con los libros” es el título que reúne a ambos intelectuales. Pero es mucho más de lo que está anunciado ya que podría entenderse como una defensa del modo tradicional de lectura. Ellos han estudiado de cerca los cambios constantes de la tecnología comunicacional y los consideran un reforzamiento del hábito de la lectura, no como enemigo de ella. Lo propio opinan acerca del lenguaje que se ve enriquecido con los nuevos signos y claves que exigen nuestros ordenadores.

El mensaje es claro: igual que la fotografía no acabó con la pintura y el cine no acabó con ambas los e-book y reader no despacharán a la forma tradicional de leer. Los dos métodos se complementan y poseen sus ventajas. El libro como objeto tradicional sigue siendo un atractivo por su flexibilidad, olor y estética. El e-book es más funcional por su alta capacidad. En lo que no deben hacerse muchas ilusiones los que pregonan lo infalible de estos soportes tecnológicos es en la durabilidad de los mismos, por encima de pastas de papel que ya nacen con los días contados. Es probable que los libros de bolsillo actuales ya no existan dentro de cincuenta años. Pero el “libro blanco” que se compra hoy ya no existirá dentro de la mitad de ése tiempo. Carrière nos recuerda que nada hay más efímero que los soportes permanentes. Lo hemos visto en las cintas que pasaron a Beta, a VHS, a DVD y ahora a Blu-ray.

Los cd-room ya han demostrado no ser “para toda la vida” como prometieron al principio sus fabricantes. Y con el manejo de páginas personales en el Internet hoy somos facebook, blog, twitter y mañana quién sabe.

Pocos años atrás se decía que el mundo de la imagen nos alejaba de la lectura o de escribir. Hoy estamos dispuestos a sostener lo contrario. El género que más ha ganado en todo esto es el epistolar. El peligro, advierte Carrière, es que nuestras computadoras terminen haciendo el oficio de secretarias y demos un salto hacia nuestros ancestros para terminar en el principio, es decir, en la comunicación oral.

“Nadie acabará con los libros” no dejará indiferente a ningún amante de la lectura ni de su trayectoria. Pero no se trata de una revisión de hechos ya reconocidos ni de frases de uso; es el recorrido marginal, exótico, que sólo dos eruditos pueden atreverse a dar. Los grandes nombres y temas ceden el paso a situaciones menos convencionales como el coleccionismo de ideas absurdas, de escritores olvidados, la pedantería, el trajinar de los cretinos en el rescate de los clásicos, las grandes obras que no se han leído o la estupidez de libreros y coleccionistas. Ideas acerca de la cantidad superior de excrementos que producen los alemanes en relación a los franceses, del desastre que hubiese significado el vegetarianismo en Grecia o Roma para el libro y otros eventos que el gran saber pasa por alto, se abordan aquí con emoción.

La presente edición va acompañada de la serie fotográfica del húngaro André Kertesz (1894-1985) dedicada a la lectura.

La época de los humanistas que podían ofrecernos una visión global del saber terminó hace tiempo, desde que murió Goethe, o, más temprano aún, Lessing. Sus bibliotecas eran de las más completas y poseían algunos miles de ejemplares, láminas y mapas, suficientes para abarcar el conocimiento universal. Anteriormente, durante la edad media y el Renacimiento, las mejores bibliotecas, que estaban en los conventos, rara vez pasaban de los mil títulos. Personajes como Erasmo de Rotterdam todavía eran capaces de aglutinar la memoria colectiva.

Lo que hoy manejamos tiene fecha de caducidad y nuestra retentiva queda supeditada a un eficiente archivo electrónico que debemos renovar constantemente. Por eso cuando dos intelectuales, armados con las herramientas clásicas, nos recuerdan que esa cosa tan abstracta que llamamos humanidades puede convertirse en una salvación personal, lo agradecemos. La suichera del Faro del Mundo ya no está a la mano de ningún centinela. Conformémonos con seres más terrenales como Eco y Carrière, que no sólo prometen inmortalidad para los libros sino una invitación perenne a saquear su contenido.