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Piratas del Valle de Caracas

Plaza de toros de Porlamar. Si, había una. Estuvo por un tiempo ahí donde ahora hay un Central Madeirense gigantesco. Tenía como 16 años y era la segunda vuelta de Desorden Público, Canto Popular había salido hace un año y la banda estaba de nuevo en la palestra. Me escapé con un primo mayor que no tenía quien lo acompañara al concierto. Quién cree que ir a un concierto de Ska en Caracas es extremo no ha ido a un concierto de ska en Margarita. Desde las gradas se sentía el vibrar del público que estaba en la olla, la cual estaba ubicada, lógicamente, en el mismo sitio donde los toros solían luchar inútilmente por sus vidas. En algún lugar entre Mal Aliento y Cosquillas que no dan risa, a mi primo se le ocurrió la genial idea de bajar a la olla “la vaina está más de pinga allá abajo!”

Al llegar al final de las escaleras brincamos la defensa para incorporarnos a la olla. Caí en cuatro sobre mis rodillas y manos, rápidamente brinqué a posición de alerta y ya mi chaperón se había perdido en la nube de polvo y marihuana que se había formado por el baile descontrolado y frenético del público. Me quedé solo. Raquítico, adolescente y solo. La gente se empujaba en un slam dance skadelico con una complicidad de la cual yo no era parte. Solo con hacer un leve paneo del lugar podían verse varias escaramuzas entre el público. El ruido de botellas quebrándose se integraba perfectamente bien con la música. La plaza de toros aunada al toque forajido de los eventos insulares le daba una sensación de arena de Coliseo a la vaina. “Así debían sentirse los gladiadores” pensé. Y yo, armado solamente con caja y media de Belmont y seiscientos bolos para cerveza. En lo que levanté la mirada para ver nuevamente el espectáculo de barro, sudor y sangre que tenía enfrente. Alguien me bombeó desde atrás. La tierra tembló y volé como tres metros, caí de jeta en la tierra sin poder respirar. En el fondo podía escuchar perfectamente a Horacio Blanco cantando, “esto es ska y si no te gusta te vas de aquí!” Pisado, mayugado y sofocado, un rush de adrenalina se apoderó de mi y grité “SI ME GUSTA!!” Pegué un brinco empujé a un par de margariteños trabados y volé como un Ninja sobre las gradas. El resto de la noche fue mágico. De vuelta en las gradas y a salvo de la furia de los isleños, me fumé la caja y media de cigarros y me tomé como un millón de cervezas, pasé la madrugada vomitando y los dedos se me quedaron amarillos como por tres días. 16 años, en fin.

Luego de ese episodio, juré solemnemente que ese sería el inició de mis años de rebeldía, imaginé que me esperaban años de toques en bares y madrugadas de alcohol y sexo. La realidad estuvo muy alejada de eso. En esa época para poder mantenerse al día en la onda underground criolla había que ser un comegato y, sinceramente, yo lo que quería eran culos. Por otro lado, al mismo tiempo que yo dije “ya llegué” muchas de las bandas que en ese momento estaban sonando, se estaban despidiendo. Unas del país, otras de la escena. Y las que quedaron, fueron diezmadas por el sistema y el inclemente mercado venezolano. Lamentablemente yo no puedo echármelas de haber estado en Mata de Coco escuchando Manos Frías ni el Payaso como la gente de la generación Sabelotodo (Referencia Cédula en el Suelo al juego de mesa). Para cuando llegué al clímax de mi conciencia rockera ya habían pintado de blanco todas esas paredes con Graffitis de Sentimiento y Desorden.

Hablar de Sentimiento Muerto es hablar de una leyenda. Y cuando digo leyenda lo digo literalmente, porque para la mayoría de la gente de mi generación para abajo, eso es. No están en Itunes y muy poco se puede encontrar por otras vías cibernéticas. Quién no los tenga en Vinyl, cassette o CD, difícilmente les podrá poner la mano encima. Las arcas cibernéticas de Wikipedia son poco generosas en el tema. El que quiera instruirse en los comienzos del punk rock nacional, poco podrá hacer si no le pregunta a alguien que lo haya vivido. Fueron nuestro Clash y aun así quedaron en la memoria patria como un placentero sueño del que no quieres despertar.

Los mal ponderados noventa nos dieron a Dermis Tatú, el spinoff de Sentimiento que parió lo que muchos consideran el mejor disco de rock (La violó, la mató y la picó) producido por una banda venezolana y que consagró el genio musical de Cayayo Troconis a nivel internacional. No podemos hablar de esa época sin hablar de Zapato 3, banda que se mantuvo bastante activa durante la década de los noventa y cuyas canciones (algunas) reconocemos, hoy en día, como clásicos del Rock Nacional. El CD de Bésame y Suicídate lo habré escuchado miles de veces de principio a fin. Pero podría decirse que, salvo por lo anterior y una que otra propuesta progresiva que había por ahí, el resto de la movida rockera patria se quedó afónica por varios años.

Mientras los últimos años de mi adolescencia estuvieron altamente cargados de Punk y Metal, mis años de Universidad (los Dos Mil algo) los dediqué a expandir mi conocimiento a otros géneros y redescubrir las joyas del pasado. Pero de Rock venezolano lamento decir que nada. De vez en cuando, en la época pre-Ipod, escuchaba algo en la radio o uno que otro comentario en la calle: “brother el pana de Egos parece que montó un grupo de verdad.” Pero nada que reportar.

¿Y qué pasó? ¿Por qué la escasez de propuestas decentes? Las razones, múltiples. Pero no voy a tratar de elucubrar mucho sobre ellas, solamente una humilde opinión para la discusión. Siempre pensé que la culpa de la debacle del Rock Nacional fue de las disqueras por tratar de aplicarle el formato de Boy Band a las bandas de rock, por ser ambiciosas y de esta manera cargarse generaciones de relevo que le diesen continuidad a la cuestión. A esto también se le puede sumar la maldición de los rubros artísticos criollos, que no terminan de conseguir el exposure necesario para convertirse en una fuente de sustento decente para sus Talentos. Pero el hecho es que no vale la pena romperse la cabeza para entender lo que pasó, simplemente algo se cagó, Fade to Black… ni cenizas quedan.

Hace un par de años compré (online) el disco “Country Club” de Telegrama. Lo compré porque conocía a algunos miembros de la banda y me daba mucha curiosidad saber si tenían futuro (grata sorpresa, la respuesta era si). Casualmente, a los pocos días de haber comprado el disco me encontré con Roberto Castillo, quién me agradeció encarecidamente el gesto de solidaridad. Yo le contesté con el típico y mega trillado “no vale bicho, apoyando el Rock Nacional.” Inmediatamente se escuchó la replica burlona del Pollo, quién estaba sentado al lado de Roberto escuchando la conversación “beee bicho, te llamaron Rock Nacional.” Para mi fue un poco cortante, porque aunque era verdad que andaba bien despegado de la onda del “Rock Nacional” y a lo mejor había perdido el léxico, no quería que me fueran a ver como una especie de Paul Gillman. Traté de sonreír de forma cómplice para que entendieran que, en efecto, andaba jodiendo e inútilmente pasar agachado. En ese momento me di cuenta que algo nuevo se estaba cocinando y que yo no tenía idea de lo que era.

Poco tiempo después me encontraba en Esperanto buscando algo que valiese la pena, ya que tenía en mano un cupón para dos discos que me habían dado en la oficina por el día del abogado. Nada me llamó la atención, solamente el Unplugged de Alice in Chains que me lo habían robado hace tiempo y no lo tenía en el Ipod. Me dirigí a la caja y mientras pagaba vi sobre el mostrador un disco que estaban promocionando, “El día es Hoy” de Viniloversus. El arte me impresionó y había escuchado un par de comentarios positivos de la banda. “Te va a gustar” me dijo la cajera al ver lo que me estaba llevando. No tomó mucho para convencerme pues el cupón era por dos y solo llevaba uno. Así pues, salí de la tienda con el disco de Alice y el de Vinilo.

Dos meses más tarde me fui a vivir para el norte con el par de bandas en mi Playlist. Tras asistir a un concierto de los Amigos Invisibles en Prospect Park en Brooklyn, tuve un sentimiento de nostalgia nacionalista que me llevo a scrolear mi Ipod para buscar mis nuevas adquisiciones. Al mismo tiempo que me empecé a familiarizar con su música, recibí un bombardeo de información e invitaciones para toques en Venezuela de bandas de las que no había oído nada. Empecé a seguir a estas bandas electrónicamente. Poco a poco fui entendiendo de que se trataba todo. Fue como haber tomado la pastilla roja de Morfeo.

En los últimos años en nuestra Caracas se ha desarrollado un movimiento que ha desafiado todos los pronósticos. Un movimiento cargado de buena música y buena vibra, donde aparentemente son bienvenidos todos los que quieran. Es la gran banda venezolana en la que se recibe con gusto a músicos, pintores, fotógrafos, cineastas, creativos y artistas de todo tipo. Artistas! Quiénes se han retroalimentado de la dureza de los últimos tiempos para plasmarla en una gran obra. Prueba de esta pluralidad son los videos de Carl Zitelmann y las fotos de Basil Faucher, quiénes prestando su talento han contribuido en darles cara y personalidad a nuestros héroes.

¿Pero cual es el detonante de este movimiento? Algunos querrán adjudicárselo a la famosa Ley resorte y dirán que hizo un efecto parecido al sobrestimado uno por uno de los ochenta. Yo diría que no, el hecho de obligar a una estación de rock que transmita música folclórica es un atentado brutal contra la libertad de expresión y contra el tímpano nacional. Ardan en el infierno los oportunistas que creen que van a vender NEOFOLKLORE.

Quizás sea más fácil decir que las personas indicadas estaban en el lugar y momento correctos. O quizás hay algo más. Quizás… En 1999 aparece Napster, en 2005 Youtube y ni hablar de los avances de los últimos tiempos en redes sociales Facebook (2004). Además de esto la tecnología emancipó a los músicos de las compañías discográficas. Los estudios portátiles son una realidad. Puedes grabar y editar tu música como te de la gana en tu laptop. Estas herramientas tecnológicas han hecho que este movimiento de bandas de garaje se asemeje más a los piratas de Silicon Valley que a un Nirvana. Además de las bondades proporcionadas por la tecnología, vale la pena resaltar, el hecho que muchas de las bandas de hoy en día han trascendido la barrera de la competencia para ayudarse. No es raro ver a bandas con más experiencia como Telegrama invitando a toques de Los Mesoneros. Es más, sería una locura no querer formar parte de los comienzos de este talentoso grupo de jóvenes. Otra joven banda que merece mención es Americania quiénes, al igual que Los Mesoneros, poseen un talento que se pierde de vista y ya han empezado a marcar su territorio.

Estas bandas han logrado manejar la inmensa amalgama de culturas e influencias que existe en Venezuela para crear, cada una, su sonido particular. Ninguna se parece a la otra. Por ejemplo, una de las bandas favoritas de mi hermana, Famasloop ha logrado posicionarse en un puesto respetable dentro del circuito de bares y festivales de rock a través de una interesante fusión de ritmos tradicionales con Electrónica.

Por su parte, Viniloverus, fue una de las primeras bandas en romper la cáscara mala vibra que existía en el país y se mantiene a la cabeza del movimiento. Para los neófitos en el asunto, Vinilo tiene un sonido muy progresista el cual han ido afinando con cada paso que dan. Es increíble la madurez musical que se puede ver entre su primer álbum (El día es hoy) y su nueva producción “Si no nos mata,” en la que rompen las cadenas de lo comercial para ubicarse en un sonido más serio y que esboza claramente la dirección que la banda está tomando. Para los nostálgicos, algunas canciones pueden recordar lo mejor de Zapato 3, pero confirmé con unos de sus miembros que nunca los habían escuchado hasta que los empezaron a comparar. Por cierto, me encantaría escucharlos hacer un cover de Pantaletas Negras.

También a la cabeza del movimiento, tenemos los talentos de La Vida Boheme con un estilo original, irreverente y muy urbano. Urbano de Caracas, como bien lo transmiten en el video de Radio Capital. Es el tipo de banda que tiene la personalidad para escupir en el ojo al sistema y el talento para conquistar al resto del mundo. Vive la Resistance! Digno talento de exportación sin duda alguna. Muy abiertos a participar y colaborar con otros músicos, fue todo un placer escuchar el remix dub de Radio Capital elaborado por, mi amigo, el virtuoso Flyinfisch.

Las bandas del nuevo movimiento de ROCK NACIONAL se han montado en los hombros la enorme responsabilidad de cargar con el pasado, presente y futuro de nuestra música. A través de ellos veremos brillar nuevamente a quiénes fueron la chispa que lo comenzó todo y que quedaron tapiados por una industria mal agradecida. No me queda duda que estamos a las puertas de algo nunca antes visto en las tierras del Arauca Vibrador. No queda más que abrocharse el cinturón y subir el volumen.

A nosotros, los pobres cristianos que no formamos parte de este esperanzador movimiento, nos queda la responsabilidad de seguirlos para que no se duerma en los laureles, apoyarlos para que hayan más venues donde se puedan presentar y aplaudirlos por el coraje de no haber escogido un camino más fácil como, por ejemplo, ser abogados.

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Foto: lllllll7