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¿Cuánto cuesta un voto?

Bud es el clásico perdedor hollywoodiense. Desempleado, bebedor, un poco deprimido y abandonado por su mujer, vive en un tráiler con una bella e inteligente niña, su hija Molly, a quien teme perder por obra y gracia de los servicios sociales. La vida de Bud avanza sin perspectivas hasta que por diversas circunstancias —entre ellas una travesura de Molly—, el voto de Bud será el que decida la contienda electoral presidencial de los Estados Unidos de América. Los partidos en disputa no dudan en usar ferozmente sus armas de seducción masiva para conquistar el voto de Bud: nunca un ciudadano tuvo tanto poder. Así va la trama de Swing Vote, una película protagonizada por Kevin Costner que ironiza sobre las tretas del mercadeo político cuando se trata de persuadir a los votantes.

El caso de Bud es realmente único, pero no sólo por tratarse de una película: la probabilidad de que un voto en particular decida una elección en Estados Unidos de América es 1 entre 60 millones. Dicho de otro modo: es doscientas veces más probable que te caiga un rayo este año a que tu voto sea decisivo.

Hay tres tipos de votantes: quienes están seguros de que van a votar, quienes están seguros de que no van a votar y aquellos que no están seguros de votar. El día siguiente de la elección el candidato perdedor amanecerá pensando, quizá no en muy buenos términos, en todas aquellas personas que están de acuerdo con su visión pero que no asistieron a votar. En algunos casos, esos que se quedan en casa son la diferencia entre ganar y perder. Las maquinarias políticas-electorales se dedican justamente a tratar de movilizar el voto, es decir: a lograr que los ciudadanos que están dispuestos a votar por un candidato, efectivamente, lo hagan.

Las estrategias de movilización de votos suponen que el ciudadano-votante pondera los costos y beneficios del acto de votar. Para muchos, la motivación interna y el beneficio esperado del triunfo de su candidato son suficientes razones para salir a votar. Para otros, la ecuación no es tan clara, por lo que deciden quedarse en casa, a pesar de tener preferencias políticas. Para este último grupo, los candidatos utilizan tácticas que disminuyen el costo de votar, con el objetivo de modificar la ecuación a su favor y maximizar así su oportunidad de ganar.

Dos afamados politólogos, Donald Green y Alan Berger, sacaron sus calculadoras y estimaron (para los EUA) cuáles eran los mejores métodos para incrementar la participación electoral por dólar gastado. Los resultados son alentadores para los defensores del viejo arte de la política de contacto: la forma más efectiva de incrementar la participación electoral es el contacto personal, la famosa estrategia del puerta a puerta. Por cada 14 personas que se contactan personalmente, se consigue un voto adicional. La estrategia del puerta a puerta es costosa, tanto en términos de tiempo como en dinero, pues implica una constante movilización de los equipos de campaña y del candidato por extensos circuitos electorales. Sin embargo, en términos de costo-efectividad, es una estrategia superior al volanteo e incluso a las llamadas telefónicas, de acuerdo con la investigación. En Estados Unidos, cada voto adicional por el método puerta a puerta cuesta entre 7 y 19 dólares.

El mismo estudio evalúa el envío de volantes con mensajes negativos acerca del candidato rival. En este caso, la intención es desestimular el voto por el contrario, no promover el propio. La estrategia lo logra, pero a un alto costo: un voto menos para el adversario por esta vía cuesta 300 dólares. Sigue siendo mucho mejor el puerta a puerta.

La tecnología también juega un rol. Los investigadores Allison Dale y Aaron Strauss consiguieron que el envío de mensajes de textos con mensajes del tipo “No olvides votar” incrementa la participación en un 3%. De acuerdo con ese estudio, el incremento en la participación se logra independientemente de si los electores han sido contactados personalmente. Pero cuidado: los mensajes de texto incrementan la participación, pero no garantizan que el voto vaya a un candidato en particular. Un candidato sólo invertiría en una táctica de este tipo si puede identificar a priori las preferencias políticas del receptor del mensaje. Nadie quiere motivar el voto del candidato contrario.

Si cada uno de los votantes tuviera la convicción de que su voto decidirá la contienda —como Bud en Swing Vote—, los candidatos no se preocuparían por movilizar el voto sino por persuadir a los votantes de que son la mejor opción. Pero sabemos que el caso de Bud es de película, por lo que en las próximas contiendas electorales tener las mejores ideas o incluso ser el preferido de los votantes no garantizará un triunfo electoral. Los candidatos, para ganar, tendrán que lograr transformar preferencias en votos el día de la elección, sin olvidar que, si no te has ganado la preferencia, no podrás ganar el voto.

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REFERENCIAS

Donald Green y Alan Berger. “Get out the vote: how to increase voter turnout”

Allison Dale y Aaron Strauss. Don’t Forget to Vote: Text Message Reminders as a Mobilization Tool, American Journal of Political Science.