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Chismes, filtraciones y Wikileaks

Pese a su pérdida de credibilidad, el chisme estará siempre en el origen de la información. Y aunque sabemos que un chisme puede modificarse e incluso contradecir las versiones primeras, la democratización de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) no ha descartado al más antiguo y peligroso instrumento de la verdad.

Las secciones “confidenciales” de casi todas las publicaciones serias son una extensión del “teléfono árabe” de los franceses y la “radio bemba” de los cubanos, variantes del “teléfono rosa” doméstico. Los canales regulares de información, tal como los conocemos quienes pasamos del telégrafo a Internet, ya son insuficientes. Han perdido credibilidad en la medida en que pueden ser manipulados por intereses privados y gobiernos.

No es que la verdad haya sido desterrada de los medios tradicionales. Hoy se publican más verdades que antes, se accede a fuentes más ocultas y se desvelan tramas criminales salidas de los zaguanes del poder político y económico. Se opina más libremente, y la opinión, como la información, dejó de ser monopolio de pocos.

La democracia liberal abrió una sucursal en el caos, ayudada por las nuevas tecnologías. La información, además de un nuevo poder, es un gran negocio, pero como el mercado pide que le den más, aunque no sepa qué hacer con el exceso, Internet ha estado satisfaciendo la voraz necesidad de información.

Puede haber chismes líquidos y sólidos, intrascendentes y altamente venenosos. Lo que se producía antes de boca en boca, ahora circula por incontrolables “autopistas de la información”. Allí, los accidentes son tan aparatosos como las infracciones del código de ética que debería regular las relaciones con la verdad.

Llegamos a Wikileaks. Sus creadores han dicho que “será la válvula de escape para cualquier miembro de un gobierno, para cualquier burócrata o empleado de una corporación que esté informado de asuntos embarazosos que la institución quiera ocultar, y de los cuales el público necesite tener noticia”. ¿Lo oyeron bien? La verdad como forma del arrepentimiento.

La oferta de Wikileaks es tentadora: “Todo el mundo podrá enviar correos y redactar artículos. Para ello no se requieren conocimientos técnicos. Los transmisores de leaking podrán remitir documentos de manera anónima y no rastreable. Los usuarios podrán discutir sobre diversas interpretaciones y contextos, así como formular publicaciones de manera colectiva”. Es decir, sofisticará las relaciones espionaje/contraespionaje y le dará un vuelco al axioma miente ahora, rectifica después.

La semana pasada se tuvo noticia de Julien Assange. “El pecado de Assange -dijeron las agencias de prensa- es haber ideado una plataforma en Internet para la filtración de documentos ‘clasificados’, que ha servido para exponer secretos, muchos de ellos vergonzosos e incluso criminales, de gobiernos y corporaciones de todo el mundo.”

El republicano Robert Gates, secretario de Defensa de Estados Unidos y antiguo director de la CIA, puso el grito en el cielo y les atribuyó “culpabilidad moral” a los responsables de Wikileaks que revelaron secretos del Pentágono sobre la guerra en Afganistán. Los servicios de inteligencia de los gobiernos occidentales están que trinan.

Un invento así me llena de satisfacción, digamos democrática, y del miedo que me producen los desvíos de la democracia cuando satisfacen apetitos populistas. Va a ser un circo romano y un foro, como son todos los lugares donde se expresa la condición humana, a veces la más antidemocrática de las condiciones.