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¿Hacerse la dura funciona?

“Espera a que él te escriba, marica. Ni lo mires, no lo saludes cuando se conecte, baila con otro toda la noche. Date tu puesto y hazte la dura. Ya verás que no se te despega. Que te lo digo yo, marica”.

Que te lo dicen todas. El arte de hacerse la dura se recomienda, se insiste, se hereda, se aconseja y se obliga entre las filas femeninas con disciplina y amor a la camiseta. Hasta se consiguen las más activistas que lanzan sus mandamientos a la web. Aquí, una fanática explica, en inglés, cómo hacerlo en siete fáciles pasos.

Y por todos los rincones de Internet se encuentran foros, preguntas y respuestas. En www.zancada.com, un blog de “cosas de minas”, Jo M pregunta a sus compañeras de lucha: ¿Sirve hacerse la difícil? Y en Preguntas Yahoo!, Fantastic! escribe así: Es bueno hacerse la difícil y darse su importancia? La mayoría responde que sí, que claro, que plomo, que pa’ encima.

Pero, ¿sí se queda pegado el tipo? ¿Sí persigue y persigue a la difícil presa? ¿Sí sale victoriosa la difícil dama? ¿Qué tan dura hay que hacerse en eso de hacerse la dura?

En 1973 un equipo de investigación de la Universidad de Wisconsin se preguntaba exactamente lo mismo. Y cómo hacer, además, para tornar “científica” una cuestión tan absolutamente subjetiva.

No tardaron demasiado en dar con la respuesta y obtener el primer trabajo que medianamente respondió la cuestión.

A un grupo de jóvenes hombres solteros se les repartieron tarjetas que contenían la descripción de 5 mujeres también jóvenes y solteras. Las descripciones se parecían mucho, eran casi idénticas. La única diferencia era, justamente, la “dureza” de cada mujer. Cada una caía en una categoría distinta según su grado de “dificultad”: fácil de conquistar, selectivamente difícil de conquistar, siempre difícil de conquistar y sin información al respecto.

Los 71 hombres tenían que elegir, entonces, una candidata. A pesar de que en ningún momento hubo interacción cara a cara entre hombre y mujer, la investigación lanzó resultados esclarecedores: 5 se fueron por la fácil, 6 por la difícil, 18 por la misteriosa y 42 por la selectivamente difícil de conquistar.

Pero eso fue en 1973. Allá en Wisconsin, que ni siquiera sabemos bien dónde queda. Tropicalicemos, pues, la cuestión. Hagamos mesas redondas de café y cervezas con mujeres y hombres jóvenes, solteros y caraqueños. Focus groups clandestinos, que le dicen. Ruédalo.

Sí, cómo no

Carla dice que sí. Un sorbito del guayoyo y un que sí. “A veces sí, chama. A veces levantan más las mujeres que se las dan de las duras. Obviamente lo inalcanzable es más provocativo para un tipo y lo que más le cuesta es lo que más quiere. A veces si una se lo pone difícil se quedan pegados, dice. A mí me ha funcionado”.

En otra mesa en otra parte de la ciudad, Rodrigo pide otra cerveza y cuenta su parte. “Chamo, a mí me ha pasado. Llevo un año en eso. Es una tipa dificilísima, demasiado dura. Pero me enganchó, dice. Me enganchó y sigo pegao ahí”.

Risitas, recuerdos, no decir nombres de víctimas ni de victimarios. En eso anda cada focus group por separado. Dicen que sí, que dureza igual a atracción y seducción y ganas de. Axel Capriles, psicólogo social, lo plantea en términos más formales.

“Yo creo –dice – que dentro de las relaciones entre los sexos siempre hay un juego de poder, y seguramente el premio difícil de obtener forma parte de la búsqueda de todos los seres humanos. Y cuenta cómo en muchísimas mitologías y cuentos de hadas la doncella sólo puede ser conquistada tras una batalla con un monstruo marino o con un dragón que la tiene retenida al tope del castillo”. Lanza el clásico ejemplo de ello: la lucha de Perseo por conquistar a Andrómeda.

Y de los mares de la Antigua Grecia a la mesa redonda en Macaracuay, un pasito.

“Si ella se pone dura, pero tú sientes ese feeling y sabes que en algún momento determinado tú vas a estar con esa pana, tú te vas a quedar mal pegao y vas a seguir peleando por ella”. Así dice Daniel después de otro trago de su Pilsen. “Así mismo –insiste- Hagas lo que tengas que hacer, aunque te diga que no mil veces”.

Sí, pero no

Pero en seguida surgen los peros. Los matices de la dureza femenina. Alejandra mira a las demás y lo lanza: “Yo creo que hay un límite que si te la das de muy muy dura el tipo se ladilla y se va… Es muy de delgada la línea entre ser dura y ser insoportable”.

Y Carlos, como si la hubiera escuchado, pone el límite exacto. “Quince días hábiles papá. En esos quince días empieza el juego de quién manda mensajes primero, quién no. Y en esos quince días tienes que concretar algo. Si no pasó algo, no pasó. Estás perdiendo el tiempo y gastando plata, dice. Además, si se extiende mucho ese jueguito uno se fastidia”.

Así, los resultados de Wisconsin van agarrando color tropicaliente. El sociólogo Tulio Hernández describe el mismo equilibrio del que habla el estudio y los focus en términos culinarios. “En realidad –dice – creo que con la “dureza” de las mujeres ante el ataque masculino sucede lo mismo que con lo arroces y las pastas. Cuando les falta cocción quedan muy duras y son intragables. Tan intragables como cuando se pasan de fuego y quedan blanditas en extremo”.

Así pasa con las mujeres, sigue. “Las demasiado duras terminan ahuyentando a los seductores, especialmente a los impacientes, los vanidosos y a los inseguros. Y las demasiado blanditas también. Especialmente a los selectivos, los moralistas y a cierta raza de machistas extremos que se asustan cuando las acciones van muy rápido”.

Hernández que con sus arroces y sus pastas está en la misma página que los de los focus groups. Cada sexo por su lado diciendo exactamente lo mismo.

“La cosa está en encontrar un punto medio”, dice Kathy y las otras asienten. “Los extremos son malos: las demasiado fáciles no atraen sino para una noche y las demasiado duras creo que pasan por antipáticas y espantan a los tipos”.

Y Luis pone su ejemplo. “Al tú compartir con una chica unas horas tú determinas si te gustaría estar con ella a largo plazo. Pero si esa chica te da todo esa misma noche, la tachas de esa lista y vetas todo lo anterior. Dices que esa chama es sencillamente una jevita que te vacilaste y ya. Esa química especial puede perderse si la cosa se torna demasiado fácil”, asevera.

Idéntico a lo que opina Axel Capriles. “En casos de una sola noche –acota- , se busca algo muy fácil, de rápido acceso, no hay interés en la dura. Pero para una relación más profunda y establecida, más bien es desalentadora una persona que se abra demasiado rápido. Ahí el hombre busca una mujer que necesite algo de esfuerzo para conseguirla”.

Por eso, en Wisconsin sólo 5 de 71 eligieron la “fácil”. Por eso, en Macaracuay, todos descartan la que “te da todo esa misma noche”.

De pesca

Pero hay algo que no respondieron en 1973: ¿Cómo se logra esa tormenta perfecta? ¿Dónde está el punto medio entre lo demasiado fácil y lo imposible?

Capriles dice que el equilibrio depende de que, durante el cortejo, las mujeres lancen cambios de luces para que el hombre quede atrapado, sin otro remedio que perseverar.

Lo mismo opina Adriana. “Una tiene que ir soltando prenda poquito a poquito”, dice. “Siempre tirar cosas para que él esté seguro que sí. Anzuelos, ¿sabes? Un ratico sí, un ratico no. Y en eso andar siempre hasta que se concrete algo”.

Y Leo no podría estar más de acuerdo. “Chamo, sí. Los anzuelos que te lanzan… Un besito logra burda. Con un besito ya sientes que estás ahí cerquita de lograrlo”.

“O una mirada, broder. Una mirada engancha más que nada”, dice Armando. “No vale”, objeta Moisés. “A mí me engancha que a los tres días de habernos visto vuelva a aparecer con un mensaje de detalle, algo que sea ‘me acordé de ti’, eso a mi me engancha burda. Ver que la chama está pensando en ti”.

Y así miles de anzuelos. Las mujeres no los sueltan tanto como los hombres. Son más reservadas con sus recetas secretas.

Recetas archiconocidas por Tulio Hernández, quien también considera que en esa carnada yace la fórmula. “Hay un tipo de duras que a mí me parecen formidables. Son las que, cuando ven desfallecer al otro en su intentona, lanzan siempre un cable a tierra de última hora –una sonrisa perdonavidas, una frase ambigua, una mirada sensualmente piadosa- que le hace cobrar fuerzas al candidato para seguir en la larga maratón”, dice con aires de conocedor.

Y sigue Hernández, volviendo a sus ollas y sartenes: “Son las mujeres que por razones pedagógicas, y con el perdón de mis amigas feministas, me gustaba llamar en mis tiempos universitarios, ‘al dente’. Ni tan blanditas, que se te escurran entre los dientes, ni tan duras que te los partan. “Esas –concluye- son las más atractivas”.