Artes

De Bruselas a la Carretera Vieja

Un paseo por Europa y la carretera vieja

Por Arturo Almandoz Marte | 23 de julio, 2010

1. Acababa de regresar, en la primavera de 2007, de un congreso en Bruselas, la flamante capital de la Unión Europea; ciudad que hoy, más que nunca, seduce por combinar las tradiciones locales provenientes de los ducados de Brabante y Borgoña que le dieran origen, con las más avanzadas manifestaciones del federalismo supranacional y la tecnología corporativa. Aunque históricamente opacada por Amberes, cuya primacía comercial e industrial la aventajara desde los tiempos de la refinada burguesía retratada por Rubens y Rembrandt, Bruselas siempre tuvo su propio dinamismo económico, favorecido por la estratégica localización entre Colonia y Brujas. Como muestra artesanal de la herencia entre flamenca y valona, allí han prosperado, desde el siglo XI, innumerables mercerías y encajeras; seguidas, después de que el cacao llegara de Tenochtitlán, de los chocolateros y confiteros de pralines que todavía pueblan las calles aledañas a la Grand Place, la más bella del mundo, al decir de Víctor Hugo durante su exilio; hasta la profusión decimonónica de boutiques de la rue Neuve y el bullicio secular de la place de Brouckère, suerte de pequeña Concordia o de un Picadilly más refinado.

Después de albergar en 1958 la Exposición Mundial simbolizada por ese Atomium que se armó como mecano entre científico y tecnológico para las generaciones de posguerra, sus pabellones modernistas, presididos por el que diseñara Le Corbusier para la Philips, renovaron la imagen, si acaso vetusta y sombría, de la Bruselas que había sido ocupada por los alemanes. Fundadora del Benelux en 1948, desde los años sesenta comenzaron a despuntar los rascacielos a lo Mies van der Rohe de la entonces Comunidad Económica Europea; muchos de ellos alojados en el elegante quartier Schuman – que rinde tributo a uno de los padres de la CEE – la capitalidad europea ha traído a Bruselas más de 100 mil ejecutivos y burócratas de cuello blanco, trajeados ahora de Dior o Armani. Entre otros organismos internacionales, también están desde 1967 los headquarters de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la resonante OTAN de la Guerra Fría que ahora acoge otrora rivales del Pacto de Varsovia, todo lo cual ha realzado la imagen entre corporativa, diplomática y globalizada de la urbe belga.

2. Como ocurre en las pequeñas pero cosmopolitas ciudades suizas, a esa internacional vocación bruselense contribuyó la conformación multicultural de los estados federativos que aquéllas nucleaban. En el caso belga, esa hibridación vino dada – antes incluso de que valones y flamencos lograran la independencia de los Países Bajos en la turbulenta coyuntura europea de 1830 – por las herencias flamenca y borgoñona que, sobre todo después de las guerras religiosas del siglo XVI, abrieran la futura Bélgica al industrialismo de Holanda e Inglaterra y al librepensamiento de Francia. Seguramente influyó también el pasaje de Flandes de ser dominio español – desde los tiempos de Carlos V hasta la sublevación contra Felipe II – a ser parte después del Imperio Austro-Húngaro hasta el tratado de Utrecht en 1713. Como cobrando el botín por la archifamosa Waterloo que se librara en su suelo, no es casual que los contornos de la moderna Bélgica aparecieran en el mapa resultante del Congreso de Viena, aunque como integrante todavía de aquellos Países Bajos que no estarían juntos por mucho tiempo, en vista de las diferencias religiosas y lingüísticas con la Holanda protestante. Desencadenada en la siempre exquisita Bruselas después de una velada operática, una revolución burguesa proclamó, el 4 de octubre de 1830, la independencia del diminuto reino que, a la vuelta de cincuenta años, multiplicaría ochenta veces su territorio con el Congo de Leopoldo II.

Con su explotación camuflada de exploración científica, mitificada incluso por las aventuras de Livingstone y Stanley, que tanto calaron en el viajero gusto victoriano; con su aniquilación de, según se dice, hasta diez millones de indígenas en trabajos forzados y otras iniquidades, la aventura congolesa se trocó en nefando capítulo del colonialismo belga; ello sin considerar las imprudencias y los desafueros de la metrópoli después de ceder el poder a Lumumba en 1960, seguidos de la independencia de Ruanda y Burundi dos años después. Pero también es cierto que, más allá del oscuro corazón africano, las acertadas inversiones de Leopoldo II en territorios tan diversos y distantes como China, Egipto y Rusia, Persia y Siam, España y Argentina, permitieron al pequeño país alcanzar, a comienzos del siglo XX, un nivel de industrialización relativamente comparable al de Estados Unidos, aventajado entonces sólo por la Gran Bretaña, y superior al de Suiza, Francia y Suecia.

Problemas de la frágil constitución multicultural han persistido, sin duda, hasta el presente, aunque aliviados por la división en dos regiones flamenca y valona que se alcanzara a comienzos de los años ochenta, completadas por la capital bruselense como tercera región administrativa; pero pareciera que, aunados a la localización estratégica y al nacionalismo posnapoleónico, más han sido los beneficios que los obstáculos causados por el dualismo cultural. No es casual que destacara pronto el próspero reino en las más eclécticas corrientes estéticas de la Europa de entre siglos, del art nouveau floreciente en los diseños de Henri van de Velde y las casas de Víctor Horta – alguna de las cuales aloja al Centro Belga de Dibujos Animados – al aburguesado surrealismo de Paul Delvaux y René Magritte, descendientes de aquel Bruegel que habitara en la rue Haute. Hay quienes han señalado que el dualismo cultural está a la base del notable desarrollo de los cómics desde los años treinta, presididos por el Tintín de Hergé, quien escoltado por los pitufos y otros caracteres de las bandes desinées, pueblan plazas y parques, murales y estaciones de metro como Stockel. En ese segundo viaje mío de 2007, en la víspera de regresar a Caracas, allí escuché pegajosas canciones de Bananarama, las platinadas rubias inglesas de moda en los años ochenta, como para ambientar aquel paisaje y aquel tiempo tan cosmopolita y pop de la urbe belga.

3. Era el mismo tiempo en que el viaducto de la autopista Caracas-La Guaira estaba fracturado y la trocha provisional estaba en construcción; de manera que la siempre azarosa llegada a Maiquetía estuvo seguida, en ese abril de 2007, de un viaje por la Carretera Vieja, la cual no recuerdo haber recorrido desde que era niño. Quizás por ello, como a un personaje modernista de Díaz Rodríguez, si se me permite la comparación, el contraste entre la opulenta y serena modernidad de la capital europea, por un lado, y el inefable atraso rampante en la periferia de su contraparte venezolana, por otro, me estremeció más que nunca: raudales de escombros y desperdicios bajando por las lomas, como abrebocas de los basurales que se han vuelto tan característicos del paisaje caraqueño, por no decir venezolano; pobreza extrema, como no creo que la haya en otro lugar de este hemisferio, aparte de Haití, poblando ranchos de una precariedad paleolítica, son apenas dos de las estampas que recuerdo.

Puede argüirse que el impacto resultaba algo menor cuando uno tramontaba por la vía de contingencia que, con ese resignado cariño que tan bien habla de la resistencia venezolana frente a las adversidades, denomináramos la trocha, con un acostumbramiento que es sin embargo peligroso cuando se trata de ceder ante el deterioro y el atraso, el subdesarrollo y los atropellos. Como conversaba frecuentemente con mis estudiantes de entonces, no deja de ser alarmante que nos acostumbráramos a una vía que retrotrajo a la capital venezolana, no sólo al momento previo a la inauguración de la autopista en los años cincuenta, sino incluso a la víspera del ferrocarril guzmancista de 1883. Porque el camino de hierro entre Caracas y La Guaira supuso la puesta al día de la comunicación terrestre de aquélla con su puerto y su litoral, de acuerdo a las máximas condiciones tecnológicas de su tiempo, como distamos de tenerla los caraqueños y los venezolanos de comienzos del siglo XXI.

Se puede también argumentar, por supuesto, que ya el viaducto ha sido reinaugurado y que las condiciones de la comunicación con Caracas han mejorado. Sin embargo, incluso sin hablar del tráfico y de la inseguridad vial, sigue recibiendo al viajero el paisaje de rancherías que se abren en ambos sentidos en los alrededores de Catia, al pasar los túneles, mostrencos remanentes estos del efímero progresismo de los años cincuenta y sesenta, desde cuando han tendido a permanecer, según mi memoria, mal iluminados y pavimentados. De manera que, como en un recurrente contraste que me asalta cada vez que regreso de viaje, no puedo dejar de pensar en la sostenida prosperidad de aquella pequeña Bélgica que apenas se independizara de los Países Bajos en 1830, el mismo año en que nosotros lo hacíamos de la Gran Colombia. Y aunque pueda esgrimirse que las condiciones iniciales de ambos contextos eran muy diferentes, creo que, avivada por la abundancia petrolera que favoreciera a Venezuela en el siglo XX, la retórica del “país rico” y del “pueblo joven” han sido fatales equívocos para justificar la elusión del desarrollo.

Cada vez que los taxis del aeropuerto internacional Simón Bolívar, en uno de los cuales suelo regresar, se adentran en esa Caracas donde pulula la basura por doquier; donde sólo el metro y el metrobús nos ofrecen un servicio de transporte que no sea anárquico; donde las aceras están tomadas por buhoneros y sedicentes “telefoneros”, asaltadas ahora además por motorizados zigzagueando sin respetar sentidos de circulación, siento que regreso, como en aquel abril de 2007, de Bruselas a la Carretera Vieja.

Arturo Almandoz Marte 

Comentarios (4)

alexandre D. Buvat
23 de julio, 2010

Excelente manera de escribir y de describir nustro proceso degenerativo social. ¡ Pudiese hacerse el intento, ya que en comparaciones andamos, de las diferencias de actitudes, culturas y valores y necesidades de sobrevivencia en un contexto competido, voraz en el que de mas que patria, habia valones, flamencos y otros variados y ciecunstanciales, comparados con los híbridos negros, indios, españoles y otras influencias post petroleras, la independencia y la federación y la !competencia” y leve complementaridad con sociedades vecinas Colombia, panama, brasil etc.. Quiza por esa via entendamos y luego corrijamos mucho de lo muy feo que percibimos en Venezuela y en lasrelaciones hemisfericas

Arturo Almandoz
23 de julio, 2010

Gracias, Alexandre, por aportar otros elementos comparativos.

Alex
25 de julio, 2010

Tuve la oportunidad de conocer Bruselas el año pasado. Algo que realmente me sorprendió es la capacidad que tiene la ciudad de ser recorrida completamente sin necesitar un carro. Caminé buena parte del centro histórico, de ahí al centro financiero y conocer edificios modernos y luego viajar en un metro extrañísimo pero muy artístico.

Definitivamente, Venezuela necesita ciudades así, que no te encuentres en una acera sin salida ni cruces, es una cosa incómoda e insoportable.

Arturo Almandoz
26 de julio, 2010

De eso se trata en buena medida, Alex: gramática de acera.

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