- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Patria, cuyo nombre no sé

A José Tomás Perez

La tarde me ha encontrado, por sorpresa, leyendo un poema de José Ángel Valente titulado “Patria, cuyo nombre no sé”. Conozco de su existencia por una antología que Andrés Sánchez Robayna preparó para Galaxia Gutenberg: El Fulgor (Barcelona, España, 2002). Como todo –lo tan poco– que he leído de Valente –que además de poeta es conocido entre nosotros como un ensayista y traductor sin par–, éste me parece un texto de una belleza apretada como un guijarro perfectamente redondo que reposa en la falda de una colina. ¿Es necesario que diga que, al igual que nos ocurre a veces cuando damos con algo mínimo en medio de un ancho camino, estos versos se me antojan conmovedores precisamente por su sencillez? Podría ahora repetir aquellas líneas en las que he tenido que detenerme antes de dar el siguiente paso de camino a casa.

Y he tenido que hacerlo –deternerme, digo– para preguntarme, fíjese usted, a cuál casa, dónde está mi casa. Quizás no sea el único que, por la situación en la que se encuentra el país en esta hora tan ingrata, tenga la sensación de comparecer ante una cuestión fundamental cuando se me atraviesa la palabra “patria”. A más de extrañeza, me embarga cierta pena. Lo mismo que si viera cruzar en la otra esquina a una persona con la cual conversé alguna vez, por azar, y cuyo nombre no sé.

Entonces, dado que las circunstancias no eran urgentes y estábamos allí porque allí nos había puesto el destino, dejé resbalar el dato sin ningún cuidado, sin prever que años más tarde, al dar con ella de lejos y otra vez sin proponérmelo, me haría falta. Al menos, sí, para decírmelo. Para decirme su nombre. Decírmelo sin llamarla. Decírmelo yo tranquilo en la memoria. Decírmelo por decírmelo como una seguridad y seguir adelante de camino de casa. En cambio, no saberlo ha venido a significar detenerme. Dar un paso, un solo paso, y volver a detenerme. Y otro paso. Y volver a detenerme…

“Patria, cuyo nombre no sé”, escribe José Ángel Valente. Y es que el nombre, misteriosamente, está ligado a la constatación de una verdad. Uno quiere –y es lo más sano– que la palabra con la que llama algo o a alguien, coincida, aun si inconscientemente, con la certeza que tenemos de su existencia.

Cuando esto no ocurre, la incógnita se hinca en la confirmación de que, o anda mal nuestra memoria, o la memoria nos anda mal. –Sé, porque lo advierto, que el rodeo que estoy dando es tan largo que yo mismo pude haberme perdido ya. En todo caso, confío en que corre a cuenta de lo que este poema dice, nos dice, pudiera decirnos a los venezolanos, a pesar de que, en rigor, no fue escrito para nosotros, ¿o sí? Forma parte, y con esto cierro, de un libro que lleva un título no menos sugestivo, publicado originalmente a mediados de los años cincuenta. Es: A modo de esperanza, “ese error”, dice Steiner, “ese error que es la esperanza”, tan necesaria sin embargo para estos tiempos que vivimos. Estos tiempos en que cada quien y todos juntos hacemos esfuerzos por retomar el camino a esa casa que se nos ha perdido.

Por lo demás, hace escasos días, el 18 de julio, se cumplieron diez años de la muerte de Valente. Vaya este poema, pues, además de para lo ya dicho, como homenaje al poeta.

Patria, cuyo nombre no sé

Yo no sé si te miro
con amor o con odio
ni si eres más que tierra
para mí.
Pero contigo sólo,
a muerte, debo
levantarme y vivir.
Aquí es tu piel tirante
sobre el mapa del alma,
azotada y cruel;
allí suave,
rota en ríos de lluvia,
inclinada hacia el mar.
Allí paso perdido,
pie puro que anda el sueño;
aquí cráneo abrasado
por el peso de Dios.
Estoy así mirándote
con un ojo que apenas
ha nacido a mirar.
Porque he venido ayer
y no sé aún quién eres,
aunque tal vez no seas
nada más verdadero
que esta ardiente pregunta
que clavo sobre ti.

Vine cuando la sangre
aún estaba en las puertas
y pregunté por qué.
Yo era hijo de ella
y tan sólo por eso
capaz de ser en ti.

Vine cuando los muertos
palpitaban aún próximos
al nivel de la vida
y pregunté por qué.
Yacían bajo tierra:
tú eras su verdad.

Caía el sol, caía
inútilmente el pan,
caían la noche
y la sombra de nadie
derribada la fe.
Y sin embargo supe
que tú estabas allí.

Apenas, casi a solas,
entre el aire y la muerte,
un brote nuevo
se atrevía a pujar.
Solo, entre la esperanza
estéril, la esperanza
ganada, las palabras
caídas, las palabras
como ciegas banderas
levantadas, un brote
se atrevía a pujar.

Oh, cómo en las colinas
sobreviviente el aire
se animaba en él.
Debías protegerlo.
No lo hiciste.
Temblad.
Porque debió crecer
para la luz, no para
la sombra, el odio, para
la negación.
La tierra había sido
removida y arada
con la sangre de todos.
Con la sangre. Era
difícil la alegría;
necesitábamos
primero la verdad.

Hemos venido. Estamos
solos. Pregunto,
¿quién tiene tu verdad?

Tú eres esa pregunta.

Oh patria y patria
y patria en pie
de vida, en pie
sobre la mutilada
blancura de la nieve,
¿quién tiene tu verdad?