- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Juan Villoro, un accidente afortunado

Que las luces de los reflectores se posen sobre su rostro para iluminar al más reciente ganador del premio Rey de España, que le aplaudan y premien por sus libros o que lo unjan como experto en crónica es pura casualidad, o en todo caso, un malentendido. Al menos así lo ve Juan Villoro: frente a la página en blanco, nunca se ha sentido cómodo. El reto y la presión —confiesa— siguen siendo los mismos. Le gusta recordar que la diferencia entre alguien que escribe de forma casual y un escritor, es que al escritor le cuesta más trabajo escribir.

“Sería absurdo decir que no nos importa que nos lean, que publicar es sólo un gesto. Que alguien se interese en lo que haces es el fin de un ciclo y eso no puede no darte gusto. Pero el ruido que se genera sobre un autor, a favor o en contra, lo distorsiona por igual, la única actitud sana es la aceptación. El peligro está en vivir en función de la mirada del otro o del éxito, porque las cosas caen accidentalmente”, advierte Villoro. Más que hablar de premios, prefiere subrayar la satisfacción que le dejaron los 20 años que antecedieron el primero, “sin otra gratificación más que la escritura”, pues le sirvieron de escuela y para entender que los premios pudieran no existir “y no pasa nada”.

“Una vez que han llegado, son accidentes afortunados, estímulos para hacer otras cosas, lo que tampoco garantiza que lo que hagas luego valdrá la pena. Es una oportunidad de cambiarle las ruedas a tu coche para seguir adelante, a riesgo de caerte en la siguiente desfiladero pero ya con llantas nuevas”.

Y porque tampoco le gusta verse como una institución dentro del periodismo, ni mucho menos, le rehúye a la idea de dar clases de forma constante. Considera indispensable refrescarse en la escritura y renovar la autoridad: “la experiencia convertida en norma no sirve”. Por eso suele dar un taller al año y un curso alrededor de cada cuatro.

Durante el último curso de la FNPI sobre Periodismo Narrativo, 12 periodistas provenientes de toda Latinoamérica corrieron con “el accidente afortunado” de haber sido seleccionados para quedar, frente a sus palabras y su contagiante dinámica con la boca, pero sobre todo, con la mente abierta.

Bajo presión

Cartagena fue la ciudad escogida. El curso fue concebido para mostrar las posibilidades de hacer literatura bajo presión, y sirvió para dejar claras —y probadas, prácticas de por medio— las oportunidades que ofrece el periodismo narrativo.

“Apostamos a reproducir los hechos, el discurso de la verdad, con la intensidad de quien los vivió directamente. El beneficio que aporta la literatura al periodismo es mezclar lo colectivo con lo privado, con lo que se cruzan, a su vez, las nociones de información y emoción: cuando reconstruimos una historia, se entiende una noticia abstracta como un relato concreto que afecta a un protagonista o a grupo de personas”, explicó Villoro, advirtiendo, no obstante, que al usar técnicas de ficción y no ficción, se corren los riesgos de ambos mundos.

Cuando se registra una noticia, se tienen datos fácticos que construyen un hecho: “¿En qué medida esto nos afecta? ¿Hasta dónde podemos comprometernos con eso?”, preguntó el profesor a sus alumnos. “Básicamente, para que podamos revivir una noticia en su intensidad necesitamos reproducirla en función de la historia de una persona, delegar nuestras emociones en quienes pasaron por esa situación. Ese es el sentido del periodismo narrativo: hacer que hechos distantes nos toquen tan cerca, como lectores, como si hubiéramos estado allí”, dijo respondiendo a su pregunta, poniendo como ejemplo a Relato de un Náufrago de Gabriel García Márquez.

Por calzar a la medida de estos propósitos, el acento se puso sobre la crónica, propuesta por Villoro en uno de sus ensayos como “el ornitorrinco de la prosa”, por las características que toma de distintos géneros:

“De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la “voz de proscenio”, como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser”.

En pleno auge de la crónica como género, Villoro aprovechó para poner las cosas en su lugar y recordar las obligaciones que tiene: “Debe atenerse siempre a la verdad, por el contrato que tiene con hechos que realmente sucedieron”. En consecuencia, la mayor prohibición que tiene la crónica “es la mentira y sus variantes más sofisticadas: la distorsión y la opinión que tergiversa”.

La realidad de la crónica

No hay que perder de vista que la realidad de la crónica no es la realidad del mundo de los hechos, y que es apenas una representación. “El periodismo le da sentido a una realidad que se niega a tenerlo, que es caótica. En la unidad de sentido que aporta está el valor ético y cultural de la crónica. Y aunque el orden en que presentamos los elementos depende de nosotros, no aplican las leyes de la Gestalt, un círculo aquí solo es un círculo cuando está completamente cerrado”.

Por eso, uno de los grandes desafíos que plantea es crear unidades de tiempo o de sentido que conduzcan y sustenten la historia: “Debe parecer que el texto no juzga trozos arbitrarios de realidad, sino que construye una ilusión, una historia redonda”, completa. Para tales fines, Villoro consideró válido empezar por el final, mover recuerdos, intercambiar con imágenes, símbolos…, jugar con recursos que ayuden a pensar que la historia no fue sustraída de un cuento mayor, o que pudiera haber empezado después o terminar antes, sino que tiene un comienzo y un fin concreto, y que es capaz de sostenerse en el tiempo.

Otra cosa: “No somos meros transcriptores de la realidad. Tenemos que hacer que los hechos entren en una escritura atractiva y que se adecúen a las exigencias narrativas del texto ¿Cómo transmitimos nuestro mensaje? Definitivamente, no con el mismo descuido con el que ocurre la realidad, que de por sí no viene en formato: planteamiento—conflicto—resolución. Tampoco es coherente, congruente o estructurada. Nosotros hacemos, en nuestros textos, que sea así. La realidad del texto, pues, responde a su propia lógica. Y es gracias al cronista que se nos plantea una historia como algo que nos intriga, conmueve y cautiva”.

La valoración simbólica de los datos, la relación que se establece más allá de sus significados aparentes, son tareas fundamentales. “La realidad no produce historias ya hechas. Somos nosotros quienes desenterramos las historias de la realidad y construimos”.

“A veces se noveliza demasiado pretendiendo conocer mejor la realidad de los protagonistas que los propios protagonistas, y la crónica se vuelve muy interpretativa. Es válido pero hay que saberlo hacer”, advirtió.

Frente a estos planteamientos, surgió la pregunta: ¿Hasta dónde es válido novelizar la realidad? Los límites, para Villoro, están claros: puede irse tan lejos como la verdad de los hechos lo permita. “El cronista selecciona, estructura y da sentido pero sin alterar los hechos. Sólo puede usar datos reales”, reflexionó reconociendo, sin embargo, un inevitable problema ético: ¿hasta dónde la verdad es la verdad?

“La objetividad del periodista se mide por no tener pruebas en contra. El periodista sabe que la verdad es relativa, pero al no tener pruebas en contra, puede decir que es verdadero lo que encuentra. Por eso, hay que dejarle claro al lector cuál es nuestro punto de vista, cómo llegamos a nuestra crónica. Es importante que el lector sepa cuál es nuestro grado de acercamiento al tema, para que pueda ponderar lo que opinará sobre lo que lee”.

Otra advertencia: “A veces se rechaza una crónica porque el periodista pone mucho énfasis en sí mismo y se afinca en contar lo que le pasa a él. Cuando eso ocurre, el cronista deja de atender el principio básico de la crónica que es narrar una realidad que de por sí es más importante que el cronista. No quiere decir que no sea válido, hay grandes crónicas hechas así, en todo caso, hay que esclarecer de dónde parte nuestra mirada”.

Paso al frente

Históricamente, ha habido un malentendido esencial en la cultura de las letras que sugiere que el periodismo está por debajo del mundo de la ficción. Villoro recuerda que hasta fines de los 70´, el periodismo no era visto como una carrera digna, sino como una zona de desahogo, o de preparación antes de hacer una gran novela. Y aunque reconoce que se superó este prejuicio, encuentra todavía tremenda la distancia que la sociedad traza entre periodistas y escritores. “Se pensaría que Hemingway o García Márquez hicieron trabajo de albañilería como periodistas para ser luego grandes arquitectos como novelistas. Esta definición es falsa. Puede haber un periodismo tan interesante como una novela o superior. Depende de quién lo ejerza y cómo lo haga”.

Le preocupa, eso sí, la repentina inflación y fama que ahora tiene la crónica como género que otorga estatus y distinción a los periodistas que lo practican. Encuentra positivo que haya tantos encuentros, talleres y premios dedicados a la crónica y que su prestigio social vaya en aumento. Pero hay que tener cuidado: “Pretender ser el consentido de una redacción por dedicarnos a esto no tiene sentido. Está bien que busquemos desconcertar con nuestro trabajo, pero sin perder la perspectiva”.

Para Villoro, los cronistas son como los cascos azules de la ONU: de gran prestigio simbólico pero con muy poca oportunidad de acción. “Hay un gran coro en torno a la crónica, pero hay enormes dificultades para ejercerla y pocos espacios. Es como los pájaros exóticos que llaman la atención pero rara vez se ven. Tengo miedo de que esto se convierta en algo que se habla académicamente pero no se ejerza, como una corriente que solo sirve para ser enseñada”.

Hace un llamado a que se asuma el desafío de hacer crónicas a título personal, incluso sin el apoyo de algún medio. Aboga por espacios en los que el cronista se contrate a sí mismo para ejercer una escritura casi secreta que luego pueda ser publicada. “Aceptemos el reto de hacer trabajos como lo hizo Kapuściński, al margen de lo que se le pautaba, y publicarlos después en otros blogs, revistas marginales, etc. Hagámoslo con la valentía con la que un poeta asume su poesía. Hacerlo es tan necesario como la gallina necesita poner un huevo. Es un camino de rebeldía a contrapelo”.

Como ha dicho en otras oportunidades, le preocupa ver que “los periodistas están cada vez más gordos –por salir tan poco a la calle a buscar noticias— y que los periódicos estén cada vez más flacos –reduciendo espacios por los costos del papel. No le extraña entonces que los lectores estén migrando a la web.

¿Puede la crónica trasladarse a la red sin problemas? Una primera limitante es el espacio, reconoce, considerando que la buena crónica requiere un desarrollo extenso en el tiempo mientras la galaxia 2.0 prefiere textos cortos y sintetizados. Y hace otra salvedad: no debe la crónica adaptarse de plano a los principios que definen la web, sino lograr una hermandad.

“No podemos competir, desde otros formatos, con la brevedad, velocidad y simultaneidad de la red. Es como si el periodismo desconfiara de su fuerza y poder. Cuando se inventó la fotografía pensaron que se acabaría la pintura. Y no fue así. La pintura reaccionó proponiendo hacer lo que sólo la pintura podía. El futuro de la letra está en recuperar la confianza en el periodismo narrativo, en la investigación, las crónicas, en la información seria y profunda, eso nos hace diferentes y convoca lectores”.

Otro de los retos apuntados por el cronista está en superar la estandarización imperante de la información en los medios: “Los periódicos están más atentos en no perderse lo similar, que a buscar lo singular, en lugar de privar enfoques y grandes historias que solo el periodismo puede dar”.

Manos a la obra, algunas recomendaciones en sus propias palabras:

Los comienzos

“La crónica debe estimular los cinco sentidos. En especial el de la vista, pues la lectura al final es un arte visual en la medida en que vemos escenas, acciones, momentos, como si estuviéramos viendo una película”.

“Las entradas laterales son convenientes. Es bueno arrancar poniendo la mirada sobre algo que de buenas a primeras no dice a dónde lleva, pero sitúa al lector en un sitio, situación o contexto. Ahora, en algún lugar de ese inicio, debemos reflejar cuál es el hecho público que justicia el texto y cuál es su importancia. Tiene que decir por qué estamos contando esto en el primer tercio de la crónica”.

“Busquemos escenas que cautiven, pero que no delaten la historia de plano. Debemos dar la sensación de que estamos poniendo en la encrucijada cosas que no se habían contado antes, que lector sienta que va a descubrir algo para que se mantenga enganchado”.

Los finales

“Deben servir para redondear y el sentido de la historia, para completar el círculo. Si conocemos ya nuestro final, no nos atropellemos. Avancemos sabiendo a donde vamos, ordenando el material en función de lo que queremos lograr”.

Los personajes

“Debemos procurar saber lo más posible sobre nuestros personajes y sobre la historia, aunque el 80% de esa información quede por fuera. Sólo un conocimiento absoluto de la situación nos permitirá seleccionar y estructurar con facilidad”.

Cómo contamos las cosas

“El mejor cronista es el que no ve muy bien ni de lejos ni de cerca, sino a la distancia de la conversación. Así como un close up en muy primer plano molesta a la vista, igual pasa con la crónica: si contamos demasiado cerca molesta”.

“A como dé lugar, hay que generar tensión. Crear unidades, episodios, antagonismos, escenas… Hay que cortar en unidades de tal forma que el lector quede atrapado y se vea obligado a seguir leyendo”.

“Comenzar a escribir guiados por nuestra memoria es recomendable. Porque a veces nos ponemos a cotejar, a arquear de más y no terminamos de entrar. La memoria ayuda a empujar la trama, y va seleccionando: suele recordar lo más importante. Hay que confiar en ella”.

“Al recrear, uno no puede inventar cosas. La honestidad es la clave de todo. La honestidad sabrá indicarnos donde está el límite. Es mejor no fabular la vida de una persona sino legitimar con la narración lo que uno observa directamente o lo que el entrevistado dice. Es delicada esta línea, sobre todo cuando decimos cosas sobre lugares que no vimos, que recibimos contados por otros, sobre personas que no conocimos, cosas que no vivimos… Hay que saber ir con cuidado, siendo claros con el lector”.

Diálogos

“A veces nos vemos tentados a transcribir los testimonios en bloques tal cual nos dijeron las cosas. Por un lado, no podemos narrar todo, por otro, no podemos incorporar todo lo que dicen los testigos. Los diálogos sirven entonces para imprimir velocidad o para contribuir a mostrar cómo son los personajes. Si lo que se dice en ellos aporta sólo datos o información, es mejor integrar esos datos al resto del texto”.

Datos no confirmados

“A veces hay cosas que aunque no logramos confirmar, es bueno decirlas si, por alguna razón, aportan algo a la trama. En esos casos, hay que darle una vuelta que justifique narrativamente esa información, aclarando que se trata, según el caso, de suposiciones, rumores, leyendas, etc… La ironía puede ayudar a hacerlo”.

Cómo recabar información

“Desde nuestra dificultad de acceso a la realidad, tratemos de acercarnos a ella lo mejor que podamos a través de testimonios, datos, etc. En general es más legítimo que toda la información que recabemos lo hagamos como periodistas. Esta muy de moda el periodismo de inmersión, con el que espiamos sin que se sepa que hacemos un reportaje, sólo que a veces termina siendo más interesante el proceso de inmersión que el resto. Para comenzar, es difícil asumir en propia piel una vida, un rol, un papel encarnado en corto tiempo. Esos ejercicios a veces pueden distorsionar el ejercicio del periodismo. Creo que estar en los sucesos como periodista implica reconocer éticamente que uno no pertenece a esa realidad y que pone en su texto lo que otros le confían porque quieren confiárselo. El reto de ganar la confianza del otro abiertamente como periodista, es mucho más valioso”.

Boxeo de sombras

“Una de las cosas más ricas del periodismo narrativo es que pone en contacto dos realidades que nunca se tocan. La realidad y la ficción. Hay que saberlas cruzar con maestría. Es bueno el boxeo entre sombras, tener una idea de lo que se quiere contar sobre una historia antes de abordarla, pero la verdad es que la realidad se termina imponiendo. La historia se nota artificial si forzamos las cosas en función de un propósito narrativo”.

El lenguaje

“Busquemos siempre la claridad, nunca confundir. Los lectores no deberían necesitar un diccionario para leernos”.

“Usemos adjetivos sólo si es necesario. Adjetivemos, en todo caso, con originalidad. Evitemos que la adjetivación prive al lector de sentir emoción. A veces los escritores sienten tanto por nosotros que no nos dan espacio como lectores para sentir nada. Hay que dejar espacio para que la emoción sea un efecto de la lectura. Es mejor usar detalles nimios, sugerir inteligentemente emociones para imprimir más drama y más brutalidad que la que se lograría con meros adjetivos”.

“En principio, todo gran cronista es un hombre con criterio y ese criterio puede servirle al lector de referencia. Puede tomarse la licencia de escribir las cosas en un tono de “sentido común”. Ayudemos al lector a interpretar las cosas, con referencias que le sean cercanas”.

“El estilo es como la madera: mientras más seco mejor arde.

Escribir bajo presión

“Toca ser disciplinados. Es la única manera de consumar una novela o cumplir con las entregas periodísticas a tiempo. Es extraña la reacción con los materiales, puedes escribir con enorme facilidad cosas que luego te parecen horrendas y viceversa. El estado al que llegas al texto no siempre garantiza el resultado del texto. Y la felicidad de la escritura es un placer privado siempre incomunicable a los demás.

******

Fotografía: Hay Festival