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Zeta: el periodismo suicida

La historia de un grupo de periodistas que luchan contra el poder de la impunidad

Por Oscar Medina | 19 de julio, 2010

Adela Navarro

Difícil sustraerse de la atractiva presencia de Adela Navarro: entra a la sala de redacción y todo empieza a girar en torno a esa figura de la que emana una calma elegante que sorprende y cautiva en alguien que, como ella, vive sabiendo que en algún lugar no muy lejano debe haber una o más balas con su nombre.

Quizás sea en sus ojos donde se esconde la explicación de ese efecto: desde ese rostro delicado y de piel morena proyecta una mirada sabia, como de fiera en reposo, que a veces parece decir: lo he visto todo, domino la situación, estemos tranquilos.

Hoy hace seis años que murió Francisco Ortiz Franco. Lo mataron a balazos frente a sus dos hijos. Ortiz Franco era director general del semanario Zeta, una combativa publicación de línea editorial casi suicida que desde hace ya un buen tiempo decidió declarar una guerra que jamás podrá ganar: combatir a la corrupción y al narcotráfico en Tijuana, esa legendaria ciudad al norte de México que por tantas razones se ha instalado en el imaginario global como emblema de violencia y vida bandida.

Navarro, de sobria combinación en negro, ocupa el lugar del periodista asesinado. ¿Será la próxima? Esa es una posibilidad real. En la revista Zeta el luto ha terminado por convertirse en alimento para el motor que les impulsa. Hay dolor, claro. Pero la tragedia no ha paralizado el engranaje. Todo lo contrario.

El 20 de abril de 1988 el codirector y cofundador del semanario, Héctor Félix Miranda, fue emboscado por pistoleros a la salida de su residencia en Tijuana. Los asesinos –se aclaró en las investigaciones- formaban parte del equipo de guardaespaldas de quien años más tarde se convertiría en alcalde de la ciudad, el poderoso empresario Jorge Hank Rhon. “El Gato” Miranda, como le decían, se convirtió en la primera gran pérdida de Zeta.

Jesús Blancornelas

El segundo en la lista debió haber sido Jesús Blancornelas. Y ahí los sicarios apuntaban muy alto: directo a la cabeza de Zeta. Blancornelas fue el creador del semanario. Y como padre de la criatura fue quien definió la vocación indoblegable de sus contenidos. El personaje siempre fue incómodo. El 27 de noviembre de 1997 al menos diez sicarios del cartel narcotraficante comandado por los hermanos Arellano Félix atacaron al editor. Su escolta, Luis Valero Elizaldi, recibió 30 impactos de bala. Blancornelas recibió cuatro pero logró sobrevivir y ni siquiera la cercanía de la muerte le llevó a cambiar la orientación de las páginas de Zeta.

Francisco Javier Ortiz Franco no tuvo esa suerte. El 22 de junio de 2004 se encontraba con sus dos hijos pequeños cerca del edificio de la Procuraduría General de Justicia del Estado. Ahí mismo lo acribillaron dentro de su camioneta: los niños lo vieron morir desde el asiento trasero.

Pese a que nadie vio nada –como suele suceder- los asesinos y quienes dieron la orden están identificados y se relacionan con Hank Rhon, pero hasta el momento, nadie ha sido procesado por el homicidio del editor del semanario. Peor aún: algunos han sido detenidos por otros delitos y han regresado a las calles. Tampoco ha habido investigaciones judiciales concluyentes sobre los atentados contra Miranda y Blancornelas. Y, la verdad, no hay señales de voluntad para castigar a los culpables.

La última letra

La primera edición de Zeta circuló el viernes 11 de abril de 1980. Se trataba de una pequeña revista, de escasa calidad gráfica, pero que sin embargo anunciaba que Blancornelas –entonces refugiado al otro lado de la frontera, en San Diego- pretendía retomar con bríos lo que se propuso en sus tiempos al frente del ahora desaparecido diario ABC: denunciar la corrupción en Baja California.

El editorial de ese día lo apuntaba así: “Hoy, lo único nuevo es que del ABC nos vamos a la Z”. Ya amenazado, Blancornelas había tenido que irse a Estados Unidos y la nueva revista que fundó junto a Miranda cruzó la frontera a Tijuana de “contrabando” en el baúl de un automóvil. Costaba 5 pesos.

El primer reportaje sobre el poder narco se publicó en septiembre de 1985: “La policía protegía los cargamentos de droga”, explica Adela Navarro: “Y Blancornelas investigó para quién trabajaban”. El titular de esa nota fue “La mafia entra a Baja California por el gobierno”. La reacción fue inmediata: “Recogieron todos los ejemplares. Pero a la semana siguiente lo publicó otra vez”.

“El narcotráfico llegó a la región a las calladas, con cuidado, protegido por el gobierno y sin violencia”, cuenta Navarro: “Y ya a principios de la década de los 90 comienza, con esa arrogancia de la impunidad, a tomar las calles. A partir de ahí comenzaron los asesinatos. El gobierno no pudo contener lo que por tantos años protegió”.

Zeta hizo lo que ningún otro medio se atrevía a hacer: le puso nombres y rostros a los líderes del tráfico de drogas y a sus aliados en la política local. Y, basándose en documentos legales, destapó las conexiones de los cárteles del Golfo y Sinaloa. “En los 80 se trataba de corrupción de funcionarios públicos y a partir de los 90 del narcotráfico. Hoy nos enfrentamos a la mezcla de los dos”.

La receta para hacerse con esa información se gestó a su manera, mejor dicho, a la manera de Jesús Blancornelas: “Aprendimos a buscar donde nadie más buscaba. Todo lo que publicamos está sustentado en expedientes judiciales, en testimonios y entrevistas, en fotos… No podemos arriesgar a nuestros compañeros. Tenemos contactos en todas las instancias del gobierno y aunque es cierto que las policías están penetradas, siempre hay gente que quiere denunciar”.

Y no sólo se trata de políticos o funcionarios descontentos. Con los primeros, a decir verdad, no cuentan mucho. La sociedad civil terminó convirtiéndose en el factor clave. “La información es como el agua, siempre va a encontrar un camino por dónde seguir”, ilustra Navarro. En Zeta estiman que 70% de los trabajos publicados tienen su origen en denuncias y datos recibidos de sus lectores, gente común –o no tanto- que confía más en el semanario que en las autoridades.

Y que lo mantienen en pie: la venta de sus 35 a 40 mil ejemplares semanales hacen posible la ya difícil subsistencia: “Todas las semanas ganamos una batalla”. Aunque las cuentas se aproximen al rojo mantienen extrema firmeza en el nivel de dignidad. Si el hoy ex alcalde de Tijuana, Jorge Hank Rhon, está vinculado –tal como afirman- a los asesinatos de Miranda y de Ortiz Franco, durante su estadía en el despacho (2004 a 2007) Zeta tomó dos decisiones: “No aceptamos propaganda política de la alcaldía y no lo entrevistamos a él pero sí a los miembros de su gabinete”.

Seguir, pese a todo

Tijuana es un lugar extraño. Es una ciudad de sentimientos encontrados: vive entre la vergüenza y el orgullo de su peor fama, esa que fue cimentada por su historial de prostitución, casinos para estrellas de Hollywood con ansias de fiesta, drogas y licores para cientos de gringos sedientos; esa que arrancó con las prohibiciones de juego y alcohol en Estados Unidos cuando algunos vieron que apenas al lado sí se podía conseguirlo todo. Así, desde la década de los años 20, Tijuana se convirtió en el abrevadero de lo no permitido, en el sí abierto de piernas, en la ruleta del Aguascalientes, en la botella siempre a la mano.

Es casi un tópico decir que la línea entre Tijuana y San Diego es la frontera más transitada del mundo. Pero hay que repetirlo: a diario pasan por aquí 25 mil personas a pie y 35 mil vehículos que deben someterse a horas de espera en fila cuando van de México a Estados Unidos. En dirección contraria todo es más sencillo: pasar por una puerta giratoria y nadie pregunta nada más: ¿taxi patrón? Y en minutos estás en la zona de tolerancia: una suerte de Disney con muñequitas para todos los gustos.

“A Tijuana viene una gran cantidad de periodistas todo el tiempo”, cuenta el antropólogo y abogado defensor de los derechos humanos, Víctor Clark: “Tijuana siempre es noticia. En los años 80 el tema que más cubrían era el de la migración. Hoy la agenda diaria de los tijuanenses la ocupa la narcoviolencia”. Pero de eso, salvo la nota roja que cuenta los cadáveres –y los agrupa como “encobijados”, “enteipados”-, cada vez se habla menos. Al menos a fondo: “A principios de los 90 había 13 periódicos. Hoy quedan tres diarios y Zeta”.

En el semanario los textos que denuncian al narcotráfico llevan firma colectiva: “Investigaciones Zeta”. Y los reporteros no tienen fuente fija. Son maneras de cuidarse. Sólo están identificados los jefes de sección y los co editores: Adela Navarro y César René Blanco, uno de los hijos de Blancornelas que heredó el oficio tras su fallecimiento en 2006. El otro, Ramón, es fotógrafo y le tocó hacer las tomas de su padre malherido el día del atentado.

Al lado de Adela Navarro, en este momento Blanco luce más cómodo cediendo el protagonismo. Parece de pocas palabras. De baja estatura, ojos como de ave rapaz y tez despejada. Cuando habla de su papá se refiere al “señor Blancornelas”. También sobre él planea la amenaza. Ambos, de hecho, viven bajo esa sombra. Ninguno habla de su vida privada, ni de si tienen hijos, ni de cómo llevan su día a día social. Tampoco se alarman mucho con los mensajes que buscan atemorizarles. Pero hace muy poco les llegó uno que sí parecía de cuidado: tanto que pasaron tres meses escoltados por siete agentes de seguridad.

“Era absurdo, para ir al patio de mi casa tenía que hacerlo rodeado de guardaespaldas”, se queja Blanco. Ella es más dura en su crítica: “Con sus propuestas de escoltas la presidencia trata de tapar un poco su responsabilidad por tanta impunidad”.

Claro que ha habido momentos en que surge la pregunta: ¿vale la pena seguir? Blancornelas se cuestionó en 2004 tras el asesinato de Ortiz Franco. Algunos reporteros renunciaron al riesgo. Pero Adela se quedó: “Yo amo mi profesión. Otros periódicos a lo largo de la frontera han decidido dejar de investigar al narcotráfico. Nosotros no. La mayoría de quienes trabajamos aquí tenemos 20 o más años en la empresa”.

Le han preguntado lo mismo tantas veces: ¿por qué sigues en esto? Y lo asume como lo que, a fin de cuentas, es el periodismo: un servicio social. “En la medida en que publicamos las fotos y los nombres de los nuevos capos del narco la gente los podrá identificar y denunciar”. Es un pequeño gran aporte: “La constante exhibición de las personas que están haciendo daño a la sociedad”. Es la pelea contra un gigante con el poder de la impunidad: alguien tiene que darla, pero son muy pocos los que se atreven.

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Fotografías: Oscar Medina

Oscar Medina 

Comentarios (10)

Gustavo Lesseur
19 de julio, 2010

Gran reportaje. Qué valentía la de esta gente.

carlia
19 de julio, 2010

Admirable el trabajo realizado por el semanario Zeta… y excelente en la forma que lo muestra Medina.

Fortunato
19 de julio, 2010

Muy buena narración, la verdad, estupenda, saludos desde Sonora, México…

Belen Rivero
19 de julio, 2010

Auténtico periodismo y valentía profesional. Excelente reportaje. Suerte y Dios les proteja.

Daniel Centeno
20 de julio, 2010

Grande el pana Medina, like always.

Sydney Perdomo
20 de julio, 2010

¡Arriba los gallardos comunicadores sociales! que con aspecto frágil digno de seres humanos, han asumido una valentía que nadie puede imaginarse, los súper héroes de las calles enfrentando al horror a diario y con las habilidades de hacerlo público; el solo correr el riesgo pese a los peligros y limitaciones, les hace hombres y mujeres dignos de respeto y admiración.

El silenciar a los medios es en todas partes del globo terráqueo, pero siempre los buenos son los que vencerán. “QUE VIVA LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN”

Genial reportaje.

Saludos y mis respetos sinceros. 😀

Eduardo Mujica
21 de julio, 2010

Excelente reportaje, muy bueno, nos pone al tanto a muchas personas que no conociamos los intringulis en Tujuana del narcotráfico, felicitaciones

tania
27 de julio, 2010

Francisco Ortiz Franco era, junto a Adela Navarro uno de los cuatro integrantes del consejo editorial de Zeta al momento de su muerte. El director entonces era Jesús Blancornelas, quien tras su retiro en 2007 dejó la co-dirección a Adela Navarrro y al menor de sus hijos, René Blanco.

Diana C
30 de julio, 2010

El quehacer periodítisco dentro de los más peligrosos, sin embargo, el delicioso sabor de boca que nos deja cuando se hacen más que bien las cosas, siempre, siendo un factor de cambio…

Thamara Jiménez
6 de agosto, 2010

Un tema perturbador y para nada ajeno a la realidad venezolana, especialmente en la provincia. Los estados Bolívar, Apure, Portuguesa y Anzoategui, posiblemente los abanderados en periodistas y directivos de medios abatidos por sus denuncias. Repetir sus nombres se ha convertido en algo riesgoso ¿quién llora y quién paga por ellos? Tal vez el silencio sea la carretera o la autopista que nos lleve a Tijuana o a Juárez. Quién sabe.

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