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Lemas y dilemas

Ante la avalancha mediática del heroísmo militar independentista y sus grandes y ardorosas hazañas, el resto de la sociedad civil ha quedado en un segundo o tercer plano: científicos, investigadores, médicos, docentes, arquitectos, deportistas, artistas, empresarios, escritores, inventores, editores, amas de casa, es decir, las fuerzas vivas de nuestra endeble sociedad se encuentran a la sombra, esperando un momento de legitimidad que nunca llega.

Desde niños nos enseñan a adorar la epopeya de los héroes militares. Bolívar embutido en un uniforme stretch, espada en alto, subido a su potro todo terreno. Nuestra infancia está rodeada de próceres triunfalistas y relatos altisonantes marcados a hierro y fuego. Todo venezolano crece con un orgullo emancipador cuyo origen se remonta a un espeso charco de sangre. Desde chiquitos nos enseñan que Muerte y Nación son las dos caras de una misma moneda.

Con esta identidad de gloria al bravo pueblo y fosa común aterrizamos a principios del siglo veinte en una sociedad de topos, sabuesos del oro negro que se esconde bajo tierra. Desde que apareció la primera gota de petróleo abandonamos la superficie como espacio de prosperidad para ingresar en un inframundo (un Hades, nuevamente el espacio de los muertos) donde la riqueza está enterrada y hay que arrancarla y venderla al mejor postor.

Entre los muertos de los combates independentistas y el inframundo donde se oculta nuestro porvenir, no es casual que a nuestro máximo líder se le haya ocurrido rescatar la palabra Muerte para su archiconocido lema y mejor pedagogía de su entusiasmo revolucionario.

Lo curioso es que esta Muerte choca frontalmente contra el Amor que nuestro jefe de estado se empeña en transpirar por cada uno de sus poros. Vivimos en una nación donde amor y muerte, en estado de desquiciamiento antagónico, se dan la mano. Quizás por eso este gobierno parece más un servicio de pompas fúnebres (lugar donde amor y muerte conviven) que un equipo de gestión y administración de estado. Podríamos decir que el verdadero lema venezolano hoy en día es “Ama a tus héroes muertos por encima de ti mismo”, y así quedamos todos condenados a ser participantes de un reality show en busca de la lágrima fácil. Ante el cadáver esquelético de Simón Bolívar, nuestro presidente en estado de éxtasis dijo: “Ahí está Bolívar vivo, más que un esqueleto. No es un esqueleto, es el gran Bolívar, que ha vuelto. Ahí está lanzando su rayo sobre un pueblo que lo amará para siempre”. Palabras que parecen arrancadas de la sinopsis de una película de zombies. Sólo un romanticismo telenovelesco puede albergar semejante inspiración sin recurrir al espiritismo de Madame Blavatsky, los libros de Brian Weiss o CSI versión quebrada Catuche.

Y si a todo esto agregamos la cuenta corriente de PDVSA y los millones de dólares que suben y bajan al ritmo de las cigüeñas podríamos entonces acuñar un nuevo engendro: ¡Amor, muerte y petróleo, venceremos!

La muerte ha sido utilizada en la retórica de no pocos gobernantes. El incombustible lema martiano “Patria o muerte”, en algún momento quiso ser sustituido por el mismo Fidel por “Ahorro o muerte”, en clara alusión a las estrecheces económicas de la isla. Más recientemente, y para exigir una urgente toma de conciencia ecológica, Fidel ha reclamado: “Vida o muerte”. Evo Morales, quien transplantó el lema martiano a sus soldados del altiplano, ha ido introducido algunos cambios: “Pachamama o muerte”, gritó en las alturas de Tiahuanaco en medio de una ceremonia ancestral. Y para seguir los pasos verdes de Fidel: “Planeta o muerte”, que más bien parece el título de un film milenarista. Algún opositor sensato le sugirió al presidente andino adoptar “Mar o muerte, volveremos”, como una forma de exigir una urgente salida al mar.

En lo personal no entiendo cuál es la insistencia (¿encarnación heroica, delirio paranoico, necrofilia?) en hacer de la palabra muerte algo inherente a nuestra identidad. Y esto sin mencionar “socialismo”, ese laboratorio conceptual y criollo en el que todos somos cobayos.

Tampoco concuerdo con lemas de corte religioso como: In God we trust, o nuestro conceptual y periclitado: “Dios y Federación”. Y mucho menos cuando dioses y reyes se unen en un mismo combo, como ocurre en las remotas Islas Fiji: “Teme a Dios y honra a la Reina”.

Otras naciones hacen uso de lemas no religiosos y tampoco monárquicos. Alemania: “Unidad y justicia y libertad”. Francia: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Argentina: “En unión y libertad”. Me gusta el de Guyana: “Un pueblo, una nación, un destino”. O el de Antigua y Barbuda: “Cada uno esforzándose, todos lográndolo”, que comparte el mismo sentido voluntarista con el de Israel: “Si lo deseas, no es un sueño”. El estado de México es de los pocos que incorpora la cultura: “Libertad, trabajo y cultura”. Y algunos lemas de ciertos estados norteamericanos me atraen por su sentido arbitrario y poético. California: Eureka; Carolina del Sur: “Mientras respiro espero”; Oregón: “Vuela con sus propias alas”.

Ahora bien, si revisamos los lemas de algunos estados venezolanos nos encontraremos nuevamente con la gesta triunfalista de los héroes y la retórica cansina del orgullo militar. Anzoátegui: “Tumba de sus tiranos”. Lara: “Libertad y valor”; Monagas: “Resistió con valor”, Portuguesa: “Honor y gloria”, Vargas: “Que nada nos detenga”.

Hace algunos años la estupenda revista El Puente, dirigida por Yolanda Pantin e Igor Barreto, me convocó para un número destinado a la presencia de la sociedad civil en la historia de Venezuela. En aquella ocasión escribí un texto acerca de la aplastante presencia de militares en nuestros manoseados billetes, y cómo brillaban por su ausencia destacados representantes de la sociedad civil. Algo tan cotidiano como el papel moneda que a diario intercambiamos estaba colonizado casi única y exclusivamente por militares. Años después, y con la llegada del devaluado Bolívar Fuerte, el Banco Central imprimió nuevos billetes con los próceres de siempre (se sumó Guaicaipuro), y como añadido revolucionario se colocó en el anverso animales silvestres (cachicamos, águilas arpías, toninas) en vez de científicos, médicos, pintores, músicos o docentes.

Ahora que hemos cumplidos doscientos años de nuestra gesta independentista es conveniente recordar a nuestro ejército libertador, pero sería todavía más oportuno mirar hacia adelante y construirnos otra identidad que no dependa exclusivamente de la epopeya romántica sino de lo que hemos construido a duras penas desde entonces. Quizás así podamos generar una sociedad civil lo suficientemente fuerte y legitimada que ponga a jugar de suplente o le de unas buenas vacaciones al soldado que todos llevamos dentro.

Y para concluir propongo abrir un concurso de amplia convocatoria nacional a fin de seleccionar el lema que los venezolanos deseemos para nuestro país. Sería un primer paso para competir en igualdad de condiciones con el lema importado e impuesto por el presidente, y así fabricarnos uno a la medida de nuestra sensibilidad y nuestro deseo.

Se abre el concurso.

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Fotografía: Patxi64