Artes

La letra invertida

La literatura gay no ha llegado por los mejores caminos a ser lo que es, aunque sus primeras páginas retroceden hasta los tiempos griegos con exquisita facilidad

Por Luis Guillermo Franquiz | 16 de julio, 2010

¿Cómo se pudo escribir tan bien sobre un amor que no se pronunciaba? La literatura gay no ha llegado por los mejores caminos a ser lo que es, aunque sus primeras páginas retroceden hasta los tiempos griegos con exquisita facilidad; sugerida, maquillada, turbia en sus sinónimos y metáforas, pero con la suficiente firmeza para traspasar las épocas y alcanzar el siglo XXI, la literatura sobre temas de índole homosexual se las ha ingeniado para alargar sus páginas hasta la postmodernidad y establecer los fundamentos necesarios que permitan estudios antropológicos, sociales y religiosos sobre una corriente sexual minoritaria y muchas veces menospreciada. Desde el rapto de Ganímedes y la relación erótica entre Aquiles y Patroclo, hasta la proliferación de blogs en todo el mundo que describen las uniones entre personas de un mismo sexo sin dejar espacio a la imaginación; partiendo de lo descrito en El banquete de Platón hasta el guión de la película argentina Otra historia de amor; el cauce de las aguas de una literatura casi ilícita alcanza el océano de la actualidad para aportar una visión tangencial de un amor y una pasión pocas veces comprendidos en su totalidad existencial.

Desde la antigüedad nos llega el rumor de uniones homosexuales que la mayoría de estudiosos han preferido obviar o matizar con interpretaciones circunstanciales. Gilgamesh y Ekidú en la civilización persa, Niankhkhnum y Khnumhotep en el Egipto faraónico, los idilios pastorales de Teócrito, la obra de Plutarco y la historia de Coridón y Alexis en la segunda Égloga de Virgilio. Pero los primeros textos de temática homoerótica provienen de Homero, con su Ilíada y la ambivalente unión entre Aquiles y Patroclo. La homosexualidad nunca es pronunciada, no es explícita y por eso sublimada entre los lectores que prefieren discernir una interpretación ambigua entre los dos guerreros. Aunque puede observarse una tendencia hacia la pederastia, la simbiosis entre un erastés y un erómano, nada fuera de lo corriente en la época de las guerras troyanas; por otra parte, dentro de la narración homérica de la conflagración, es la muerte de Patroclo lo que desencadena la vuelta de Aquiles y su augurado fallecimiento. Se ha escrito que la cólera de Aquiles contra Agamenón lo hizo retirarse del conflicto al principio, pero fue el deceso de su amado Patroclo lo que lo trajo de vuelta al campo de batalla: estos son los dos polos por los que pasa el eje de La Ilíada.

A raíz de las providencias legislativas de Justiniano, en los años 538 y 559, la homosexualidad pasó a castigarse como un delito contra la divinidad, refiriéndose a la relación entre dos hombres como un pecado contra natura. Mucho antes de esto, ya existían las referencias al papel de César como amante del rey de Bitinia, bien expuesto por Cátulo. La literatura homosexual, las referencias homoeróticas, pasaron a desplazarse por los callejones sombríos de la historia hasta alcanzar la Edad Media. Sobresalen los trabajos del poeta hebreo del siglo XI Yishaq Ben Mar-Saul, el primero en escribir poemas claramente homosexuales; pero la carga simbólica de esos escritos es comparable sólo con la poesía homoerótica helenística en sus referencias pederastas. Mucho más relevante ha sido la interpretación del llanto de San Agustín por el amigo fallecido que jamás nombra, episodio poco claro dada la conocida lascivia anterior a su conversión. También la historia de la relación entre los mártires Sergius y Bacchus, quienes representan un peculiar paréntesis en las doctrinas de la Iglesia Católica de la época. Otro ejemplo es el Speculum charitatis del abad de Rievaulx, así como el libro In laudem sodomiae, dedicado por el arzobispo Giovanni della Casa al papa Julio III. Incluso Dante se refiere a las uniones sodomitas al reseñarlas dentro del Infierno en los cantos XV y XVI, pero se ha especulado mucho sobre la visión que ofrecía la obra, pues se tiene la impresión de que Dante presenta la sodomía como un pecado muy grave aunque cometido por personas que él mismo considera nobles y cultivadas (“fueron todos clérigos y literatos grandes y de gran fama, sucios de un mismo pecado en el mundo”); dos juicios separados se presentan: Dante cristiano condena y el Dante hombre comprende. Dentro del Infierno, además, vuelve la suspicacia sobre la relación entre Aquiles y Patroclo, pues escribe: “Achille, che per amore al fine combatteo…”. Hasta al mismo Shakespeare se le atribuyen algunos sonetos de alabanza masculina.

Posteriormente, en el Renacimiento, aparece un cúmulo de personajes cuya labor literaria en diarios y autobiografías refleja fielmente sus opiniones y la sociedad que los circunda: El Decamerón de Boccaccio, los sonetos de Miguel Ángel Buonarroti y los textos de Benvenuto Cellini. Por supuesto, ninguno pudo superar las narraciones del marqués de Sade: Los 120 días de Sodoma y otros relatos eróticos. Goethe se permitió entender y admirar a su vez las amistades sexuales griegas: “El cumplimiento apasionado de los deberes amorosos, el goce de la inseparabilidad, la entrega del uno al otro, la compañía hasta en la fatalidad de la muerte, nos llena de asombro ante la unión de dos efebos y hasta sonrojo sentimos cuando poetas, historiadores y filósofos nos abruman con fábulas, sucesos, sentimientos e ideas de semejante fondo y contenido.” Y prosigue: “La pederastia es tan antigua como la Humanidad y se puede decir, por tanto, que es natural, que se apoya en la Naturaleza, aunque sea opuesta a la Naturaleza”.

Los aportes que hicieron los autores del siglo XIX fueron más luminosos y tal vez un poco más rebeldes, a pesar del conservadurismo de ese tiempo. Los textos de Arthur Rimbaud y Paul Verlaine así lo evidencian, especialmente el poema a dos manos llamado “Soneto al ojo del culo”. Del mismo modo se tienen los “Sonetos venecianos” de August von Platen, especialista en un primerizo turismo sexual por regiones donde la pobreza facilitaba el intercambio entre varones. Lawrence de Arabia fue otro que escribió versos muy explícitos sobre su amante, detalle que el cine hollywoodense supo silenciar con bastante habilidad. Otro fue lord Byron, el poeta más famoso de su tiempo. Con mucha mayor amplitud escribió Walt Whitman: “Nosotros, dos buenos mozos, abrazándonos mutuamente, / sin jamás abandonarnos el uno al otro, recorriendo los caminos de extremo a extremo, recorriendo el Norte/ y el Sur”. Pero el más abierto de todos fue Oscar Wilde, cuyo De profundis generó un cambio radical en la literatura. No obstante, la moral victoriana imperaba y el homoerotismo enfrentó no pocas dificultades para llegar hasta las páginas publicadas; quizás por eso Robert Louis Stevenson se ocupó de borrar todas las referencias sexuales de su personaje que aparecían en el primer borrador de El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde: “Desde temprana edad [había sido] esclavo de ciertos apetitos, a la vez criminales según la ley y aberrantes en sí”. En el trasfondo de la historia, Stevenson escribió sobre el pánico del descubrimiento del yo homosexual: “El hombre no es realmente uno, sino dos”.

A pesar de todo lo anterior, los inicios del siglo XX ofrecen un umbral de apertura para la ambivalente literatura homosexual. Los poemas de Kavafis, los textos de Gertrude Stein, Guillaume Apollinaire y Las once mil vergas, Robert Musil y Las tribulaciones del estudiante Törless, Jean Genet con su Diario de un ladrón y Querelle de Brest, Virginia Woolf y Orlando, Jean Cocteau, James Baldwin, el Diario de André Gide, Federico García Lorca, Marguerite Yourcenar, Djuna Barnes, E. M. Forster y su póstumamente publicada Maurice, Marcel Proust con En busca del tiempo perdido (en especial Sodoma y Gomorra), Thomas Mann y La muerte en Venecia, los poemas de W. H. Auden, Retorno a Brideshead de Evelyn Waugh, Hermann Hesse y la velada historia en Narziss und Goldmund, Christopher Isherwood y Adiós a Berlín, cuya trama sirvió para el musical Cabaret. Esta sutil expansión de las fronteras literarias se amplificó con el período de la posguerra y el advenimiento de la liberación sexual de los años 60, permitiendo la aparición de autores emblemáticos como Allen Ginsberg, Tennessee Williams, Luis Cernuda, Pier Paolo Pasolini, William Burroughs, Yukio Mishima, Mohamed Chukri, José Lezama Lima, Gore Vidal, Javier Gil de Biedma, Truman Capote, Manuel Puig, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Cristina Peri Rossi, y tantos otros no menos importantes.

Más cerca del cambio de siglo aparecieron autores mucho más abiertos a escribir sobre el amor entre personas del mismo género, sin tapujos ni simbolismos, algunas veces bajo términos barrocos y otras con un deliberado acento de procacidad: Eduardo Mendicutti, Pedro Lemebel, Terenci Moix, Fernando Vallejo, Ricardo Piglia, Boris Izaguirre, Lawrence Schimel y Jaime Bayly. La literatura de tópico homosexual se ha explayado tanto en la actualidad que abarca la denuncia, el ensayo intelectual, las historias con un trasfondo político; creando belleza y arte donde antes existían sólo inferencias y sobreentendidos. Los escritos homoeróticos desde los autores LGBT se han ocupado de ofrecer sus propios puntos de vista, incorporándose a la cultura mundial, evitando así el filtro del prisma heterosexual. A pesar de que la liberación sexual no es igual en todo el planeta y la homofobia se encarga de censurar aún en algunos rincones, puede considerarse que las puertas se han abierto lo suficiente para permitir la exploración y el experimento literario y así ofrecer un mosaico variopinto dentro de las letras invertidas.

Luis Guillermo Franquiz 

Comentarios (2)

Roberto Sánchez
17 de julio, 2010

Faltaría por mencionar a Isac Chocrón y su “Pajaro de mar por tierra”, muy anterior a Boris Izaguirre; en sus obras anteriores también, aunque de soslayo, muchas situaciones de homosexualidad. Por lo demás el artículo es excelente.

Rei
20 de julio, 2010

Me gustó muchísimo su artículo, pero sólo le quería decir que la palabra “tópico” en español no significa “tema”. Es una palabra que nos traemos del inglés pero en español decir “de tópico homosexual” es incorrecto. Podría arreglarlo así: “de índole homosexual”.

Muy buenos datos los que ofrece en su escrito! Saludos!

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