Actualidad

Una religión sin ateos

Marta Sosa sobre el fútbol

Por Joaquín Marta Sosa | 12 de julio, 2010

La verdad es que del fútbol, de su sentido más íntimo y hondo, he aprendido mucho más jugándolo y viéndolo que leyendo sobre él. A pesar de que tengo para mí que estos tres libros que voy a citar, resultan fundamentales e insuperables para quien desee saber del fútbol más allá de su aspecto lúdico. Me refiero a El fútbol mitos, ritos y símbolos (Alianza Editorial, Madrid, 1980) de Vicente Verdú, The Soccer Tribe de Desmond Morris, traducido como El deporte rey Ritual y fascinación del fútbol (Argos Vergara, Barcelona, 1983), y Mordillo Football (Lumen + Tusquets, Barcelona, 1982), lo mejor en viñetas y caricaturas sobre este deporte, de Guillermo Mordillo Menéndez, conocido en el mundo de la caricatura de humor simplemente como, simplemente. También he aprendido mucho de los literatos que se han dedicado al tema. Por ejemplo, el Juan Villoro de Dios es redondo (Anagrama, 2006) y el Javier Marías de sus ensayos y artículos sobre el tema reunidos en Salvajes y sentimentales Letras de fútbol (Aguilar, 2000), sin pasar por alto Fiebre en las gradas (Ediciones B, 1996), la magnífica autobiografía de Nick Hornby construida alrededor de su fanatismo por esa leyenda del fútbol inglés que es el Arsenal.

Pero ahora se trataba de ver un nuevo Mundial, esta vez con ciertos prejuicios y hasta varias resignaciones al hombro, de tal manera que lo abordé con el enorme entusiasmo de siempre y la escasa convicción de ahora.

[I]

En un mundo tan horadado por furiosas convulsiones, medroso de sí mismo, a la defensiva ante amenazas e intimidaciones de todo tipo, qué se puede esperar sino un fútbol pichirre, a la espera del ataque enemigo para repelerlo y, luego, al cazarlo desguarecido darle ese tiro en la nuca que es el gol artero. En este universo donde la globalización nos tiene manos arriba, qué se puede esperar sino que la mundialización del fútbol, bendita sea, nos endilgue el que hoy manda en Europa, el real emporio futbolístico, rescatado del cerrojo italiano con sus naftalinas. Nada de que “no la mejor defensa es un buen ataque”, sino que “la mejor defensa es defenderse mejor”, con todos y con todo, y después contragolpe a fondo y a ver qué pasa. Sí, parrandeamos con el espectáculo, el fútbol siempre lo es, y hasta nos emocionamos aquí y allá (especialmente con el España / Alemania y con la final España / Holanda), pero en nuestra mesa sólo nos sirvieron fútbol mediocre y hasta miserable. Claro, aquí y allá se resquebrajó el acartonamiento, pero no ocurrió sino en dos o tres partidos. Esto, en el fondo, habla bien del fútbol, pues qué otro evento sumergido en una insomne vulgaridad, lograría reunir diariamente, durante treinta días, a miles de millones de personas en todos los países y al mismo tiempo, vociferando con el corazón en la boca. Ningún otro. Y ocurre así por lo que me dijo Mota, mi maestro de iniciación futbolística en los campos del Dos Caminos: “el fútbol es un juego donde se patea con la cabeza y se piensa con los pies”. Es decir, donde el humano deviene en primitivo transfiriendo el cerebro a la patada y, a la vez, se hace moderno, convirtiendo el puntapié primario en una acción de las neuronas. Primitivo y moderno a la vez, el fútbol expresa el ciclo humano absoluto, compacto y reunido: el de las cavernas y el de los satélites que sondean los agujeros negros. Por ello reúne en los humanos de cualquier tiempo y lugar su historia antropológica completa. Si usted no me cree, tome distancia y asómese a un estadio: en la cancha, un amasijo de inteligencia fulgurante, arte sutil, torpeza y brutalidad, y en las gradas un revoltijo de atrocidades mezcladas con la esperanza arisca de asistir a un partido memorable. Y en esa dupla la tenemos al completo, nada menos que la paideia griega redimida, y apenas empañada por aquello de “que el Mundial lo gane el mío, no importa que el mejor quede segundo”.

[II]

Sí, sin duda, el mejor invento del fútbol somos los humanos, de allí que, pese a todo, nos guste tanto, y a millones, por los siglos de los siglos. Seguramente porque se inserta como un diamante de luz en nuestra niñez. De mi infancia sólo recuerdo el balón, dijo Guardiola en uno de esos arrebatos de reconstrucción biográfica que este deporte provoca. ¿Deporte? Mota, mi maestro de iniciación futbolística, desde un pasado ya íngrimo y remoto, me reafirma que no, que el fútbol es un arte. Me lo dijo por primera vez al borde de la línea de cal, listo para entrar en juego, borracho como siempre, no sólo por la emoción vibrante que se posesionaba de él cada vez que iba a ocupar su lugar en la cancha, sino por la rumba de cervezas que bailaban en su cuerpo. “Para jugar al fútbol, hay que salir al campo con mucho alcohol puesto, de lo contrario todo lo que harás no pasará de frío y sensato. Esto es un arte y para jugarlo tienes que mandar al demonio cualquier tentación de raciocinio, darle puerta franca a la creatividad, a la intuición. Hacer lo que nadie espera, sorprender y, en especial, sorprenderte a ti mismo inventando cosas que no sabes de donde te salen. Este es el arte de quienes dibujan danzas en el campo para que la verdad de la hierba se imponga a la del hormigón, para que la inteligencia interior afirme que la vida es un festín que fuera del estadio nos arrebatan.” (¿Comprenden ahora mi descontento resignado con el Mundial que acabamos de ver?). Lo ha dicho también el central japonés Tanaka, “Para mí el fútbol es pura diversión.” Tanta que anotó dos autogoles en la fase clasificatoria, y para seguir divirtiéndose no tuvo necesidad de recurrir a ningún psiquiatra argentino especialista en depresiones y autoestima. Claro, no todos acatan este credo. En Somalia, el enloquecido grupo de los Hizbul-Islam prohibió que el Mundial fuese visto u oído, pues se trata, dice su doctrina, de un “juego inventado por los infieles.” Con tal propósito recorrieron sus dominios, armados hasta las cejas, para fusilar a cualquier desobediente pecador. No obstante, las gentes se las ingeniaron y construyeron refugios selváticos y montañeses armados de televisores y antenas portátiles, con vigías que se turnaron por si esos ayatolas conminatorios se acercaban fusil en ristre y ojos demenciales.

Es que el fútbol, como decía el mítico entrenador Bill Shankly “no es un asunto de vida o muerte, sino algo mucho más importante.” Como el arte, añado. Dice Platiní, que en este juego “el perfecto es el que termina 0-0, cualquier otro resultado es producto de los errores.” Deduzco que Mota coincidiría plenamente con él, ya que el arte sólo se nutre de errores e imperfecciones, detesta el orden, y en fútbol el empate a cero es un resultado miserable. Cualquier otro sí que lo acerca al arte y a la religión. “El fútbol es la única religión que no tiene ateos”, escribió un grafitero anónimo. Y una religión sin ateos es radicalmente imperfecta, es decir, compite en grandeza con el arte superior.

[III]

Aquí me viene otra vez a la memoria mi querido iniciador futbolístico, Mota, que alguna vez me aseguró que el fútbol no es realidad, es toda la realidad, y remataba así: nada de opio del pueblo como dicen quienes no conocen ni el opio ni al pueblo. Así es en efecto. Veamos este mundial: el mundo odia cada vez más el silencio, pues allí están las vuvuzelas para aplastarlo; la globalización es sobre todo de los negocios y las finanzas, pues allí está el fútbol como el más seguro de los negocios financieros trasnacionales; que si los Estados intentan controlarlo todo, pues allí están el francés convirtiendo en asunto público el lamentable desempeño de la selección nacional y sometiéndolo a escrutinio e interrogatorio en la Asamblea Nacional, y el nigeriano, que por su parte decidió suspender por dos años a su fracasada selección, castigo ejemplar del presidente Jonathan contra los díscolos futbolistas que tan mal dejaron la imagen nacional; y si es cierto que el estatalismo opaco impone sus subversiones, allí está la todopoderosa FIFA, con más afiliados que la ONU, comportándose como el primer gran SuperEstado que para dotarse de mayores facilidades eligió como sede la opacidad de Suiza; que si nos domina lo mediático, pues allí está la televisión emitiéndolo por el mundo entero a miles de millones de vibrantes espectadores, muchos de los cuales van al estadio para ver si lo toma la cámara y saludarse a sí mismos; que si el star system gobierna la cultura, pues allí están los musculados jugadores, con sus novias atosigadas de sex appeal, perseguidos por turbas de fanáticas en busca de un autógrafo o, si se puede, de una cama; que si nos inunda la impunidad, mitren entonces a los fallos pavorosos de árbitros y linieres, o las trampas del portero alemán para hurtarle un gol a los ingleses, o la mano de Suárez para darle la gloria, efímera, al Uruguay; que si la posmodernidad ha trastocado el objeto en sujeto, pues allí está el Jabulani, un balón como cualquier otro, convertido en sujeto de culto y explicación del desarreglo de los destinos de porteros y delanteros a causa de su extremada perfección que lo convierte en un error que fuerza errores en los que juegan; tan antifutbolístico este balón que a fuerza de perfección inmaculada es impermeable, restándole al juego esa maravilla que es la lluvia impregnando hierba, cuerpos y el cuero alucinado de la pelota, sólo porque la realidad de nuestros días prescribe la asepsia radical; que si la vida es violencia y el fútbol es un modo de edulcorarla, pues pregúntenle, como antes he informado, a los de Somalia que tuvieron que esconderse de terroristas que odian el fútbol, para lograr asomarse a algún partido aun a riesgo de ser fusilados, castigo del que no se libraron dos adolescentes que no huyeron a tiempo tras ser sorprendidos viendo el Ghana / Uruguay, o a Andrés Escobar, el defensa colombiano asesinado como venganza de su autogol que desnortó a Colombia en el Mundial de Norteamérica; que si el mundo es cada vez más irracional y primitivo, pues allí está el pulpo Paul para darnos los pronósticos certeros; y es imprevisible como la realidad, pues ya no es “un juego de once contra once donde siempre gana Alemania” (frase de un depresivo Gray Lineker tras perder contra los germanos) o Brasil, añadimos nosotros; y, un último dato: después del renacimiento, nunca como en esta contemporaneidad la arquitectura ha jugado un papel tan definitorio de época como en la nuestra, y están allí, diez estadios construidos para este Mundial surafricano con los diseños más vanguardistas y los materiales de punta tecnológica que permanecerán sembrados en esos territorios como signo real de modernidad y emblema de globalidad. Y que si gana España, como lo acaba de hacer, habrá un repunte de su economía capaz de poner de lado la recesión, así lo dijo el Presidente de la Cámara de Comercio Española, y pedir mayor presencia de la realidad en la realidad que la económica es imposible. En fin, que el fútbol es parte de la realidad y en esta hay tantas realidades que decir de él que nos expulsa de ella es como si tomáramos este juego como una fantasmagoría, como un no ser y no estar, asunto que desmiente el Mundial y los miles de millones que lo han seguido, los mismos que mañana se sentirán vacíos y melancólicos, que volverán a la realidad cotidiana, ésa que no han abandonado y que no los ha abandonado en todos estos días futboleros, pero esta vez con una razón menos para vivir con entusiasmo forzados a dejar la extraordinaria y deslumbrante del partido doble o triple cada día. Pero, en fin, cuatro años son poca cosa y en el ínterin hay liga, champions, suramericano…

[IV]

No es el fútbol el que nos escamotea la realidad, es la realidad la que a partir del lunes 12 de este julio del 2010, nos escamoteará el fútbol. Pero la derrotaremos como bien lo saben hasta los papas. En efecto, Juan Pablo II le confesó a sus íntimos que “de todas las cosas sin importancia la única importante era el fútbol”. Si recordamos que para este Papa sólo resultaban importantes las batallas contra los ateos y los anticonceptivos, es fácil concluir el rango casi sagrado que le atribuía a este juego, que para nosotros, algo descreídos por la edad, es una de las escasas realidades absolutamente sagradas. Y me lo corrobora este hecho inquebrantable, es el único deporte realmente multicultural, se practica en todos los países con prescindencia de su grado de desarrollo, de sus determinantes históricas o de sus gustos sexuales. Pero vimos más: la enorme multietnicidad de las selecciones, comenzando por la alemana (en cierto partido ninguno de su jugadores había nacido en esa patria), antigua exponente del “exclusivismo ario”. Es la demostración de que el multiculturalismo verdadero no consiste en que cada quien practique sus usos y costumbres sino en encontrar aquellos que pueden convertirse en comunes, en darle a la especie humana, tan desvalida, un cobijo identitario compartido con pasión y ardor, y suficientemente lúdico. Y esto sólo puede ser proporcionado por un fuerte mestizaje a lo largo y ancho de todos los horizontes. Es decir, el multiculturalismo tiene sentido si se junta con la multietnicidad, vía que nos conduce, no sin sofocos y sobresaltos, a algo parecido al equilibrio humano, a cierta redención de sus conflictos. Ahora comprendo lo que me quiso inculcar Mota, mi maestro de iniciación futbolística, con aquel aserto tan enigmático para mi, tendría yo apenas siete años: “Joaquín, a quienes no les gusta el fútbol es porque prefieren que la vida sea amarga, y porque sobre todo les amarga los ratos de felicidad que ella dispense, y de éstos ninguno supera los que el fútbol nos regala.” Amen. De allí que años después, cuando me encontré con la conseja según la cual “el fútbol es el opio de los pueblos”, me desconcertara, que hoy más bien habría que cambiar por esta otra: “la religión es el opio del fútbol”, a tenor de esos calvinistas holandeses que tienen prohibida la práctica del deporte y la información sobre fútbol en su diario… porque, contradiciendo a la Biblia, se juega, ¡vaya pecado!, en domingo. Hoy pienso que la formuló alguien que ni conocía el opio y muchos menos al pueblo. Una suerte, imagino, de cruce de Giordani con Rodríguez Araque. En fin, que el fútbol expresa tanta realidad que se le hace insoportable a los que nunca tienen los pies en la tierra ni tierra en los pies. Y si a ver vamos, cada vez que Chávez dio un pronóstico, se cumplió exactamente el contrario, de lo cual deduzco que carecen de toda fiabilidad sus vaticinios sobre el destino de Venezuela. Amén de nuevo. Pues nada, que mañana la ciudad amanecerá un poco más triste sin los banderines que la coloreaban desde los carros en estos días lluviosos, pero tendremos todavía muchos días para hablar del Mundial. Es que el fútbol es un tema inacabable y, además, los futboleros irredimibles como yo tendrán, entre otros, un plan B para el largo plazo: esperar el próximo Mundial. Es que para nosotros si “sólo el polvo es indestructible (según verso de José Emilio Pacheco), el fútbol es quevediano, es decir “polvo será mas polvo enamorado”.

[V]

Y en este Mundial surafricano, culminado en un España / Holanda donde cada uno combatía por lograr la gloria del Campeonato Mundial por primera vez, los españoles compareciendo al fin en una final, los holandeses tratando de que se les pagara la vieja deuda contraída con ellos cuando produjeron la última grande y fascinante revolución del fútbol (el “fútbol total” como se le conoció entonces), degradada luego a que todos los defensas y volantes defienden y todos los atacantes…. defienden también.

Y finalmente se reprocha, a la luz de tanto desacierto arbitral y vivezas de jugadores, que no se emplee artilugios de la más aséptica tecnología para evitar futuros incordios y agravios. Pues lo digo de una buena vez, a mí no me parece. La tecnologización de las decisiones en el campo de juego sería una suerte de caída de la “edad de hielo” sobre el corazón fundamental del fútbol, la presencia de los azares y de los errores de la vida humana. Pretender una cauterización de esta que para mí, repito, es la gran virtud del fútbol, la que lo desrobotiza y humaniza plenamente, es un atentado de tales proporciones que prefiero ni siquiera imaginar que lo van a perpetrar. Más bien lo de añadir dos nuevos árbitros asistentes me gusta, porque serán cuatro ojos más con lo cual las malas decisiones y las decisiones equivocadas serán mayores, para más alta gloria del fútbol y de su relación indelegable con la vida y sus realidades.

Pero hoy, que ya es el día después, el asunto más difícil al que nos enfrentamos es el de encontrar algo para reemplazar al fútbol, porque no hay nada que pueda hacerlo (afirmó Kevin Keegan, el gran delantero de los 80)… así que a ver que hacemos durante el próximo cuatrienio, salvo seguir todos los rías del fútbol que ya no contarán, para alivio nuestro, con ese personaje postizo que es el “mundialista”, es decir, el que se acuerda del fútbol sólo en los Mundiales, distintos a nosotros que vemos fútbol incluso cuando no hay partidos. Por tercera y última vez, amén.

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Foto: ojo.blogspot.com

Joaquín Marta Sosa 

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