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Lo que el esposo de Sandra no sabe

Se levanta media hora antes que su esposo, elige con exasperante meticulosidad qué ropa se va a poner y la coloca sobre la cómoda que está frente a la cama. Lo despierta cuando está listo el desayuno, ven algo de televisión mientras dan cuenta de los huevos fritos o revueltos y luego entran juntos a la ducha. Ya vestidos de faena entran al carro, sintonizan cualquier emisora y ella se adentra en su oficina. Cordial y sonriente con sus compañeros de trabajo se sirve un café y pasa el día sacando cuentas, haciendo llamadas y asistiendo a reuniones importantísimas hasta las seis de la tarde cuando quien tempranito en la mañana la dejó en la puerta, la recoge y toman rumbo a casa.

Al menos eso es lo que él cree.

Sandra tiene treinta años. Trabaja medio tiempo como contadora en una oficina y dos veces por semana debe rendirle cuentas a su superior directo sobre por qué los resultados arrojaron tal o cuál número en el último mes. Poco después de medio día y ya almorzada, cierra su jornada de trabajo. En el ascensor se pone lentes oscuros, toma un taxi y se prepara para adoptar su nueva identidad.

Después de quitarse la blusa blanca y la falda azul marina se transforma en Eva. Ya no tiene treinta años sino veinticinco y, desnuda frente al perchero, elige qué traje de baño se pondrá el día de hoy. Llega un cargamento de aceites de hierbabuena, almendras y jazmín que ayuda – junto a las otras muchachas – a llevar a los cubículos en los que en una camilla, los clientes tienen asegurado un masaje con final feliz.

Antes de ser Eva, Sandra trabajaba en un ministerio. Estampar su firma a favor del referéndum revocatorio fue lo mismo que poner su cargo a la orden. Su nombre entró en la famosa lista que engrosó la tasa de desempleo del país y la exilió del que había sido su trabajo por casi cinco años.

Eva y las demás muchachas saben cumplir el protocolo: esperan en un cuarto mientras, en recepción, el cliente decide, estudiando un menú, qué masaje se quiere dar. Luego cada una se asoma por una rendija en la que se aseguran de no conocer al hombre y de que el hombre no las conozca a ellas. Ya seguras de su anonimato se pasean frente a él hasta que decide con cuál quiere satisfacer sus deseos más carnales.

– ¿Y si el tipo es feo?- le preguntan a Eva las novatas del oficio.

– En este negocio no puedes ser exquisita. Además, aquí vienen empresarios; unos guapos, otros no, pero casi todos de traje. Ésa es la ventaja de trabajar en un sitio como éste: viene pura gente bien.

El “sitio como éste” está ubicado en un conocido centro empresarial del este de Caracas. En el mismo piso hay desde escritorios de abogados, oficinas de arquitectos y uno que otro consultorio. ¿La fachada del negocio? Un spa estrictamente bien decorado y atendido para que cualquier vecino fisgón se dé cuenta de que allí funciona un centro de masajes y nada más. La coartada está hecha.

¿Cómo se pueden abarcar si están cubiertas en torres empresariales u oficinas prácticamente inaccesibles? Prevenir a las trabajadoras sexuales que trabajan en calles y burdeles sobre enfermedades de transmisión sexual es más fácil que con aquéllas que ejercen en algún spa o centro de masajes, dice la doctora Daisy Matos, directora del programa ITS-SIDA (Infecciones de transmisión sexual-Sida) adscrito al Ministerio del Poder Popular para la Salud (MPPS)

La prostitución es uno de los pocos oficios para los que no hay que formarse o inscribirse en algún curso. Antes de ser masajista, Eva fue “una trabajadora sexual independiente”. La independencia del ejercicio consistía en tener un manager que arreglaba sus citas y se limitaba a informarle dónde y cuándo se tenía que encontrar con los clientes. Usualmente la acompañaba como guardaespaldas, no fuese que el asunto llegara a salirse de las manos. “Estuve seis meses trabajando como independiente hasta que un día un cliente no me quiso pagar. Comencé a reclamarle hasta que intentó pegarme y quiso llamar a la seguridad del hotel que era cinco estrellas. Tuve que salir corriendo y me quedé sin plata”, comenta Eva mirando hacia arriba como quien recuerda algo que prefiere borrar de su memoria. Fue ahí cuando decidió ponerle coto a esa vida y montar un negocio.

El hampa no tiene miramientos y el nuevo proyecto de vida de Eva murió prácticamente al nacer. “Cada quince días entraban a robarnos y tuve que cerrarlo”. Con su título universitario pudo encontrar otro trabajo que también tuvo que dejar, quedando no solo desempleada sino debiendo quince mil dólares que asegura “tiene que pagar a como dé lugar”. Así fue cómo reincidió en el negocio de subastar su cuerpo.

La rutina volvió a ser la misma, aunque el trabajar en una empresa por las mañanas le da “cierta estabilidad emocional”. Habla de tener una doble vida que puede volverse triple o cuádruple. En un buen día de trabajo, Eva puede proporcionarles sus servicios a ocho clientes que, de ser buena paga, pueden dejarle en propina un total de dos mil bolívares. Pero mientras más lleno está su bolsillo más dolor siente entre las piernas.

– ¿Qué haces si después de trabajar con tantos clientes, tu esposo quiere hacer el amor?

– Tengo que cumplir con mi rol de esposa. Es parte del sacrificio.

– ¿Cómo trabajas cuando estás menstruando?

– Igual. Uso un tampón y el cliente no se da cuenta. Les parece que es más apretado y eso les gusta. Obvio que cuido mi higiene mucho más”.

– ¿Tienes orgasmos con tus clientes?

– Claro, yo no tengo rollo con eso. Cuando no acabo, no me importa; cuando sí acabo, acabo rico.

– ¿Piensas retirarte?

– Sólo cuando tenga los quince mil dólares. Luego me dedico a mi trabajo legal (risas)

De las dos ocasiones en que Sandra ha mutado a Eva, mantiene que quien decide tomar esa profesión lo hace por mera necesidad. “Ninguna mujer hace esto porque sea una enferma o una ninfómana: unas necesitan mantener sus casas y otras pagar deudas.

Sin importar cuál de ambas razones sea, ha sido Eva quien ha puesto la cara (y el cuerpo entero) por Sandra, para sobrellevar la vida cuando ésta se torna difícil.

Antonio estudia de día y paga sus estudios atendiendo la caja de un burdel. “Aquí hay muchas chamas que si las ves en la calle piensas cualquier cosa menos que se dedican a esto. Tienen buenos carros, se pagan sus estudios e incluso apartamentos. Algunas que no tienen carro, las pasa buscando el novio. A otras las han descubierto in fraganti”.

Eva (o Sandra) sabe de qué se trata esto. Cuando fue trabajadora independiente tenía novio y planeaba casarse con él hasta el día en que le preguntó si a ella la conocían como Eva. La relación terminó y, entre llantos y trasnochos, siguió ejerciendo hasta que se supo estafada y en peligro. “Varias compañeras se quejan del trabajo en el spa y yo les digo que es el sitio más seguro para trabajar porque hay mucha seguridad, protegemos nuestra identidad y siempre tenemos sexo con preservativo. Lo único que podemos aceptar sin protección es el sexo oral, pero eso ya depende de cada trabajadora y de la propina que el cliente nos quiera dar por eso. Además, cada tres meses estamos obligadas a hacernos una citología para asegurarnos, primero de estar sanas, luego proteger a la empresa y por supuesto a los clientes”.

Números arrojados por la Asociación de Mujeres por el Bienestar y Asistencia Recíproca (AMBAR) indican que para el año 1988 se estimaba que en Venezuela existía una población entre 14.600 y 17.390 niños y niñas que se dedicaban a la prostitución. En 2003, este número habría crecido a unos 40.000 y 50.000 casos en todo el país.

El estudio contó con el apoyo del Ministerio del Poder Popular para la Salud (MPPS) y la Embajada Británica, que colaboró para la publicación de los resultados cuyas estadísticas indicaron que el 60% de las familias de trabajadoras sexuales conocen qué hacen sus hijas y un 10.6% alega haber sido inducido por su familia. A todas estas, un 46% de los entrevistados dijo no saber qué es el VIH; 49% no sabe cómo prevenirlo y 44.2% apela al preservativo como disminución de riesgo.

Con estos números sobre la mesa y a siete años de realizado este estudio, las enfermedades de transmisión sexual siguen a la orden del día. No obstante el programa ITS-Sida junto al MPPS está llevando a cabo un estudio para determinar qué porcentaje de las mujeres infectadas con VIH son trabajadoras sexuales. Para la doctora Matos, la información y la comunicación son estrategias para hacer prevención. “El uso o no del preservativo es decisión personal, sobre todo en los hombres que pagan por sexo y las mujeres que lo permiten. En varias ocasiones hemos trabajado directamente con los clientes de las trabajadoras sexuales en función de que se protejan. Son ellos quienes deciden si se quieren cuidar o no. En estos casos las acciones de prevención deben ser constantes y los resultados se dan a largo plazo. La meta es profesionalizar el uso del preservativo”.

Los afiches y campañas de prevención seguirán existiendo y los bares, burdeles, casas de cita y centros de masajes también. Cada uno halará la cuerda para su lado buscando algún equilibrio. Quizás Eva pueda volver a ser Sandra y otra historia se escribirá en los mismos escenarios con otras Sandras y otras Evas. “Ahora tengo un cliente… ¿qué masaje es el que quiere?”. Las cosas no cambiaron tanto.

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Fotografía: Maria.Jose!