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Bielsa: el dogmático vuelve a casa

Chile ha quedado fuera del Mundial y el dogmático Marcelo Bielsa volverá a casa. ¿Qué hará ahora? ¿Aceptará la invitación del presidente Sebastián Piñera para fotografiarse en La Moneda? ¿O dejará a todos colgados para marcharse a su Rosario natal y trabajar la tierra, como ya lo hizo cuando renunció a la selección de Argentina?

Se ha quedado en el camino un utopista. Un hombre que descarta la especulación y el cálculo porque sólo piensa en jugar de la misma forma: con presión sobre los contrarios y todo el tiempo al ataque. Visto así Marcelo Bielsa es un hombre que cae bien porque va a contracorriente del conservador fútbol actual, que ha castrado la fantasía. Los últimos minutos del partido que jugaron Argentina y Grecia hace algunos días podrían ser una medida. Con el marcador en contra los griegos no salían a buscar goles, a pesar que sólo doblegando al equipo de Diego Maradona podrían avanzar a la siguiente fase. Preferían morir de mengua como el coronel de García Márquez. En el fútbol de hoy –salvo honrosas excepciones, como el Barcelona de Guardiola- los tacaños son siempre los ganadores. Hasta Brasil le ha entregado el comando de su selección a un obrero terco como Dunga. No es la época de los arquitectos.

La obsesión de Bielsa parte de una imposibilidad: que los partidos se ejecuten como él se los imagina. Borges y Bioy Casares ya decretaron que el fútbol era un género dramático a cargo de un solo hombre en la cabina, o de actores con camiseta ante un camarógrafo. En realidad Brasil y Chile jugaron muchas veces el mismo partido. En los octavos de final del Mundial que se está disputando en Sudáfrica sólo hubo una adaptación de la misma historia. Un dato lo refrenda: desde que Carlos Dunga asumió el mando de la selección, Brasil le había ganado a Chile cinco veces y endosado nada menos que 20 tantos, entre ellos un 6-1 en la Copa América de 2007 y un 0-3 y un 4-2 en los dos partidos del grupo de clasificación para Sudáfrica 2010.

Sólo los genios como Maradona, Pelé o Zidane pueden cambiar lo que ya está escrito. He allí el drama de un entrenador cuando le toca enfrentar a Brasil sin ninguno de esos conjuros. En los días previos imagina cómo puede ganarles, estudia los flancos débiles y escribe un guión distinto. El día del partido casi siempre sucede otra cosa. El oficio de técnico debe ser el más frustrante de entre los empleos del fútbol. Confinado a un rectángulo de cal, el entrenador aúlla y gesticula con la vana esperanza de que esos gritos se conviertan en los pies que orienten el recorrido de la pelota.

El drama de Bielsa, que ve los partidos en cuclillas, con una botella de agua mineral entre las manos, provoca compasión. En ese momento los técnicos como él son los hombres más desamparados del mundo. “En el entrenador hay algo de vulnerabilidad. Cuando empieza el partido, se queda fuera. Desde ese momento su capacidad de modificación es mínima”, le dijo Jorge Valdano a Juan Villoro en una entrevista que le concedió en 1998. Tal vez eso mismo sintieron los chilenos cuando finalizó el partido. Saben que tienen un gran entrenador que está condenado a perder porque a veces actúa en contra de sus intereses. ¿No convenía otra forma de jugarle a España y a Brasil distinta al ataque sin cuartel?

No es poca cosa lo que ha sucedido en Chile con Bielsa. Le han pedido que se quede para el venidero proceso eliminatorio, y algunos usuarios de Facebook llegaron a proponerlo como candidato a la presidencia de la República. Es una boutade que enmascara el agradecimiento del hincha por la buena campaña de su equipo nacional en las eliminatorias sudamericanas.

A este hombre, nacido en Rosario, Argentina, en 1955, en la cuna de una familia acomodada, le es habitual eso de ir a contracorriente. Cuando todos esperaban que se convirtiera, como sus padres o abuelos, en un abogado reputado, Marcelo eligió la carrera de futbolista. Jugó en la primera división como marcador central en el equipo Newell’s Old Boys de su ciudad natal, y a los 25 años decidió retirarse. Fue un jugador simplón y nada reputado. Tenía por delante a una lista de figuras encabezadas por Daniel Pasarella. Y más tarde, cuando su hermano Rafael despuntaba en su carrera política –fue canciller del gobierno de Néstor Kirchner- decidió convertirse en un entrenador de equipos.

Se ha dicho muchas veces. Los mejores entrenadores no son siempre los mejores futbolistas. Jorge Valdano lo ha resumido en una frase mucho más contundente: “Los buenos entrenadores fueron jugadores imperfectos (…) Soy de la idea de que el buen entrenador debe haber sido, si no mediocre, por lo menos claramente imperfecto”(1) . Bielsa fue campeón con Newell’s a principios de los noventa con un sistema táctico que recuerda a los esquemas de los equipos que ganaron los primeros mundiales. Pocos defensores y muchos jugadores cerca del arco rival. “Yo estudio los videos no para saber cómo defenderme, sino cómo atacar”, dijo en una de las pocas entrevistas que ha concedido.

La despedida de Chile tiene algo de historia trágica. Nos ha recordado una vez más la disputa entre el juego bonito y la búsqueda del resultado a cualquier precio. Aquel que todavía no haya resuelto ese duelo a favor de los pragmáticos es porque minimiza las derrotas. Tal vez por eso a Bielsa lo apoden El Loco. Decía Goethe que la locura no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma. Una frase que retrata de cuerpo entero a Marcelo Bielsa.

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(1) Esta frase pertenece a una entrevista a Valdano escrita por Juan Villoro que aparece en el libro Dios es redondo.