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Secreto: casi un impostor

— …

— ¿Perdón?

— …

— Eh… Yo… Yo quiero servirme otro ron.

Digo esta vez y vuelvo a engañarlos. Todos ríen.

Yo me levanto, busco la cava, lleno mi vaso con hielo y regreso. Cuando me siento, ya han cambiado de tema.

***

He aprendido a evadir.

He logrado fingir todo este tiempo. He entrenado mi cerebro –mi rostro, todo mi cuerpo– para sostener de forma permanente la rutina de lo creíble. He conseguido parecer.

La impostura, lo sé bien, es la forma más difícil de la mentira.

***

En noches como ésta me concentro, reúno toda mi atención y examino el discurso de mis amigos. Leo sus labios y estudio sus gestos, pero es un esfuerzo inútil. Escucho sus palabras y no las entiendo. Mi mente conoce los significados, pero no logra convertirlos en ideas tangibles.

Lo digo de una vez: yo adoro a estos tipos, pero siento que hablan un idioma distinto. Indescifrable.

— …

— ¿Cómo dices?

— …

— Pues… A lo mejor.

¿Se fijan? He aprendido a disimular.

***

He investigado. La literatura dice que no es dislexia, que no se trata de ninguna enfermedad conocida. Mi cerebro funciona perfectamente. De hecho, cuando no estoy con mis amigos, entiendo con claridad lo que me dicen los demás. El problema, si existe alguno, está en mi grupo de compinches.

Tengo un hermano médico. Y a él, maquillando la verdad para no ser descubierto, le he consultado los síntomas de mi… “condición”.

— Lo que describes me suena a un simple despiste.

Dice mi hermano. Pero yo pienso que el asunto es más complejo.

¿O no?

***

El jardín frente a mi edificio; la casa playera de K; el patio lleno de árboles en la casa de M… Cada semana nos juntamos en un lugar distinto. Jugamos dominó, escuchamos música, hablamos de mujeres y despachamos varias botellas de ron. Es una alegría simple y rutinaria. Pero muy sólida.

La charla se enciende y suena, para mí, como una melodía agradable, como una canción íntima que alguien me canta en una lengua extraña. Disfruto cuando mis amigos disfrutan. Río cuando ellos ríen. Y contesto con monosílabos o evasivas ante cualquier encerrona que me obligue a comprometerme con una frase coherente.

Seguramente piensan que soy tímido, un tipo reservado.

Llevo mucho tiempo haciendo esto. Y a veces, sólo a veces, yo también siento que bebo con una pandilla de mudos.

En ocasiones, mientras ellos charlan, aprovecho el tiempo muerto barajando posibilidades. Busco razones que expliquen mi sordera selectiva. Puede que sea una especie de lapsus temporal, me digo. O tal vez una alergia nueva, un shock emocional. Quizá me duermo y no me doy cuenta…

En estas especulaciones me demoro. Pero trato, siempre, de no desentonar. De responder con chistes a preguntas cuya esencia no capto.

***

Muchas veces he pensado en admitir la verdad frente a mis amigos. Plantarme un día, lleno de coraje, y decir: “¿Saben qué? No los entiendo”. Pero los conozco muy bien. Sé que una declaración como esta dañaría nuestra relación. Empezarían a verme como un extraño, incluso como un lisiado. Confesar esta verdad, uno de mis grandes secretos, podría arruinar en segundos la amistad que hemos construido durante años.

Por eso esta noche, igual que todos los fines de semana, descarto esa posibilidad. Me mantengo firme. Decido actuar como si nada ocurriera. Decido seguir. Continúo mi estrategia y entonces, sin que nadie me lo pregunte, admito frente a ellos mi otra verdad. La más grande:

— Muchachos, yo sólo soy feliz cuando bebo con ustedes.

C.

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