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El arte de fallar penaltis, por Angel Alayón

Roberto Baggio sabía que el encuentro contra Brasil se jugaría bajo mucha presión. Después de todo, era la final del Campeonato Mundial de Fútbol. Antes de salir del hotel al Rose Bowl Stadium, en Pasadena, California, estuvo con su maestro budista. Su guía espiritual, que nunca sabremos si sabía de fútbol, le advirtió: “En el juego te enfrentarás a muchos problemas y todo se decidirá en el último minuto”. Cinco horas más tarde, Baggio estaba frente al balón. Cincuenta y cinco millones de italianos, doscientos millones de brasileños y buena parte del resto del mundo concentraron sus miradas en el punto penal. La pelota, a once metros de la línea de gol, esperaba por Baggio. De fallar, Brasil sería campeón del mundo y la orgullosa Italia sería subcampeona, aunque en el fútbol los subcampeonatos sólo sirven para recordar el fracaso. Baggio llegó al balón en diez pasos. Lo pateó con contundencia, como tantas veces lo había hecho desde niño. La pelota sobrevoló el larguero y con ella se fueron las ilusiones de los italianos. La copa del mundo de 1994 viajó a Brasil y Baggio se fue con las manos vacías, pero acompañado por un fantasma que nunca lo ha abandonado desde entonces.

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El fútbol es un juego que puede terminar sin ganadores. Aunque no sea el resultado favorito de los espectadores, el empate,  es posible. Siempre hay insatisfacción en ese equilibrio en el que nadie sale de la cancha como el vencedor. Puede haber alegría táctica, puede haber alegría aritmética, pero en un empate nunca habrá alegría en su estado puro, ésa que el fútbol es capaz de producir en niños y adultos. Pero un torneo exige un campeón absoluto. Y sólo hay campeones cuando hay derrotados, ¿o habría algo más triste que titular como campeón a un equipo que nunca conoció la victoria?

La FIFA ha intentado diversas maneras para sortear la posibilidad de que los juegos decisivos —esos en los que un equipo debe sobrevivir y otro morir— terminen en un insípido armisticio. La fórmula actual le da al fútbol, al juego mismo, una oportunidad. En caso de empate durante los primeros noventa minutos, las reglas resucitan el juego por treinta minutos. Ell ácido láctico y los espasmos musculares aparecen, la deshidratación se combina con la falta de oxígeno, el ritmo cardíaco es atronador. Cuando hay tiempo extra, los futbolistas juegan en contra de sus adversarios y en contra de sus posibilidades físicas. Pero al cabo de esos extenuantes treinta minutos, el gol puede seguir esquivo o haber aparecido en cantidades iguales para ambos contrincantes. Se acaba el juego y no hay ganador. Fin del tiempo extra. El empate continúa.

La FIFA no tiene patria ni corazón, pero debe resguardar la vida de los jugadores. Finalizado el tiempo extra, el ganador se define por el lanzamiento de penales. La pena máxima. El castigo, el fusilamiento. Cada equipo tiene derecho a lanzar cinco penales y el que lo haga con éxito más veces se convierte en el ganador. Si termina la ronda de los cinco penales y continúa la igualada, se deberá lanzar penales hasta el fin de los tiempos o hasta que un equipo supere por un gol al contrario. La FIFA, el fútbol y sus fanáticos buscan desesperadamente un campeón.

La solución de los penaltis nunca ha dejado de ser controversial. Muchos se preguntan: ¿dónde está el fútbol en los penaltis?; Un juego colectivo, donde cada tanto se suda recorriendo la cancha de arriba a abajo y los colores de la camisa indican que puedes confiar en el otro, se termina resolviendo en un duelo que se asemeja mucho más al enfrentamiento entre un pitcher y un bateador. No hay que olvidar que originalmente el penalti es un castigo por una acción violenta contra un jugador o una violación fatal a esa regla del fútbol que dice que este deporte debe jugarse con todo menos con las manos. Sólo hay penalti cuando hay antifútbol.

Otros dicen que hay injusticia en los penaltis. Que ganar un campeonato por penaltis tiene el mismo mérito de aquellos que ganan la lotería: azar, suerte de campeón, pudo haber sido cualquiera. La controversia continuará en todos los puntos del planeta donde se hable de fútbol. Mientras tanto, directores técnicos, pateadores y arqueros seguirán ensayando los penaltis y pensando en la estrategia a seguir ante la ronda de la muerte. Porque, aunque no tengamos la capacidad predictiva del místico asesor de Baggio, podemos decir que mientras haya fútbol, habrá campeones que ganen sus trofeos gracias a los penaltis.

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El penalti es una jugada asimétrica. El chutador tiene ventaja sobre el arquero. Once metros de distancia y un balón que viaja hasta 160 Km/h obligan al portero a decidir qué hacer simultáneamente con la patada. Un cuarto de segundo no es tiempo suficiente para que el guardameta pondere opciones como si fuera Gary Kasparov. En las altas competencias futbolísticas, 8 de cada 10 penaltis se convierten en gol. No es de extrañar que recaiga sobre los pies de los pateadores la presión de estar frente a un balón que el público considera debe ser fácilmente transformado en un tanto.

El penalti es también una jugada estratégica. Lo que hará el que chuta depende de lo que cree que hará el arquero y viceversa. Un buen pateador de penaltis no debe  tener un patrón de comportamiento frente al punto penal. Los jugadores de fútbol tienen una pierna más fuerte que otra, sobre la que tienen un mayor control. Los derechos tienden a patear a la derecha del arquero y los zurdos a la izquierda. Un mal jugador derecho siempre chutará a la derecha del arquero. Un mal chutador zurdo siempre lo hará a la izquierda. Si tienes un patrón, los arqueros lo explotarán a su favor. Cristiano Ronaldo tiene una clara tendencia a chutar a la derecha del arquero pero, cuando Cristiano se detiene en la carrera hacia el balón, la probabilidad de que patee a la derecha es aún mayor. Podrá ser un buen jugador, pero no es un buen cobrador de penales. Un gran cobrador de penaltis debe ser tan imprevisible como la muerte.

Una respuesta posible ante el problema estratégico de los penales es lanzar la mitad de los balones a la derecha y la otra mitad a la izquierda. Pero esto no resuelve el problema: bajo esta estrategia puede haber patrones (uno a la izquierda, uno a la derecha, uno a la izquierda…). Otra alternativa sería decidir a qué lado chutar lanzando una moneda al aire. En ese caso no habría manera de encontrar un patrón, aunque en promedio los balones irán a ambos lados de la arquería en un cincuenta por ciento. Pero, futbolística y matemáticamente, la solución 50-50 tiene otro inconveniente: la probabilidad de éxito de los balones que pateas a tu lado natural es superior a los que pateas al lado no-natural. Lanzar 50-50 disminuye la probabilidad de éxito en lanzamiento de los penales ¿Cuál es entonces la estrategia óptima?

Ignacio Palacios-Huerta es un economista de la Universidad de Chicago que se ha dedicado a encontrar cuál es la estrategia correcta en el arte de lanzar penales. Luego de analizar estadísticamente 1.417 penaltis en altas competencias, encontró los siguientes resultados: la tasa de éxito cuando el chutador va a su lado natural y el arquero se lanza al lado contrario es 95%. Cuando el chutador va a su lado no-natural y el arquero hacia el otro lado, la tasa disminuye a 92%. Si el chutador va a su lado natural pero esta vez el arquero acierta, la tasa baja a 70%. Y si el chutador va a su lado no natural y el arquero lo adivina, la tasa de éxito baja a un 58%.

Con esos resultados y haciendo uso de la teoría de juegos, Palacios-Huerta ha calculado que los cobradores de penaltis deben chutar a su lado natural un 61,5% de las veces y al otro lado un 38,5%. También los arqueros tienen una estrategia óptima: en el caso que decida lanzarse (puede decidir quedarse en el medio), la estrategia óptima sería hacerlo un 58% hacia el lado natural del cobrador y 42% al lado contrario. Los estudios de Palacios-Huerta —y luego los de Steven Levitt, autor de Freakonomics— han determinado que los jugadores de alta competencia cobran los penaltis y se defienden de ellos siguiendo la estrategia mixta que la teoría de juegos sugiere. Los futbolistas, hoy en día más cerca de Hollywood que del fútbol clásico, se comportan ante los penaltis como si hubieran recibido clases con John Nash en el MIT.

Pero hay un punto débil en la estrategia de los futbolistas. La gran mayoría de las ocasiones los arqueros se lanzan hacia alguno de los lados, por lo que chutar al centro debería ser un componente importante de la estrategia. En realidad, las opciones del chutador son tres: chutar a la izquierda, a la derecha o al centro. Frente a estas posibilidades, Levitt y Chiappori estiman que, tomando en cuenta el comportamiento histórico de los arqueros, la probabilidad de anotar un gol es mayor cuando se patea un penalti al centro. Los jugadores se comportan según la teoría cuando las opciones son chutar a la derecha y chutar a la izquierda, pero no lo hacen cuando se trata de chutar al centro. Levitt y Chiappori recomiendan que haya más chutes al centro, pero, al fin al cabo, ellos son economistas, no directores técnicos. En todo caso, ya sabemos que una cosa es la teoría y otra la práctica, como lo pudo comprobar Roberto Baggio.

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Baggio describe en su autobiografía el famoso penal fallido en los siguientes términos: “Cuando llegué al punto penal, estaba lúcido, tanto como puede uno estarlo en una situación como ésa. Yo sabía que Taffarel siempre se lanzaba y por lo tanto decidí chutar al centro, un poco más arriba del medio, de manera que no pudiera llegarle con los pies. Era una decisión inteligente porque Taffarel se lanzó a su izquierda, y nunca hubiera podido parar el balón de la forma que planeé chutarlo. Desafortunadamente, el balón se elevó tres metros y pasó sobre el larguero.” Baggio confiesa que todavía sueña con ese momento. Le gustaría borrar lo que considera el peor momento de su vida. Tuvo que aprender por las malas que, como en tantos aspectos de la vida, puedes acertar en la estrategia, pero el éxito depende de una ejecución precisa. Entre la filosofía y la resignación, Baggio concluye: “sólo aquéllos que tienen el valor de cobrar un penalti, pueden fallarlo”.

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Hay países en los que se juega el fútbol y los hay en los que sin fútbol pareciera no haber país. Nada prueba tanto la resistencia de los nervios de los fanáticos como una ronda de penales. Pronto vendrá alguna y la estrategia jugará su rol. Los fanáticos en el estadio y frente a los televisores se abrazarán, rezarán, harán promesas y gritarán. Santos y vírgenes también estarán en liza, aunque nunca se ha comprobado que intervengan en los deportes. Cualquier superstición cabe. Nada de esto evitará que alguien falle, esconda la mirada y se lleve las manos a la cabeza para asegurarse de que no se haya ido con el balón. Un niño estará mirando a su héroe caído y prometerá vengar la afrenta, reivindicar sus colores. Y quizá lo logre. La humillación puede ser un motivo poderoso . Se acabó el tiempo extra. Vamos a penales. Persígnate, man.

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Referencias

My penalty miss cost Italy the World Cup?, por Roberto Baggio

Penalties will put players on the spot

Research on penalty shootout

Penalty shoot-outs: how to take the perfect spot-kick

Testing Mixed-Strategy Equilibria When Players Are Heterogeneous: The Case of Penalty Kicks in Soccer By P.-A. CHIAPPORI, S. LEVITT, AND T. GROSECLOSE