- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

Israel Centeno: el guardián entre las letras

Crecer rodeado de libros, considerar a volúmenes y tratados como los hitos que determinan nuestro universo emocional, no es algo común por estos días. El azar que rige ciertos destinos es manifiesto en las escasas remembranzas públicas que hace Israel Centeno. Las bibliotecas familiares, esos recintos umbrosos y polvorientos, alejados de los juegos infantiles fueron terreno de experimentación para el autor.

Esa marca cocida en el fuego lento de las lecturas son los imaginarios narrativos que pueblan todos sus juicios. Tan patente es que confiesa no recordar un momento vital sin que la conciencia literaria ya esté presente. Allí, apiñados, es dable advertir una muchedumbre ficcional que abarcaba desde los viajes de Verne y los piratas de Salgari hasta las apresuradas lecturas marxistas de la primera juventud.

“Soy de una generación que creció frente al televisor —explica consciente de pertenecer a los baby boomers— pero como contrapeso existían en mi entorno valores que siempre me vincularon con la escritura. Mi abuelo fue un escritor de textos provocadores y panfletarios, no lo digo en tono peyorativo, a él le gustaba sentirse como tal pese a tener una amplia cultura lectora. Como contrapartida, mi abuela escribía y leía poesía”.

Nacido en 1959 la juventud del escritor estuvo signada por el auge de la izquierda en todas las variantes presentes en la sociedad venezolana. En los tempranos setentas militar en el Partido Comunista o irse a las montañas con la incipiente guerrilla eran formas pragmáticas y románticas de boicotear al poder.

Por esos días Centeno descubrió que, aparte de ser un disciplinado militante, poseía una singular vena dramatúrgica que lo llevó a agitar las calles como escenarios improvisados: “Hacía pequeñas obras para presentarlas en las entradas de los liceos, en las universidades y en los portones de las fábricas. Por lo general, mis obras (muy malas) terminaban con gases lacrimógenos y perdigonazos de la policía. Más tarde, cuando me fui a Europa estudié teatro o cine de una manera integral”.

En la España ochentosa que con timidez se abría paso por los vericuetos de la democracia el joven militante tuvo que darle más espacio a una vocación insaciable. La escritura sería el oficio dominante en su vida con frutos tan sobresalientes como las novelas Calletania (1992), Exilio en Bowery (1999), La casa del dragón (2004), Bengala (2005) e Iniciaciones (2006).

Aparte del diario ejercicio de la escritura ficcional este autor no tiene ambages en mantener un blog personal y compartir los work in progress que pergeña con férrea disciplina estética. Por estos días le roba horas al oficio intelectual para compartir sus experiencias en un taller de narrativa dictado en Escribas. La docena de elegidos para participar en esta iniciativa podrán saciar las ansias y dudas que suscitan las primeras prosas con la experiencia de Centeno. Bajo la conseja de “arriesga, pero antes conoce” el autor insiste en que no existe heterodoxia sin conocimiento de la ortodoxia. Por ello a todos los alumnos que ha tenido les salmodia sin cesar: “Evita el dogma estético, todas las estéticas pueden convivir, la diversidad es humana y no produce una sino varias estéticas.”

En busca de la lectura perdida

-En el desarrollo de las habilidades cognitivas necesarias para generar una propuesta literaria ¿Cuánto énfasis hace en la lectura?

Insisto mucho en la lectura. Hay gente que evita leer porque quiere sostener la espontaneidad de sus primeras prosas para evitar asfixiar el desenfado, la originalidad. A mi criterio, que siempre es falible, creo que se trata de todo lo contrario. A partir de una relación estrecha con la lectura y el imaginario, se activan, de forma inconsciente una serie de sinapsis, hipervínculos, relaciones intertextuales y crece como levadura el impulso creativo e incluso la necesidad de diferenciarse. Eso produce la originalidad. La espontaneidad y la frescura tienen más que ver con las dificultades estructurales, a veces concebimos un texto original pero no conocemos las herramientas para que se exprese tal como lo ideamos. Por lo tanto, es fundamental que un autor tenga biblioteca, tanto como vida.

-Muchos narradores jóvenes y otros no tanto como Michel Houellebecq y Haruki Murakami se quejan de la avalancha de libros que anualmente inundan el mercado ¿Cómo manejar esas presiones del marketing y cribar las piezas que se deben leer?

Si alguien se dedicase a releer de manera obsesiva una pieza de Shakespeare, o Doktor Faustus, o El Obsceno Pájaro de la Noche, de José Donoso, por decir algo, siempre tendría una lectura y una nueva relación con la forma y los sentidos que expresan ese universo viviente. Es fundamental mantenerse actualizado pero no hay que estar a la moda. De alguna manera hay que controlar la ansiedad por lo más reciente, del mismo modo que controlamos la ansiedad que nos genera pensar en todo aquello que no hemos leído aún. Porque nunca nos alcanzará el tiempo para leerlo todo. Hay que equilibrar lectura espontánea por placer y lectura con sistema y rigurosidad.

-Cada mes se descubren nuevos autores, fruto de las modas repentinas, los premios literarios o los caprichos editoriales ¿Afecta esto al discurso literario?

Creo que debemos evitar la actitud fundacional. De alguna manera venimos de algo y vamos hacia alguna parte. Somos, mientras vivimos, elementos en transición dentro de lo que se expresa estéticamente, quien se considere elemento concluido tiene un grave problema. También le tengo miedo al “descubrimiento de autores” que por lo general manda a la clandestinidad a otros autores. Mosca con lo in y mosca con lo out. La literatura es otra cosa.

Entre decálogos y las dudas de la creación

-En sus lecciones de narrativa ¿Suele citar las célebres recomendaciones de los consagrados?

Cito todos los decálogos que puedo porque los decálogos de los escritores y críticos, cuando se confrontan y por oposición, revelan las verdades que necesitamos. Me interesa confrontar los de Onetti, Borges, Sábato, Cortázar, Quiroga, algo que pueda haber dicho Stephen King, los fragmentos de cartas de Chéjov, el arte de la composición de Poe, ensayos, cosas que diga Piglia, Volpi, Ednodio Quintero o Barrera Tyszka. Si hay algo recurrente en mis cursos es abrir el abanico lo más que se pueda. No me interesa trabajar con un solo palito del abanico.

-En los años que lleva dictando talleres de narrativa ¿Cuáles son las principales dificultades para los que desean pasar de ser lectores a la escritura formal?

Que logren dinamitar sus mitos. Por lo general uno como novel, se ha leído muchas entrevistas, biografías, farándula y hay mucha leyenda urbana. Muchas cosas llegan a través de sembradores de opiniones que lo que hacen es generar prejuicios y esa especie de coloquialidad paraliza. Otro asunto es comprender que para hacer literatura no hay que demostrar que manejamos todos los adjetivos, sustantivos, adverbios, epítetos, figuras retóricas, o que somos un diccionario de la Real Academia con zapatos de tacón cubano. Lo interesante sería perder las ambiciones superficiales para quedarnos con la ambición auténtica, que es aprender a expresar unas cosas que queremos narrar, mediante las acciones tendidas en la trama con imagen y lenguaje.

-Borges decía que se debía desconfiar de las ambiciones juveniles…

Quizás lo más difícil es comprender que no hay que hacer novelas corales para demostrar que tenemos talento. Hacer un buen texto en primera persona, parecido a “The Cask of the Amontillado”, un texto sencillo, o “Continuidad de los Parques” o “El Sur”, sería un comienzo genial.

-En un simple ejercicio de memoria ¿Qué le hubiese gustado que le aconsejaran cuando comenzó a escribir?

Lo que me aconsejó Salvador Garmendia, uno de mis maestros. Pretendemos la trascendencia pero no debemos olvidar que absolutamente todos somos mortales. Y cuando digo todos, algún día incluso los legados más preciosos de la humanidad, desaparecerán. Es algo apocalíptico y escéptico pero me da centro y humildad para trabajar con el ego.

– En estos tiempos abundan los libros que pretenden enumerar a los autores que se deben conocer antes de morir ¿Cuál cree que es el canon de lecturas imprescindibles para todo el que aspire a narrar?

No creo que exista un canon en particular, por ahí hay uno que hizo Bloom, pero la relación con la lectura y circunstancias particulares de la vida, el tiempo, los años que hemos vivido nos acercan y alejan de distintos autores. Yo tengo mi canon, a los 52 años de edad, pero no lo creo transmisible porque es propio de mi experiencia, así como es intransmisible el canon de cualquier otro autor. Ahí es donde está el acto íntimo. Evidentemente hay lecturas icono, autores que compendian toda la comedia humana. Pero en eso me ando con mucho cuidado, porque no me gusta pensar que de mis cursos salen talibanes, fanáticos, adoradores o adoratrices de una verdad en particular. Me sigo inscribiendo en la idea del abanico, pero nunca dejaría de recomendarle a alguien que leyese a los clásicos; recurrir a unos libros fundamentales de una buena traducción de la Biblia como los sapienciales, las historias de Esther o Judit, algunos Salmos, El Cantar de los Cantares. Más clásicos pero esta vez del Siglo de Oro español y leer mucho en la lengua en que se escribe para evitar adquirir los giros y vicios de los traductores malos. En todo caso, si vamos a leer una traducción, hay que buscar una buena. Yo no me perdería algo traducido por José María Valverde o Rafael Cadenas.