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¿Qué ocurre en Colombia?

A fines de febrero los colombianos esperaban por una decisión. La Corte Constitucional debía pronunciarse sobre la procedencia de un referendo que promovía una nueva candidatura de Álvaro Uribe. El 26 se anunció el fallo: inconstitucional. Así, después de meses de espera, la corte le cerró el camino al Presidente candidato y el ambiente electoral se sacudió. Sobre todo en el oficialismo. Varios precandidatos, que esperaban esa señal para iniciar sus carreras, afincaron los pies en los zapatos y se largaron.

Andrés Felipe Arias, ex ministro de Agricultura, fue uno de los primeros en lanzarse. Pero luego perdió su oportunidad cuando se enfrentó a Noemí Sanín, ex embajadora, en la consulta interna del Partido Conservador. Luego estaba el senador de Cambio Radical, Germán Vargas Lleras. Y en la acera de enfrente Gustavo Petro, del izquierdista Polo Democrático Alternativo. Pero el verdadero delfín del uribismo era Juan Manuel Santos, el exitoso ministro de Defensa que había dado duros golpes a la guerrilla de las Farc. Y para cerrar el grupo en contienda, Antanas Mockus, candidato del Partido Verde, un profesor excéntrico que venía de ser dos veces alcalde de Bogotá.

Contra todo pronóstico, en las semanas previas a la primera vuelta, todas –todas– las encuestadoras anunciaron un empate técnico entre Mockus y Santos. El aluvión verde, que se multiplicaba de forma extraordinaria, amenazaba la victoria oficialista, algo que parecía pan comido a fines de marzo. Pero la temida amenaza no se concretó. Santos venció sobrado con el 46 por ciento de los votos (necesitaba 50 más uno para vencer de forma definitiva). Y Mockus, lejos, apenas logró poco más del 21.

¿Qué ocurrió?

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El Centro Nacional de Consultoría fue la firma que estuvo más cerca (o menos lejos) de la verdad. Le dio a Santos el 23 de mayo, una semana antes de la elección, 39 por ciento de preferencia. A Mockus le dio 34. Carlos Lemoine, director de la firma, dijo a la revista Semana, evaluando esta campaña atípica, que los últimos días antes de la elección habían sido muy dinámicos, que él está seguro de la calidad de sus mediciones, y que algo muy importante cambió en el final de fotografía que todos auguraban. “En el último mes, Mockus pasó de un 3 por ciento a estar por encima del 30. Es como si subiera un punto diario. Imagínese los cambios que puede haber la última semana”. Napoleón Franco, de la firma que lleva su nombre, dijo: “Los cambios no los hacemos nosotros, sino la gente. Más que un margen de error, lo que tenemos es un margen de silencio de una semana, la última, donde cualquier cosa podía pasar, como quedó demostrado”.

Pero, más allá de lo anunciado por las encuestas, hay quienes opinan que la popular Ola Verde fue sólo una gran burbuja. Que no hubo tal ola. Que el Partido Verde creció de forma meteórica, pero se trató de un fenómeno virtual que no se tradujo de forma contundente en votos.

Gilma Jiménez, senadora de ese movimiento (la más votada del país, con 230 mil) y antigua mano derecha de Mockus, hace un sincero mea culpa sobre las causas del fracaso en la primera vuelta. Primero, sin embargo, recuerda los éxitos que cosechó su partido en esa contienda. “El resultado, aunque estuvo por debajo de lo que esperábamos, fue un triunfo para el Partido Verde, que salió convertido en la segunda fuerza política del país. Eso se logró sin congresistas, sin recursos y sin maquinaria”. Jiménez admite que “hubo un momento durante la campaña en que creímos que teníamos más votos. Sobrestimamos el poder de la movilización por internet, y sobrestimamos también el caudal del voto joven”.

La senadora, con claridad y sin ocultar fallas, dice que a los verdes les faltó “hablarle directamente al país que no está en Facebook, en Twitter”. Y de paso reconoce que el candidato cometió varios errores. “Uno: decir si era o no ateo, en un país que todavía tiene mucha población creyente. Dos: cuando dijo que admiraba a Chávez. Nosotros respetamos la legitimidad del gobierno venezolano como la de cualquier otro. Respetamos al pueblo venezolano. Pero en Colombia hay un profundo resentimiento hacia Chávez por las cosas que dice, porque se la pasa ofendiendo al presidente Uribe. Lo que el candidato Mockus quiso decir es que respetamos la legitimidad del pueblo venezolano y la de su Presidente”.

Por último, Jiménez reconoce que los verdes subestimaron la capacidad de movilización de Santos. “Y sobrestimamos el poder de las redes sociales, a las que les dimos mucha importancia durante nuestra campaña. En la primera vuelta quedó claro que Colombia es mayoritariamente uribista. Los ciudadanos votaron y se expresaron a favor el uribismo. Nosotros no alcanzamos a calcular el alcance del uribismo. Por eso, sin rendirnos, en la segunda vuelta queremos convocar a una gran alianza ciudadana, y convocar a los abstencionistas (58 por ciento)”.

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Con el sólido liderazgo de Uribe, que mantiene su popularidad en torno al 70 por ciento, era apenas lógico que su candidato venciera en primera vuelta. Era lo que todos esperaban. Sobre todo si ese candidato es la cabeza visible del plan de Seguridad Democrática, que le granjeó al gobierno la mayor parte de su respaldo popular. Pero la falta de carisma de Santos y su perfil elitesco, sumados al escándalo por los llamados “falsos positivos” (2300 inocentes asesinados por miembros del Ejército que buscaban cobrar recompensas y beneficios al presentarlos como milicianos de la guerrilla caídos en batalla), pesaron al principio de la campaña. Luego, cuando la maquinaria oficialista, con todo el poder del Estado, se puso en funcionamiento, el respaldo popular empezó a crecer (hay numerosas denuncias de presión en instituciones del gobierno, de compra de votos y coacción ejercida por las fuerzas de seguridad). Para terminar de sellar la victoria, el propio Álvaro Uribe aprovechó sus alocuciones en radio y televisión para aupar, a través de metáforas que burlaron la ley electoral, a su candidato.

Buscando asegurar la coronación, el poder detrás de Santos ensayó a última hora un viraje en su campaña. El candidato renovó a todo su equipo de asesores, y contrató al polémico pero eficaz estratega venezolano J.J. Rendón, quien hábilmente promovió cuñas donde un actor, que imitaba la voz del Presidente, llamaba a proteger el legado uribista. El país se llenó de vallas y pancartas donde se explotaron los errores de Mockus y sus salidas en falso (ateo, admirador de Chávez, etc). En todo el territorio nacional, a diferencia del Partido Verde, el de la U, cuyo líder es Santos, sí contó con dinero y medios de transporte para movilizar a sus partidarios hasta los centros de votación. Y el voto rural, para colmo. El voto de millones de colombianos que han sufrido en su pellejo el drama de la violencia guerrillera y paramilitar. Esos, los desesperados, no quisieron cambiar de caballo en la mitad del río.

Todo esto, sumado, le dio a Santos una ventaja que las encuestas no consideraron.

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En la segunda vuelta, este domingo, pesarán además hechos más recientes. Pesará lo que ha ocurrido en los últimos debates, donde sólo han participado Santos y Mockus. Influirán los discursos que ambos han pronunciado en las últimas tres semanas.

Mockus, el antipolítico por definición, se ha visto desencajado y errático desde la noche del 30 de mayo. No supo asumir el golpe, incluso sus seguidores han reclamado la solidez que hizo falta en el momento preciso. La falta de dinero en la campaña verde, además, ha limitado los viajes del candidato en el cierre de la campaña. Y lo que es peor: limitará la capacidad de movilización de los votantes este domingo.

Santos, por su parte, el eterno candidato, el que se lanza por primera vez, pero que siempre buscó esta oportunidad, ha actuado como el polítco de oficio: aplomado, firme y seguro. Santos se siente presidente. No sólo porque lo dicen los números. Sino porque siempre, prácticamente desde que nació, vio el Palacio de Nariño como un destino manifiesto.

Lo dirán las urnas.