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El Twitter Cambalache siglo XXI

“…vivimos revolcados en un merengue
y en el mismo lodo todos manoseados.”

La generación de posguerra del 45 y la que viviría la guerra fría del siglo anterior, creció y se multiplicó sobre la ola del futuro posible. Culminaba la primera fiebre de las invenciones tecnológicas con la apertura de la era atómica y, comenzaba la era del confort. El bombillo, la máquina de escribir, las lavadoras y una serie de artefactos, concebidos en un inicio para el uso industrial, terminaron por convertirse en soporte imprescindible para denotar la calidad de vida de los individuos, otorgando estatus de desarrollo a la cotidianidad doméstica; fueron los tiempos de la masificación de la idea del desarrollo, aunque no de la democracia. Paradójicamente, en medio de los conflictos globales más sangrientos que conociera la humanidad hasta entonces, el invento de la penicilina, la cura de la tuberculosis, la inmunización masiva contra el tifus, la viruela, la difteria, y el desarrollo de la tecnología quirúrgica aumentaban las expectativas de vida mientras morían millones en los frentes de guerras, en los campos de concentración, bajo los bombardeos a las ciudades o quemados por el hongo de la bomba nuclear, y aun así, el género humano se veía a sí mismo optimista y vencedor de la miseria y la muerte.

Bien fuese a través de las democracias liberales y capitalistas o en la segunda fase del socialismo, el comunismo, la humanidad alcanzaría esa tierra prometida, el primer paraíso de donde fuésemos expulsados, para ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente y parir a nuestros hijos con dolor,  sufriendo la enfermedad, la pena, la hambruna, el trabajo, la ruina y la muerte, precisamente a través del conocimiento del Árbol de La Ciencia y del Saber, tabú por el que habían sido expulsados nuestros padres iniciales. Se invertirían las cosas. El conocimiento no sería castigo. Entonces, tras el advenimiento de la paz y superada la amenaza del conflicto de Corea, entramos en la silenciosa puja de la guerra fría; siempre esperanzados, tuvimos la certeza de que al final triunfarían los justos y la humanidad fraternizaría en el conocimiento, en la tecnología, en la asepsia del confort y en la vida optimista, casi eterna y así, expansionistas por naturaleza como somos, corrimos nuestras fronteras hasta las del universo.

Sólo unas voces disonantes (Aldous Huxley, George Orwell, MIjail Bulgakov, Albert Camus, Ray Bradbury entre otros) escribirían sobre un mañana gris, igualador, incierto, despótico; llamarían la atención sobre el imperio de intereses y figuras totalitarias, describirían la frivolización de las masas subsumidas en una danza hedonista e idiotizada por sonidos cósmicos y paroxísticos, por drogas medicadas, y seducidas por las promesas de líderes mesiánicos que hablarían directo a sus emociones básicas. Esa realidad sería prefigurada y señalada por la estirpe de pensadores proféticos que no confundió la expansión del conocimiento con el imperio de la nada narcisista, sabiduría con información, revelando la bulla de una existencia despersonalizada, la desrealización eufórica en el vacío, la ausencia de referentes significantes en el desorden de los signos, la satisfacción de las necesidades inmediatas, el castigo al pesimismo subversivo y disidente de ese orden, de esa consonancia en el hundimiento feliz.

Y el tiempo transcurre, es inevitable vivir sin percibir su corrosivo trabajo sobre los mitos, y aunque no hemos llegado al fin de las eras, ni se han abierto los sellos del Apocalipsis, ahora más que nunca se nos aleja y/o complica el paraíso de la realización material soñado por la modernidad.

Al descorrerse el velo con el acceso a Internet, creímos que el destino de cierta manera nos había alcanzado. Por un momento imaginamos, al inicio con cautela, una aldea global posible, la información compartida, el intercambio horizontal entre iguales y todos los que pudieron se volcaron, encontraron y reinventaron en la red, buscaban participación, compartir el pan de los sucesos de cada día sin intermediarios y de nuevo la ilusión de estar insertados en los eventos trascendentes de los cambios históricos se apoderó de todos con fuerza, a tiempo que una tabula rasa igualaba a quienes pudieran pagarse el acceso y participar en los foros, en las salas de conversación, o sencillamente navegar por las infinitas páginas, opciones múltiples, diversidad elevada a todas sus posibilidades, sus fracciones, sus aristas. Si bien la realidad podía serle adversa a la libertad individual, tendríamos un lugar virtual para expresarnos con autenticidad y fortaleza. Ahora sí, el crecimiento de la tecnología y la capacidad de información crecía exponencialmente, su magnitud se multiplica cada vez en un menor lapso de tiempo, similar a la metástasis de células cancerígenas o a los cultivos de bacterias desde los lejanos foros, salas url, blogs hasta el presente y transitorio tejido de las imponderables redes sociales, resaltando entre ellas el Twitter.

Ahora como antes se escuchan las voces entusiastas, y una avalancha militante se hace cómplice en el manejo y uso de las herramientas; la tecnología móvil parece un remolino; vertiginosa integra todas las plataformas, los canales envejecen, se confunden los emisores con los receptores y los referentes se desdibujan impidiendo trazar el árbol de Jackobson y otros advierten que no pasa nada ahora que no haya pasado antes, sostienen que sólo hay que buscar perspectivas y diferenciar el canal, ellos sostienen que los modernistas de principios de siglo pasado manifestaban que sus nuevas estructuras eclipsaban la distancia entre emisor y receptor, que habían roto o destruido el espacio escenográfico euclidiano: profundos, homogéneos, constituidos por los planos seleccionados y manifestan: de ahora en adelante situaremos al espectador dentro del cuadro . Los modernos no concebían observar los objetos alejados, el observador se confunde con el espacio, se incorpora al espacio, se disipa el punto de vista único, todo se mueve, nada es estático. Y ahora hasta los dueños de medios de comunicación y los gobernantes, los déspotas y demócratas se trepan al cuadro de Twitter o Facebook, y simulan abandonar sus líneas editoriales omniscientes, o sostienen su bulla unidireccional -Todos somos divos, nadie sino él-. como ciertos dictadorzuelos, para cabalgar la continuidad del relato informativo, y llevarlo a estructuras de poder, manipularlo y moldearlo para que cumpla el patrón del Gatopardo, cambiar todo para que no cambie nada.

¿Y el usuario común, el ciudadano de a pie, el individuo que busca su inserción en un fenómeno trascendente y transformador?

Las opiniones están divididas, como diría Eco, hay apocalípticos e integrados. Unos sostienen que en verdad pueden construir redes y producir cambios desde la base hacia arriba, o de forma horizontal; sería una manera que revolucionaría la relación de poder y honestamente se empeñan en trabajar y en crear, por ejemplo periodismo ciudadano, contraloría social, movimientos de opinión, ONGs e incentivan movilizaciones reales como la que hiciera desde Facebook un grupo de personas en contra de las FARC. Muchos se toman su participación en estos fenómenos con la seriedad de un cruzado, a veces ni se dan espacio para el humor, temiendo restarle seriedad a un asunto tan trascendente. Otros sostienen la idea de la ilusión mutante, un nombre patético para estos tiempos de realización cibernética. Una vez acabada la euforia innovadora, aquella libertad total para la expresión, las experiencias sin límites, la cercanía y desmitificación de los íconos, la solidaridad y la sensibilidad desbocada, se hace sentir una corriente invisible, la energía normativa de algunos y la mano que mece la cuna comienza a moldear aquella fuerza intangible, a darle una forma sutil cercana al estatus quo, a conquistar algunos terrenos claves desde donde, posicionados, pontifican y resignifican la relación de poder; entonces aquel movimiento entusiasta de la libertad, anarquista en el buen sentido de la palabra, peligrosamente subversivo termina por ser arrollado y enajenado por unos actores vigilantes. Ya no suscitan desconcierto, el espacio se torna cada vez más dómito y en esa democratización de la horizontalidad, poco a poco comienzan a marcar el paso la consagración del hedonismo, la seducción autorreferencial, el morbo por los reality, el rumor compulsivo, la bulla no decodificable trocándose la necesidad comunicativa trascendente por una cada vez más irrelevante. ¿Pero es que debemos ser trascendentes en todo momento? Preguntan y repreguntan de inmediato ¿debemos ser sustantivos a cualquier costo? Y luego el exceso de información desdibuja el conocimiento, genera una ansiedad por la siguiente información, como si se tratase de una próxima dosis, los participantes de estos fenómenos comunicacionales tienen una correspondencia casi exacta a la de los corredores de las grandes casas de bolsa, el estilo de los yuppies de Wall Street, o de los jugadores de Las Vegas, al consumidor de sustancias aceleradoras, adictivas y angustiantes, los emoticones, lo tipos, los vínculos para ver el último video, el estadio compartido en casa, abrazos, compañeros, empatías y soledad vencida, entran por nuestras narices, nuestros ojos, son chutes exactos a las venas más gruesas y aparece El lugar perfecto para la sublimación.

Los In son libres de la tiranía verista, la realidad es demasiado chata y a veces imposible y se refugian en el gueto, en cantones donde abrazan códigos que terminan siendo verdades excesivamente fugaces y relativas en torno de la acción y la reacción; vanidades mutantes que no sostienen un criterio y sus valores pasan de cualitativos a cuantitativos: cuántos seguidores, cuántos Retweets, cuantos followfriday. Se cambia el reto y la incorrección por la ovación y el poder, se abusa del ingenio para seducir sin otro agregado y olvidamos seducción para un fin ulterior; embriagados de slogans vivimos el eterno presente y dejamos de ser consecuencia del pasado y no buscamos participar en función del futuro; neo narcisistas desertamos de todo en nombre de la libertad, libertad para pensar en la próxima actualización de nuestros estados en el Twitter, para posar en función de las fotos que hemos de subir al Facebook ,en la música que escuchamos para que otros sepan que escuchamos esa música; súper expuestos nos atamos al gusto de un grupo invisible y a su presión de red social: comentamos todo y lo compartimos con una multitud y a veces, no da prurito romper la fila o dejar de balar; nos volvemos demagogos, y respondemos condescendientes a esos avatares o fotos intervenidas por el photoshop que nos reclaman desde un más acá vuelto cosa. El individuo rebelde de nuevo es presa de la voluntad del grupo.

Devaluado el pasado, devaluado el futuro y sin anclaje presente, de nuevo el reto al final de la noche, o cuando al fin nos apartamos de lo que nos tiene conectados a la réplica de información ignota o del ingenio forzado a una competencia de genialidad creativa, sentido en sí mismo de todos los sentidos, avanza sobre nosotros la niebla de la resaca de la orgía de la manada virtual y nos desnuda y quedamos solos, en esa situación de la que tanto huimos desde que tuvimos conciencia de nuestra finitud, eso dicen, más solos que un reo en una mazmorra medieval, vacíos de una oración simple, coherente que nos signifique y nos afirme, somos lo que decimos ser, soy honesto; y sólo queda, la amargura de hiel que dejan las orgías del narcisismo en colectivo.

Y para concluir, sería aconsejable escuchar en estos momentos más voces disonantes (la voz de David Foster Wallace, por ejemplo) la unanimidad debería alarmarnos siempre, deberíamos escuchar voces no adecuadas sobre esas cosas importantes que nos suceden y nos seguirán sucediendo en el devenir del ascenso o el descenso de las civilizaciones.