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José Ramón Medina

En muchos de nuestros emprendimientos literarios juveniles tuvimos siempre a mano el cordial apoyo de José Ramón Medina. No obstante la diferencia de edad entre él y quienes integramos la generación de 1958, su bonhomía y generosidad lo situaron en frecuente cercanía, al modo de un puente entre quienes llegábamos entonces y los demás escritores. Unos ojos atentos y miopes, el cabello liso y como fijado con gomina, un cuerpo menudo, de rasgos amables dibujados por una sencillez que no necesitaba valerse de ademanes tropicales. Se percibía en su mirada la lumbre de quien había conocido el sufrimiento de pequeño, esa llama que una vez adquirida parece servirle al hombre de brújula para situarse ante los seres y las cosas.

Conservo cartas suyas que datan de mis veinte años, en las que me solicitaba colaboración para alguna revista que dirigía, como de seguro otros de mis compañeros también las recibieron. Lo veo entrar en 1959, acompañando a Pablo Neruda al Teatro Municipal de Valencia, la noche del recital del poeta chileno en su viaje a Venezuela. Puntual, atento, accesible, hizo siempre de la generosidad un sentimiento indeclinable.

Vinculado al grupo literario Contrapunto, que se dio a conocer durante la cuarta década del pasado siglo, su poesía destaca dentro de la producción de sus otros compañeros con rasgos propios, junto a la de Rafael Ángel Insausti. Se trata en su caso de una voz sobria y tenue, de desolaciones recónditas, que se manifiesta tempranamente en 1947 con Edad de la esperanza y prosigue luego un itinerario de depuración y precisiones verbales hasta su más reciente libro, Certezas y presagios (1984), que se cuenta entre sus mejores entregas.

Ha sido además estudioso de nuestra literatura, antólogo, ensayista, editor y hombre vinculado por años a la administración pública. No se aminoran tales créditos de la valía que lo distingue si en su reconocimiento destacamos también al escrupuloso practicante de la amistad, a quien ha sido siempre capaz de conjugar la palabra amigo con los signos de la tolerancia, el respeto y la entrañable simpatía.

Eugenio Montejo, 2007