Ciudad

¿Cómo se les llama a los que nacen en Chivacoa?

Para atravesar a Caracas es conveniente sumergirse en cualquiera de las recetas de ese variado catálogo del aturdimiento.

Por Héctor Torres | 7 de junio, 2010

I never feel sadness / I never feel pain
With my cunning and with my stealth
I don’t need a brain
Emir Kusturica (Pitbull Terrier)

A Caracas no se le habita, se le padece. Para atravesarla de punta a punta del reloj es conveniente sumergirse en cualquiera de las recetas de ese variado catálogo del aturdimiento. La idea, después todo, es padecerla creyendo que se le disfruta. Está, por ejemplo, extraviarse en el soundtrack del Ipod a volumen bestial. Está el monte, la pega, el alcohol. Está la temeridad de la ostentación: una Avalanche tan larga como su inseguridad, una BMW poderosa y veloz, una pistolota, una cara de duro dentro de una chaqueta de cuero. O pincharse en las venas las Líneas del Poseso para colmarse de odio. También se puede subirse a la acera con todo y carro, tocar corneta con impaciencia, comerse las luces del semáforo o ejercer cualquier modo de irracionalidad que ayude a andar por el filo perpetuo, con el vacío a un costado y la muerte al otro.

O beber de la euforia suicida. Esa que se activa los viernes tras el santo y seña del ¿qué hay pa´ esta noche? La que no conoce peligro, inflación, crisis ni parece asistir al streaptease más demorado que se conozca en los anales de las dictaduras.

En ese placebo andaba Andreína con unos compañeros del banco esa noche. Luego de dar vueltas sin suerte por Las Mercedes y El Rosal, terminaron encontrando lugar en un local a un costado de la Solano. Mesa para cinco, música bailable y cervezas frías. ¿Quién duda que Dios si echa un ojo de vez en cuando?

A la tercera ronda ya habían olvidado qué celebraban. A la quinta pidieron una parrillita. A la séptima concluyeron que la promoción de Ordoñez tenía una sospechosa relación con sus almuerzos con el gerente, y a la octava no notaron que ya sólo quedaban unas cuatro mesas ocupadas, aunque sí notaron, en cambio, la repentina presencia de los tres tipos sentados en la mesa al lado del pasillo de los baños, frente a la caja.

No es que estuvieran mal vestidos. No es que tuvieran aspecto de delincuentes. No es que fueran feos (¡Nooo!, sentenciaron las tres chicas al unísono). Era algo indefinible, elástico, elusivo. Era que inquietaban por alguna razón que ninguno atinaba a precisar.

La novena ronda les llegó de sorpresa. Los caballeros invitan, dijo el mesonero torciendo los labios en dirección a la mesa que estaba al lado de los baños. Con la del estribo, por cautela, iban a pedir la cuenta pero, con los primeros compases de una pieza de Willie Colón, una mano se extendió frente a Andreína.

Al levantar la vista, acertó en sus temores. En la mesa todos miraron de reojo haciéndose los concentrados en la conversación, pero ella hizo un paneo y dijo con la mirada una especie de tranquilos, no está pasando nada.

Le dio la mano y caminaron hacia la pista. Moreno, delgado, alto, una descripción que se ajusta a uno de cada cuatro tipos que pueden abordar a una chica en un sitio nocturno. De cerca, Andreína ratificó que, efectivamente: a) el tipo no iba mal vestido, b) el tipo no era feo en lo absoluto, y c) el tipo tenía algo intimidante que no era fácil de definir.

También que bailaba sabroso y que ella tenía tiempo con ganas de hacerlo. Quizá por eso último fue que bailaron como cinco piezas seguidas y, aunque no perdía su aire inquietante, ella se iba acostumbrando, sintiendo que era algo impersonal, como si manara de él sin que se diera cuenta.

Estamos hablando de una chica con diez cervezas encima y con muchas ganas de bailar. Estamos hablando de que en Caracas hay que sumergirse en cualquiera de las recetas del aturdimiento. Y de que esa venía en un empaque amable.

Pero estamos hablando, también, del típico cara o sello. Porque luego de la quinta pieza, ella volvió a su mesa y dijo, suave pero firmemente:

Vámonos.

Era la hora de la salsa brava. Luego de Willie Colón, vino Sonido Bestial. Y luego ¿Dónde vas, Chichi? Ella, heredera de una estirpe de bailarines, no se amedrentó. Los acompañantes de su pareja conversaban en voz baja y distendida, ajenos a ellos, trazando mapas imaginarios con las manos. Los muchachos hablaban entre sí pero no dejaban de observar a los bailarines de reojo. El tipo se lucía con sus pasos. Ella honraba su herencia.

El tipo, así como bailaba, hablaba. Y de todo. Y sin orden. Le dijo que Larry Harlow no hablaba nada de español, que los maricos que sesean y son peluqueros siempre son hijos únicos, que para que el perico no produzca impotencia hay que consumirlo tomando whisky, que él tenía un hijo en Chivacoa y que el carajito le pidió un Wii (¿Cómo coño se enteran los muchachos de Chivacoa que existe el Wii?), que ese pueblo no le ofrece nada a los chamos y que es un pueblo horrible, que sólo lo supera Nirgua y eso porque es una guarida de atracadores retirados. Que vamos a ver si tú sabes, princesa: ¿Cómo se le dice a los que nacen en Chivacoa?

Andreína descubrió que no era una pregunta retórica, que su compañero de baile (Ernesto, fue el nombre con el que se presentó) esperaba una respuesta de ella. Al verla dudar le dijo con aire decepcionado: No debería darte el regalo que te tengo, pero te lo voy a dar de todos modos. ¿Sabes por qué?

¿Un regalo? No, dijo Andreína, sintiendo que las cervezas, el baile, la situación, la estaban dopando más allá de su dosis diaria de aturdimiento. ¿Por qué?

Porque eres burda de panita. Uno saca a bailar a una jeva en un sitio y siempre lo miran a uno de arriba abajo. Pero tú no, tú bailaste con el desconocido. ¿Y te pasó algo malo? No. Lo que te pasó el que el desconocido te va a hacer un regalo. Y te va a hacer el regalo aunque no sepas cómo se le dice a su chamo que nació en Chivacoa.

Hizo una pausa, como buscando el preciso orden de las palabras que iba a pronunciar:

Tú y tus panas tienen cinco minutos para salir de aquí. Nosotros vinimos a tirar un atraco. Lo que pasa es que me provocó echar un pie mientras esperábamos que llegara el carro. Y tú eres una chama panita y ya llegó el carro, así que vamos a lo que vinimos. Cinco minutos. ¿Te gusta el regalito?

Me estás cotorreando, le dijo Andreína con un aplomo que le era ajeno.

¿Te estoy cotorreando?, repitió el tipo imitando su voz y alzando las cejas con cara grave. Baja un pelo la mano pa´ve si te estoy cotorreando.

Andreína deslizó la mano por su espalda, a través de la lisa superficie de la chaqueta, y tropezó con un objeto duro incrustado en la pretina del pantalón. Recogió la mano como si le hubiera pegado corriente.

Shhhhh, tranquila, que es un regalo no una verbena.

Pero, ¿por qué van a hacer eso, vale?

Mira, mamita, aquí la única pregunta es ¿Quieres el regalo o no quieres el regalo? Si lo quieres, terminamos esta pieza, pagan su consumo y se me van. Ese es el regalo que les sale a las jevitas que no miran feo a los tipos que quieren bailar un ratico.

Cuando volvió al grupo, la expresión de su cara bastó para que la palabra vámonos convenciera a los muchachos de pedir la cuenta y dejar unos billetes sobre la mesa sin hacer preguntas. Entendieron sin entender, en medio de sus propios aturdimientos. Mientras caminaban a la salida, el tipo, que le explicaba algo a sus compañeros de mesa, se fue detrás de ellos y, luego de abrirles la puerta, le dijo a un gorila que estaba fumando afuera:

Estos salen.

Este sí es galán, dijo el gorila tirando el cigarro al piso y sacando una pistola que hizo un escalofriante sonido metálico cuando fue cargada con vigor.

El galán, dando la espalda a la calle, hizo lo mismo con una pistolota que, en efecto, sacó de debajo de su chaqueta.

Chivacoense, princesa, mi chamo es chivacoense, le dijo a Andreína cuando ella pasó a su lado, a la vez que echaba una rápida ojeada a la calle silenciosa.

Plomo, galán, dijo el otro, que esta noche la película es de acción.

Y empujaron la puerta bruscamente.

Mientras el grupo trataba de convencer a las piernas de aguantar hasta el carro, alcanzaron a escuchar a través del vidrio, como si saliese de las cornetas de un carro que sigue de largo, los insultos y las órdenes violentas de los atracadores.

Nadie mira nadie se pone bruto, escuchó Andreína como en una película en cámara lenta reconociendo con claridad el timbre de voz de su compañero de baile.

Héctor Torres  es autor, entre otras obras, del libro de crónicas "Caracas Muerde" (Ed. Punto Cero). Fundador y ex editor del portal Ficción Breve. Puedes leer más textos de Héctor en Prodavinci aquí y seguirlo en twitter en @hectorres

Comentarios (31)

Andrés Volpe.
7 de junio, 2010

Mis más sinceros respetos a tu capacidad de narrativa Héctor. Nunca me paso un solo escrito. Saludos.

Sydney Perdomo
8 de junio, 2010

¡Ostias! jajajaj Pero esto si que me ha dejado en el sitio hasta me sentí la pobre Andreina. :S.

¡Excelente narrativa caballero! Autentica expresión y vivencia de la cotidiana vida Caraqueña…Espero que cuando me pregunte un desconocido el gentilicio, sepa responderlo porque cuando de nervios se trata… De otra manera, no creo que estaría contándola. jajajajaja

Saludos y mis respetos sinceros. 😉

MILITZA
8 de junio, 2010

Ja,ja,ja. Excelente Héctor! Una historia extraída de la vida misma! Fascinante. Que bien que yo siempre bailo!

Eduardo Mujica
8 de junio, 2010

Excelente narrativa, con puesta en escena y todo, felicitaciones Hector

RodKL
8 de junio, 2010

Brutal hermano.

Mauricio Aranguibel
8 de junio, 2010

Lograstes que viviera una noche caraqueña sin tener que salir…….wow!!!!!!

@seleccionada ligia Isturiz
8 de junio, 2010

Muy visual, muy urbano, muy fragmento de película latina, muy a mi gusto. Héctor, el infaltable, que ya empieza a ser comentado, como mejor cronista, como mejor relator de escenas que de historias (Nunca para mí; lo juro Sigo reservando el espacio donde voy a colocar la novela cercana a la Huella del Bisonte ) Pero en cualquier caso, Hector Torres tiene garra y tiene carisna y tieme versatilidad y es uno de los tocados por el ängel. Y el lector sale con un sentimiento que – nunca lo duden- no será de decepción.

MARIPILI
8 de junio, 2010

Vale, o sea, cómo te explico, es perfecto para un corto, por cierto yo bailo muy bien jejejeje, digo, para hacer de Andreina. Un gran abrazo.

Martín Castillo Morales
9 de junio, 2010

Muy bueno Héctor Torres. Saludos.

Odart
9 de junio, 2010

Excelente relato!

Sandra
9 de junio, 2010

Muy adecuado saber para la pròxima los ¿gentilicios? venezolanos,¿cual serà el de los nativos de delta amacuro?,jejej,por si acaso.Felicitaciones al autor

Julieta Buitrago
9 de junio, 2010

Sustoooooooo!!!! lo viví

Carlos
10 de junio, 2010

Es simplemente perfecto. Gracias por este relato.

Raul Abzueta
10 de junio, 2010

Excelente bro.

Carlos Mendez
10 de junio, 2010

Excelente historia y lenguaje.

Laura
11 de junio, 2010

Maravillosa la manera de mantener el suspenso y con finales no predecibles. Mientras te leo pienso en el desenlace y me encanta que el tuyo es siempre distinto. Un nudo en la garganta y un golpe en el corazón. No me pierdo ninguno de tus relatos Héctor. Extraordinaria crónica de la violencia caraqueña.

Votante
12 de junio, 2010

Tan real como la vida misma. Excelente.

Héctor Torres
14 de junio, 2010

Un millón de gracias a todos por sus gentiles comentarios. Una vez publicado, un texto es un mundo cerrado con vida propia, con tantas ventanas como lectores. Agrada sabe que entre ellos hay lectores felices con lo que ven.

Efectivamente, Militza, un hecho de la vida misma. Nuestra realidad parece un estudio de Tarantino. Sólo hay que ejercitarse en el arte de proyectarla lo más cercano posible a las emociones que produce.

Es un compromiso, Seleccionada. Se está trabajando en ello 🙂

Gracias nuevamente a todos por sus comentarios y el aliento a seguir produciendo estos textos para ustedes.

Harold Mota
14 de junio, 2010

Muy buena historia, lo malo es que los que tenemos esas características físicas nos envainamos…Las chamas se vuelven más prejuiciosas. Tocará evolucionar. Exitos.

Ali Paez
3 de julio, 2010

Muy bueno el relato, no dista mucho de la realidad…Una narrativa donde nos convierte en complices, excelente.

Ricardo
15 de julio, 2010

Que exito!!!!!

O.
22 de julio, 2010

“Baja un pelo la mano pa´ve si te estoy cotorreando.”

o de como se veria Bonnie & Clyde si se filmara en Venezuela…

Manuel H
30 de julio, 2010

Saludos Hector.

Por referencia en el twitter llegue hasta acá, y ha valido la pena. Para alguien que disfrute la buena lectura, este es un buen lugar definitivamente.

Sólo hay una cosa que no me gustó … Sin embargo la manera en que uno se sumerje en la lectura hace que sea algo sin importancia.

Atte. Un Nirgueño, ciudadano del mundo.

PD: Nirgua hace algunos años fue un pueblo digno de ser llamado así, “pueblo”…con el paso del tiempo se dejó contaminar por todas esas cosas que tiene enfermas de muerte muchas de nuestras ciudades y peor aún, nuestra sociedad.

Héctor Torres
13 de septiembre, 2010

“Sólo hay una cosa que no me gustó…”, Qué pena, Manuel, jejeje, cuando uno escribe ficción, selecciona un nombre y siempre habrá dolientes. Pero no es más que un recurso de la credibilidad del texto. La realidad es que gente buena y gente mala hay en todas partes. Esos recursos de la ficción no tienen por qué beber de la realidad, que siempre es tan compleja. Saludos, y gracias a los amigos que comentaron después de mis saludos previos.

carla
14 de noviembre, 2010

Simplemente me gustó, me logró involucrar el relato

Adina
27 de diciembre, 2010

Desde que te comence a leer, (hace muy poco) comence a recomendarte pones al lector de tus relatos en vilo, en espectante situacion que yo por que se que son cortos no recurro a leer el final como hago con las novelas brasilenas que veo. te deseo que Dios te depare un gran exito!!! y que podamos algun dia ver un guion de pelicula escrito por ti.

María Eugenia
28 de diciembre, 2010

buenísimo relato, con un eco de Secuestro Express

Fabio Zacarías-Socorro
7 de mayo, 2011

Estoy mu complacido de haber leido tu artículo, es diferente, urbano, y entretenido.

Federico Tormo
5 de junio, 2011

Felicitaciones. En pocas palabras dejaste un mensaje claro y conciso, además de algún otro entre líneas, muy bien logrado.

luis pimentel
8 de julio, 2011

Exitos y por favor “regalanos” un con mas de esa capacidad creativa.

heimys
16 de enero, 2015

Excelente narrativa, me sentí como Andreina, 😉 Una pregunta, ¿por qué de Chivacoa? Por cierto soy Chivacoense… Saludos…

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