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“I’m running this place”

Con algo más de una hora de retraso comenzó en el Celarg la charla “La realidad del colonialismo en su poesía” con el premio Nobel Derek Walcott. Poco más de cuarenta personas esperábamos la apertura de la sala y la llegada del gran poeta.

Walcott entró con el aplauso emocionado de los pocos privilegiados que sorteamos el acertijo oculto de la programación del VII Festival Mundial de Poesía —la comunicación menos directa, como si el responsable de publicitar el esfuerzo fuese el Góngora de Las soledades—. Entró enfundado en un chaqueta clara, el más elegante Caribe, escoltado por el poeta y traductor jamaiquino Keith Ellis y una joven y sonriente intérprete que contagiaba la sonrisa al poeta.

Walcott, luego de la presentación del presidente del Celarg, Hernández Montoya, agradeció el privilegio de estar ante tan exigua audiencia, y en un tono algo más verde, la belleza de su joven intérprete. Obviamente estaba complacido con la compañía que le habían asignado los organizadores.

La charla propuesta por Walcott giró —o al menos era su intención— en torno a Caliban, el único de los representantes de los “pueblos originarios” con cuerpo de La tempestad de Shakespeare, anagrama de “canibal” y esclavo de Próspero. Es sin duda uno de los personajes más intrigantes y atractivos de la enorme contribución de Shakespeare de personajes inolvidables. Caliban es deforme y malvado pero habla con extraordinaria belleza. Caliban es el poeta de la obra, y es el poeta en lengua ajena que la usa como instrumento para mostrarse.

Walcott trató de aproximarse a este complejo personaje que se apropia de la lengua

You taught me language, and my profit on’t
Is, I know how to curse. The red plague rid you,
For learning me your language!

con el beneficio de poder maldecir a su amo en la lengua aprendida.

Walcott pronunciaba con cuidado cada oración para dejar inmediatamente la pausa que debía aprovechar la traductora. Estaba, la hermosa niña de la sonrisa contagiosa, en una situación nada fácil. Debía traducir al momento a un consagrado poeta precisamente hablando de poesía y lenguaje. Es un compromiso que alarmaría al más experimentado. Su primera traducción fue un piropo que el octogenario le dirigía públicamente y que no supo bien como comunicar al resto. “Se encuentra muy feliz de tener a alguien tan hermoso que le sirva de voz. Se refiere a mí” confesó con la sonrisa algo más tensa. La joven intérprete se vio sobrepasada por la circunstancia. No conozco la experiencia —ni siquiera sé su nombre, no lo dijeron nunca— de esta intérprete, no sé si tiene formación en literatura, si conoce la literatura del poeta o de otros poetas caribeños similares. Lo cierto es que las palabras de Walcott se veían constantemente alteradas en nuestra lengua. Negaciones que olvidaba incluir invirtiendo el sentido de la frase, acotaciones que eran descartadas por un criterio sintético algo radical, confusiones de palabras básicas entre palabras como “World” o “Word”, palabras que hacen mundos de diferencia entre lo dicho y lo interpretado. A las pocas oraciones el traductor y poeta Keith Ellis comenzó a hacerle correcciones al oído a nuestra intérprete. Algunas oraciones más, y el poeta jamaiquino desesperado le quitó el micrófono a la traductora. Keith Ellis es un buen traductor pero el español no es su lengua y la labor de intérprete requiere de un automatismo que es una habilidad más fácil de desarrollar en la lengua materna. Al poco rato, Roberto Hernández Montoya estaba contribuyendo en la traducción. Walcott veía mal que le enmendaran la plana a su hermosa compañía e hizo gestos para que le devolvieran el micrófono. Algunas oraciones más consiguió traducir al público la joven intérprete sin poder evitar las acotaciones de los otros poetas. Cuando el jamaiquino decomisó de nuevo el micrófono a la vez que el público hacía su propia traducción participativa —a gritos— Walcott dijo que no podía tener tres [o en realidad decenas de] traductores. Ellis le devolvió a disgusto el micrófono a la intérprete pero era muy tarde: el público se había envalentonado y quería meter su cuchara en esa morada traducción. Voces exaltadas proponían adjetivos más o menos precisos como alternativas a las elecciones de la traductora. A mi lado una profesora de Idiomas Modernos de la UCV no podía con la pena ajena y me garantizaba que esa no había sido alumna suya. Walcott miraba boquiabierto como apenas unas sencillas frases había causado tan improductivo debate y detuvo sus reflexiones, seguro que con mucho más en el tintero, para invitar a los presentes a dialogar acerca del tema propuesto.

-No he venido aquí a dar una conferencia. El grupo que me escucha debe ser de colegas escritores o de aficionados a la literatura. Prefiero el diálogo, así que los invito a partir de mis comentarios iniciales a hacer los suyos o bien sus preguntas.

La primera pregunta fue interesante. ¿Es usted Caliban? Walcott dijo que todos los escritores del Caribe son calibanes pero que era mucho más complejo que eso. Cuando iba la cosa a ponerse más interesante justamente para abordar esa complejidad y aprovechando una de las pausas producidas por otro desacuerdo lingüístico entre la traductora y el poeta Keith Ellis, se acercó al micrófono un poeta boliviano que inició una larga y disparatada introducción. Nos hizo saber, para los que no lo sabíamos, que había ganado con sus versos el premio en los juegos florales. De verdad. Mientras al oído, la traductora trataba de convertir el revolucionario discurso del poeta boliviano para que Walcott siguiera la intervención, vimos como las cejas del poeta del Caribe se arqueaban. “Your question, please” interrumpió la avalancha. Pero el poeta boliviano sentía que tenía todavía mucho por decir “No, no. Por favor permítame terminar la idea…”. La traductora seguía pegada al oído de Walcott y la cara del poeta era de furia. Gritó con furia “No! You shut up! I’m running this place!”. Al poeta del altiplano florido no le quedó más remedio que hacer una pregunta que mantuvo el sobresalto del de Omeros. “¿Calibán será Satán? Así al menos lo vemos en Bolivia.” Walcott miró con desconfianza a su traductora, con incredulidad. Juntó los labios con fuerza y miró a Ellis con la esperanza de que hubiese algún problema de traducción. Ellis no dijo nada.

Walcott volvió a La tempestad y repasó el tema de la belleza de las palabras de Caliban, muy superiores a las de su maestro y amo Próspero. La naturaleza del poeta. Entonces se arriesgó a abrir de nuevo los micrófonos a la audiencia. Un caballero de edad provecta mostró una agilidad inusual en alcanzar el micrófono. “Vivimos en un mundo sometido por la tecnología. La nueva ciencia lo abarca todo. ¿Ud. cree que la poesía es una ciencia o que la ciencia es poesía?”. Los labios de la traductora se seguían moviendo cerca del oído de Walcott cuando su cara mostraba unos ojos muy abiertos y una quijada que no podía mantener cerrada. Miró a la traductora con la convicción de que debía ser un problema de interpretación. Ellis miraba a piso. Hizo una pausa y sólo comentó: “No sé qué entiende Ud. por ciencia”. Una última pregunta, comprometida con el poseso, intentó buscar su opinión acerca de los eventos que como ese significaban una revolución cultural. Walcott agradeció la invitación con el deseo de que este tipo de esfuerzos se dieran en otras partes del mundo (quizás precisamente en otras partes del mundo). Ellis tomó el micrófono para convertir las palabras agradecidas en una loa desatada a lo que sucede en nuestro país. Decidió el poeta Walcott que sería mejor que leyeran un poema suyo, en la traducción y voz de Keith Ellis y que luego él lo leería en el original. Escogió “Names” que leyó sin mucha intensidad el poeta jamaiquino en nuestra lengua y no mucho más metido en personaje un agotado Walcott. No hubo más preguntas. El Nobel se negó rotundamente a decenas de solicitudes de entrevistas personales. La sala vacía igual se negaba a vaciarse enteramente y las pocas decenas de curiosos y periodistas de Telesur rodeaban al poeta que obviamente lo que quería era huir de la escena del crimen. Al día siguiente supimos que estaba de reposo con una infección respiratoria. (Quizás precisamente esa fue la explicación, o al menos me gustaría creerlo, para que nunca encendieran el aire acondicionado de la sala cerrada. O quizás parte de la escenografía para sentirnos más Caribe.)

Obviamente que las críticas a este encuentro no parten de la elección del tema, que no por manido deja de ser muy interesante y menos en las manos de un gigante como Walcott. Tampoco es mi intención detenerme en lo poco popular que fue el evento presenciado por los periodistas de Telesur y unos pocos afortunados más. Sino en la organización y los problemas que trae la improvisación. ¿Cómo es posible que el “Festival MUNDIAL de Poesía” no le preste importancia a la elección de los traductores encargados de ser las voces de los invitados? El esfuerzo de tener a Walcott destruido por la improvisación y falta de cuidado. Un encuentro sobre literatura requiere de expertos, de curtidos traductores, de intérpretes rodados y que compartan el gusto por la palabra poética. Otra oportunidad perdida, por el público que no pudo aprovecharlo y por la comunicación interrumpida. Ojalá Walcott ya esté bien. El famoso octogenario ya se debe haber ido con sus versos a otra parte, a donde esos versos encuentren lugar.