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Juan Manuel Santos: el político

Aterriza el avión en Bogotá. Uno a uno, demacrados por el cautiverio, los hombres descienden por la escalerilla. Visten camuflados nuevos y saludan con alegría, pero llevan en sus rostros la cicatriz de la penuria. Los reciben cientos de reporteros y fotógrafos, una masa confusa de cámaras que registran el momento y lo transmiten a todo el globo.

El paroxismo llega cuando la señora, la única mujer del grupo, muy delgada, apoya las botas sobre la pista y abraza a Yolanda Pulecio, su madre. El clímax de la escena, sí, ocurre cuando Ingrid Betancourt, la ex candidata presidencial secuestrada, recupera su libertad gracias a ese rescate de película.

Detrás de las mujeres, callado, como un complacido director de teatro, todavía en la puerta de la nave, está parado el protagonista de esta historia, el artífice de la épica. Juan Manuel Santos lleva una camisa blanca impecable. Sonríe. Está feliz por las liberaciones. Celebra el “jaque” propinado a las FARC. Pero hay más: Juan Manuel Santos sonríe porque ha triunfado. Porque liberando a los cautivos ha dado un salto en su largo viaje hacia la Presidencia.

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Eduardo Santos, tío abuelo del candidato, fue presidente de Colombia de 1938 a 1942. Sucedió en el cargo a Alfonso López Pumarejo, y éste, en su segundo mandato, lo sucedió a él. El hijo de López Pumarejo, Alfonso López Michelsen, también fue Presidente, de 1974 a 1978. Fue el último gran caudillo del Partido Liberal, y fue, también, el mentor político de Juan Manuel Santos.

Dicho de otro modo: Santos nació para ser presidente.

Se sabe que tiene 58 años y es el tercer hijo de Enrique Santos, el hombre que fue durante muchos años director general y dueño del diario El Tiempo, el de mayor influencia en el país. Se sabe que cumplió el servicio militar y que fue cadete por dos años. Que luego estudió economía en la Universidad de Kansas, donde se graduó entre los primeros de su promoción. Se sabe que hizo una maestría en Desarrollo Económico en London School of Economics y un MBA en Harvard. Y que a los 24 años, apoyado por uno de sus padrinos, el todopoderoso Arturo Gómez Jaramillo, fue nombrado delegado ante la Organización Mundial del Café.

Antes de dedicarse a la política, o en los recesos que ella le dejaba, Juan Manuel Santos, como todos los miembros de su clan, trabajó en El Tiempo. Su hermano Enrique, ahora presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, fue un reportero sagaz y un editor con olfato. Pero Juan Manuel, tan distinto, prefirió atrincherarse detrás de los influyentes editoriales que publicaba el periódico. Allí, además, fungía como una suerte de enlace entre la familia Santos y el poder político de turno.

El candidato es nieto de Enrique Santos Montejo, alias “Calibán”, uno de los más grandes columnistas colombianos (en ese país las páginas de opinión han llegado a tener verdaderos hinchas), y es primo hermano de Francisco Santos, actual vicepresidente de la República.

En los últimos años, Santos y Álvaro Uribe se convirtieron en una dupla eficaz, aunque dispar. Nunca dos tipos fueron tan distintos. Uribe es un provinciano, un tipo que disfruta hablar con la gente, que se detiene en los pueblos, que adora sus fincas y sabe montar a caballo. Santos es niño bien de la capital. Un miembro del jet set local, bien peinado y completamente desprovisto de esa magia que llaman carisma. Lo más cerca que ha estado de la Casa de Nariño (sede del gobierno y residencia del Jefe del Estado) fue en 1993, cuando logró acuerdos en el Congreso, fue votado por la mayoría y se convirtió en Designado a la Presidencia, una figura que luego fue reemplazada por la actual Vicepresidencia.

En el gobierno de César Gaviria (1990-1994), cuando se creó el Ministerio de Comercio Exterior, Santos fue el primero en ocupar la cartera. Desde allí impulsó y consiguió la entrada de Colombia a la Organización Mundial del Comercio. En el siguiente período le propuso a Ernesto Samper (1994-1998) que creara una zona de despeje donde podría negociarse la paz con las FARC. La idea no prosperó, pero Santos sostuvo reuniones con Carlos Castaño, entonces gran jefe paramilitar, y con representantes de la guerrilla, supuestamente para gestionar un armisticio. Estos encuentros fueron secretos, el presidente Samper acusó a Santos de conspirador y hasta allí.

En 2007 Salvatore Mancuso, otro comandante “para”, confirmó los encuentros de Santos con Castaño, y lo acusó de buscar un golpe contra el gobierno de Samper (en su administración hubo grandes escándalos por la entrada de dinero de la droga a la campaña presidencial; hubo una investigación llamada “Proceso 8000”, pero el Presidente no cayó). Santos no negó los hechos, admitió que quería a Samper fuera del poder, “pero no a través de un golpe de estado”.

Con Pastrana y con el propio Uribe, Santos ha tenido enfrentamientos que luego mutan en alianzas. A Pastrana lo criticó por sus errores en la implementación de la zona de despeje (heredó la idea de Samper), en San Vicente del Caguán, donde se iniciaron negociaciones con las FARC que pronto naufragaron. A pesar de esas críticas, luego fue su ministro de Hacienda, y algo de orden puso en una economía que alcanzó, antes de su gestión, inflación de dos dígitos. Además logró promover la Ley de pensiones y adelantó una importante reforma tributaria.

A Uribe, durante su primer mandato, le censuró el afán reeleccionista. Sin embargo, en 2005, cuando el Partido Liberal expulsó a una veintena de sus parlamentarios por apoyar este proyecto en el Parlamento, Santos estuvo entre los que fundaron el Partido de la U, que aglutinó a todos los aliados del uribismo. Desde entonces se convirtió en el líder del movimiento.

El estrellato de Santos, no obstante, llegó con el Ministerio de Defensa. Estamos ante un hombre con olfato, que reconoce las oportunidades, que sabe dónde puede sobresalir haciendo bien su trabajo. Y claro, cosechando dividendos políticos. Entre 2006 y 2009, Santos fue una especie de super ministro, dando duros golpes a la estructura de las FARC. Los más sonados fueron la muerte de Raúl Reyes en territorio ecuatoriano (Operación Fénix) y la Operación Jaque. Por esa incursión en Ecuador un juez de ese país solicitó a Interpol la captura de Santos y varios generales colombianos, pero el organismo desestimó la solicitud.

Estos logros, puntales en la Política de Seguridad Democrática, la gran apuesta de la administración de Uribe, fueron asistidos por servicios de inteligencia y financiamiento norteamericano. Este era un puesto problemático, pero que daba dividendos si había éxito. Al fin y al cabo, la popularidad de Uribe descansaba sobre sus éxitos en la lucha contra la insurgencia. Pero fueron éxitos ensombrecidos por los escándalos de los llamados “falsos positivos”. En las Fuerzas Armadas se creó un sistema de incentivos y recompensas que premiaban a los oficiales cuando daban de baja a miembros de la guerrilla. Luego se descubrieron montajes donde aparecían como milicianos simples civiles inocentes. Se encontraron fosas comunes y hay denuncias de organizaciones de derechos humanos que hablan de mil y hasta dos mil desapariciones forzadas en estos operativos. Si Santos se ufana de sus éxitos como ministro de Defensa, se ha dicho durante esta campaña, también debería cargar con los crímenes que se cometieron durante su gestión.

Santos ha sido uno de los pocos civiles que ha tenido poder real sobre los generales. Aún se reconoce su liderazgo en el Ministerio de Defensa. Ha publicado un par de libros: “La tercera vía: una opción para Colombia”. Y “Jaque al terror: los años horribles de las FARC”.

Siempre alerta ante las oportunidades, nunca precipitándose, Santos esperó hasta el último momento antes de anunciar su aspiración presidencial. La Corte Constitucional entró a decidir si procedía o no el referendo que buscaba promover la segunda reelección de Uribe. Cuando por fin dijeron que no, automáticamente Santos arrancó su campaña.

Seguro de sí mismo, egocéntrico y distante, sabe elegir colaboradores capaces y delegar en ellos las tareas. Es un tecnócrata y un pragmático de centro derecha. Apoyó el golpe de Carmona Estanga y viene de ahí, y de sus frases imprudentes, la enemistad con Chávez. Es cierto que no ha ganado un solo voto en toda su carrera política. Pero también es cierto que ha tenido grandes éxitos en los retos que se ha planteado. Se dice que es un negociador de acuerdos, un especialista de la política entre bastidores.

Santos no es Uribe, que se siente un predestinado y de niño ya hablaba del poder. Pero sí es, desde siempre, una especie de criatura oficial. Un tipo capaz, pero también favorecido por las circunstancias, que siempre ha salido airoso en sus misiones. Santos, nadie lo duda, siempre ha anhelado un puesto en la Casa de Nariño. Y esta puede ser su apuesta definitiva. La última.

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