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La burguesía china

A los miembros del Grupo Inocente, en el exilio interior.

En la última entrega de la LONDON REVIEW OF BOOKS, un largo trabajo de Perry Anderson sobre China, que es importante para comprender lo que esta ocurriendo en el país de la Gran Muralla. Hace un par de años, en un seminario sobre el tema de la “nueva burguesía”, propuse la tesis de acuerdo con la cual la burguesía es “inmortal”, tal vez lo único inmortal que nos queda. Y que se trata de mucho más que de una clase social o un fenómeno económico. Me atreví a decir, en esa oportunidad, y después, que lo burgués era parte de la esencia del hombre moderno. Y que sólo las creencias religiosas habían retrasado su aparición. Una vez que, en Occidente, colapsó el dominio absolutista del cristianismo, el hombre se hizo burgués, y la sociedad, a través de una serie de violentas revoluciones, se hizo burguesa. Hablé de la transformación de la economía china y su marcha hacia un modelo enteramente burgués. Lo que no tenía claro para entonces era la causa profunda de la tardía aparición de esta tendencia en China. Una cita de Niall Ferguson, en un curso en Harvard, me reveló  la etiología del proceso. En realidad, se trata de una cita de Weber que cita Ferguson. Dice Weber en su ensayo “La religión en China”:

El racionalismo confuciano implica un ajuste racional al mundo; mientras
que el racionalismo puritano implica un dominio racional del mundo.

En efecto, la adopción de la ética confuciana fue lo que postergó durante milenios el surgimiento de la burguesía en el gran país del Lejano Oriente. Uno de los fundamentos del pensamiento del gran Confucio es la “piedad filial”, que implica la obediencia, casi religiosa, a las condiciones heredadas, afectivas e ideológicas. La esencia de esta filosofía es el camino del medio, el conformismo, el eje fijo. La burguesía es lo contrario: transgresión, cambio, desplazamiento, tensión. En una línea que escapó a Ferguson, Weber vuelve sobre el tema que tanto lo apasionara:

Cierto es que en algunos monumentos literarios de Egipto se encuentran
principios de una ética y una filosofía específicas propias de los burócratas.
Pero sólo en China ha hallado una filosofía práctica burocrática –el confu-
cianismo-, una perfección sistemática y una fundamental armonía de conjunto…
El confucianismo  basa en la virtud cardinal de la piedad filial, las relaciones
de subordinación de los funcionarios con respecto al príncipe, de los funcio-
narios inferiores frente a los superiores y, sobre todo, de los súbditos ante  los
funcionarios y el monarca.

Confucio es uno de los más grandes pensadores éticos de la humanidad. No obstante, en su concepción de la sociedad burocrática  ideal, debemos encontrar la raíz del pasado triunfo  de las potencias occidentales sobre las del Lejano Oriente. La nueva China es el resultado de una gran transgresión: superar la ética confuciana. Como propone Martin Jacques en su When China Rules the World, en lo sucesivo, la historia será A.C. y D.C. , antes y después de China.  Tal vez más preciso sea A.B.C. y D.B.C., antes de la Burguesía China y después de la Burguesía China.

La industrialización compulsiva de los países europeos tuvo no poco de hórrido. Pero es probable que una de sus consecuencias más saludables  sea la de haber tenido que emplear un número relativamente reducido de trabajadores. Y esta es una de las razones,  tan sólo una, por las cuales Europa pudo superar los problemas de superpoblación, tal como se presentan en India, Japón o China. Para la época de la última dinastía importante, la Ch’ing o manchú (1644), la agricultura  china encontró una forma de organización que le permitió sobrevivir hasta 1911. El sistema es de una complejidad bizantina, con un componente social, los “eruditos”, impensable en Occidente, y una organización en clanes igualmente exótica. En resumidas cuentas, se trataba de aparcerías entre el terrateniente y los campesinos. El primero aportaba las tierras, y los segundos, el trabajo. Las tentaciones, remotas por el apego a la tradición, de una rebelión campesina, eran mantenidas a raya por la hipertrofiada burocracia imperial, encargada de mantener al terrateniente en la posesión de dilatadas extensiones. Se impuso un orden jerárquico amparado en la ética confuciana. El feudalismo se legitimaba con base en la creencia difundida por los burócratas de que se trataba de  una situación “históricamente primitiva”. Nadie como Confucio para expresar de manera sublime este organismo social.

Esta cosmovisión encontraba su correlato social en el sistema de aparcerías estimulado por el estado. Reduciéndolo a  simpleza de esquema, se puede decir que tres eran los elementos, sin contar la suprema autoridad del emperador: terratenientes, burócratas y campesinos.  Ahora bien, el territorio chino es vasto y el cultivo ha menester de ingentes cantidades de trabajadores. De modo que, para el terrateniente, la solución más adecuada era la superpoblación. Barrington Moore, Jr., otros de los estudiosos serios del laberinto chino, se ha referido a este asunto con claridad que se agradece: “El predominio de la aparcería explica que el terrateniente tuviese un marcado interés en lo que suele llamarse, de modo poco preciso, superpoblación. Pero el interés del terrateniente en mantener numerosos campesinos como, al menos, renteros potenciales, era un elemento decisivo de la situación”. Es probable que el modelo marxista no alcance para explicar las tesis de San Anselmo sobre la existencia de Dios, pero no deja de ser útil en cantidad de ocasiones. Lo que sostiene Barrington Moore, Jr. es una fina ilustración de sus teorías: “Importa subrayar dos circunstancias. El exceso de población sólo podía favorecer los intereses del terrateniente mientras existiese un gobierno fuerte para mantener el orden, garantizar sus derechos de propiedad y asegurar la recaudación de sus rentas. Tal fue la tarea de la burocracia imperial. De ahí que la superpoblación no consistiese en una simple razón aritmética entre tierras y hombres; en la China, como en la India y Japón, tuvo causas económicas y políticas específicas”. La llegada de los occidentales en el siglo XIX no mejoró el panorama. Eran los últimos interesados en la industrialización del país. Lo querían como colonia, no como aliado. La superpoblación era un regalo de los dioses: mano de obra barata y un consumidor cautivo (para el opio de ayer  y otras basuras de hoy). La situación, después de sesenta años de comunismo, no parece haber cambiado mucho.

Una recomendación de Confucio:

El hombre superior, una vez que ha obtenido la confianza de los súbditos a los que le toque gobernar, puede mandarles que trabajen pero, si no ha conseguido su confianza, los súbditos pensarán que los está oprimiendo. Igualmente, si obtiene la confianza de su soberano, podrá censurarle, mientras que, si no la ha obtenido, el soberano creerá que es insultado cuando se le censura.

Un consejo que no sólo es bueno para los que gobiernan (que nunca lo entenderán) sino para todos los demás.