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El matrimonio gay

No entiendo cuál es el problema contra el matrimonio homosexual. Yo, que soy un marido heterosexual reincidente, casado en segundas nupcias y padre de un hijo, creyente confeso del pacto laico que supone la convivencia y el ejercicio de ciertos de deberes y derechos de pareja y de familia, sencillamente no lo entiendo.

En muchos casos, el rechazo proviene de feroces colectivos religiosos que enarbolan banderas dogmáticas, cuyos discursos contienen más gazmoñería que argumentos. Y como ya sabemos, donde intervienen los dogmas (y la gazmoñería) todo se hace extremo, todo se hipersensibiliza, todo cobra un color de discusión bizantina.

En otros casos el rechazo proviene de ciertas ideologías anquilosadas, tanto de derecha como de izquierda. Se suelen citar las vergonzosas experiencias homofóbicas de las URSS, de la China comunista y de Cuba, así como también los gobiernos de ultraconservadores partidos de derecha, apoyados fuertemente por la iglesia católica. En ambos casos, y desde orillas opuestas, el rechazo ha sido el mismo.

Así, una izquierda rancia, una derecha senil y ciertos colectivos religiosos se ocupan de frenar este y otros avances en materia de derechos civiles y de libertades individuales. Incluso hay quienes, sin ser demasiado religiosos ni políticamente fanatizados, también se resisten a estos temas. Se trata de los “mesurados”, un universo poblacional más bien conservador que suelen ser demasiado circunspecto y casi siempre influyente. Y por último, existe otro colectivo que sorprende por su originalidad; lo integran quienes, siendo heterosexuales, no creen en la figura del matrimonio y se mofan de quienes luchan por obtener ese derecho.

Yo digo una cosa: si dos personas mayores de edad y del mismo sexo se aman (o creen o dicen que se aman) y desean soportarse, quizás ingenuamente, para el resto de sus vidas, no hay Dios Cristiano, Judío o Mahometano (y mucho menos institución pública alguna) que pueda impedirles efectuar esa unión por medio de un pacto legal. Un pacto que incluya los mismos deberes y derechos que amparan a los matrimonios heterosexuales.

Hay quienes alegan que este tipo de matrimonio destruye la institución familiar. Pero al decir esto no advierten que esa destrucción comenzó hace mucho tiempo atrás, mucho antes de que los gays y lesbianas salieran a las calles. Como mínimo, desde que Caín le dio aquella memorable pedrada a su pobre hermano, o desde que Edipo se arrancó los ojos por las razones que ya todos conocen. Eso sin contar con los récords de divorcios y los concubinatos voluntarios que desde hace tiempo integran nuestro catálogo cultural. De modo que la familia nació en medio de amenazas, grietas, sospechas y carencias. Y todo eso la persigue a diario pues, como toda institución, lucha por su propia sobrevivencia, y su fortaleza no será dada por quienes vigilan su pureza sino por la capacidad (y flexibilidad) que esta tenga para sortear obstáculos que le permitan, antes que destruirse, adaptarse.

Todo esto lo digo pues en Argentina acaba de ser aprobado en la Cámara de Diputados (125 votos a favor, 109 en contra) el proyecto de la llamada Ley de la Igualdad, que daría el visto bueno al matrimonio de parejas del mismo sexo con los mismos deberes y derechos del matrimonio heterosexual. Es la primera vez que un parlamento latinoamericano debate y aprueba un proyecto de ley de estas características, pese al rechazo de un importante número de sus diputados. Ahora la discusión se elevará a la Cámara del Senado, y veremos en junio cómo termina todo esto.

Por supuesto el tema más peliagudo es el relativo a las adopciones. En este punto existen divergencias de todo tipo. Yo, en lo particular, no veo ningún problema con las adopciones de hijos por parte de matrimonios homosexuales, siempre y cuando este proceso se haga dentro de un marco legal que proteja al niño. Es decir, la misma exigencia que uno le haría a un matrimonio heterosexual. Muchos se escandalizan y se llevan las manos a la cabeza al pensar qué tipo de daño social le estamos infligiendo a un niño criado en un hogar de estas características. Pues bien, yo me pregunto qué tipo de daño social, físico y psíquico, muchas veces irreversible, le estamos dando a un niño de la calle, abandonado por sus padres, por la sociedad y por las instituciones. Eso sin contar con los que viven en hogares heterosexuales violentos (millones, sin duda), o en esas escuelas del delito que son los orfanatorios Quienes se oponen a que esos niños sin hogares sean adoptados por matrimonios homosexuales deberían, antes que oponerse, adoptarlos ellos mismos. “Un niño necesita amor, no abstracciones”, dice Edurne Uriarte, citada por Mario Vargas Llosa en un artículo ya famoso*. No ver esto es tapar el sol con un dedo. La hipocresía suele aflorar en este punto. Por supuesto el tema es complejo y hay casos lamentables, como el de aquel niño norteamericano, hijo de matrimonio homosexual que, al no soportar la presión social, decidió suicidarse. En un caso como este se suele apuntar a los padres como responsables a la sombra, pero habría que apuntar a cierto sector de la sociedad que se toma la ley del Talión por mano propia y actúa. Nada más parecido a un linchamiento. Y los linchamientos, lamentablemente, todavía los justificamos.

En Argentina, como en muchos otros sitios, la ley de adopción no pregunta expresamente si el adoptante es heterosexual u homosexual, de modo que en la realidad existen infinidad de niños que habitan dentro de familias o ambientes homosexuales. Esta ley, pues, vendría a otorgar derechos y deberes a estas nuevas formas de agrupación familiar que hoy lucen, desde el punto de vista legal, en situación clandestina. Recomiendo leer la estremecedora carta de una lectora del diario La Nación, publicada hace poco en el mismo diario: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1261391. Allí se puede ver con claridad cómo la falta de una ley de estas características puede causar una tragedia familiar, con muerte y traumáticas separaciones incluidas.

Estoy hablando, pues, y esto es bueno aclararlo, del matrimonio visto como un acto republicano, jurídico, que pasa por tribunales y notarías y que son pactos por escrito que llevan sellos y firmas de empleados públicos. No hablo del matrimonio religioso, cuyas normas y leyes cada rito establece y cada seguidor es libre de obedecer. Lo que está en discusión es un asunto de la sociedad laica, algo que atañe a los derechos individuales y por lo tanto a la libertad jurídica de cada quien.

Gisela Kozak, intelectual comprometida con estas y otras causas, lo dijo claramente en un artículo publicado hace poco en el diario Tal Cual: “impedir el matrimonio o las uniones legales entre dos hombres o dos mujeres constituye una grosera discriminación”. Y concluye que “el matrimonio entre homosexuales y lesbianas es un derecho escamoteado”.

En Venezuela aún falta deslastrarnos de muchos prejuicios estériles que han ralentizado nuestra auténtica llegada a la modernidad. Entre los líderes que nos han tocado en suerte (cabezas duras, fanáticos, indolentes) y ciertos sectores de la sociedad anclados en conservadurismos inexplicables, todavía parece lejos el día –ojalá me equivoque– en que este tipo de discusiones se hagan sin provocar desmayos o infartos al miocardio.

Creo, por último, que no se trata de un asunto exclusivo de la militancia de gays y lesbianas. Lo lógico es que los heterosexuales también apoyemos esta o cualquier otra iniciativa que tenga como objeto la ampliación de la libertad y los derechos de las personas.

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* http://www.elpais.com/articulo/opinion/matrimonio/gay/elpporopi/20050626elpepiopi_7/Tes

** Foto: Producciones Y Milagros Agrupación Feminista