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Manarola, Fira y Petare

Hace unos días, mi padre, remitente compulsivo de e-mails, me mandó una presentación de Power Point con fotos de pueblos famosos ubicados en precipicios.  Mientras veía desfilar las imágenes de Ronda, Bonifacio, Manarola y Fira, pensé …¿por qué no puede aparecer Antímano?

Los que tenemos la audacia de imaginar una Caracas desarrollada, capital de una Venezuela del primer mundo, nos preguntamos qué destino le aguarda a los barrios de Caracas.  Nuestra visión de desarrollo, ¿necesariamente incluye un verde cerro cubierto de árboles donde ahora vemos los ranchos de Petare? ¿O será que hay otras opciones?

Ante esta pregunta, es útil recordar que esos pueblitos de Europa no siempre fueron los pintorescos lugares que vemos hoy, llenos de galerías de arte, cafés, adolescentes alemanes y parejas inglesas buscando un poquito de sol.

Manarola y los demás pueblos costeros de la Riviera Italiana fueron, por siglos, refugios de piratas y tratantes de esclavos.  Fira, el pueblo más grande de la isla griega de Santorini, sufrió invasiones de turcos y embates de la naturaleza como terremotos y explosiones volcánicas.  Por cientos de años estas comunidades no tuvieron agua potable ni luz, sufrían de múltiples enfermedades sus escuelas eran malas y pocas, no había seguridad ni empleo.

En resúmen, su situación era peor que la de Petare o Antímano hoy. Sin embargo, la superaron.

La pregunta que hay que hacerse es cómo hacer esa transición. Un paso necesario, mas no suficiente, es el de garantizar los derechos de propiedad.

El libro “El Misterio del Capital” de Hernando de Soto trata acerca de la enorme cantidad de capital “escondido” en los barrios pobres del tercer mundo, esperando ver la luz de la formalidad.  La formalización de ese capital tiene el potencial de transformar sociedades, siempre que se haga respetando las costumbres locales y tomando en cuenta los derechos de propiedad “informales” ya aceptados.

De Soto enfatiza que para destapar el capital escondido, hay que trabajar sobre lo que hay.  En vez del Estado plantearse la tarea imposible de encargarse del mejoramiento de barrios de forma directa, debería crear las condiciones para que el capital ya existente “vea la luz.”

Supongamos que quisiéramos que un asentamiento como El Limón, en la vía al aeropuerto, se formalizase. A grandes rasgos, la gente del barrio sabe quién es dueño de qué, lo que no tienen son los papeles para demostrarlo.  Es probable que la gente de El Limón haya ideado una manera de solucionar sus conflictos de propiedad, y que ésta mas o menos funcione.

Un enfoque que ignore la realidad de El Limón tendería a fracasar, ya que haría tan costosa la resolución de los conflictos entre lo que dice la Ley y la realidad del barrio, que pocas personas formalizarían sus títulos.

Además del respeto a la realidad local, hace falta crear las condiciones legales que aseguren que los arreglos institucionales serán respetados, y que los conflictos sobre titularidad serán dirimidos de manera pronta y justa por una autoridad accesible.

Esto no implica una visión minimalista del Estado.  Nuestros barrios carecen de infraestructura básica, escuelas, parques, y medios de transporte.  El Estado debe solucionar las fallas de mercado que hacen que esos bienes no existan, ya sea proporcionándolos directamente o trabajando para eliminar las externalidades que impiden que florezcan.

Este proceso terminará generando capital necesario para mejorar la calidad de vida.  Por ejemplo, los dueños de sus propias casas estarían más dispuestos a mejorar sus viviendas, haciéndolas más estables y mejorando su apariencia física.  Podrían incluso hipotecarlas para obtener créditos para armar negocios.  Por otra parte, tendrían más incentivo para presionar por la seguridad, ya que el valor de su vivienda dependería en parte de ello.

Un barrio titularizado estaría mucho mejor posicionado para mejorar sus condiciones de vida. Los municipios y el gobierno nacional podrían comenzar a cobrar impuestos, tanto derechos de frente como impuestos por transacciones de compra-venta, los cuales se revertirían en el mismo barrio. Las comunidades podrían promover el establecimiento de zonas comerciales que generen empleo e impuestos locales.

Esos pueblitos europeos hicieron esa transición, y llegaron a ser lo que son gracias a que los derechos de propiedad fueron establecidos.  Mal que mal, las casitas blancas de Fira no fueron pintadas así por el gobierno griego –fueron los vecinos los que, sabiéndose dueños de sus casas, decidieron hacer de su comunidad un polo turístico único en el mundo.

Es hora de que los pobres de nuestros barrios tengan el mismo chance.