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En la tierra de los desplazados

“Cuando despertaron, ya con el sol alto, se quedaron pasmados de fascinación. Frente a ellos, rodeado de helechos y palmeras, blanco y polvoriento en la silenciosa luz de la mañana, estaba un enorme galeón español”.

Gabriel García Márquez, “Cien años de soledad”.

Javier Darío Restrepo, maestro colombiano de ética periodística, gusta relatar que los restos de naves ancladas en tierra firme no son un invento de “Gabo” sino historia verídica, pasado triste y a la vez impune. En Colombia fueron encontrados barcos (porque fueron muchos más que uno) abandonados en el páramo, por culpa de los mapas de los cartógrafos de la Corona. Ellos habían elaborado en el Siglo XVI cartas de navegación en las que América se veía como una extensión de tierra larga y muy delgada. Así que los capitanes de los navíos decidían, razonablemente, que antes que ir hasta el extremo sur del mundo para darle la vuelta a ese continente finito, lo mejor era cargar la nave al hombro de la tripulación y cruzar hasta el otro océano por tierra. Pero tras mucho andar con la embarcación a cuestas, tras mucho remar empujando para que navegara sobre troncos, la prometida playa no asomaba. Todavía se conservan las desesperadas epístolas de los capitanes, que advierten que el otro mar no aparece. Y también se preservan las respuestas de los cartógrafos: si los mapas de Su Majestad dicen que el océano está ahí, entonces ahí está.

Incluso desde su prehistoria, desde antes de ser y de llamarse Colombia, este territorio ha mostrado que a la hora de las elecciones oficiales, la realidad siempre demuestra haberse desplazado más allá de lo que se asume como el más aquí. Casi cinco siglos después, en vísperas de las elecciones oficiales para elegir al que conducirá el timón de la Nación por los próximos cuatro años, Colombia se ratifica como la tierra de los desplazamientos. Donde aquello que discuten los políticos más influyentes, en verdad, no es lo que están discutiendo. Porque aquí, el realismo mágico es literatura, es historia y es campaña electoral.

Que Colombia está desplazándose no es metáfora. Son 29.997.574 colombianos los que, según el censo electoral, están en condiciones de trasladarse mañana para sufragar en las 72.725 mesas de votación que serán desplegadas a lo largo del territorio. Inclusive, si se repitieran los índices de concurrencia de los comicios presidenciales anteriores y sólo se presentara a emitir su voto el 63% de los electores, los habitantes que se movilizarán para elegir al sucesor de Alvaro Uribe hasta 2014 sumarán casi 19 millones.

No es un tropo: literal y estadísticamente, Colombia está moviéndose.

Encarnizadamente de acuerdo

El Caribe, por estas horas, sólo se siente en cuatro de los sentidos: todo tiene aroma, sabor, color y calor tropical. El oído, en cambio, sólo sabe de comicios.

Los empleados de Migraciones, en el aeropuerto cartagenero, hablan de las elecciones. Al lado, la empleada de la casa de cambio en la terminal del Rafael Núñez conversa con su compañero sobre los candidatos. Más tarde, el taxi tiene sintonizada en la radio una emisora que no transmite vallenatos ni champetas sino un informativo con noticias políticas. Luego, el televisor de la habitación 422 del hotel Oceanía se enciende y de los 112 canales posibles, el que aparece en pantalla es el 86, de la señal CityTv, que programó para el martes 25 de mayo el debate entre quienes, según las encuestas, son los principales candidatos. Comienza a las 20, la misma hora en que millones de televidentes latinoamericanos tienen previsto ver el último capítulo de la taquillera serie Lost.

Cuando el ciclo con los postulantes comienza, pareciera que el desplazamiento también se ha colado en la pantalla chica. Todos usan trajes oscuros. Todos visten camisas blancas. Todos calzan zapatos negros. Todos están de acuerdo en la primera respuesta, que engullirá medio programa. Nadie debate. Este es el final de la temporada comicial. Aquí están transmitiendo Lost.

Para mayores desplazamientos, la primera pregunta refiere específicamente a la situación de los millones de colombianos que han debido abandonar sus propiedades rurales, empujados por la contrarreforma agraria del narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares. El moderador, finalmente, pregunta: “¿qué solución van a dar al problema de los desplazados?”. Las coincidencias son ironías que se visten de monjas.

Los seis postulantes, que -según el caso- declararon que sus partidos invertirán entre 3,5 y 5 millones de dólares en la promoción de sus postulaciones, responden con las mismas cuatro palabras: restitución de las tierras. Si tanto el oficialismo como la oposición está de acuerdo en eso que nadie hace, no quedan muchas opciones: la verdad no está en las respuestas sino en sus márgenes.

Hay 4 millones de desplazados a quienes les arrebataron 5,5 millones de hectáreas, dice Gustavo Petro, del Polo Democrático Alternativo: 50 años, corbata fucsia, ex integrante el movimiento guerrillero M-19.

Hay 160 bandas paramilitares operando en las mismas zonas que el Gobierno pretende seguras, precisa Rafael Pardo, del Partido Federal: 56 años, corbata color salmón, economista

Muchos desplazados quieren quedarse en las ciudades, pero no tienen trabajo ni vivienda, reclama Noemí Sanín, del Partido Conservador: 60 años, chaleco rojo, abogada

De las 2,1 millones de hectáreas incautadas al narcotráfico, sólo hay sentencia definitiva para la restitución de 70.000, denuncia Germán Vargas Lleras, de Cambio Radical: 48 años, corbata rosada, abogado.

Hay que prestarle especial atención a los pequeños porque uno de cada tres desplazados es un niño, describe Juan Manuel Santos, del Partido de la U: 58 años, corbata color borravino, ex ministro de Defensa y referente de Uribe. Es uno de los dos favoritos.

Hay que detener las masacres y aunque sería tres veces más barato usar paramilitares contras las FARC, a esa guerra hay que ganarla con la Ley, advierte Antanas Mockus, del Partido Verde: 58 años, corbata, pelo y barba gris, filósofo y matemático, ex alcalde bogotano. Es la Némesis de Santos.

Al final, no se manifestará evidente pero sí resultará coherente: la clave está en lo que no está. En la discusión que falta. Los seis políticos que quieren ser Presidente no debaten acerca de si el Estado debe ser más grande o más chico, si debe ser o no intervencionista, si a cuánto debe ascender el costo de la seguridad social… En la Colombia donde nació Gabriel García Márquez, que hoy vive en México, también están desplazados los relatos. Porque las ideologías son relatos para interpretar la realidad. Y aquí no hay discusiones ideológicas sino fundacionales. Hay debates sobre cómo garantizar que la tierra heredada de los padres donde se crían los hijos no sea arrebatada por delincuentes y asesinos a punta de pistola.

Hay, en definitiva, preocupaciones propias de los tiempos en que los marinos creían que era más fácil cruzar un barco por tierra que navegándolo por el mar.

Calle a calle, verso a verso

Al episodio televisivo de los candidatos desplazados de la confrontación no ha sido invitado un presidenciable inamovible, que denuncia ser discriminado por los medios. Es Róbinson Devia, del movimiento “La voz de la ConSciencia”: 36 años, encadenado al monumento del Libertador en la bogotana plaza Bolívar, motivador espiritual.

Interna y externamente, el pretendido debate le da certificado de garantía a la obviedad: la verdad está afuera. Un buen lugar donde empezar a buscarla es Cartagena de Indias. Esta es la capital caribeña de los desplazamientos: ellos tienen aquí sus propias postales, como la de esa mujer que reparte bendiciones a las puertas del museo de la Inquisición.

La llegada de los oficialmente llamados desplazados prácticamente ha duplicado la población, estimada hoy en alrededor de 1,2 millón de habitantes. Mucho antes, la urbe ya había crecido cimentada en desplazamientos. Hay una ciudad amurallada y colonial claramente separada de la urbanización moderna, que se eleva hacia eso que más que cielo es el imperio de un sol empecinado.

Si el casco histórico es un núcleo fortificado, el resto es una pavimentada sucesión de paredes empapeladas por afiches con los rostros enormes y las propuestas pequeñas de los candidatos.

“Aquí va a ganar Santos”, asegura Edilberto Avila con la misma naturalidad con la que porta barba de tres días y maneja su taxi amarillo Colombia. “A mi Cartagena no venía ni un solo barco. En lo que va del año, ya llegaron 120. Y está programado que vengan 160 más. Eso es gracias a la seguridad que nos dio Alvaro Uribe, que le ha devuelto la alegría a mi gente, y que sólo Santos puede garantizar”, declama mientras deja atrás las murallas.

La espigada encargada del restaurante La Crepperie, con su peinado de peluquería de esa misma mañana, no opina lo mismo. “Yo voy a votar a Mockus. Sí, le tengo un poquito de miedo a lo de la seguridad, pero más miedo le tengo a la corrupción del Gobierno”, le dice a un cliente frente a la plaza Bolívar.

“Lo que Mockus propone es un gobierno de ciudadanos como nunca tuvimos en nuestro país. Esto es pasar a la modernidad, al gobierno constitucional, en lugar de seguir desplazándonos hacia la pre-modernidad”, dice, convencida hasta los huesos, la politóloga Ana María González, encargada de la sede del Partido Verde murallas adentro. “Nuestro oponente es el medioevo: feudalismo, latifundio y violencia. Promete una seguridad basada en guardias privados: es decir, propone un Estado paramilitar. Cada vez somos más los que decimos ‘basta’ a todo esto, y por eso hoy estamos parados en un borde de la historia y nos ilusiona tener un gobierno que piense en el poder como algo distinto a un instrumento de opresión”, afirma resuelta en el local político de decorado franciscano, donde ella misma recibe a la prensa.

Es una habitación larga y no muy ancha, con material proselitista en el fondo y mobiliario de plástico en el frente, donde un escuálido ventilador de pie se hace el guapo. Ana María habla con sinceridad políticamente incorrecta. “Somos conscientes de que la pelea es desigual y que ellos están gastando millones y millones. Y en el Caribe no nos va a ir bien porque aquí nunca fue ejercida la democracia y al pueblo, que debe ser reeducado para que deje el clientelismo duro, le gustan los gestos autoritarios. A este local vienen dirigentes a ofrecer 500 votantes pero quieren saber qué hay a cambio. Y cuando les digo que no ofrecemos favores políticos sino un país mejor, se van. La semana pasada, inclusive, alguno se fue con mi billetera. No me importa: hay que dar la pelea”, arenga la bogotana que educa personalmente a sus hijos porque decidió no escolarizarlos, y que en sus ratos libres -todos esclavizados por estos días- mantiene la bitácora virtual alcarajoelcolegio.blogspot.com.

La sede del Partido de la U es un caserón colonial que ocupa todo una esquina, con patio interno florido, balcones generosos y galerías anchas, coronadas por dos televisores LCD de 42 pulgadas que proyectan las mismas publicidades electorales de Santos que reproducen, en las refrigeradas habitaciones, los LCD de 32 pulgadas, completamente rodeados de las computadoras con impresoras y más LCD, pero esta vez de 17 pulgadas. “Esta es la segunda tanda de máquinas: la primera se quemó porque la instalación de luz era mala”, ilustra Claudia Leyva, quien en su escritorio no apila volantes de propaganda sino currículums vitae de quienes, como Fernando José Matute, estudiante de Ciencias Políticas, quiere un trabajo. Ella es la primera de las cuatro personas a quien hay que ver para obtener una entrevista con algún “dirigente autorizado”, título que terminará recayendo en Luis Guillermo Martínez.

El ex candidato a alcalde de Cartagena y ex embajador de Colombia en Guyana insiste en que se lo llame “Willy” y pide disculpas por los 30 minutos de espera. “Hay que votar por Santos para fortalecer la política de seguridad democrática, tan exitosa en el gobierno de Uribe”, recita. Y, de pronto, saca un papel del bolsillo derecho de su pantalón, lo extiende sobre la mesa de madera lustrada y comienza a leerlo.

“Hemos recuperado la confianza de los empresarios colombianos y de los inversionistas extranjeros”, dice. “Santos va a crear 2,4 millones de puestos de empleos”, agrega. “Se becará a los jóvenes de escasos recursos para que estudien”, añade. “Santos luchará contra la corrupción y continuará con la pelea contra los narcos, las FARC y los paramilitares, porque la culebra todavía está viva, como dice Uribe, y hay que clavarle una estaca en la cabeza y otra en la cola”, concluye. Y guarda el papel. En los saludos finales, agrega que tiene un ilustre antepasado argentino: el general Juan Lavalle. Cuando se le refiere que fue un unitario que murió derrotado y perseguido durante las guerras civiles, en 1841, ultimado por un balazo que atravesó el ojo de una cerradura, termina de despedirse.

Ya en la calle, Clímaco Cuadro Núñez, de andar tranquilo en su aclimatado taxi, dice contento que en su ciudad gana Santos. “Mockus no me parece mala gente, pero se quedó en punto neutro: no va para atrás ni para adelante. Al que no lo quiero es a Petro: si él gana, pues gana Chávez”, deduce. Y se persigna.

En el centro de la ciudad amurallada, cerca de un puesto de venta de tarjetas prepagas para teléfonos celulares, Diana, brazalete verde, andar de muchacha fresca del caliente Caribe, sonrisa y solera blanca, dice que votar por Mockus es elegir la educación que los hará libres.

A escasas horas de la contienda final, un hombre vende minutos bajo la Torre del Reloj.

Ya contaron el final

Comienza la veda electoral y su maldecida ley seca. El período durante el cual la campaña cesa porque la suerte está echada y quiere descansar de proselitismos encendidos y de ron incendiario.

Mañana empieza a filmarse otra película en la vida de los colombianos que parecen marineros que se han cargado al hombro el peso de su nación. Sin embargo, ya se han filtrado pasajes del guión: las escenas de la desigualdad van a ser las mismas que hoy pueden verse en cada esquina. De acuerdo con la Misión para el Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad, convocada por el Gobierno, en Colombia más del 46% de la personas vive en condiciones de pobreza y el 17% vive en la calle.

Estos otros desplazados, ¿irán a depositar en las urnas sus cartas para comunicar a los cartógrafos de su majestad que la costa prometida no aparece?

Es muy corta la promesa y es muy largo el olvido.

Cuando cierre la votación, como cada domingo, el joven John Narváez se desplazará hasta la plaza de La Trinidad, en el barrio de Getsemaní, donde montará su equipo una vez más para no claudicar en su iniciativa de consolidar el “Cineclub Maicol Jackson”. El proyecta las imágenes sobre una pared que no tomó partido por el blanco, por lo que muy a menudo los filmes no se ven. Pero no importa: si el proyector dice que la película está ahí, entonces, ahí está.