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Sic transit gloria mundi

Esta semana vimos la forma sobria y elegante con que se sucede el poder en Gran Bretaña. Después de 13 años en el gobierno, los laboristas se retiran en sordina, sin hacer aspavientos, sin trampas ni puñaladas al Primer Ministro conservador que los reemplaza. Y todo ocurre en el espacio de una semana y con gestos simbólicos que no duran más de diez minutos cada uno. Brown va donde la Reina y le entrega la carta de renuncia. Cameron hace la misma visita y la Reina le pide que, en vista de que tiene la mayoría parlamentaria, conforme un nuevo gobierno.

En un breve discurso Gordon Brown declara: “No amé este trabajo por su prestigio, por sus títulos o por sus ceremonias —cosas que nunca me han gustado en absoluto—. Lo amé por el potencial que tiene de convertir al país que más quiero en una nación más tolerante, más verde, más democrática, más próspera y más justa”. Punto. A continuación abandona la casa (no el palacio) de Downing Street, número 10, para darle paso a su nuevo inquilino, el joven David Cameron, que llega acompañado de su esposa embarazada. Este tampoco se dedica a empañar el trabajo de su más acérrimo enemigo político. Al contrario, encuentra algún motivo para elogiarlo y dice que “con respecto a diez años antes su país es ahora más abierto en el interior y más compasivo con el mundo externo”. También le da las gracias a Brown por sus largos años como servidor público.

Los discursos no duran más de un cuarto de hora. No hay bandas de guerra ni bandas presidenciales, no hay Te Deum ni desfile militar y mucho menos desfile de lagartos ansiosos de puestos y sedientos de exhibirse en televisión. ¿Habrá algo más feo que la banda presidencial que atraviesa el pecho de los presidentes latinoamericanos? Con razón Botero pinta siempre a nuestros dictadores con esa ridícula marca de fábrica. Y el desfile militar, más la misa, lo que indican es miedo a un enemigo violento siempre al acecho. Durante la posesión no es extraño que se oigan explosiones de cilindros de gas y de metralla. Todo parece pólvora y uno no sabe si lo que explota son cañonazos de júbilo o bombas de protesta.

No hay, en Gran Bretaña, espacio para el interregno, es decir para aquello que los antiguos llamaban interregnum, y que consiste en el tiempo que hay entre dos reinos, cuando un monarca termina y otro empieza (lo que habrá aquí entre junio y agosto, con Uribe quemando sus últimos cartuchos y el elegido ansioso por llegar al poder). El relevo allá se hace en pocos días, lo cual es conveniente para el funcionamiento del Estado.

La elegancia y sobriedad de Gordon Brown me recordaron un hermoso poema de Kavafis sobre el Rey Demetrio: “Cuando los Macedonios lo dejaron /y demostraron preferir a Pirro, /el rey Demetrio (que tenía un alma /grande) no se condujo —así dijeron— /en absoluto como un rey. Se fue /a despojar de sus doradas ropas /y arrojó muy lejos /el calzado de púrpura cubierto. /Con el más simple atuendo /deprisa se vistió y desapareció. /Obrando a la manera del actor /que, cuando el espectáculo termina, /se cambia de vestido y se retira”.

También el poder es un escenario y también los políticos y los presidentes son actores que se suceden en la escena. Sic transit gloria mundi. Lástima que en Colombia los presidentes y los candidatos actúen como si fueran eternos. Lástima que para ser elegidos recurran a trucos como las voces falsas (un falso positivo auditivo). ¿Se imaginan a David Cameron haciendo una cuña radial en la que alguien, imitando la voz de la Reina, invita a los ciudadanos a votar por él? Algo tan sucio, ese solo gesto de picardía del pícaro, lo convertiría en una persona indigna de ser presidente de un país con alguna dignidad.