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Dexter: el asesinato como una de las bellas artes

Jorge Carrión: Dexter Morgan es un asesino psicópata y un policía, al mismo tiempo, y en ambas facetas es igualmente efectivo.

Por Jorge Carrión | 12 de mayo, 2010

En sus cuatro temporadas, la teleserie Dexter ha tratado el tema de la dualidad. No desde el lugar de Stevenson: no se trata de ser de día doctor y de noche míster; no la dualidad consecutiva, sino la simultánea. Dexter Morgan es un asesino psicópata y un policía, al mismo tiempo, y en ambas facetas es igualmente efectivo. También las cuatro temporadas con que el producto de la Fox cuenta hasta ahora se han articulado mediante conceptos duales, a través de la incorporación de villanos o antagonistas cada vez más fascinantes: Dexter y su hermano (la familia), Dexter y su amante (el amor), Dexter y su amigo (la amistad), Dexter y su maestro (la admiración). No me refiero a que en toda la teleserie esos conceptos no sean tratados, porque Debra es la hermana de Dexter y compañera suya en la comisaría de Miami; Rita es su novia y después su esposa; el sargento Batista y los demás compañeros policías constituyen lo más parecido a unos “amigos” que posee el protagonista; y la admiración hacia su padre, ambivalente y movediza, está en la serie desde su primer episodio. Pero esos elementos son constantes narrativas, que evolucionan, pero que no aparecen ni desaparecen; el Hermano, la Amante, el Amigo y el Maestro, en cambio, son personajes temáticos exclusivos de cada una de las temporadas. Figuras oscuras, sobre todo. Testigos de la oscuridad de Dexter, sobre todo. Ninguno de los tres tan poliédrico como Miguel Prado, fiscal, hombre público, cómplice, asesino junto a Dexter y al margen de él, la única persona con quien el protagonista ha compartido hasta el momento lo más íntimo de su ser: el ritual, la práctica de un asesinato. La persona que está más cerca de conocerlo realmente. También muere. A manos de Dexter Morgan, por supuesto, como el Maestro, como la Amante, como el Hermano. Para que el protagonista reafirme su soledad dual; para que el culpable de tantos homicidios solidifique su distinción personal entre inocente y culpable, una dicotomía mucho más sólida a sus ojos que la de víctima y verdugo. Por eso cuando conoce a Trinity, el psicópata rival de la cuarta temporada, se deja seducir por su aura ejemplar, por las enseñanzas que podriá transmitirle. Trinity es culpable, es verdugo, pero al parecer ha conseguido construir una familia, domesticar la dualidad. El mano a mano entre ellos dos fuerza la tuerca hasta la última vuelta. Que al final se rompe.

Al final de la tercera temporada, Dexter, que se cree incapaz de sentir emociones, se casa con Rita y se convierte en el padrastro de sus dos hijos. Él continúa convencido de que actúa, de que interpreta, de que simula una implicación sentimental; pero nosotros, los telespectadores, hemos aprendido a desconfiar de sus aseveraciones. En la cuarta temporada, se han trasladado al típico suburb norteamericano, en cuyo jardín Dexter va a edificar una habitación donde guardar sus herramientas asesinas. La separación física entre el hogar (el hombre) y el taller (el asesino) es un correlato de la distancia que se abre en el interior del personaje. La distancia entre los dos Dexter, presuntamente anulada por su voz en off, que nos da acceso a su intimidad, a sus auténticos pensamientos, no es más abismal que la que separa los múltiples yoes que todos albergamos adentro. El mecanismo es hipnótico también en el propio discurso: la voz en off de Dexter desmiente una y otra vez lo que está pasando en la realidad circundante. La ironía, el doble sentido, esa es la estrategia narrativa que manifiesta la esencia de la teleserie: también en el nivel de la elocución incide en la exploración de la dualidad.

Pero lo que hace de Dexter un producto de alto nivel es su elaboración de lo sublime y su impacto en la recepción. El sentimiento de lo sublime, según fue definido por Kant, consiste -si se me permiten la reducción y la paráfrasis- en la suspensión de las contantes vitales seguida de un desbordamiento. Eso es lo que experimentamos cada vez que Dexter Morgan asesina y descuartiza a un asesino, cada vez que cubre un espacio de plástico para neutralizar los brotes de sangre y ata con cinta transparente a su víctima, desnuda, a una mesa, y le hace mirar las fotografías de las personas a quienes quitó la vida, y le clava un cuchillo en el pecho, antes de proceder a descuartizarla y a desparramar sus fragmentos por el fondo de la bahía. La música nos prepara para ello. Al horror. Un horror de cámara aséptica: pero horror al fin y al cabo. Permanecemos en suspensión, congelados, durante los segundos que  dura la escena, porque la música, porque el ritual, porque la sangre fría y la brutalidad de Dexter, que hemos casi olvidado durante los minutos precedentes, que casi olvidaremos durante los minutos siguientes, quizá hasta el próximo capítulo, nos paralizan. Después, Dexter Morgan cambia de contexto: bromea con su hermana, come donuts, le pide a Rita que se case con él, juega con sus hijos adoptivos, sonríe ante el enésimo chiste malo de Masuka. Nos desbordamos, nos relajamos. Nos dejamos seducir por la complejidad del personaje. Y al final de estas cuatro temporadas nos damos cuenta de que Dexter es la única teleserie que nos desdobla, que nos duplica: no somos el mismo tipo de telespectador cuando el psicópata es un policía, un hermano, un amante, un marido, un padrastro, incluso un alumno o un hijo (su padre, Harry, es el fantasma que recorre la obra: ya estaba muerto cuando esta empieza, pero como el Rey Hamlet es la fuente de dudas, el abismo generacional, el contrapunto necesario); no, no somos el mismo televidente que cuando el psicópata es un psicópata ejecutor. No sentimos lo mismo. No pensamos lo mismo. Nuestra duplicidad, nuestra contradicción, nuestra escisión entre yoes antitéticos: ese es el triunfo de Dexter. Un triunfo que debe renovarse si la teleficción desea proseguir. Por eso el final de la cuarta temporada (el brutal, sobrecogedor final de la cuarta temporada) nos vuelve a dividir, sorprendidos. La viudez de Dexter es la nuestra. Acabó con su hermano, con su amante, con su amigo, con su maestro. Sí: es necesario matar al maestro. Pero hay que asumir las consecuencias.

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Foto: darlannex

Jorge Carrión 

Comentarios (8)

miriam osorio
13 de mayo, 2010

Hola, yo soy fanática a Dexter…..cada vez que se la recomiendo a alguien me dice que yo necesito un siquiatra urgente… jajajaja, pero me parece genial compartir los pensamientos con el asesino y tengo que reconocerlo a veces lo apoyo totalmente.

Gerardo Guarache Ocque
13 de mayo, 2010

Rescato esta frase del último párrafo: “Nuestra duplicidad, nuestra contradicción, nuestra escisión entre yoes antitéticos: ese es el triunfo de Dexter”. En efecto, la relación que se establece con Dexter es como la de aquellos que tenemos amigos con malas mañas. Esa condescendencia, ese momento en el que presenciamos el crimen y luego nos reconciliamos con la gracia del personaje, habla de nuestra propia oscuridad, de nuestro desdoblamiento (afortunadamente sólo como público de ficción).

Recomiento a los lectores de Prodavinci este texto del argentino Hernán Casciari, quien critica una columna de Rosa Montero sobre la serie.

http://blogs.elpais.com/espoiler/2007/12/la-abuelita-de.html

miriam osorio
13 de mayo, 2010

Gracias Gerardo, simplemente solté la cracajada con lo de “la abuelita de Rosa Montero”.. me encantaría traducirlo y enviársela al creador de la serie.. ¿cómo se dirá boludeces en inglés?, jajajaja, gracias..como diráin en México y/o venezuela, “Dexter es mi pana(carnal)”

luis
15 de mayo, 2010

Eventualmente he visto esa serie, pero no me parece creible. He leido mucho sobre asesinos en serie, ya que queria ser uno de ellos. Y un asecino en serie no puede ser policia y menos actuar como dexter, algo que los caracteriza es su falta de empatia, segun algunos autores se debe a un mal funcionamiento de ciertas areas del cerebro y el pensamiento ritualista. Un asesino en serie de verdad, como ted buddy ocualquiera de ellos no podria comportarse como dexter, por eso considero esa serie como de “personalidad ficcion”

Faustino Villagrán
16 de mayo, 2010

No veo Dexter, no me gusta. El texto este está de rechupete. Lo invito a Carrión a escribir sobre más series

Alonso García
18 de mayo, 2010

Gracias, Jordi. Ahora veré Dexter porque me has descubierto que me puede gustar. Abrazo y saludos desde Caracas.

Bebo
25 de julio, 2010

Para mi la mejor serie que he visto y conocido desde el trama hasta los personajes! Y una de mis series favoritas! Solo he visto dos temporadas pero me dieron ánimos con el articulo a ver las otras!

Rubén
30 de septiembre, 2010

Buena reseña de la tele serie, quizá la misma sea un poco grotesca pero me parece buena: Muestra ese lado oscuro que todos tenemos, el planteamiento psicológico del protagonista es fascinante desde el punto de vista del ser humano con patología mental. ¿Cuántos de nosotros asesinamos también moral y espiritualmente? ¿Cuántos tenemos alter ego por allí? ¿Somos del todo puros? Buena reseña!

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