- Prodavinci - https://historico.prodavinci.com -

La voz de las víctimas

Muñoz Molina destacaba que, pese al “ligero temblor y de la torpeza que ha ido adquiriendo su mano derecha, Michel no ha dejado de ofrecer su testimonio sobre las atrocidades vividas en el campo de exterminio”. A los 86 años, “continúa viajando a casi cualquier parte donde lo llaman para dar testimonio sobre sus años de cautiverio en Auschwitz, pero se ha dado cuenta de que la memoria se le está debilitando, igual que la calidad de su caligrafía”.

En realidad, Muñoz Molina quería responder a la fe que el escritor Jorge Semprún (1923-) acababa de poner en la literatura como instrumento de la memoria colectiva. No olvidemos que él, ex ministro de Cultura de España, es autor de una magnífica novela autobiográfica, El largo viaje (1963), escrita originalmente en francés, en la que narró sus experiencias en el campo de concentración de Buchenwald, a donde fue deportado en 1943.

En el artículo publicado el 4 de abril en El País, Semprún afirmó que “la escritura y los escritores son los únicos capaces de mantener vivo el recuerdo de la muerte. Si no, si los escritores no se apoderan de esa memoria de los campos de concentración, si no la hacen revivir y sobrevivir mediante su imaginación creadora, se apagará con los últimos testigos, dejará de ser un recuerdo de carne de hueso de la experiencia de la muerte”.

El empecinamiento de Michel no es distinto del de Semprún, 65 años después de haberse abierto el más monstruoso expediente genocida del siglo XX. Ambos atizan sin desfallecer el fuego de la memoria individual y le siguen hablando a la memoria colectiva. Y en su más amplio y generoso sentido, le han seguido hablando a la cultura democrática.

“Yo no estoy seguro de que la ficción tenga mucha utilidad a la hora de mantener presente lo que no debe olvidarse -replicó Muñoz Molina-. Por respeto al sufrimiento de tantos millones de seres humanos, la libertad de inventar ha de estar separada por una frontera bien visible de las narraciones rigurosas de lo sucedido.”

Entiendo la posición de Muñoz Molina, no así la división jerárquica de funciones que hace cuando asigna a la Historia mayor eficacia y credibilidad moral que a la literatura. Se trata de dos funciones distintas que apuntan a un hecho verdadero: construir memoria allí donde conspira el olvido. Todavía hoy, por ejemplo, nuestra época se siente conmovida por la Trilogía de Auschwitz, de Primo Levi, o Archipiélago Gulag, de Alexander Soljenitsin.

Los artículos de Muñoz Molina y Semprún tienen para nosotros otra clase de lectura. Tarde o temprano, también nosotros debemos rescatar esa memoria de las manos interesadas de la política (o los accidentes políticos de la Justicia) y llevarla a la cultura.
Los hechos atroces registrados en más de 40 años de un conflicto armado que compromete a organizaciones criminales, guerrilleras y paramilitares; a fuerzas del Estado, a políticos y a particulares, son muy recientes. Sería una necedad asignar prioridades a la hora de saber si es la Historia o la Literatura la que refleja con mayor fidelidad la dimensión de la barbarie.

A diferencia de lo temido por Semprún, aquí los testigos están vivos. Tan vivos como el conflicto y sus responsables. No corremos el riesgo de que desaparezca una generación que pueda dar testimonio de las atrocidades, sino de que, por miedo inducido de las víctimas o por negligencia de la justicia, se desestimule la necesidad de seguir haciendo memoria.

******

Foto: andertho