Artes

Invictus: cine, deporte y política en un círculo virtuoso

Invictus nos hace felices ante una realidad humana, aún sabiendo que esa sensación es, poco menos que un triunfo, poco más que una quimera.

Por Joaquín Ortega | 14 de abril, 2010

El cine es el aparato último de la ilusión consentida, la tramoya de las iconografías, la extensión programada de los sueños. Por eso, encontrarnos con la vida real, en clave de adaptación fílmica, emociona y desalienta a la vez. Para bien de los fanáticos, ese no es el caso de Invictus (Clint Eastwood, 2009)

A partir de un episodio histórico reciente, John Carlin narra -en su libro Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game That Changed a Nation- el entrelazamiento de una serie de circunstancias y decisiones, que conducirían a la construcción de un evento deportivo nacional, con miras a obtener un impacto social y político decisivo.

He aquí la historia

Nelson Mandela enfrenta un año particularmente severo, luego de su liberación y difícil  elección en Suráfrica. Todavía se sienten las tensiones del apartheid, y no sólo son los ciudadanos de raza blanca, quienes se resisten al cambio. El equipo de Rugby Springbrok, es el fiel reflejo del pasado racista -en términos de colores y simbología-. Aunado a esto, el juego está a punto de convertirse en el escenario viviente de las contradicciones sembradas -y mantenidas- durante más de medio siglo de segregacionismo.

Es aquí, donde la capacidad de negociación, el ingenio y la empatía, entre seres humanos centrados, conduce a la formación de una entente de ideas enfocadas al logro. Al encontrar ese ideal común, la dirección inspirada de un solo hombre -Nelson Mandela- cobra mayor sentido.

La historia muestra a cuentagotas el estado de las emociones y de las suspicacias mutuas del país. Se detiene en los lugares menos pensados: en el micromundo de los guardaespaldas de Mandela, en el espacio paralelo de las graderías, en esos “no lugares” donde la fanaticada se encierra con sus pasiones deportivas.

“Las aspiraciones de los negros se enfrentan con los temores de los blancos”, como bien se apunta en toda la narración, pudiendo alcanzar un sano equilibrio que concluye en el trabajo denodado y exitoso de la selección nacional de rugby, lo que fortalecerá al marco de la obra de gobierno, con una metáfora clara del trabajo en equipo.

Es a propósito de esta realidad, cuando el liderazgo compartido de Nelson Mandela (Morgan Freeman) y François Pienaar (Matt Damon) generan una ruta clara para dirigir emociones y objetivos comunes. En éste film, como pocas veces se ha visto en una producción de Hollywood, son los silencios los que preponderantemente se expresan como razones: el acuerdo tácito entre dos hombres con responsabilidades disímiles, pero convergentes -el presidente de un país y el capitán de un equipo deportivo-, la progresiva revelación de la historia de vida, al visitar el público la celda de Mandela en la prisión de Robben Island, la lectura del poema de Henley como fuerza inspiradora -entre otras escenas pivote- generan la contundencia de lo conseguido, más allá del encuentro deportivo, pero solo posible a partir de éste.

Un poco más sobre adaptaciones

Toda adaptación cinematográfica lleva sobre sí el pecado de las palabras transformadas en imágenes. Todos sabemos cómo, muchas veces, el exceso de estampas arruina al texto original, y cómo puede terminar desmenuzado -gracias al molinillo del entretenimiento- todo lo que tenga pretensiones de biografía.

Obviamente en Invictus hay licencias y errores prestos a ser revelados por los Stuart Little de internet: nombres de estadios equivocados, aparición de autos no inventados para entonces, presencia de marcas no desarrolladas para el año 1995, incluso la elección del poema de Henley, en lugar de un discurso de Theodore Roosevelt, originalmente entregado por Mandela a Pienaar, etc. Pero, de lo que no queda duda, es que se logra un evento dramático relevante, y que gracias al arte cinematográfico, se combinan emociones y deseos humanos de una manera hilada y proporcionada.

José Luis Boreau apuntaba -palabras más, palabras menos- que “así como hay pinturas que siendo malas son consideradas como obra de un pintor, existen películas muy vistosas que no hacen cine”. Posiblemente sea después de Bird (Eastwood, 1988), Letters From Iwo Jima (2006) o Challenging (Eastwood, 2008) cuando el sabio Clint, conjuga de una manera tan diestra la vida real, dentro de una obra de arte conmovedora y emocionante, sin llegar a formularse en tonos ridículos o sensibleros.

Sin duda, es una película elegante en el estilo visual, refinada en la edición, rítmica en la selección de transiciones. Asimismo, el ordenamiento entre los actores, los diálogos en plano íntimo y la gran escala de un juego de multitudes, engranan con absoluta limpieza y gracia.

Una mirada, todas las miradas

Poco queda por decir del vistazo de ésta creación colectiva que nos trae Invictus. La mirada del Mandela real se desliza en la ternura de su alter ego Freeman, la visión del espacio y el tiempo del conductor de un bando -que es, en realidad, todos los bandos en uno- convence a través de la mixtura “Pienaar-Damon”; mientras, el ojo avezado del narrador omnisciente de Eastwood lo registra todo. Creo que la reflexión de Lorca, sobre un mago del cine mudo Buster Keaton -en el brevísimo texto “El Paseo de Buster Keaton”- bien vale para darnos una idea de estos horizontes fundidos que apuntalan un relato actual y sensible:

“Sus ojos infinitos y tristes como los de una bestia recién nacida sueñan lirios, ángeles y cinturones de seda. Sus ojos que son de culo de vaso. Sus ojos, los de niño tonto que son feísimos, que son bellísimos. Sus ojos de avestruz. Sus ojos humanos, en el ejercicio seguro de la melancolía”

Invictus nos hace felices ante una realidad humana, aún sabiendo que esa sensación es, poco menos que un triunfo,  poco más que una quimera. Mirar la vida no es total tristeza ni absoluto canto de victoria, posiblemente sea su intermezzo, como apuntara Lorca: un “ejercicio seguro de melancolía”

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Foto: cineypantalla01

Joaquín Ortega 

Comentarios (5)

Federico Vegas
14 de abril, 2010

Son las 7:43 a.m. Juntar a Mandela, Keaton, Lorca y un avestruz, es una buena manera de comenzar el día. Gracias Joaquín.

LuisCarlos
14 de abril, 2010

Excelente, Joaquín.

joaquin
15 de abril, 2010

gracias Federico gracias Luis Carlos

un fuerte abrazo

Joaquin

gustavo valle
15 de abril, 2010

Muy buen ojo, Joaquín. Muy buena mirada. Un abrazo!

Irene Lucena
15 de abril, 2010

Bueno bueno!! me gusto mucho como enfocas el análisis. Saludos…

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