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La belleza que salvó a Dante

La Divina Comedia de Dante Alighieri es un poema heróico, escrito entre 1307 y 1361, crucial en cultura occidental pues al relatar el viaje del protagonista desde el Bosque Oscuro donde estaba sumido en la depresión, hacia su feliz encuentro con Dios definió para la teología cristiana la imaginería del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, los tres reinos de ultratumba que atravesó para cumplir su cometido.

Sin embargo, la importancia de esta obra para el estudio de las concepciones medievales de o femenino, a veces se subestima. La descripción de Beatriz, una de los tres personajes principales de la obra, evidencia cómo en el medioevo la construcción de la mujer (cuando no representaba los deseos sexuales del hombre) elaboraba una construcción metonímica de una idea abstracta. Y, si en La Divina Comedia todos los protagonistas son alegorías del fin de la experiencia terrena de Dante y de su iniciación en la contemplación de la Divinidad –él mismo personifica al católico penitente y Virgilio quien recuerda a un maestro que lo dirige en el viaje entre las pasiones humanas—en la heroína, su carácter simbólico es más fuerte al ser convertida en la representación de dos ideas abstractas: la belleza y la salvación (por amor y cercanía con Dios).

El poeta florentino se encuentra con Beatriz en el canto XXX del Purgatorio. Luego de la desaparición del el autor de La Eneida, ella se convierte en la directora del viaje y supone el encuentro de Dante con Dios: “¡Mírame bien!, soy yo, sí, soy Beatriz,/ ¿cómo pudiste llegar a la cima?/ ¿no sabías que el hombre aquí es dichoso?”. Ayudado por la celestial aparición , Dante vuelve al camino recto, luego de confesar que se ha alejado de Dios y su arrepentimiento frente a la mujer piadosa limpiará, al final, su alma.

Lo que parece arbitrario de la figuración de Beatriz hecha por Dante es la equiparación de la belleza de la mujer con la salvación del alma mortal. Su mismo nombre proviene de la palabra latina “beatrix”, que significa beatificadora o dadora de bienaventuranzas.

De hecho, la primera alusión a Beatriz en La divina comedia la hace el propio Virgilio cuando aparece en el Bosque Oscuro y le dice a Dante: “Me hallaba entre las almas suspendidas/ y me llamó una dama santa y bella,/ de forma que a sus órdenes me puse” (Canto II). La cita evidencia que el principal atributo de Beatriz, además de estar libre de toda culpa –no como Virgilio a quien ella misma tiene que sacar del limbo, o primer círculo del infierno—, es su apariencia física. La mujer cuyo nombré será sinónimo de rectitud y el objeto de amor perfecto es adorada por su aspecto físico.

Amar a Beatriz, en la cosmogonía de Dante, era subyugarse a su belleza y, a través de este proceso, acercarse al amor de Dios.

A primera vista parece que este personaje está más cerca de la figuración católica de María, la madre de Jesús, que de Venus, la diosa de la belleza clásica; pero no podía escapar a Dante, admirador del clasicismo antiguo como era –según prueba la inclusión de Virgilio como personaje en La divina comedia— que antes que él, los griegos habían depositado en la diosa Afrodita –equivalente a la romana Venus— los atributos de belleza y amor divino. Y si no hizo alarde expreso de esto es porque en su época tal pensamiento hubiera sido considerado una herejía, ocupada como estaba a Iglesia Romana Católica proclamar la virginidad de María*, que entre otras cosas serviría para quitar la sexualidad remanente del culto pagano, estrechamente unido a la concepción de la naturaleza que tenían las religiones politeístas antiguas.

Según Camile Paglia, en su libro Sexual personae: arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson (1990), Dante no sólo identifica el principio femenino con la generosidad emocional, usando como vehículo al concepto abstracto de “belleza”, sino que al hacer esto ejemplifica el principio de la Grecia Clásica en el cual el artista era dominado por la persona hermosa como si fuera una obra de arte.

Sobre Beatriz, el poeta impuso un personaje hierático, construido para sólo recibir su amor platónico, pues el placer sexual estaba vetado del discurso religioso de la época. Por eso, la imagen de la heroína aparece removida de toda sexualidad, atributo convertido en pecado por las religiones monoteístas, pues otras figuraciones teológicas o filosóficas lo entienden como base de la perpetuación de la especie.

La imagen dantesca de la heroína beatificadora, por cierto, se parece a la figura del kouros; el joven griego y asexuado de la Atenas antigua, cuya belleza radica en no haber alcanzado aún el desarrollo sexual. Ello es evidente también en La nueva vida(1293), obra en la cual Dante describe la primera vez que vio a Beatriz, cuando ninguno de los dos había llagado a la década de vida:

“Cuando apareció por vez primera ante mis ojos la gloriosa dama de mis pensamientos, a quien muchos llamaban Beatriz, en la ignorancia de cuál era su nombre, había transcurrido de su vida el tiempo que tarda el estrellado cielo en recorrer hacia Oriente la duodécima parte de su grado y, por tanto, aparecióseme ella casi empezando su noveno año y yo la vi casi acabando mis nueve años. (…) Temblando, dije estas palabras: Ecce deus fortior me, veniens dominabitur mihi [He aquí un Dios más fuerte que yo: viniendo me dominará]”.

De esta manera, la imagen de la bella Beatriz, desprovista de todo atributo sexual (aunque representara la belleza) estaba bastante separada de los atributos del género femenino, al ser utilizada para simbolizar la salvación y la belleza, desde que era preadolescente, es decir, antes de hacerse una mujer. De esa manera, Dante no cae en el pecado de desear a otro ser humano más que a Dios: un atributo que sería la base del misticismo, una inclinación religiosa en la cual  la adoración a Dios tendría sus ejemplos más radicales.

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* Las similitudes entre el clasicismo antiguo y el cristianismo son bastantes. Por ejemplo, la declaración de María como Theotókos, o Madre de Dios, la cual sirvió de base para asumir la concepción virgen de su hijo, se declaró dogma en el Concilio de Éfeso, en el año 431 –considerado por las Iglesias Católica, Ortodoxa y Copta, como el tercero ecuménico—, en la ciudad que siglos antes había sido dedicada a la diosa virgen de la mitología griega: Artemisa.

Imagen: Jack of Nothing