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Blanca Strepponi: La creadora

blancaUn café aledaño a la Plaza Altamira dio el marco para esta conversación con Blanca Strepponi. Su permanencia en Venezuela, la relación con la literatura y las perspectivas de Argentina y Venezuela son varios de los temas que aborda con sencillez y de una manera cándida, en clave de confianza. Conozcamos su relato.

Blanca ¿qué te trae a Venezuela?

Yo llegué acá en el año 77, pero me fui de Argentina en el año 76, cuando ya había comenzado un tiempo muy difícil, de mucha represión y había un ambiente realmente tenebroso. Y si bien yo no tenía una militancia política, todo estaba muy politizado, era horrible vivir en Buenos Aires. Muchos de mis amigos se estaban yendo y la mamá de mi mejor amiga era una psicoanalista, muy conocida, que se llamaba -porque ella ya murió- Marie Langer. Ella tuvo que salir porque estaba en esas listas de la triple A., y se fue con Verónica -mi amiga- y su hermana. Marie Langer fue muy generosa conmigo y me pagó mi pasaje porque yo no tenía dinero.

¿Qué hacías en esa época?

Había estudiado la mitad de la carrera de Medicina. Creo que era una época en que no solamente el ambiente era caótico, sino que yo también tenía mucha confusión, era muy joven. A la vez yo vivía con un exiliado chileno mayor que yo, y la relación era un poco conflictiva. Total que yo me fui para México y viví allá varios meses.

¿Se fueron los dos a México?

No, yo me fui a México, nos separamos, y él vino aquí, porque gran parte del exilio chileno, después del golpe de Allende, fue para Argentina, luego tuvo que volver a salir de Argentina. En Venezuela habían sido muy generosos con los chilenos. Durante esos seis meses nos reconciliamos por carta y terminé viniendo, dejé México y llegué aquí a Venezuela y nunca más me fui.

Pero sentiste en aquel entonces que tú tenías que salir…

Sí. Yo creo que no me hubiera pasado nada, pero eso nunca lo podía saber, primero porque yo estaba viviendo con un exiliado chileno, porque muchos de mis amigos habían desaparecido, porque estudié en un colegio muy prestigioso que era muy politizado, y además, aunque ya estaba en la universidad, mi círculo de amistades era aquél y había muchos amigos y conocidos que habían muerto, que habían desaparecido o que habían tenido que salir.

¿Cómo era el clima que se respiraba?

Una cosa inenarrable. Te voy a dar un ejemplo. Participé en un taller literario -fue una de las últimas cosas que hice allá- que dirigía alguien a quien no conocía, era una persona que había puesto un aviso en el periódico y que reunió una cantidad de gente a la que le interesaba participar en ese taller. Como todos trabajaban, el taller era en la noche, y como era un taller literario, te llevabas unos libros en las manos o unas carpetitas, qué sé yo. ¡Tuvimos que suspenderlo porque era muy peligroso reunirse o salir una gente joven de un sitio con unos cuadernos y luego andar en la calle! Tú no sabías muy bien si podías andar en la calle o no. Todo el tiempo sucedían cosas horribles. No era raro ser testigo de un secuestro. Muy traumático, muy difícil. Es algo por lo que no voy a volver a pasar.

¿Qué sentiste cuándo llegaste a Venezuela? ¿Cuál fue tu primera impresión de este país?

No me gustó para nada (risas). Primero, al bajar del avión el calor de La Guaira me impactó, y como yo no estaba segura de si quería venirme o no, porque también tenía novios en México y José estaba aquí, y yo venía a ver si seguíamos o no, todo era una confusión. Pasé mucho tiempo pensando que me iba a regresar a México -mucho tiempo fueron unos pocos meses- y me resultaba más difícil aquí hacerme de un grupo de amigos y de un medio que en México donde también fui recibida con los brazos abiertos. Sin embargo, había una incomodidad que yo siempre sentí en Ciudad de México, que no sentí aquí, que tiene que ver con la miseria… aunque ahora lo estamos viviendo aquí: todo el mundo pidiendo limosna, una cierta sumisión en la actitud de la gente. Allá siempre yo era la más linda o la mejor vestida y eso que yo no tenía plata. Eras distinto de los demás, aquí no, aquí no sentías eso para nada.

¿Y en qué momento decides que te quedas acá?

No lo sé, sí sé que me concentré mucho en adaptarme y realmente todas las puertas se me abrieron, la gente fue muy generosa, fue muy fácil todo. A la semana de llegar ya estaba trabajando. Era un trabajo dificilísimo para una chica extranjera, porque tenía que hacer encuestas para el Colegio Nacional de Periodistas. Era chévere porque como no conocía a nadie a mí me daba lo mismo a quién tenía que entrevistar. Me daban una lista con las direcciones y una planilla y me pagaban por encuesta. Pero yo no sabía nada, no conocía la ruta de los carritos, además no le entendía a la gente, porque la gente habla distinto, yo preguntaba qué es un perol, qué es un coroto… Conocí muy rápido la ciudad porque no tenía alternativa, tenía que preguntar, llegar a los sitios y hacer las encuestas. Fue divertido.

Y el lenguaje ¿fue muy difícil? Frente a esa diferencia del lenguaje ¿qué sentías, sentías rechazo, sentías interés?

No, rechazo no, sentía que tenía que aprender, aprender otro idioma casi. Todavía ahora, yo creo que voy a morir extranjera, imagínate desde el 77 hasta ahora, hay palabras o expresiones que o no conozco o no las uso bien.

Pero a los locales también nos pasa, hay cosas que aparecen de repente…

Es como aprender otro idioma, pero también es divertido, te mantiene alerta para no meter la pata.

¿Quedó mucha gente, allá en Buenos Aires, con quienes tuvieras vínculos afectivos sólidos que extrañaras?

Sí, cómo no. Ahora por ejemplo, el año pasado, gracias a Internet, los mismos que estudiamos juntos en ese colegio que te dije, comenzaron a encontrarse y yo recuperé la comunicación con ellos, pero casi treinta años después, me mandaban fotos de sus reuniones, y yo no reconocía a nadie, era horrible, porque en mi cabeza estaban los chicos de dieciocho años, y ahora están en los cincuenta. Pero los volví a ver y fue muy bonito.

¿Vas con frecuencia a Argentina?

No, muy poco. Al principio no me interesaba, recién ahora es que me he sentido bien yendo, creo que en estos treinta años habré ido tres, cuatro veces, no más, pero sí tengo algunas amistades que están intactas.

¿Sientes que tienes mucho de argentina, poco de argentina, rasgos, modos…?

Yo creo que mucho. Allá me preguntan de dónde soy, que es una cosa risible para mí, porque aquí nadie lo duda, cualquier persona con quien hablo un momentito, sabe que soy argentina, pero allá me preguntan de dónde soy, eso explica bastante mi situación.

¿Y qué sientes acá cuando te dicen, cuando la gente percibe que eres argentina, tienes algún sentimiento de no pertenencia o sientes que es sólo una característica?

No sabría decirte bien, yo me siento venezolana, pero también siento que una parte de mí es argentina y creo que eso se queda así. Debe depender mucho de la edad en que uno sale de su país, creo que si me hubiera ido unos años antes sería distinto, pero irte a los veintitrés años no es lo mismo que irte a los quince, creo que esos pocos años de diferencia te marcan bastante. Soy una persona muy adaptable, me parece, me gustan las cosas nuevas. Creo que eso es bueno para un creador, para un escritor, es bueno tener siempre un poquito de distancia y aquí tengo distancia, si voy a Argentina también tengo distancia, y a mí me parece que eso no es malo, no me molesta.

¿Y acá has tenido un espacio para crear, para escribir?

Sí. Realmente toda mi vida adulta la he hecho aquí, todo lo que soy lo he hecho aquí, mi hija es venezolana, todo lo importante que he hecho en mi vida lo he hecho aquí, no tengo más que agradecimiento, no puedo expresarlo de otra manera.

Y en los primeros años… ¿cómo te asimilaste a los modos venezolanos, a la gente, a las costumbres, a la comida?

Me acostumbré bien, pero en mi casa hay muchas cosas que nunca hay, como el cheese whiz, diablito, cosas que nunca me han podido gustar. La preferencia por la carne, por cómo cocino la carne, eso no ha cambiado, yo no como bistec.

Comes bife…

Sí… como churrasco, eso es una cosa así como…

No negociable.

Exacto. Un día mi hija me dijo, «mami, pero yo fui a casa de fulanito y estaban comiendo un bistec tan rico, sequito…» y no aguanté y le dije: ¡No, en esta casa, no! (Risas).

¿Alguna vez has pensado en volver?

Ahora sí, es lo último que quisiera, para mí sería terrible tener que irme, porque estoy clara que no quiero irme, ya quisiera terminar mi vida aquí, pero a la vez, como te dije antes, me cuesta pasar por las mismas cosas que yo pasé y lo natural sería regresar, por lo menos a un país donde no voy a ser extranjera a mi edad. Éste es el único momento de mi vida en que he pensado en volver, pero no tengo ganas, realmente no me gustaría.

¿Y cómo te imaginas que sería volver?

No sé, esta última vez que fui estaba como reconciliada un poco, por lo menos no me sentía mal. Entonces volví a un barrio donde yo viví muchos años con mi abuela, que es un barrio judío: está casi igual, entré a la escuela donde iba y vi todo como detenido en el tiempo. Creo que podría vivir allí, pero, como te digo, es mi última opción. Por lo menos ya no venían todos esos momentos amargos que tienen que ver con la vida del país y tienen que ver con la historia de uno, me sentí como reconciliada.

¿Qué crees que es lo más relevante que has hecho en Venezuela?

Hay dos cosas en las que no he tenido igual éxito, pero que son igualmente importantes para mí, que es mi trabajo literario y mi trabajo profesional, creo que eso es lo más relevante.

Y en tu trabajo literario ¿qué sientes que te reconforta más de todo este período?

Tengo un libro muy pequeño que se llama Diario de John Roberton, que no sé si es bueno pero creo que es muy interesante y tiene que ver con Venezuela. Es una recreación, una versión literaria de un diario real que escribió un médico que participaba en la Legión Británica durante la Guerra de Independencia, se llama Diario de John Roberton, (sin la s, suena feo, pero es así). De todo lo que he escrito es lo que ha despertado más interés. Desde luego me sentí muy identificada con Roberton, que además era médico, y como tengo mi propio pasado médico entendí su sensibilidad y extrañeza frente a lo que le pasó, porque él vino para colaborar con la causa de la Independencia pero terminó siendo un testigo imponente de una gran mortandad. En ese momento me interesaban esas cosas inexplicables, las situaciones a las que las personas muchas veces deben enfrentarse y que les resultan inexplicables, que tienen que ver con crueldad, con hechos de maldad o de expresiones de la naturaleza que las sobrepasan. Hace poco publiqué también un pequeño libro, fueron cincuenta ejemplares que edité por mi cuenta lo hice con mucho temor porque pensé que era demasiado personal, pero como ya habían pasado varios años desde que lo había hecho, volví a mirar mi libreta donde anotaba y hacía dibujos, unos collages, unas cosas locas que eran producto de mi terapia, y me dije: lo voy a publicar. Ese libro también me parece que es interesante.

¿Cómo se llama?

Se llama Balada de la revelación.

¿Qué podrías extrañar de Venezuela?

Todo. Últimamente me ha tocado viajar mucho por cuestiones de trabajo y veo que cada vez valoro más la luz y el color. Es algo tan bonito y tan peculiar de Caracas. Yo he estado en Santiago, en Buenos Aires, en Nueva York, en Guadalajara, en Ciudad de México, estuve en Italia y, la verdad es que cuando uno llega acá el color es algo extraordinario, el cielo es maravilloso. En Ciudad de México, por ejemplo, la luz parece radioactiva, pero bueno la gente se adapta a todo. Creo que el color es algo muy importante, tal vez hace unos años te hubiera dicho otra cosa, pero ahora siento eso. Creo que también ahora me refugio más en las cosas que más me gustan y como el entorno se ha puesto tan hostil, es como una protección.

¿Conservas, digamos, las pasiones argentinas clásicas, el tango, el fútbol, el mate?

El rock.

El rock argentino…

El rock en general. Me parece tan cómico que siempre me pregunten si bailo tango, pero mi generación no baila tango. Me parece bonito que la gente joven recupere la música y el baile y todo eso, pero a mí me resulta de una melancolía excesiva. Como a veces puedo ser depresiva, siento que el tango me entierra. Me conozco todos los tangos, me parecen muy bonitos y me sé todas las letras, pero soy incapaz de escuchar un tango en mi casa.

Entre el modo porteño y el modo digamos caribeño, más tropical, ¿sientes que hay una distinción clara, que hay unos patrones distintos, que la gente va por rieles distintos?

Sí, ahí hay algo que tiene que ver sobre todo con el porteño, aunque en realidad no sé si es con el argentino porque siempre viví en Buenos Aires. Hace poco estuve en Bariloche, que no conocía, y me encantó porque era como estar en otro país, de modo que me dije: bueno, no estoy en Argentina, estoy en Patagonia. La gente es muy distinta. En Buenos Aires lo que no me gusta y nunca me gustó, es como una cosa violenta que está ahí latente. Algo un poco agresivo, en el trato, en la gente, es una gente que realmente la ha pasado muy mal, pero es desagradable.

¿Crees que Argentina, como país, como proyecto nacional, tiene futuro?

No lo sé, realmente no sé. Es una sociedad que está cambiando mucho, es muy distinta la sociedad actual a la sociedad en donde yo crecí. Hace un par de años leí un ensayo que me resultó perturbador y revelador de muchas cosas que nunca había podido ver con profundidad, lo escribió V.S Naipaul, y lo que dice sobre Argentina es terrible, pero yo coincido en casi todo con él…

Hace unas reflexiones muy interesantes que tienen que ver con lo que me estás preguntando. Me parece que a Naipaul siempre lo ven de una manera equivocada, lo ven como un hombre del Imperio, que es despectivo respecto a su país. Pero yo lo veo totalmente distinto, más bien lo contrario, su tema principal es el problema colonial, el problema cultural y social de la Colonia y el problema que él ve en Argentina es ése mismo: una sociedad que en el fondo es colonial porque está ahí para usufructuar de la tierra. Él dice que Buenos Aires es tan grande, tan imponente, porque está hecha ahí como para sacarle provecho a todo ese gran país vacío. Está impactado por lo que él llama la emptyness, claro porque es que Argentina es del tamaño de la India…

Y él viene de Trinidad…

Pero su familia es de la India, él va mucho para allá y además es descendiente de brahmanes, entonces me imagino que eso de ver tanta gente comiendo carne lo debe haber mal dispuesto.

¿Y Venezuela, crees que tiene futuro como proyecto nacional?

Yo no sé, estoy muy preocupada y muy atenta a lo que está pasando. Creo que uno tiene que aceptar lo que le ha tocado, porque no veo un cambio positivo a corto plazo, digamos en lo que a mí me queda de vida. Creo que uno se desespera porque la vida de las personas no importa en relación a los procesos históricos pero quieres que las cosas se resuelvan para tú vivirlas, porque de aquí a cien años todo puede ser maravilloso, pero al final qué le importa a uno. Creo que las cosas para ambos países están muy complicadas y no creo que vaya a haber unos cambios tan grandes en el plazo individual de uno; tal vez tenga más chance Venezuela que Argentina, no me sorprendería. Creo que veo más posibilidad de un cambio cultural aquí que allá. La argentina es como una sociedad enferma, pasó por cosas muy malas en todo sentido y no parece que la gente las esté revisando. Yo tampoco estoy enterada realmente, pero por lo que he visto, por lo que me dicen mis amigos, en las clases dirigentes, no veo la revisión y para curar eso necesitas mucha honestidad, ha habido muchos muertos. Esa locura argentina en la época de Menem era algo sorprendente, yo no lo podía creer, se volvieron locos y no estoy segura de que estén revisando eso.

Que la gente común diga qué hicimos o qué pasó, qué tienes que hacer para que las cosas cambien. Me imagino que hay muchas cosas en común, así como nosotros estamos convencidos de que Venezuela es un país riquísimo, aunque no estoy tan clara que sea un país tan rico…

Es un país muy pobre…

Está bien, hay petróleo, minería, pero la gente no tiene la actitud de trabajar de otra manera, porque como ahí está el petróleo, lo que tú tienes que hacer es que te lo den a ti también, una cosa un poco loca. Creo que ambos pueblos somos criados de la misma manera, nos inculcan que vivimos en un país riquísimo, lleno de recursos y que todo debería ser fácil.

Gracias, Blanca.

2005

Fotografía: Vasco Szinetar