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Reflexiones ante la calina

La luz se ha hecho corpórea en este valle. Uno cree olerla y parece dejar trazos de su iridiscente calina en la noche. Es comprensible que nos obsesione esta inundación de vaselina derretida que todo lo desenfoca. Caracas es otra, luce como arropada de gasas, de un llano en llamas. Durante el amanecer es cuando más nos confunde esta blancura seca y caliente. Hasta las guacharacas están desconcertadas y hay algo de reclamo en su canto; o quizás están felices con la floración y celebran. ¿Quién puede entender un canto tan ronco y desafinado? Gracias a este nuevo derredor traslucido uno se jura el epicentro de un nuevo fenómeno, de otra ciudad y otro planeta. Con este lunes que comienza van llegando recuerdos y lecturas que tienen que ver con las incesantes aventuras de la luz.

El horizonte y la pupila

Ralph Waldo Emerson escribió: El ojo es el primer círculo; el horizonte que forma nuestra mirada es el segundo círculo; y a través de la naturaleza esta figura primaria se repite sin fin. Este continuo “atravesar la naturaleza”, la luz lo extiende más allá y más acá de lo que soy capaz de observar. Ahora mismo hay otros hombres que miran desde otros centros los bordes de otros horizontes con otros climas. Tampoco se detiene la luz ante mi pupila; apenas traspone este círculo diminuto, se adentra y se difumina por entre íntimos escenarios iluminando lo que ya he visto, lo que deseaba ver, y otras escenas recónditas e insondables, incluso inadmisibles.

Esta luz que se filtra en nuestro interior era utilizada por los griegos para diagnosticar enfermedades. El médico pedía al paciente que cerrara los ojos y se presionara los parpados con los dedos. Hágase la prueba: de una profunda oscuridad comenzarán a surgir destellos geométricos, semicírculos superpuestos, libélulas y otras formas acuáticas o fosforescentes que dependerán de su estado de salud. Supongo que el médico griego evaluaba los residuos de luz en el organismo, vestigios de luminosidad que en los niños deben tener colores más intensos y hermosos que los míos.

En 1666, Isaac Newton utilizó un sistema similar. Al meditar sobre la luz se preguntó: “¿De que estará formada?”. Y fue tan apremiante su duda que miró al sol por más tiempo de lo aconsejable hasta que, encandilado y adolorido, cerró los ojos.  Entonces fueron apareciendo sobre un fondo de fieltro negro destellos rojos, anaranjados, amarillos, verdes, azules, añiles, violetas, hasta formar un introvertido arco iris. Newton intuyó que la luz blanca, al entrar en su mente, se desprendía de su invisibilidad y ofrecía su verdadera constitución. Solo faltaba utilizar un prisma de cristal para que esta revelación ocurriera fuera de su pupila. No conozco ejemplo más literal de buscar dentro de uno mismo.

El Palacio de las horas

Parado en mi terraza y contemplando el amanecer parezco el gnomón de un reloj de sol. Si aguantara todo el día en la misma posición, podría observar a mi sombra disminuir mientras llega la calcinante plenitud del mediodía, y recrecer con el atardecer hasta esfumarse. Soy una columna que tiene los ojos abiertos; pero si decido cerrarlos suceden otras cosas, me convierto en espacio interior.

A finales del siglo XIII, el rey de España, Alfonso el Sabio, ideó y dibujó El Palacio de las Horas, un instrumento que a semejanza de la pupila y la cámara fotográfica, también puede recibir y utilizar la luz en su interior. Esta invención forma parte de su obra: El Libro de Los Relojes, donde describe cinco instrumentos: el Reloj de la Piedra y la Sombra, el Reloj del Agua, del Argente Vivo, de la Candela y el citado Palacio de las Horas.

Este quinto reloj consiste en un cilindro cubierto por una cúpula con doce ventanas por donde entra el sol a las diferentes horas del día. Exteriormente, el Palacio de las Horas recibe la luz y proyecta una sombra; en su interior, permite que el rayo de luz se exprese en la oscuridad. Cito parte de las instrucciones para construirlo:

Allana la tierra donde quisieras hacer el palacio de manera que esté la faz de la tierra derecha con respecto al horizonte. Sin declinación ninguna. Y cata en ella los 4 puntos de las 4 partes del mundo, que son oriente, occidente, septentrión y mediodía.

Este Libro de los Relojes es parte de sus libros sobre Astronomía, los cuales abarcan todas aquellas maneras en que se pueden catar y conocer el movimiento de los cielos que se mueven, y de las estrellas que son en ellos.

En tiempos de Alfonso el Sabio coincidieron en Toledo el saber de los árabes, hebreos y visigodos. El rey intentaba conciliar estas tres culturas al rescate de la antigüedad clásica y un cristianismo triunfante. En sus libros de Astronomía se evidencia el esfuerzo de integrar tan heterogénea diversidad. A medida que leo los títulos de los capítulos siento estrecharse la relación entre el tiempo y el espacio, entre la fantasía y la ciencia, entre Roma y el medioevo, entre la luz y la arquitectura. Enumero algunos ejemplos al azar:

Circunferencia psicológica formada por la imaginación, el entendimiento, la memoria, las obras, los actos y el saber de los hombres.
Descripción poética del vociferante.
Regla para averiguar la profundidad de un pozo.
Reglas para saber las alturas de los objetos o cuerpos bien estén fijos o ya en movimiento, por medio de los rayos solares.
De los lugares en que los cuerpos no dan sombra en ciertas épocas del año.
Opinión sobre la naturaleza de la vía láctea, llamada también carrera de la noche y camino de Santiago.
De las razones porque fueron puestos los nombres árabes y castellanos a las estrellas de las constelaciones zodiacales.

En esta contemplación ecléctica del universo la arquitectura participaba como fin y como medio, como instrumento y celebración. Una práctica que venía sucediendo desde los primeros dólmenes y menhires, en tiempos de Alfonso el Sabio se convierte en un deleite por inventar y recopilar mecanismos. La relación entre un palacio, la luz y un reloj ya estaba explícita en las iglesias de los caballeros templarios. Véase la de Santa María de Eunate en Navarra y la de la Vera Cruz en Segovia, influenciadas a su vez por la Cúpula de la Roca en Jerusalén, donde la luz penetra por dieciséis ventanales abiertos en el tambor y cuarenta ventanas que circundan la base octogonal.

Al observar los cortes y plantas de estos templos se entiende el origen y la invitación del Palacio de las Horas. Las descripciones de los cronistas hablan de “el reloj del patio de las columnas”, o de “la melodía de las esferas celestes”. Las cualidades de la Cúpula de la Roca son las más exigentes. Proponen que lo exterior a la mezquita no existe:

Mires a donde mires hallarás la Mezquita inviolable.

De la concavidad a la cúpula

Alfonso el Sabio intentaba convertir estos rituales secretos en recetas universales mediante modelos a escala. Un pariente anterior y necesario del Palacio de las Sombras es, por supuesto, el reloj de sol. En su más simple y primitiva forma era un palito clavado en una porción de tierra aplanada, así nace el arte de la gnomónica: “ciencia encargada de elaborar teorías sobre la división del arco diurno, o trayectoria del Sol sobre el horizonte mediante el empleo de proyecciones sobre superficies”.

Para los griegos, la hora era la doceava parte del arco diurno recorrido por el Sol. Esto indica que el observador, además de medir el tiempo, definía los movimientos de los astros con respecto a su ubicación. Para los egipcios la palabra “hora” equivalía también a “deber sacerdotal”, y antes a “vigía de las estrellas”, pues debían vigilar la aparición de ciertas constelaciones que dividían la noche en doce horas. Tenía que ser así, pues todo sistema de medición del tiempo debe medir también el espacio.

El dibujo que se realizaba sobre la base del reloj de sol, o sobre el reloj de la noche, constituía un complejo ejercicio de geometría universal, del cual deriva un problema que fascinó a los geógrafos romanos: ¿Cómo representar una esfera, con sus paralelos y meridianos, sobre una superficie plana? De las soluciones que propone Ptolomeo a este dilema derivaron los principios y reglas de la perspectiva utilizados por Brunelleschi en sus proyectos arquitectónicos; lo que confirma la amplia deuda del Renacimiento con experiencias de hacía más de mil años.

Era de esperarse esta relación entre la medición del tiempo y las técnicas arquitectónicas. El gnomón no sólo es sinónimo de línea vertical, también podía significar “guía”, “maestro”, “estilo”. Estas posibles etimologías nos señala el poder evocativo y especulativo que tuvo clavar un palo en la arena. Entre otras ofertas, este acto define tres elementos básicos para la arquitectura: la planta, la columna y los movimientos de la sombra. No hace falta mucho más para edificar un templo. “Templo” viene de “contemplar”, porque a eso se dedicaban los primeros sacerdotes, a observar el cielo y las travesías de los astros. Una actividad para la cual es suficiente el tope de una colina. Lo explica Vincent Scully en su libro La Tierra, el templo, los dioses:

Los elementos formales de todo santuario griego son, primero, el paisaje específico donde se coloca, y luego los edificios que se construyen en él.

Este “paisaje específico” podía ser el lugar de una aparición para los supersticiosos, o de un buen observatorio para los más escépticos.

Una vez que el cielo es representado en el basamento, el siguiente paso debió ser invertir estas señales y convertirlas en una cúpula que representara más cabalmente la cubierta celeste. Siempre viene bien algo de sombra y protección contra la lluvia. Añadiendo las ventanas necesarias se llega al “Palacio de las Horas”, o a “La iglesia de los poderes vigilantes” en Armenia. En el interior de Santa Sofía la inmensa cúpula sugiere el firmamento; estamos dentro de un pequeño universo, en una penumbra esférica y fresca por la que surca uno o varios halos; la luz se siente densa, tangible, mientras se mueve lenta por pisos y muros; el templo es también un planetario.

Los cristianos del Este recordaban las ideas paganas de un Huevo Cósmico cuya mitad inferior, de plata, representaba la tierra; y la superior, de oro, el cielo. En un poema dedicado a Santa Sofía se compara el domo con un casco celestial:

Se levanta en el aire inmensurable, el gran casco, el cual se inclina como los cielos radiantes, abrazando a la iglesia.

El instrumento de medición se había convertido en cubierta y protección, y en signo y símbolo del firmamento.

La ruptura de Eutricio

Hay una pequeña historia que ilustra la comunión entre la pupila, la luz y la arquitectura. A finales del siglo III, un hermoso y rico mercader de Alejandría llamado Eutricio, se paseaba por la plaza del mercado en un pequeño elefante. La silla sobre la que montaba tenía unos resortes y bastaba con soltar un anclaje para salir catapultado. A Eutricio le gustaba exhibirse con saltos espectaculares ante sus amigos, e incluso aparecer de improviso en medio de disputas mercantiles tomando ventaja del desconcierto. Una vez, en uno de sus paseos cotidianos por la ciudad, divisó un edificio en construcción que nunca antes había notado. Después de buscar sin éxito la entrada, observó en lo alto de la edificación una abertura circular sellada con papiros. Decide lanzarse y penetrar en aquel misterioso recinto; busca el ángulo correcto; jala el anclaje; atraviesa el orificio y desciende dando una cabriola en el interior de un templo. Se encuentra rodeado de artesanos trabajando en capiteles, mosaicos y bajorrelieves, mientras cantan poseídos por una fuerza divina. Varios ancianos le dan la bienvenida y le explican que son cristianos que edifican una iglesia. En los papiros que Eutricio acaba de romper estaban dibujados los planos de la obra. Supongamos que la luz proyectaba el dibujo en el piso del templo.

El pagano Eutricio se convierte y promete donar toda su fortuna a la construcción de la iglesia; a cambio pide que se incluya algún elemento que recuerde su conversión. Un monje conocido por su talento arquitectónico propone que toda futura iglesia tenga en su fachada una apertura circular con decoraciones que evoquen la imagen de los papiros lacerados. Así nace el rosetón. Prefiero esta anécdota de circo a la versión mariana que lo asocia a una rosa.

Alrededor de 1660, Bernini propuso un monumento para conmemorar en Roma el prodigioso salto de Alejandría. De un pequeño elefante frente a la basílica Santa María sopra Minerva partiría un arco de bronce forrado en mármol, atravesaría el rosetón y terminaría en el interior de la iglesia con una estatua de Eutricio aterrizando graciosamente. El monumento jamás se construyó: un archienemigo de Bernini, el sacerdote Domenico Paglia, luchó contra una solución tan arriesgada, tan profana. Sólo se realizó el pequeño elefante, pero con un obelisco egipcio sobre la grupa en vez del joven Eutricio. Bernini encontró otra referencia para validar al elefante en un grabado que ilustra la novela de Francesco Colonna: Sueño de Polifilo en una disputa de Amor, y el monumento quedó bautizado como “Elefante Obeliscoforo”. Otros vieron tan aplastado y gordo al animal que lo llamaron il porcino, el cerdito.

No logro ahora encontrar dónde leí la historia de Eutricio (me falta revisar a Wittkower). La web sólo me ofrece un Eutricio que fue padre de San Vicente, diácono de Zaragoza. Sí es posible que Bernini quisiera hacer semejante artificio con esta historia, pues le encantaba hacer escenografías. Por otro lado existen dudas de que el misterioso, erótico e ilegible Hypnerotomachia Poliphili lo haya escrito Francesco Colonna; hay quien cree que es —y ojalá sea así— obra de Leon Battista Alberti. Lo que sí es cierto es que Bernini le levantó la cola al elefantito, como a punto de defecar, mientras apunta en dirección a donde entonces se encontraban las oficinas de Paglia.

Este sofisticado y volátil pagano que justo antes de convertirse al cristianismo irrumpe a través de los papiros por donde se filtraba una luz proyectual, señalaba con su cabriola el fin del mundo clásico al convertir a una sabia pupila en un simple vitral. Las instrucciones que iluminaban el interior pasaban a ser un elemento arquitectónico. La luz ya no será más el inicio y la solución de la arquitectura, sino uno de sus componentes. Como suele suceder, la forma perduraba más que la función. Una vez perdidos el sentido y la necesidad de relacionar las horas, las columnas, el plano, la cubierta y el universo, quedaba la elemental sensualidad como excusa para justificar el juego de la luz y las sombras. El simple deseo de disfrutar está en la raíz de muchas invenciones. El placer tiene suficiente autonomía para dar permanencia al artificio una vez que la necesidad encuentra un sistema más efectivo de ser satisfecha.

Recuperar esos deleites es el mejor vínculo que tenemos con el pasado. Me complacería que Bernini haya intentado celebrar la gesta de Eutricio mientras Newton se enceguecía de tanto sol y meditaba. Hay coincidencias en las fechas, en el tema, en el puro placer de indagar. Un arco iris saliendo de un prisma de luz no es tan distinto a un arco de bronce y mármol atravesando un rosetón, o a esta calina que desmiente a Newton y afirma que la luz blanca está formada de leche hirviente.

Regreso a la luz de Caracas

Ya son las diez de la mañana. El calor y la luminosidad han dejado de ser un abrebocas. Es hora de acudir a la propuesta de Fernando Pessoa en Bastante metafísica hay en no pensar en nada. Incluyo dos fragmentos:

¿El misterio de las cosas? ¿Sé lo que es misterio?
El único misterio es que alguien piense en el misterio.
Aquel que está al sol y cierra los ojos
Comienza a no saber lo que es el sol
Y piensa cosas llenas de calor.
Si abre los ojos y ve al sol
No puede ya pensar en nada
Porque la luz del sol vale más que los pensamientos
De todos los filósofos y todos los poetas.
La luz del sol no sabe lo que hace
Y por eso no yerra y es común y buena.

“Constitución  íntima de las cosas…”
“Sentido íntimo del universo…”
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
Es increíble que pueda pensarse así.
Es como pensar en razones y fines
Mientras reluce al comenzar la mañana
Y al flanco de los árboles la sombra
Va perdiéndose en un oro vago y lustroso.

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Fotos: Cristóbal Alvarado Minic