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Roberto Eliaschev: El publicista militante

robertoLa conversación con Roberto Eliaschev parece corta. Demasiados matices, detalles y reflexiones hacen que las dos horas que duró el encuentro parezcan muy poco tiempo para comprender los resortes internos de una personalidad que transmite pasión conjugada con inteligencia y sensibilidad al mismo tiempo. Este hombre de retos llegó a nuestro país a comienzos de los ochenta, tiene muchos logros en su haber y, más importante aún, tiene sueños por realizar.

¿Qué te trae a Venezuela?

La mía no fue una llegada muy heroica, me trajo una multinacional. Déjame comenzar mi historia antes de llegar a Venezuela, porque yo llegué bastante mayorcito, casi de 40 años -ahora tengo sesenta y un años. Soy nieto de inmigrantes rusos, mis cuatro abuelos eran rusos. Llegaron a Buenos Aires en el año 18, en esos típicos barcos que venían de Rusia. Básicamente eran colonias judías. Llegaron hablando ruso, con una maletica, una mano atrás y otra adelante, sin un céntimo.

Mis padres nacieron en Argentina. Mi abuelo materno era violinista en Rusia, y se dedicó a poner pisos de parquet y así crió a su familia, cuatro hijos, viviendo en las afueras de Buenos Aires.

Mis abuelos paternos tienen una historia medio trágica, porque mi abuelo murió muy joven, mi padre tenía dos meses de vida. Mi abuelo no dominaba el idioma, estaba enfermo. Un médico le indicó un medicamento para tratarse, se lo toma y la medicina tenía mercurio… no entendió al médico: la terrible barrera del idioma. Entonces, el hermano mayor de mi padre fue quien tuvo que salir a trabajar para mantener a la familia y así logró que mi padre hiciera una carrera universitaria.

Pero tus padres están aún en Argentina.

Mi padre falleció ya, mi madre está en Argentina, tiene ochenta y ocho años.

Yo soy un poco la oveja negra de la familia, que es una clásica familia judía de clase media en Buenos Aires. Digo que soy la oveja negra porque en los años 60 era un adolescente, entre los dieciséis y los veinte años entré en la militancia política, por un lado, y por otro estudiaba Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Me tocó toda la guerra sucia militando en un grupo trotskista que dirigía Silvio Frondizi, hermano del que fue Presidente de Argentina, Arturo Frondizi. Era un personaje brillante, una especie de líder carismático, profesor universitario, sociólogo, fantástico, muy crítico del Partido Comunista, que sostenía que los partidos comunistas latinoamericanos eran entreguistas, negociaban con la burguesía… era el ala más radical de la izquierda argentina.

Así, comienzo a compartir mi vida entre la universidad y el trabajo. Primero estudié Sociología, me pasé a Filosofía y terminé en Psicología, estudiando Psicoanálisis. Además, comencé a trabajar en publicidad, yo trabajo desde los quince años, a los dieciocho decidí que quería trabajar en lo que me gustara, me gustaba escribir, y entonces las opciones eran periodismo o publicidad. Me fui a tocar puertas y entré en una agencia de publicidad. Salí publicista.

Es decir, durante todo el tránsito universitario ya estabas trabajando…

Si bien mis padres me podían mantener, el criterio con que mi padre me daba el dinero no era el que yo compartía. A los quince años le dije: me voy a trabajar, así no te tengo que pedir más dinero y entonces comencé a estudiar de noche. Trabajaba hasta las siete de la tarde, entraba a las ocho en el colegio y salía a las once de la noche, pero, digamos, de puro adolescente rebelde.

Entré a esta militancia muy romántica, estamos hablando de la época más linda de la revolución cubana, el Che Guevara… Aquello era un sueño maravilloso y teníamos al hombre que iba a dirigir la revolución en Argentina, que era Silvio Frondizi, con este movimiento que se llamaba Praxis.

Yo recuerdo, como si fuera hoy, cuando estábamos en la casa de Frondizi, sentados en el piso, escuchándolo. Nos iba enseñando, nos hacía revolucionarios. Fue un grupo muy lindo, que al final, con la evolución del proceso argentino, la mayor parte pasa a la guerrilla y yo, que no soy un hombre de acción y que veo una gota de sangre y me desmayo y no puedo matar ni una mosca, me quedé con el grupo de los no violentos. Ahí se produce un dilema, porque o estás en la guerrilla o estás con el enemigo. Pero, curiosamente, había un fundamento ideológico en este grupo de quienes no nos metimos en la guerrilla y era que, en el proceso que estábamos viviendo, había que hacer la revolución de otra manera, y estábamos en la hora del nazerismo, es decir, que la revolución había que hacerla con el ejército… Creamos una célula que se infiltró en las Fuerzas Armadas y repartíamos todas las semanas una publicación entre toda la oficialidad argentina, convenciéndolos…

Eso me recuerda algo…

Te recuerda algo ¿no?

Me parece muy similar a algo…

Yo siempre echo vaina con mis amigos: toda la vida peleando con la revolución y mira con lo que me vengo a encontrar al final… Entonces, fue una adolescencia muy sacrificada, piensa que cuando todos iban a bailar en discotecas, yo me iba a los ranchos, lo que allá se llaman las villas miseria, a pintar graffitis, a trabajar con los obreros y convencerlos de hacer la revolución.

¿Y en qué momento cambia esa etapa?

Dejo la militancia a los veinticinco, veintiséis años, cuando ya me interesa mucho más la Filosofía, la Psicología, y, además, me doy cuenta de que la lucha política era un tema que escapaba a mis posibilidades, no entendía qué carajo pasaba, realmente era demasiado. Otras cosas me interesaban, la literatura, la filosofía y cuando descubro el psicoanálisis se produce la locura total, como suele suceder con los argentinos, que tenemos una relación extraña con el psicoanálisis. Tengo varias etapas de entrada y salida de la universidad. El trabajo, la política y la militancia, me producían unos conflictos ideológicos tremendos, porque por un lado estaba en la ultra izquierda y por el otro mi trabajo era el más capitalista de todos, trabajaba en la publicidad. Se me presentaban problemas de conciencia inmensos, que no se cómo los resolvía, porque al final, me gustaba todo.

Claro, tu trabajo era diseñar los mensajes del capitalismo.

Claro, por ejemplo del cigarrillo, todavía tengo conflictos, tuve conflictos cuando tuve que hacer publicidad de cigarrillos, convencer a los chicos de que fumen a ver si se agarran un cáncer…

Y luego continúas tu carrera en la publicidad hasta que te mandan a Venezuela.

Es que lo que me gusta y me divierte es la publicidad. Comencé como creativo a los dieciocho años y tuve un éxito muy grande. Yo recuerdo que a los veinte años mi padre me decía: pero coño ¿cómo puede ser que un hippie de veinte años -porque yo era un hippie con melena y barba- gane más dinero que yo que soy un universitario, contador público, con años de profesión? Yo ganaba más dinero que él. Era una especie de jugador de fútbol. Yo cambiaba de trabajo cada tres, cuatro meses, y me duplicaban el sueldo con cada cambio. Era la época de oro de la publicidad, los creativos de esa generación, una generación importante, no sé por qué, surgíamos y nos contrataban como a los jugadores de fútbol, a billetazo limpio. Imagínate, pobrecita mi cabeza, con buen dinero, de izquierda trotskista y mi preocupación era el psicoanálisis… En realidad eso no fue bueno para mí, porque en medio de toda esa mezcla abandoné el Psicoanálisis, nunca hice clínica, y abandoné la literatura, no escribí, porque tengo una deformación profesional: un escritor desarrolla una historia en doscientas, trescientas, quinientas páginas, y mi profesión me enseñó a contar una historia en veinte segundos y soy maravilloso haciendo eso… pero me pongo a escribir y mi historia más larga es de una página.

Cuando te dicen que vas a Venezuela, ¿cómo es ese momento, qué sabías de Venezuela?

Esa historia es muy divertida. Yo estaba trabajando con la agencia nacional más grande de Argentina. Un día, el presidente de una agencia gringa, que tenía poco tiempo en Argentina, me llama y me dice: quiero que te vengas con nosotros, pero la oferta es para Colombia. Yo le respondí: no me interesa, soy casado, con dos hijos, eran épocas difíciles en Argentina. Total, me dice: mira, yo te voy a proponer una cosa, te pago un viaje a Bogotá, vas a conocer Bogotá, conoces la agencia y después te regresas.

Me fui a Bogotá. El presidente de esta empresa me dijo que me quedara una semana en Bogotá y así conocía la ciudad. Llegué a Bogotá y me recibió el director creativo y me dijo: yo estoy pensando en irme de aquí, estoy buscando mi reemplazo… Abrió la gaveta y saca un polvito blanco. ¿Y qué es eso? «Cocaína». No, gracias, yo no.

Charlamos todo el día, me invitó a almorzar, fui con el gerente general y después en la noche nos tomamos unos tragos. Aquella gente lo que hacía era tomar y tomar, un whisky tras otro, y cada media hora iban al baño, se daban un saque y seguían. Salí espantado.

Antes de regresar a Buenos Aires me dije: a mí esta vaina no me interesa, ése no es mi mundo. El presidente de la agencia me pidió un favor: cuando vayas a regresar a Buenos Aires pasa por Caracas que también necesitan gente. Llegué a Caracas, a principios del 83. Tuve una reunión aquí, conocí la ciudad… Yo no sabía dónde quedaba Venezuela, te juro. En Argentina, que en ese momento se creía el ombligo del mundo, se sabía que era un país donde había petróleo. Bueno, el trópico me fascinó, pero de nuevo, pensaba que no era lo mío. Yo soy un porteño típico que ama Buenos Aires, aunque ya la situación económica en Argentina era muy complicada… Total, digo que no.

Hice cinco viajes exploratorios a Caracas, las cinco veces dije que no. Finalmente, el gerente de la agencia en Argentina me ofreció más del doble de lo que yo ganaba y me contrata para Buenos Aires. Al año, el director regional, que se llamaba Sergio Ruiz, y Richard Crisswell entran a mi oficina y me dicen: Roberto venimos a buscarte… Les respondí: bueno, vamos a almorzar y me contestaron: No, vamos a Caracas.

Yo no los entendía, ya había ido cinco veces a Caracas, siempre les decía que no me interesaba, pero en cada negativa me mejoraban la oferta: carros, club en la playa, pasajes, apartamento… Hasta el momento cuando me precisaron: la compañía te necesita allá, si no, te retiras de la agencia; te hemos dado todo, de modo que ahora es sí o sí, no tienes alternativa. No te estamos preguntando, estás trasladado.

¿Cómo es la llegada? Claro, ya tenías esos viajes previos…

Yo soy un inmigrante que viene en bandeja de plata, es muy raro, pero igual el destierro es desgarrador. Esa experiencia me hizo pensar en la de mis abuelos que había sido tan dura. Yo llegué con todo. En Argentina era la época de la hiperinflación. Yo viví la experiencia de estar dentro de un supermercado, con mi carrito, cuando por los parlantes decían: a partir de este momento todo subió diez por ciento. Los remarcadores trabajaban las veinticuatro horas, no les daba tiempo a remarcar. La inflación era más rápida. Tenías que comprar corriendo antes de que anunciaran un aumento. Yo recuerdo que cuando cobrábamos el salario, bajábamos todos al banco, todos, hasta el motorizado, nos quedábamos con efectivo para una semana y el resto se depositaba a plazo fijo por siete días. Una tasa de siete días ganaba hasta quince por ciento. Si no hacías eso, no te alcanzaba para comer todo el mes. Eran épocas de tres mil por ciento de inflación anual. Entonces claro, al final era atractivo venir a Venezuela, ya no estaba el dólar a 4.30, pero igual, no había inflación.

Yo tuve que postergar mi llegada porque estaba naciendo mi tercer hijo, además la fecha de nacimiento se retrasó. Finalmente nació y a los dos días me vine a Caracas, mi mujer se quedó allá un mes más. Estuve viviendo en el Continental Altamira. ¿Sabes por qué no podía dormir? Por el ruido de los grillos y las ranitas en la noche, me sentía en la selva. Entre Buenos Aires y Caracas el ruido de la noche era otra cosa. Pero, en realidad yo me adapté muy rápido, básicamente por mi trabajo, que consistía en manejar un grupo de creativos y directores de arte que eran todos aspirantes a escritores o a pintores. Te diría que mi mayor habilidad profesional fue saber dirigir grupos de gente con sensibilidad artística.

¿Fue difícil manejar los códigos locales?

El mayor problema para mí fue el idioma, porque pensaba que hablábamos el mismo idioma. Fue un aprendizaje tremendo, al punto de darme cuenta de que no entendía lo que decían. Tenía que escribir y corregir los avisos que iban a salir publicados, pero el lenguaje era totalmente distinto, y lo que decidí fue tener un corrector de estilo -de idioma, realmente-. si no era un desastre. Imagínate, si mi esposa iba al supermercado a comprar un coleto y un tobo y pedía un trapo de piso y un balde no lograba comprarlo. Para mí fue un choque el tema del idioma. Ahora, existieron varios fenómenos que me hicieron difícil la expatriación, primero, no poder caminar por la calle, lo cual te cambia…

¿Lo dices por la configuración de la ciudad o por la inseguridad?

La configuración de la ciudad primero y luego la inseguridad. Cuando llegué, me aterrorizaban al decirme que cerrara el seguro del auto, que no me parara en el semáforo rojo de noche. Yo me preguntaba por qué de noche no hay policías en la calle… En Buenos Aires hay un policía en cada esquina.

Ahora, viniendo de una ciudad donde hasta hace poco, porque eso ha variado, podías estar a las cuatro de la mañana sin problema en el centro.

Yo vivía de noche. El tema era vivir en los cafés, que son el ámbito social. Terminabas de trabajar, te ibas a tu casa, cenabas y te ibas al café con los amigos. Yo conocí a mi esposa en uno de los cafetines de la calle Corrientes… Podías ir al cine a las once de la noche o a la una de la mañana y salías a las tres de la mañana y te ibas a cenar de nuevo, esa era mi vida desde siempre. Pero, además, hay costumbres sociales: puedes estar caminando por la calle en Buenos Aires, pasas por la casa de un amigo, son las diez y media de la noche y tocas un timbre y dices: hola, soy Roberto. Subes y te tomas un café. Son costumbres y hábitos. Acá sólo llamas por teléfono a las diez de la noche y te mandan al carajo.

El otro cambio importante fue la oferta cultural, o sea cine, dado que allá se veía cine europeo y aquí se veía cine americano, o el teatro, aunque cuando llego acá ya había movimiento.

Básicamente eso fue lo más impactante, pero claro, también se produce el encanto de estar acá… Primero te fascina que no haya estaciones, eso te descoloca, porque uno está acostumbrado al cambio de ropa, es bien importante, tienes ropa de verano, ropa de primavera, ropa de invierno y en otoño usas la de primavera… Tienes tres juegos de ropa, por lo tanto, no vives comprándote ropa todo el tiempo, porque la varías. Entonces tenía la sensación de estar siempre en primavera-verano. Yo te diría que la sensación de los primeros dos años era como estar allá en Punta del Este o Mar del Plata. Vives al lado de la playa, es muy parecido a Río de Janeiro, supongo. Acá se me presentaba parecido, aunque no de esa manera, pero todos los fines de semana iba a la playa, era un paraíso y lo más sorprendente era que en Argentina, yo con mi sueldo que era muy buen dinero, no llegaba a fin de mes, y aquí me sobraba la mitad del sueldo. Entonces descubrí que era rico, un día descubrí que me salía más barato tener chofer que pagar el autobús del colegio de mis hijos. Yo, un trotskista con chofer. Y tardamos como dos años en aprender a manejar un chofer, ya
que la tendencia es a que él te maneje a ti.

Allí viví también un choque cultural: un día viene un chofer de la oficina y me dice: señor, se enfermó mi mamá y la tengo que operar, necesito doscientos mil bolívares, démelos… Él no me los pidió, me dio instrucciones. Yo le dije: Okey, déjame ver lo que puedo hacer para ayudarte. Entonces me puse a preguntar qué hacer y me dijeron: bueno Roberto, esta gente que vive atendiéndote es un poco medieval para llevar las cosas, y tú tienes que hacerte cargo de su vaina… Y yo me preguntaba: ¿por qué tengo que pagar la operación de la mamá? A lo cual me respondían: es que no tienen a nadie, ellos dependen de ti, no hay opción, es así, son tu gente y están a tu cargo, eres responsable de su vida… OK. Entendí.

Bueno, volviendo a mi vida… En la agencia pasaban dos cosas, ya era viejo como creativo, tenía cuarenta y cinco años, y los creativos son como los tenistas, a los veintiséis ya se tienen que retirar. Mi carrera en una multinacional estaba bien, pero eso se me acababa, a mí en dos años más me botaban a patadas.

Pedí una gerencia general y no me la dieron. Renuncié. Me estaba cambiando a México a otra agencia, pero se cayó la negociación. El 1º de enero del año 90 estaba en Caracas, desempleado
por decisión propia, mi mujer me quería matar. Entonces ese año abrí mi agencia. Todo esto tuvo un poco que ver con mi propio análisis del mercado. En todos los mercados habían agencias pequeñas, muy creativas, lo que se llaman las agencias hot agencias calientes. Pero claro, yo no era un empresario, ni tenía criterio comercial, ni era un emprendedor, era un creativo. Yo salí adelante no sé por qué, porque tengo un Dios aparte, porque en el primer año me gasté la liquidación. Yo nunca había entendido que una agencia se monta llevándose un cliente y llevándose a algunos empleados. Yo me fui solo, salí y dije: tengo una agencia, ¿quién quiere ser mi cliente? Al año no tenía un céntimo, vendí mi apartamento en Buenos Aires, vendí mal mi apartamento. Eso me alcanzó para pagar una o dos quincenas en Caracas. Mi esposa lloraba, me decía que se quería divorciar, que se iba a ir a Buenos Aires a casa de los padres, un drama chino, además veníamos de un nivel de vida del carajo, dos carros, chofer, viajábamos a Europa. Ella me
decía que para qué me había puesto a inventar. Pasaban varias cosas, no me calaba la vida y la política dentro de una multinacional, yo me ahogaba ahí, necesitaba otra cosa, pero claro, se trataba de nuestro futuro. Fue una crisis terrible, una crisis matrimonial.

¿Pensaste en volver a Buenos Aires?

Mira, cualquier emigrante que diga que no piensa en volver miente, toda la vida piensas en volver. Claro, yo me fui con mucha bronca de Argentina, a mí Argentina me estafó, pero me estafó más de cuarenta años. Yo vivía muy bien, tenía éxito, tenía dinero, y aún así vendí tres casas mías que me las comí, las tenía que vender para comer. Cuando tenía dinero para comprar un apartamento iba y me lo compraba, y a los dos años estaba sin trabajo, no tenía para comer. Vendía el apartamento
y con ese dinero vivíamos unos años y alquilábamos, pero el Estado te robaba el dinero, no era que tú eras incapaz y no podías… Como hicieron con el corralito, que te robaban los depósitos, o como con la inflación, que te dan un dinero pero al mes siguiente eso no vale nada, es decir, un país que vivía estafando a su gente.

Irónicamente yo siempre voy a contra mano de la historia. Cuando termina la dictadura militar y llegan las elecciones de Alfonsín, en ese instante yo me voy de Argentina. Todos mis amigos me decían: pero Roberto, llega la democracia y en este momento tú te vas. Era mi vida personal, mi realidad no va con la historia, pero fíjate que la historia fue algo interesante porque algo intuí.

Cuando llegaron las elecciones a mí me llamaron para participar en la campaña de Alfonsín. Se estaba formando un grupo de creativos para apoyarlo. Dije, vamos a darle, no porque a mí me interesara Alfonsín, sino porque nunca había trabajado en campaña política. Hicimos la primera reunión y empiezan a decirme: Roberto, esto es ad honorem, pero ¿tú estás afiliado al partido Radical?, tienes que afiliarte, si no, no puedes trabajar en la campaña, porque si tú no crees en la plataforma política del candidato no puedes… Me levanté y me fui. No estuve para las elecciones de Alfonsín, me fui un mes antes. Nadie entendió nada, pero te digo una cosa, percibí que si a Argentina la iban a salvar el partido Radical y Alfonsín mejor me iba, porque eso iba a ser peor que la dictadura militar. Qué te puedo decir, era como si ahora para salvarnos viniera la vieja guardia adeca, pero no la de Betancourt, no, la del último viejito, que iba de candidato y al final los adecos lo sacan.

Alfaro Ucero.

Es como si nos dijeran que Alfaro nos va a salvar de Chávez, eso es. Yo iba a hacer la campaña, me parecía divertido, pero no me digas que crea en él. Ese es un poco el contexto de cuando salgo.

¿Has imaginado tu vida si te hubieses quedado allá, has hecho el ejercicio?

Déjame contarte algo que a mí me impresionó mucho, porque después de toda la crisis argentina, yo iba a cada rato, y lo que vivió Argentina fue un proceso de descomposición social atroz, que destruyó muchas familias y destruyó muchos grupos de amigos, todos mis amigos, mi familia, están peleados entre ellos, porque todos se deben dinero y nunca se pagaron. Llegó un momento en que todos quebraron o se quedaron sin trabajo. Por ejemplo, yo te digo: Alejandro: préstame quinientos mil bolos que no tengo para comer y darle de comer a mis hijos, te los devuelvo en un mes. Yo soy amigo tuyo de toda la vida, a los seis meses ya tú te quedaste sin trabajo y no tienes para darle de comer a tus hijos. Entonces me agarras por la camisa y me dices: Roberto, devuélveme los quinientos mil bolos porque necesito darle de comer a mis hijos, y yo te digo: te jodiste, no los tengo. Se han peleado hijos y padres, hermanos entre hermanos y de todo mi grupo de amigos de Buenos Aires, no hay uno que sea amigo del otro, y no te cuento la cantidad de parejas que se divorciaron.

Yo tuve varios problemas, primero, dejé de ir a Buenos Aires, porque sentía que llegaba y me agredían. Cuando me preguntaban ¿qué tal Roberto cómo te va? Yo contestaba: fantástico, viajo a Europa todos los años, voy a la playa todos los fines de semana… Y me trataban mal, hasta que me di cuenta de lo que pasaba. Entonces empecé a decir que me iba regular, que las cosas estaban difíciles, empecé a ocultar. Cuando iba y veía a la gente por la calle, era un pueblo triste, amargado, desesperado. No quise ir más, era muy fuerte la cosa. ¿Te hablaron de los cartoneros en Buenos Aires? Bueno, al caer la noche, la ciudad es invadida por familias que son papá, mamá
y dos, tres chicos, con un carrito, recogiendo cartones. Me dicen que hay cuarenta mil familias por noche recorriendo la ciudad recogiendo los cartones. Los cartones tienen que entregarlos a un lugar y ya las empresas de ferrocarriles pusieron trenes que salen a determinada hora de la madrugada para llevar a los cartoneros con los carritos hasta el lugar de recolección. Tú los ves abriendo las bolsas de la basura para sacar papel y cartón, en toda la puta ciudad, toda la noche, en esa maravillosa ciudad que es europea y todo, es como si tú vieras eso en París, te encoge el corazón.

Tú me preguntas si yo quería volver… Yo dije ahí no puedo volver, quería volver, pero la Argentina que yo dejé no existe más, desapareció. Ahora hay un cierto resurgimiento, pero es como en Caracas, que está dividida, no vas al centro ni al oeste de la ciudad porque aquello es terrible. Bueno, lo mismo pasa en Buenos Aires.

Yo perdí a mi esposa hace tres años, un cáncer, fue muy difícil. Un año y medio de enfermedad, dejé todo para tratar de salvarla y me dediqué a ella, recorrí el mundo y recorrí la medicina tradicional y la medicina alternativa toda, me dije yo la voy a salvar. En ese sentido, no soy creyente, yo tengo un pensamiento más o menos mágico, mi vida ha sido toda una vorágine de acontecimientos que me fueron pasando y siempre he salido adelante. Yo le puedo echar pichón a todo, todavía le digo a mis hijos: Puedo perder todo, pero yo sé trabajar, a mí nunca me va a faltar para comer, puedo ser mesonero o lo que sea… Así yo me propuse salvarla y fue mi único gran fracaso en la vida, de ahí descubrí que era argentino pero no era Dios y que estamos de paso por este mundo, fue una pelea de año y medio con la muerte.

Todos mis hijos están afuera, porque mi esposa y yo habíamos decidido que ya que nosotros habíamos cortado raíces, a nuestros hijos íbamos a hacerlos ciudadanos del mundo, que no tuvieran raíces. Ahora, en perspectiva estoy arrepentido: no están conmigo mis hijos. Tengo un hijo en Londres, otro en Miami, otro en Boston, viajan ellos o viajo yo, los veo, porque yo estoy solo, y pese a que tengo orígenes judíos y rusos, el modelo de familia es el italiano y argentino, los argentinos somos descendientes de italianos básicamente. Entonces, no tengo familia, a mi esposa la perdí, mis hijos se fueron, estoy solo en Caracas, no sé qué estoy haciendo acá solo, o me voy con mis hijos al norte o me voy a mi terruño y a lo que fue más de la mitad de mi vida en Argentina.

Claro, pero probablemente todas las opciones son un riesgo…

No sólo son un riesgo, es decir, dónde está mi vida, ¿en Caracas? ¿en Buenos Aires?… Decidí formar a mis hijos, que hablaran inglés, que yo nunca logré hablar, estudié inglés toda mi vida y no lo sé hablar. Todos mis hijos hablan dos o tres idiomas, los dos mayores se graduaron, uno en la Universidad Central y otro en la Simón Bolívar, el tercero, el más pequeño, me va a salir internacional, lo metí en la Escuela Americana -ahí se me fue la mano, él piensa en inglés y traduce al español- y después lo mandé a la universidad.

Pero, ¿sabes qué?, yo sentí una vez que Argentina me traicionó. América Latina no es un lugar, digamos sano, para vivir, pero es maravilloso. Yo tengo algunos amigos europeos acá que se quejan, que si el desorden, el despelote, la alegría, pero no se pueden ir. Una vez un argentino acá me dijo: mira Roberto, a mí me trajeron por dos años, un contrato por dos años, si tú te quedas siete años, no te vas más en tu puta vida, pasaste los siete años en Venezuela y hay algo por lo cual no te puedes ir, estás atrapado… aunque no contábamos con Chávez en ese momento.

¿Cuál es el balance de tu vida en Venezuela?

Aquí crié a mis tres hijos, aquí llevé la mayor parte de la vida con mi esposa, acá está toda mi vida y aquí fue mi éxito, he tenido productos muy grandes en mi carrera y todo lo que hice importante lo hice aquí, tengo cosas, satisfacciones profesionales. Hay una anécdota que tú vas a recordar seguramente.

Para las elecciones de Caldera -nunca trabajé en política acá ni en ningún lado- el Banco del Caribe me pidió que le hiciera un comercial de Navidad y yo, que tenía una relación muy estrecha con Edgar Dao, el dueño del banco, le dije: mira, yo te voy a hacer otra cosa, y le llevé un mensaje que no era de Navidad, era un mensaje de paz, pero justo en el momento preelectoral. Ese comercial se ocupaba de Danielito, un chico que hablaba y le pedía a los candidatos, a Rafael, a Claudio, que ayuden a mi papá… porque su papá estaba triste, cansado y no quería jugar con él, y Danielito les pidió que le devolvieran la alegría, que todos ayudáramos a los candidatos para que su papá recuperara su alegría. Cuál es la sorpresa -yo tengo todo esto grabado- que el día que gana Caldera, en su discurso triunfal a las 10 de la noche, comienza diciendo: «El mejor comercial
de la campaña electoral ha sido el de un niñito que con su medio lenguaje decía: yo quiero que me ayuden a devolverle la alegría a mi papá… Yo le voy a devolver la alegría a todos los padres de Venezuela».

Al día siguiente me llama el jefe de campaña de Caldera y me dice: Roberto, queremos que traigas a Danielito al comando de campaña. Bueno, les dije, Danielito no es mío, pero voy a hablar con la mamá, porque además, ese personaje no es un personaje público del Banco del Caribe. Llamé a la mamá y le pregunté si estaba dispuesta. Llamé a Edgar Dao: «El Presidente electo me pide que le lleve al niño». Aceptaron. A la mañana siguiente yo estaba con Danielito entregándoselo a Caldera, estaban los canales de televisión, los periódicos y en la primera página de todos los medios del día siguiente salía Caldera conDanielito en brazos. Mira cómo se cruza la actividad profesional con la vida de un país, un comercial para un banco, y terminé involucrado en una campaña electoral.

Existen muchas satisfacciones que me ha dado mi trabajo en Venezuela, claro, a mí me hubiera gustado no tener éxito con un comercial de publicidad, me hubiera gustado hacer un largometraje. Lo que a mí más me apasionó de mi carrera fue el momento cuando descubrí el lenguaje cinematográfico. Al principio hacíamos avisos de prensa y de radio, después tuvimos que empezar a crear avisos para televisión y aprender de guiones, que era otro mundo. Con el tiempo descubrí que soy un emprendedor, que me fascina el cine y todavía no he abandonado el sueño de, algún día, hacer un largometraje.

Gracias, Roberto.

2005

Fotografía: Vasco Szinetar