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Raúl Lotitto ha conformado un grupo editorial que ha merecido, desde hace prácticamente dos décadas, el respeto del lector venezolano. Varias de sus publicaciones, la revista Producto entre ellas, ocupan un lugar propio en el mundo editorial venezolano y son el testimonio de una vida que le ha llevado de ser periodista «ilegal» -en razón de no estar colegiado- a ser propietario de un medio que da trabajo a decenas de periodistas venezolanos. De muy grata conversación, revela en su hablar la fuerza de quien sabe lo que quiere y lo que tiene que hacer para lograr lo que quiere. Transmite orden y seguridad. Su historia personal es un ejemplo de tenacidad en la que, con frecuencia, parece asomarse también una buena estrella, acompañada de una destreza para comprender los procesos sociales, políticos y económicos del país que dejó y del país que lo adoptó.
¿Qué lo trae a Venezuela?
Me trajo a Venezuela la situación que imperaba en Argentina a mediados de los años setenta, cuando estaba la dictadura que presidía Videla con un triunvirato de militares que conformó la dictadura más salvaje que haya tenido América Latina.
¿Estaba usted vinculado a la política?
No, era periodista profesional y tenía los riesgos propios de la profesión. Más bien, los riesgos que tenía cualquier argentino que se atreviese a pensar u opinar en aquellos años.
¿Estaba en Clarín?
Sí.
¿Cuánto tiempo?
Desde enero del 75 hasta diciembre del 77. Llegué a Venezuela el 23 de enero del 78. Llegué en lo que en aquel tiempo era fecha patria.
¿Por qué a Venezuela?
Por varias razones fundamentales, aunque tampoco es que mi esposa y yo nos sentamos a pensar demasiado…
Ella es argentina…
Es argentina. Pero aunque no tuvimos demasiadas opciones para elegir, básicamente Venezuela era un país donde había una democracia arraigada y nosotros estábamos agobiados por las dictaduras, una tras otra. Llegué cuando tenía treinta años y había votado una sola vez, un par de años antes de venir, cuando fue la elección de Héctor Cámpora, por el peronismo a la presidencia. La segunda razón es que era un país de oportunidades tangibles -una economía sólida- para cualquiera que quisiera desarrollarse y trabajar. La tercera, que podría ser la primera, es que teníamos aquí muchos amigos que ya habían llegado…
Amigos argentinos…
Sí, amigos con quienes teníamos comunicación y nos contaban de lo bien que los trataba Venezuela, cosa que después nosotros comprobamos en carne propia. Venezuela nos abrió sus puertas, y sus habitantes nos abrieron sus brazos, de lo cual estamos enorme e inmensamente agradecidos…
¿Cuál fue su primera impresión al llegar a un país que tiene una cultura distinta, una estética distinta?
Claro, Venezuela es un país distinto a Argentina, que es mucho más formal, aunque se ha ido transformando, se ha ido haciendo más «tropical» como dicen ellos. Como los argentinos exageran todo, esa noción «tropical» puede llegar hasta Río de Janeiro. En todo caso, nos gustó mucho la informalidad reinante, el coloquialismo del venezolano. Llegamos a un país en el que la gente tenía confianza en el otro, y eso en Argentina se había perdido.
¿Por lo político?
Por lo político y por lo económico. Las tragedias económicas sucesivas generaban allá no sólo desconfianza, sino una especie de pensamiento maquiavélico por el cual siempre había que estar pensando en cómo hacer que el dinero rindiera más, y entonces no había tiempo para tomarse un café con un amigo, sino que había que estar pensando dónde colocar el dinero para que rindiera el sábado y el domingo… lo que se llamaba en aquellos años la bicicleta financiera, pedalear y pedalear para quedar siempre en el mismo sitio.
Llegar a Venezuela significó varias cosas. Además de la tranquilidad que implicaba la fortaleza de la moneda, los precios estables, la inflación bajísima -casi cero-, las oportunidades de trabajo, la gente confiada y confiable…
Mi primer trabajo acá fue de vendedor callejero, y la gente me entregaba el dinero en efectivo, contra un recibo…
¿Qué vendía?
Vendía unos sistemas de contestación automática de teléfonos. En esa época, la Cantv no prestaba el servicio de informar cuando cambiaban los números telefónicos, y los cambiaban muy a menudo porque había un crecimiento muy grande. Yo era vendedor de una empresa que ofrecía esos sistemas a los comercios y salía a rastrear cada zona. Eso me permitió conocer muy bien el espíritu, la idiosincrasia y la forma de ser del venezolano. Estaba en la calle todo el día, alternando con gente diferente.
¿Cómo fueron esos primeros tiempos, esas primeras relaciones?
Fueron muy cordiales, muy gratas en general, y también de aprendizajes muy divertidos. Hay una anécdota que nunca olvido: el presidente de la empresa era argentino, con tanto años acá que su aspecto era el de un venezolano -tremendos bigotes, un safari, como se usaba en aquellos tiempos. Me nombran coordinador de una zona que se abre y tomamos unos vendedores por un aviso en la prensa e incorporé también un amigo chileno -un profesor de literatura que estaba escapando de Pinochet. Hacíamos una reunión en una fuente de soda a las siete de la mañana, arrancábamos a rastrear toda la zona y a las doce del día nos encontrábamos en la fuente de soda, nos comíamos un sándwich, un refresco, salíamos de nuevo en la tarde y ya no nos veíamos sino hasta la mañana siguiente. Después de ver el desempeño del primer mes, voy a ver al presidente de la empresa y le digo «Oye, yo acá veo algo rarísimo, el chileno y yo vendemos trece o doce contratos diarios, y los venezolanos venden seis, pasa algo raro…». El tipo me miró, serió y me dijo «tú sí eres bolsa, ¿no ves que los tipos no trabajan en la tarde?». «Ellos son tan buenos como ustedes, o mejores, porque hacen todo en la mañana, y en la tarde se van con la novia, o juegan dominó, o se van al litoral…». A poco, establecí un sistema diferente, que dificultaba la escapada de las tardes y a la semana renunciaron (risas).
Pero, ese tipo de cosas, que son difíciles de comprender para quien llega ¿qué le generaban? Porque hoy lo puede contar como una anécdota pero en ese momento…
En ese momento, recién llegado, no entendía mucho de esta «irresponsabilidad».
Porque tiene un lado bello y fraternal y otro lado funesto de irresponsabilidad.
Tiene un lado divertido y otro siniestro. Creo que todavía no me he terminado de acostumbrar, aunque también siento que el país ha ido cambiando los últimos años, a partir de las crisis, y estos son los cambios más dolorosos, que no son por conciencia, sino por ensayo y error. Entonces me generaba impotencia, porque no lo podía cambiar -eso era así y debía convivir con eso- y al mismo tiempo también me hizo pensar que era por eso que se decía que Venezuela era un país de oportunidades, porque había muchas cosas para hacer que los venezolanos, o no estaban dispuestos, o no tenían ganas, o no necesitaban hacer para vivir confortablemente, como vivía alguien de clase media en aquel tiempo.
Recién llegado tuve otro momento particular: a través de amigos comunes conocí al candidato Diego Arria
Con aquel movimiento llamado Causa Común.
Exacto, y él, viendo mi condición de periodista, me pide que los ayude en la parte comunicacional de la campaña. Y entonces me convertí en el jefe de prensa «secreto» de Arria -era extranjero, no conocía realmente a Venezuela, tenía poco tiempo acá. Trabajaba con él los temas comunicacionales, aparte de otra gente que él tenía que trabajaba los temas de imagen, que hacían las cuñas, y había otro periodista que era quien formalmente aparecía. Como te dije, había llegado ese mismo año.
Por otra parte, quienes me lo presentaron, que todavía son buenos amigos míos, estaban en el proyecto del Diario de Caracas: Rodolfo Terragno, Miguel Ángel Diez, Tomás Eloy Martínez. De modo que al término de la campaña me incorporé al proyecto del Diario, que creó una cultura periodística, tuvo un grupo humano muy lindo del cual nos acordamos con mucha nostalgia todos los que trabajamos allí. Lamentablemente el periódico no fue bien manejado y murió, y lo que hoy existe como Diario de Caracas no tiene nada que ver con aquello.
Lo que hicieron fue comprar el nombre.
Claro. No tiene nada que ver con aquello. Entonces esta experiencia de haber trabajado como vendedor callejero, inmediatamente en una campaña política y de seguidas en un periódico tan relevante fue impresionante. ¿Te imaginas?, llegaba en carrito por puesto al Paraíso, luego iba a las reuniones del comando de campaña en el Country Club, algo verdaderamente fascinante para alguien que estaba llegando a un país, y esto reflejaba las oportunidades extraordinarias que se presentaban…
Y la ingenuidad de la sociedad venezolana de la época ¿no?
No sé si era ingenua, no era maliciosa, era honesta y era noble, para quienes así lo entendíamos, si tú eras un pillo podías hacer trastadas como desgraciadamente mucha gente hizo.
¿Alguna vez ha hecho el ejercicio de pensar cómo habría sido su desempeño, su vida, sus oportunidades, de haberse quedado en Argentina?
Sí, lo he pensado muchas veces. Entre otras porque un astrólogo me dijo una vez que mi desarrollo iba a ser en el hemisferio norte. Y acertó totalmente. Nunca había pensado en irme de Argentina, así como muchos venezolanos hoy no piensan en irse de Venezuela. Pero a mí me impulsó a irme la situación absolutamente irresistible -era la vida de por medio- porque vi muchos que habían matado por hacer mucho menos que yo. Fui delegado sindical del gremio de prensa y tenía posiciones muy en contra del gobierno. Mi nivel de riesgo era muy alto, aún por errores, por estar en una agenda te podían matar. Te iban a buscar a tu casa y desaparecías. Si te quedabas en la tortura te tiraban en un hueco y…
Entonces llegué a Venezuela e inmediatamente quise al país, me aferré, me adapté. Y para adaptarme rápido, me aparté casi enseguida del guetto argentino, aunque habría sido más fácil ser amigo de los argentinos, uruguayos y chilenos que en ese tiempo «poblaban» Caracas, y hasta tenían zonas de la ciudad. Sólo en nuestro edificio vivía una familia chilena, cuatro argentinas, un gringo -que hacía unos fiestones de arpa, cuatro y maraca, y esto me llamaba tanto la atención: nadie se quejaba. Este tipo de cosa, a mi mujer y a mí nos atrapó en el espíritu de lo que era Venezuela. Otro recuerdo significativo es éste: un día, estando en casa de unos amigos, oímos a lo lejos una sirena, y me detengo, dejo de hablar, y mi amigo, venezolano, me dice «hombre, Raúl, no te preocupes, que aquí una sirena puede ser los bomberos o la ambulancia, pero nunca es la policía…». Eso fue otra cosa por la que a nosotros nos gustaba tanto vivir en Caracas: vivir en una democracia, en libertad, sin angustias, sin tener que saber si el día anterior habían secuestrado a alguien, o habían matado a no sé quién. Entonces la cosa de separarnos del guetto fue interesante, porque el guetto -no maliciosamente, sino por una cosa cultural- vivía añorando Buenos Aires, pensando que en el Obelisco estaba el centro del mundo y que el pan francés era mejor que la arepa, y yo pensaba exactamente al revés, por haber llegado sin documentos, con una visa de turista, gracias a la buena voluntad de un cónsul que supo, aunque se hizo el que no sabía, para qué yo pedía visa. Aquel hombre escuchó todo mi argumento sobre por qué necesitaba una visa para venir a hacer un trabajo periodístico sobre el petróleo y luego me dijo «te voy a dar visa por seis meses, aunque necesitas sólo un mes, porque de repente te gusta y te quedas…»
¿Nunca lo vio de nuevo?
No. Desgraciadamente.
Ahora estamos hablando en un momento en que Venezuela tiene una crisis de convivencia severa, muy fuerte, ¿qué siente cuando ve que salió de Argentina por una crisis política y en el país que lo acogió, en el que se asentó, ve asomarse vientos convulsionados?
Siento una gran tristeza. Porque esta Venezuela bendita y querible de aquellos años se ha ido transformando, para pesar de todos. Creo que ni la parcialidad chavista siente rencor, a pesar del discurso tan violento a veces, tan confrontador, que trata de generar odio y que no comprendo, porque Venezuela no es así. Los chavistas creen en una confrontación que acabe con el otro bando, eso es un delirio, que espero que no…
Es que en el fondo de ese tipo de procesos sociales siempre hay un delirio que se va de las manos.
Sí, en todo caso es muy incómodo vivir en el delirio impulsado por el que gobierna si éste no gobierna para todos, que era lo que pasaba con las dictaduras argentinas, que no gobernaban para el país, sino para aquella parte del país que apoyaba su gestión, y el resto que se joda.
¿Tiene la idea de volver a Argentina?
Bueno, al llegar pensamos, «cuando caigan los militares volvemos y esto es un refugio temporal». Cuando llegamos aquí, mi esposa venia embarazada de nuestro primer hijo, que ahora tiene veintiséis años. Ella viajó primero, justamente por el embarazo, y sin que ni siquiera la familia supiera que nos iríamos, porque habría sido más doloroso para ellos. Pero a poco de estar acá, fue un día ella quien me dijo durante la cena «Raúl, yo creo que de acá no nos vamos a ir, éste es el sitio donde tenemos que vivir». Yo no estaba aún convencido de eso, pero poco después sí me convencí, al punto que al llegar la democracia a Argentina con Alfonsín hubo una oleada de gente que se devolvió, y nosotros nos quedamos. Y allí decidimos que nunca más volveríamos a vivir en Argentina, cosa que siento claramente hasta hoy, porque cada vez que voy y estoy una semana me quiero volver. Algo pasa. Desgraciadamente ya no puedo subir a Viasa, porque antes uno subía a Viasa -dondequiera que estuviera- y uno estaba ya en Caracas, pero dejaron quebrar esa compañía.
No tenemos nacionalidad venezolana creo que por flojera. Durante el último gobierno de Caldera conocí a un director de Extranjería -éramos amigos- que me dijo «Yo te voy a nacionalizar, aunque tú no quieras, así que trae tu pasaporte.» Lo hice, pero él salió del cargo a la semana y no pudo hacerlo. Pero claro, eso es sólo un papel. Yo siento que soy venezolano, y al mismo tiempo sé que nunca seré. Tú me estas entrevistando porque soy argentino, aunque fuera venezolano por adopción. Siento que soy, pero no tengo el papel. Creo que debería ir un día de estos y buscar el papel, porque ya sé que aquí me quedaré…
Probablemente es un venezolano que «no sólo» es venezolano
Bueno, yo tengo un pensamiento universal sobre eso. Las nacionalidades, la visas, son accidentes, porque si uno nació en el planeta tierra tiene el derecho de estar, pasearse, ir y dejar de ir a donde le dé la gana. Claro, si esto uno lo dice muy alto lo meten en un hospicio, en Bárbula… en todo caso, Venezuela nunca me hizo sentir extranjero, me ha permitido desarrollar mi profesión, crear una empresa que es afortunadamente y extrañamente -porque estamos en un momento muy difícil- exitosa.
¿Nunca se ha planteado hacer negocios en Argentina?
No. Ahora está muy buena la relación. Soy secretario de la Cámara Venezolano Argentina de Comercio, y creo que hay un mérito de los gobiernos de ambos países que se han encontrado para fomentar comercio bilateral que no existía y que ya hoy es más del doble de su máximo histórico tradicional. Esto hay que mantenerlo más allá de la presencia de Chávez o Kirchner. Además, esto no es trueque, es dinero.
Muchas gracias, señor Lotitto.
Entrevista realizada en el 2005
Fotografía: Vasco Szinetar
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