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La gitana que ilusionó a Victor Hugo

Nuestra señora de París (1831) es, junto a Los miserables (1862), la novela más famosa del escritor del romanticismo francés, Victor Marie Hugo. Algunos críticos han señalado que la intención inicial de Hugo al escribirla era poner en evidencia el deterioro de la catedral parisina que fuera proeza arquitectónica del medioevo, pero que durante el siglo XIX daba muestras de quebranto. El resultado final de la obra, sin embargo, trascendió la arquitectura y terminó por convertirse en un documento cabal y reflejo de la filosofía de su escritor.

Su protagonista, Esmeralda, es una muestra de cómo Hugo impone en los personajes desvanecidos en el pasado la esperanza del futuro. Como con la prostituta Fantine, en Los miserables, Hugo hace de la exótica gitana un modelo de caridad cristiana. La escena del azote del jorobado Quasimodo, por ejemplo, evidencia el tropo de la femme fatale por el hada benefactora. Él pide agua y ella sube al patíbulo para dársela:

“Entonces vio cómo se apartó el gentío. Una muchacha curiosamente ataviada salió de entre la gente. Iba acompañada de una cabrita blanca de cuernos dorados y llevaba una pandereta en la mano. (…) Estaba seguro de que también ella había venido para vengarse y darle, como hacían los otros, su golpe correspondiente. (…)

“Ella, sin decir una palabra, se aproximó al reo, que se retorcía en vano para librarse de ella, y soltando una calabaza que a guisa de recipiente tenía atada a la cintura, la acercó muy despacio a los labios áridos del desdichado.

“Entonces, de aquel ojo tan seco y encendido hasta entonces, se vio desprenderse una lágrima”.

Como la bruja, la gitana es una manifestación de la femme fatale, el arquetipo de la mujer monstruosa que con sus poderes sobrenaturales cautiva a los hombres, hasta el extremo de castrarlos de forma literal o metafórica. La mascota de Esmeralda, su cabrita, redunda sobre la imagen medieval de la gitana, pues este animal estaba asociado con los pecadores durante el Renacimiento y en el Medioevo marcaba a los condenados en el Juicio Final; el evangelio de Mateo (25: 31-46) señala que vendrá el “Señor a separa las ovejas de las cabras”, es decir, los justos de los pecadores.

La descripción positiva del aspecto físico de Esmeralda es muestra de que Hugo conocía el poema Fausto de Goethe, en el cual por primera vez en la literatura Europea se crea la imagen de una hechicera bonita: Lilith, que aparece en la descripción de la noche de Walpurgis. En es una versión primitiva de la Biblia, Lilith  fue la primera consorte de Adán, antes de Eva. Ella se separó del primer hombre porque no quiso tratarla como igual –por eso la segunda esposa de Adán es creada de su costilla y no del mismo barro que nació él—.Así, el autor romántico francés trastoca las acepciones comunes de los roles femenino/masculino; hechicera/mujer buena. En este tropo se encuentra la quintaesencia de su pensamiento político que lo marcó como reaccionario a una revolución hecha por moralistas.

Esmeralda, al acercarse al hombre que era objeto de burla y asco, desmonta la idea de la hembra perversa, de la misma manera que Hugo en sus escritos políticos demuele la supuesta inferioridad de la mujer. En esto, Esmeralda era una fémina de la época de su autor, cuando ya existían ciertos derechos civiles –por lo cual ya podía concebirse la imagen de una hechicera piadosa—y no una del medioevo, la época que describe el libro.

La Revolución Francesa, acaecida 40 años antes de la publicación de Nuestra señora de París, no fue benevolente con las mujeres; la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, por ejemplo, fue eso literalmente: un documento legal que protegía a los ciudadanos del género masculino.

Por otra parte, la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, escrita por Olympe de Gouges –seudónimo de la revolucionaria Marie Gouze– y publicada en 1971, reclama para su género el postulado de igualdad que enarbolaba la Revolución Francesa y denuncia cómo la Revolución, después de aprovecharse de la participación de las mujeres en eventos como la Toma de la Bastilla, buscó, movidos por una moral anacrónica y poco revolucionaria, devolverlas a sus roles domésticos y a los espacios privados olvidando incluirlas en el proyecto igualitario, por el que han luchado; Gouges misma fue espía para los revolucionarios en la primera época del proceso.

El texto concreta su idea de igualdad en el concepto de participación ciudadana conjunta entre géneros en la construcción de la ley, así como en la aplicación indiscriminada de sus mandatos y considera al sistema democrático como el mejor para asegurar la igualdad de oportunidades para el acceso facultar de las mujeres a los espacios de poder público. Además, reivindica derechos políticos  y sociales, entre ellos la educación y la propiedad. Dos años después republicar el documento que la inscribiría en la historia, Gouges fue guillotinada por el tribunal revolucionario, luego de enfrentar un breve juicio sumario.

Hugo era un ferviente defensor de los derechos civiles, incluso, uno de sus discursos políticos más famosos de es uno referente a los derechos de las féminas pronunciado en 1854, sobre la tumba de Louise Julien, una escritora francesa pobre, enferma de tuberculosis que el gobierno de Napoleón III arrestó por sus obras políticas en 1853 y murió en Jersey (Inglaterra), luego de sufrir prisión en su país y un breve exilio en Bélgica de donde fue expulsada. Entonces dijo el autor:

“Hemos dicho y repetido que el siglo XVIII proclamó el derecho del hombre, y que el siglo XIX proclamará el derecho de la mujer; pero es preciso confesar que no nos hemos apresurado en conseguirlo: nos han detenido muchas consideraciones graves que deben examinarse atentamente; por que hasta estos momentos en los que ha avanzado mucho el progreso, y entre demócratas y republicanos puros, hay muchos que rehúsan admitir en el hombre y la mujer la igualdad del alma humana y por consecuencia la asimilación, sino de identidad completa, al menos de los derechos cívicos”.

Nuestra señora de París propone que la capacidad de redimir el alma humana se encuentra en la mujer abyecta, removida de la historia; que en esta, por haberle sido negado un puesto en la sociedad “decente”, estaba el futuro de esa misma sociedad, pues puede eximirse de sus descalabros. Allí está la base del pensamiento civil de Hugo: acabar con el estereotipo de la mujer que la mantenía en desventaja social frente al hombre y crear una sociedad donde la palabra Revolución significara lo mismo para todos sus ciudadanos.