Testimonios inmigrantes

Ernesto Borga: El jurista

Testimonios de inmigrantes

Por Alejandro Martnez Ubieda | 7 de marzo, 2010

ernestoErnesto Borga es un abogado que viene a Venezuela en busca de libertad. En el encuentro sostenido en su oficina -sobria, austera y elegante- se permitió contar su historia personal de un modo que evidencia un rasgo que sobresale en su personalidad: es un hombre correcto y prudente que no esconde su lealtad al país que lo recibió en momentos más que difíciles. Revela, quizá sin percatarse, que es una persona sensible y agradecida, virtudes escasas.

Doctor Borga, ¿qué lo trae a Venezuela?

La democracia.

¿En qué año viene?

En 1975, el 10 de enero de 1975.

¿Por razones políticas?

Claro, tuve que salir del país, era la democracia más cercana. En ese entonces había un solo vuelo directo Buenos Aires- Caracas, que era de Panamerican, porque todavía Aerolíneas Argentinas no volaba directo y fue recién en marzo del 75, cuando Viasa comenzó sus vuelos. Entonces tuvimos que esperar ese vuelo directo, porque se habían dado casos de vuelos con escala en Brasil, donde los brasileños habían bajado a los viajeros y los habían mandado de vuelta a Argentina.

Pero cuando usted salió, había una figura llamada derecho de opción.

Sí, ésa era la opción que tenían los detenidos políticos de salir cuando el Estado ha decretado suspensión de garantías, y la Constitución obliga a la alternativa de salida, eso permanece en la actual Constitución.

Pero usted estaba ejerciendo ese derecho.

No, lo tuvo que ejercer mi socio, pero a mi socio lo detuvieron, a mí no.

Y usted sale porque ya comenzaba a sufrir persecución directa, porque el clima se volvía difícil… ¿cómo describiría la situación?

Nosotros sufrimos una persecución muy directa, porque además de ser políticos, ejercíamos la política en el plano de la defensa de los derechos humanos y no era una época como la de ahora, donde todo el mundo habla de los derechos humanos y hay una actividad universal en ese sentido.

Nosotros habíamos actuado, digo nosotros porque éramos un grupo, habíamos actuado durante la dictadura que comenzó con Onganía hasta el gobierno constitucional -el primer gobierno constitucional en el 73-, y nuestra función había consistido precisamente en hacer uso de recursos como el habeas corpus, para obligar al Estado a reconocer los detenidos. En esa época todavía no estaban las desapariciones, ya había habido algunas, pero no estaban como las puso de moda después la dictadura más cruenta que fue la que comenzó en el 76. Pero hay un interregno que es el desgobierno de Isabel Martínez, que es la antesala de todo. Eso se fue poniendo muy en evidencia. Hubo un caso famoso, cuando intentan secuestrar al cónsul soviético y por casualidad un vigilante joven, que hacía el servicio militar siendo policía, los enfrenta y a raíz de eso capturan a los secuestradores y los secuestradores son procesados y convictos y confesos, son condenados, entonces el presidente Lanusse, que era la sucesión de Onganía, no solamente los indulta sino que les entrega las armas y los vuelve a la Policía Federal.

Ahí ese precedente desbordó a los parapoliciales y a los paramilitares. Entonces, el día que aplican el Estado de Sitio, Isabel Martínez siendo presidenta, creo que fue el 5 o el 6 de noviembre del 74, aparece una lista de todos los abogados que habíamos actuado en la defensa de los derechos humanos en ese período anterior al gobierno constitucional, que fue la dictadura de Onganía.

Pero esa fue una lista, digamos, oficiosa.

Claro y ordenaron la detención, entonces nos fueron a buscar y afortunadamente no nos encontraron. Cuando precisamente fueron a allanar el bufete, yo salí y me fui al interior y en el ínterin mi socio, confiado, fue a dar el resultado de un habeas corpus a uno de los detenidos y lo desaparecieron a él. Afortunadamente, aunque estuvo tres días desaparecido, estaba en averiguación policial y quedó detenido. Luego salió con opción y fue a México y entonces el padre de él, que era una persona muy especial, me decía, a ti no te van a detener, porque la idea era que no nos detenían. Entonces, empezaron a cerrar el cerco. Afortunadamente nosotros somos de una ciudad pequeña, universitaria, muy parecida a Mérida en ese sentido, me refiero culturalmente, socialmente, y eso nos permitió salir. Primero salimos para Buenos Aires, nos mimetizamos un poco, yo tenía en ese momento cuatro muchachos, el mayor tenía siete años y el menor tenía dos y no era fácil movilizarse con todos ellos. Yo tenía un escondite muy especial que me permitía moverme con mucha libertad, que era la calle de mi padre, que estaba justo frente al departamento de policía, entonces yo entraba y nadie se imaginaba que podía estar allí. Eso hizo que pudiéramos zafar y salimos después, cuando se estrechó mucho el cerco y nos quisieron secuestrar a los muchachos, y de ahí salimos también y nos fuimos a Uruguay.

Pero hubo un intento de secuestro.

Tuvimos la información de un alto oficial, de profesión médico, y ahí hubo que salir a como diera lugar. Salimos para Uruguay pero allí no estábamos seguros ni mucho menos, porque ya funcionaba el plan Cóndor, que se anticipó a la dictadura argentina, porque fue desatado en el 73 por Pinochet. Cuando Pinochet asume el poder, es simultáneo con el triunfo de las elecciones del peronismo y la vuelta a la democracia del gobierno constitucional en Argentina, entonces hubo una situación muy especial. Lo que pasa es que la conexión entre las fuerzas de los esbirros siempre existió y se fue perfeccionando, ya en Uruguay estaba la dictadura.

¿Pero usted hacía un trabajo jurídico con orientación política, pero no un trabajo de militancia política o sí?

Sí, yo militaba en política desde muy joven y después en la universidad, y luego me incorporé al peronismo, que era la esperanza en ese momento. Yo era el apoderado de la provincia de Buenos Aires del partido peronista, y eso puede no decir nada, pero lo que pasa es que nosotros estábamos dando una pelea en lo interno que era muy fuerte, porque era contra todo eso que venía de la dictadura, decíamos que el gobierno de Isabel no era más que la mascarada constitucional anticipando el trabajo a la dictadura. Cuando ya no les sirvió Isabel, porque ya era grotesco, le dieron un puntapié y la sacaron. Pero todo el anticipo, diría que se exacerba a partir del 1º de julio del 74, que es cuando muere Perón. Lo que piensa mucha gente es que Perón, no obstante haber sido muy duro con los sectores democráticos del peronismo y haber prohijado en cierta manera la ultraderecha del peronismo, fue una barrera de contención. El 1º de julio, con la muerte de Perón, esa barrera desapareció y se soltaron los demonios, entonces del 1º de julio al 5, 6 de noviembre, que es cuando ya se decreta el Estado de Sitio, Defensa ordena no la detención, sino la eliminación de los abogados que habían hecho defensa de derechos humanos. No solamente los abogados, también los jueces, porque aún en época de dictadura en Argentina, hubo jueces dignos, y las garantías constitucionales llegaron hasta donde llegaba la dignidad de esos jueces. Cuando viene la dictadura en el 76, lo primero que hace es detener a algunos, uno de ellos Montero, valiente, pasó toda la dictadura preso y murió años después porque salió maltrecho.

Ese panorama era difícil de comprender desde afuera. Cuando llego a Venezuela noto que nadie entendía, por qué yo era peronista y estaba en esa situación. El gobierno constitucional no entendía, en Acción Democrática los adecos no entendían, porque ellos eran muy amigos del radicalismo, enemigos del peronismo, y los socialcristianos eran antiperonistas también y a uno lo miraban mal y esto hacía que no pudiéramos tener ninguno de los beneficios de la solidaridad internacional que se generó, por ejemplo, para los comunistas y socialistas, incluso para los radicales de Chile, y las internacionales socialistas. Nosotros éramos una especie de parias, porque no se comprendía lo que sucedía en Argentina.

¿Y por qué venir a Venezuela?

Venezuela, le decía, porque era la democracia más cercana, y por otro lado porque teníamos muy pequeños vínculos con Venezuela, si se quiere desde el punto de vista digamos gráfico, pero muy profundos desde el punto de vista de la cultura política. Le cuento.

En las postrimerías de la dictadura de Onganía, ya siendo Lanusse presidente de la dictadura, como todas las dictaduras argentinas, el último tuvo preferencia democrática. El gobierno del presidente Caldera ve que Venezuela quedaba aislada por los efectos no queridos de la doctrina Betancourt -que fue muy digna, en cuanto a no tener relaciones con los gobiernos de facto- pero se da cuenta de que habíamos quedado aislados, porque en ese momento las democracias estaban aisladas en América Latina, prácticamente era sólo Venezuela. Entonces, él, ya en su último año de gobierno, decide empezar a tomar contactos y a cumplir con la Constitución del 61 en cuanto obliga a propiciar la democracia y la extensión de la democracia.

Esto para nosotros fue muy importante, porque visto desde allá, en la situación en que estábamos, era un presidente latinoamericano, porque ¿qué había pasado? Lanusse se da cuenta de que la dictadura no se podía sostener, porque las dictaduras en Argentina nunca fueron vencidas militarmente, ni la última tampoco, sino cívicamente. Se habían quedado sin apoyo, cada vez más deteriorados y entonces él lanza la promesa de hacer elecciones, él quiere negociar con Perón. Perón hace una jugada política muy interesante y trata de negociar con la central obrera que era sumamente poderosa. La central obrera le da la espalda, le dice, no hable con nosotros, hable con Perón, entonces él se da cuenta que tiene que llamar a elecciones. Hace esta promesa de las elecciones y ya queda un poco atado. ¿Pero qué ocurre? Se produce un alzamiento de jóvenes militares contra Lanusse, eran sectores de derecha que lo que no querían era que hubiera elecciones.

Esto genera dentro de las Fuerzas Armadas una manifestación de disidencia, una lucha interna que le quita poder a Lanusse y tiene que negociar. Lanusse estaba entre que si cumplía o no cumplía, negociando de cara al interior de las Fuerzas Armadas. En ese momento llega el presidente Caldera y, cuando Lanusse le hace un homenaje en un acto importante, el discurso de Caldera fue un discurso excelente, de un contenido político abarcador de la situación en Argentina y pidiéndole a Lanusse que cumpla su palabra y llame a elecciones.

Cuando concluye el discurso de Caldera, se veía a Caldera, una figura civil, y al lado estaba la figura de Lanusse, de pie con todos estos militares. Lanusse dice que él le agradece pero no puede retribuirle porque él no es orador, pero le dice al presidente Caldera que le acepta el pedido y se compromete a hacer elecciones. Eso tuvo un efecto en Argentina extraordinario, porque a partir de ese momento empieza todo el proceso para llamar a elecciones y reinstitucionalizar el país para volver a la democracia.

Para nosotros fue un impacto muy grande, esa presencia de Venezuela, su Presidente, tomando de la mano a la última guardia de la dictadura y diciéndole cumpla, fue interesantísimo. Además mi padre había estado en Venezuela y había compartido con el presidente Caldera en el Congreso de Sociología y también una de mis hermanas había estado en un congreso acá del movimiento familiar cristiano y éstos fueron los venezolanos que nos recibieron aquí en su casa. Entonces, como usted ve desde el punto de vista gráfico, son pequeñas conexiones, pero que tenían mucho sentido.

¿Qué siente cuando llega efectivamente a Venezuela?

Un alivio enorme, porque cuando salimos a Uruguay se sentía gran inseguridad. Durante el gobierno autoritario de Perón, del 46 al 55, hubo un gran exilio -porque hay que reconocer que Perón fue autoritario, eso no se puede negar, y cuando me incorporo al peronismo lo hago sin beneficio de inventario-, pero ese exilio cruzaba el Río de la Plata para sentirse a salvo. En Colonia, que era la parte más estrecha, estaban exiliados, en Montevideo, que es como decir unas horas de Buenos Aires también. Eso marca también los límites del autoritarismo de Perón.

Llegamos acá, para que usted vea los vínculos, y el padre de mi socio -que además era como mi hermano, porque habíamos estado juntos la primaria, la secundaria, la universidad, hicimos política juntos- que se enteró que yo estaba por ir a Venezuela y no a México, como era la opción que ese momento escogía la mayoría, le decía a mi padre: «no deben ir a Venezuela, hay muchos comunistas en Venezuela» (risas). Me acuerdo cuando llego a Venezuela, a los pocos días voy a la esquina del Chorro, no sé si se acuerda que estaba allí la foto de Marx, Engels, Lenín. Sentimos un alivio enorme, palpable.

Y la anécdota que yo le puedo contar no es tan importante como gráfica, pero una que le voy a contar ahora, es muy significativa. Como le decía, en marzo comienza a volar Viasa, lo que fue clave porque los vuelos de Aerolíneas Argentinas fueron trágicos. Usted sabe que hubo familias de desaparecidos que las bajaron del avión, y nuestros mejores testigos que llevábamos para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que se reunió por primera vez en Venezuela, fueron funcionarios venezolanos que venían de un congreso y presenciaron cuando el avión en cabecera de pista fue detenido…

¿No era ése el caso de un señor que iba a trabajar en CVG?

Claro, Alfredo Forti que está en Venezuela y su hijo, Alfredito, es hoy Embajador en el gobierno de Kirchner.

Yo recuerdo una vez estando en Buenos Aires que llego a casa de una gente amiga y me puse a leer las actas del proceso, empecé, no sé, a las 10 de la noche y cuando me di cuenta tenía el brazo entumecido porque había pasado seis horas leyendo sin poder despegarme de aquel libro grande y pesado, y recuerdo haber visto ese caso como por azar, recuerdo que él se había venido un mes antes a instalarse, y es entonces que ocurre que bajan a su familia del avión que venía a Venezuela.

Es que hay demasiadas historias. Empieza a volar Viasa, entonces un señor amigo, que salió de la cárcel de Sierra Chica y pidió como opción Venezuela, lo llevaban esposado al avión de Viasa y él siempre cuenta que en el momento en que se lo entregan al capitán de Viasa estaba esposado, entonces la tripulación le quita las esposas, lo llevan a primera, abren una botella de champaña, le sirven champaña y le dicen: bienvenido a la libertad. Esa era Venezuela, eso es Venezuela y eso hizo que nos quedáramos.

Y en esos primeros tiempos, ¿cómo fue el proceso de adaptación?

Claro, todo depende de cómo uno llegue, nosotros veníamos buscando libertad, seguridad, para reconstruir lo que habíamos perdido, que era incluso la vida familiar, porque uno tuvo que salir solo, dejar a mi familia en un lugar y venirme. Pero mi familia afortunadamente y gracias a la bondad y solidaridad venezolana, un día como hoy, 29 de febrero, cumple 30 años en Venezuela. Pero lo fundamental era el grado de calidez. Yo me pasé desde que llegué hasta el 28 de febrero, siendo presentado por los amigos que me recibieron, como alguien a quien había que acoger. Ellos hicieron posible que viniera mi familia porque consideraron que era fundamental, se daban cuenta. Y le cuento otra anécdota, que es increíble, que demuestra lo que fue la solidaridad venezolana.

Nosotros tuvimos un inconveniente a raíz de venir acá y no irnos a México, porque México facilita el asilo tradicionalmente. Pero nosotros no optamos a México, y eso nos creó dificultades muy grandes, porque en la Embajada de México se había asilado la plana mayor de la organización Montoneros y yo no era Montonero, no queríamos tener que asumir un acervo que no era el nuestro, nosotros, digamos, somos idealistas que han dado la pelea en las urnas de votación, que sí apoyamos la lucha armada contra la dictadura, eso es cierto, pero cuando viene el gobierno constitucional esto se acaba.

Entonces ¿qué pasa? En ese momento estaban cambiando al Embajador de Venezuela y no fue muy feliz la situación, pedimos asilo, lo pedimos no solamente verbalmente sino por escrito y eso se demoró unos días. Todo habría sido más fácil si hubiera tenido una orden de captura, pero por supuesto que no había orden de captura, precisamente porque no querían capturar, el problema era que no nos querían capturar vivos, entonces nos dieron una visa de turista y salí, mientras permanecía mi familia en Uruguay.

Llego aquí y lo primero que pido es una entrevista con el ministro del Interior que era Piñerúa Ordaz y me la conceden inmediatamente, esto fue una semana después de haber llegado. Lo que iba a pedir era el asilo territorial, que era lo que habíamos acordado en Buenos Aires con la Embajada, dado que si Buenos Aires no quería darnos el asilo diplomático, porque no tenía elementos asibles, entonces correspondía pedir el asilo territorial. Entonces me voy a ver al ministro del Interior y me recibe el viceministro, Guido Grooscors. Yo le planteé el problema y para que usted tenga una idea de la actitud de ese hombre -yo no era nadie, un muchacho de treinta y dos años y nadie me respaldaba porque no tenía ninguna internacional que me respaldara, ni amigos políticos- me recibe y en un momento determinado varias veces lo llama el ministro y él decía que ya iba, hasta que me dice, «discúlpeme, que me está llamando el ministro», le digo, «bueno, yo me retiro». «No, no, quédese acá que vuelvo». Terminó de hablar con él y me dice: «mire, usted sabe cómo son estas cosas, si usted realmente quiere gestionar el asilo territorial, lo hacemos por la Cancillería, ahora si usted quiere resolver realmente el problema hagamos una cosa, váyase a ver a fulano de tal. Y ni siquiera era el director de Extranjería, era el segundo, y a los pocos días se me salían las lágrimas porque salía con la visa para que viniera mi familia. Y eso dice mucho de Grooscors, pero además, al día siguiente yo leí en el periódico que había renunciado el Ministro, o sea que el hombre me estaba atendiendo a mí, a este nadie, en el momento en que sucedía una coyuntura política tan delicada. No sé cómo describir el impacto que eso representaba para uno… Porque yo podría decirle a usted, «es que tuvimos una acogida maravillosa», pero qué dice eso, yo le digo las vivencias que íbamos teniendo.

Le cuento otra anécdota: yo, acostumbrado a la cultura argentina, que es muy acartonada, tenía una carta para el presidente Caldera, que mi padre, que había estado en el Congreso de Sociología, le enviaba.

Hacía un año que Caldera había dejado la presidencia y yo tenía muchos deseos de conocerlo, pero ni se me ocurrió averiguar la dirección del presidente Caldera, tocar el timbre y llevar la carta, me dije «no, un ex Presidente cómo me va a recibir así». Entonces empecé a hacer gestiones a través de los amigos venezolanos para que le llevaran la carta a Caldera, hasta que se la envié.

Pasaron unos días, hasta que Josefina, la secretaria de Caldera, me llama a la casa a decirme que sería bien recibido, y efectivamente me recibió y estuvimos hablando de Derecho y de la situación latinoamericana y él fue el que me puso en contacto también con Calvani y con Zambrano, que era el Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Central en ese momento.

Pero bueno, lo que le quiero es decir qué amplitud, qué solidaridad y consideración para alguien que no representaba a nadie.

¿Y con qué le costó más convivir?

Yo creo que fue al revés, si usted me permite, sin exageración. Porque si usted lo piensa desde el punto de vista político, ya hemos dicho: la amplitud, la sensación de libertad. Recuerdo que a gente que venía le llamaba mucho la atención los vigilantes armados, guachimanes, la gente se quejaba de la inseguridad, pero todo es relativo. ¿De dónde viene uno? A mí me parecía que era por lo menos policial, allá no, allá era terrorismo de Estado. El problema de inseguridad acá era de arrebatones, de cosas menores en comparación con lo que veníamos de pasar allá, de modo que hasta eso no me parecía, no lo sentía una cosa grave, lo sentía como un riesgo urbano. Porque allá era el Estado el criminal, y yo veía que acá se hacían esfuerzos, había dificultades, pero era otra cosa. Y a los pocos meses de yo llegar se produce un episodio que ahora con esto del Consejo Nacional Electoral se ha reproducido un poco. Habían matado al padre de Jorge Rodríguez y lo más terrible era que quienes lo habían matado era la policía política y eran ex camaradas de él, una cosa monstruosa. Entonces, un juez venezolano los condenó, Gonzalo Rodríguez Corro, un hombre de una gran calidad humana que después fue presidente de la Corte. En ese momento lo que tuve la sensación es de que en Venezuela había una justicia que funcionaba. Y le voy a contar más. El presidente Pérez le manda una carta de felicitación al doctor Rodríguez Corro y el doctor Rodríguez Corro le devuelve su carta y le dice: «yo cumplo con mi deber y es una falta que usted me felicite». Por eso le digo, no son anécdotas rosas, son expresiones una institucionalidad que, con sus dificultades, funcionaba.

¿Cómo ve usted con el tiempo y con la perspectiva de toda esa situación -que es la que lo trae a Venezuela-, cómo ve al país en este momento?

Yo le puedo decir lo que sentí en el 92, ya para entonces con unos cuantos años en Venezuela, y sentí que los fantasmas nos perseguían, y esa percepción nos produjo una sensación muy fuerte. Al mismo tiempo nos tocó actuar, por razones humanitarias, en episodios vinculados a la lucha política policial. Como consecuencia de esos episodios detuvieron a unos vecinos y a mí me tocó actuar como abogado, y pude percibir que en ese entonces seguían funcionando las instituciones. A partir de esos hechos nosotros comenzamos a reflexionar mucho, y nos dijimos ¿qué pasa, que viene?, y llegamos a la conclusión de que la inercia de la cultura democrática en Venezuela es muy sólida. Habrá excepciones, pero eso es así.

Si comparamos con Argentina, cuya cultura jurídica es muy apreciada, sin embargo ésta se convirtió en una cultura hipócrita, porque fue tolerando y justificando las dictaduras, los excesos. Sin embargo, como cultura jurídica -digamos teórica, de libros- era arraigada, y por eso era cínica. Entonces la peor condena de esa sociedad fue «por algo será»: cuando alguien desaparecía se daban golpes de pecho, miraban a otro lado y decían «por algo será». Porque en Argentina desde los años 30, cuando derrocan al presidente Irigoyen, no se desarrolló una cultura democrática, sino que involucionó.

Entonces ¿qué pasó? Eso facilitó las dictaduras y sobre todo la del 76, incluso la del 66 también. En Venezuela es al revés, quizás menos sofisticada porque no es una cultura cínica, es una cultura auténtica, entonces eso es lo que nos ha dado una gran esperanza.

Usted en la vida cotidiana ¿mantiene hábitos, costumbres argentinas, modos, toma mate con frecuencia, un tango al final de la tarde, alfajores?

En cuanto a lo del tango sí, porque nosotros pertenecemos a una generación que heredó eso, mis padres bailaban tango. Pero en costumbres no, el mate por ejemplo es una bebida social, si usted no tiene interlocutor no puede, si no tiene con quién tomar mate… es difícil tomar mate encapillado, en solitario.

¿Vislumbra alguna posibilidad de volver a Argentina?

No, no está en nuestros planes, por el contrario. Como le decía, desde el 92 en adelante hemos estado elaborando eso y lo que ha sucedido en Argentina desde el golpe que le dieron a Alfonsín, toda la etapa del menemismo, esa cultura que se instauró nos hace difícil volver -sobre todo a los que hemos militado en política, a pesar de que estamos haciendo banco desde hace 30 años-. Fuera de la conciencia política, Argentina es un pueblo maravilloso, pero desde la conciencia política es muy difícil regresar, y como uno es un bicho político… Por ejemplo, ante la pregunta, «¿usted qué rechaza?», respondería «A la gente agresiva», «¿Y por qué, porque usted es muy pacífico?» «Todo lo contrario, yo soy muy agresivo, yo sé que me contagio» (risas). Entonces, eso hace un poquito difícil que vea como perspectiva el volver.

¿Hay algo que quiera añadir, alguna idea que le quede por allí rondando?

Traté de explicar las vivencias -no sé si lo hice bien- pero lo hice para que usted tenga una idea de cómo impacta a alguien que viene totalmente huérfano de todo y se encuentra un país distinto, cómo lo impacta esa calidez que aquí encontramos.

Le voy a decir dos cosas, una, a diferencia de lo que dice Roa Bastos «que el que tiene dos patrias no tiene ninguna» y eso me martilló la cabeza mucho tiempo, hasta que encontré una mejor frase de otro poeta, que dijo que «la patria es la tierra de los hijos», y hoy pienso que incluso de los nietos. Entonces, le quiero decir que lo que a nosotros seguramente nos hizo imperceptible el arraigo en Venezuela -por eso le decía que no recuerdo cosas malas, todo lo que tiene hasta el clima, que es una maravilla- son los hijos. Al venirnos, la mayor tenía ocho años y el menor tenía dos, y hoy tenemos seis, por lo que digo que nosotros somos fieras salvajes, que no nos reproducimos en cautiverio, pero en Venezuela, con la sensación de libertad que tuvimos… (risas)

Le quería decir que eso fue marcando el paso, e hizo inconsciente nuestra incorporación. Y la última, es agradecerle porque usted ha producido esta vivencia actualizada de la calidez venezolana, que es la que nos permite que alguien nos llame para escucharnos, es una cosa que hasta me da vergüenza quizá no haber estado a la altura de las expectativas suyas que son tan generosas…

Muy al contrario…

Por eso, son tan pequeñas cosas de la vida de uno, pero de una inmensidad. Yo tenía que ir a un congreso que organizaba la Confederación Latinoamericana de Derechos Humanos y me habían robado el pasaporte argentino -era muy difícil obtener otro, en el momento de la dictadura- y entonces voy a hablar con el doctor José Rodríguez Iturbe, quien presidía la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, y le digo que no puedo salir porque no tengo pasaporte. Él llamó al director de Extranjería, que en ese momento era Gonzalo Plaza, quien nos recibió muy atento, para darnos una expresión más de la hospitalidad venezolana, un pasaporte de emergencia. Estamos en el despacho de él y repentinamente nos pregunta: «¿y por qué no se nacionalizan, le tramitamos la nacionalidad? Usted ya tiene tiempo en el país.» Yo me quedé callado porque no me quería nacionalizar, dado que cuando nosotros salimos, la dictadura lo que hizo fue quitarnos la nacionalidad, y yo nunca quise hacerles el favor a ellos. Yo no dije nada, el hombre me vio la expresión y ¿sabe qué hizo?, me pidió disculpas como si me hubiera ofendido. Por el contrario, me sentía honrado por lo que me había dicho. Y ahí mismo nos firmó el pasaporte a mi señora y a mí. Entonces le decía, son todas expresiones de una calidad humana, una cultura política, una solidaridad concreta. Ahora usted me ha brindado esta oportunidad de recordar esas cosas y se lo agradezco infinitamente.

No, al contrario, muchas, muchas gracias a usted.

Fotografía: Vasco Szinetar

Alejandro Martnez Ubieda 

Comentarios (3)

Abel Zar
12 de marzo, 2010

Magnífica entrevista. Martínez Ubieda, discreto y muy profesional, y el señor Borga, un hombre sencillo, sensato y sin resentimientos. Una manifestación de serenidad de cara a un pasado dificultoso. La expresión inteligente de cómo puede hablarse con sobriedad de los malos tiempos, sin amargura, ecordándose lo significativo y confiriéndosele preeminencia a lo bueno, a lo constructivo, a lo meritorio, pero, sobre todo, mostrando la forma digna de la gratitud. En las palabras del señor Borga queda desmentida más que nunca la injusta y temeraria especie de que los argentinos son todos arrogantes. Los felicito a ambos.

Domingo Agustín Althabé
8 de abril, 2010

Ernesto Borga fue (y es, por supuesto) un querido amigo de nuestra primera juventud.- Alguna vez estudiamos juntos, en su casa de la calle 53 de La Plata y también en la de su abuela.- La vida nos llevó por distintos caminos y ahora me vengo a encontrar con este reportaje que me lo ha traído a la memoria de manera intensa.- Posiblemente a fines de mayo viaje a Caracas y como me gustaría verlo.- Para el seguramente continúo siendo Copete, de Venado Tuerto

HECTOR GARCIA
2 de octubre, 2010

A Ernesto lo coconzco desde hace unos pocos anos. Empesamos con una relacion profesional, pero me impacto tanto su personalidad de hombre integro, cabal, sincero, honesto que trate siempre qque en cada reunion profesional hubiese un momento cada vez mas largo de conversacion personal. Asi tuve oportunidad de conocer primero a su hijo Ernesto Geronimo y me impresiono la calidad humana en la relacion padre hijo, por encima de la relacion profesional ya que ambos son abogados. Hoy conozco a Alicia, su esposa y a su hijo Carlitos.Nunca le quise preguntar a Ernesto, en profundidad, porque habia llegado a Venezuela. Solo queria que el tiempo que compartiamos se llenara de viejas anecdotas que son parte de la historia argentina y que Ernesto narra con calidad y alegria. Hoy.que acabo de leer este articulo, veo que mi admiracion y respeto.y el de mi familia. por Ernesto y su famila se acrecienta aun mas Un abrazo Hector Garcia

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