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«Who Dat?», o el grito de guerra de la nación sureña

Los Saints de Nueva Orleáns ganaron el Super Bowl 2010 soplados por el recuerdo del huracán Katrina

Por Leopoldo Tablante | 1 de marzo, 2010

El pasado domingo 7 de febrero el equipo de fútbol americano de Nueva Orleáns, los Saints, ganaron en Miami el Super Bowl contra los Colts de Indiana. Este triunfo por parte de un equipo que, décadas atrás, era famoso por su pobre desempeño tiene un significado especial para la ciudad y para todo el estado de Louisiana, sobre todo a raíz de la experiencia traumática del huracán Katrina de agosto de 2005. La expresión con que los fanáticos animan a su equipo, «Who Dat?!», residuo de un inglés deformado por la fonética afro-americana, son las palabras de un importante vínculo sentimental consolidado luego de una historia reciente de agonía y triunfo

Luego de que el pasado 24 de enero el equipo de fútbol americano de Nueva Orleáns, los Saints, vencieran en tiempo complementario a los Vikings de Minesotta con marcador de 31 por 28, un diario de California se tomó el trabajo de comentar la expresión «Who Dat?!», con la que los fanáticos de todo Louisiana aúpan al equipo que simboliza la voluntad de reconstrucción luego de la catástrofe que significó el huracán Katrina. «Who Dat?!» es la versión breve de una pregunta más larga y desafiante, «Who dat say dem gonna beat dem Saints?!», tropiezo fonético y ortográfico que quiere decir algo así como: «¡¿Quién es quien dice que le va a ganar a los Santos?!». Si para los progresistas californianos esta locución se limita a ser una curiosidad etnográfica, para los neworlenians constituye la voz de un presente con color local que se proyecta hacia el futuro.

Los Saints no sólo vencieron a los Vikings de Minesotta. Dos semanas más tarde, el domingo 7 de febrero, conquistaron la máxima justa del fútbol americano, el Super Bowl, que enfrenta a los equipos vencedores de la liga Nacional y de la liga Americana. Los Saints doblegaron a los Colts de Indiana 31 por 17. La victoria fue producto del talento como entrenador de Sean Payton, quien, a través de grabaciones de video, obligó a sus jugadores a aprenderse de memoria los reflejos de sus contrincantes para orientar y aceitar su ofensiva. Los Saints fueron eficientes cortándole el trote a uno de los mejores quarterbacks del fútbol profesional, Peyton Manning, nativo de Nueva Orleáns pero jugador de los Colts, y catapultaron a la cima a su propia estrella, Drew Brees. Brees, quarterback de los Saints, aseguró 32 de sus 39 pases, entre ellos el que, a una distancia de dos yardas del terreno de los Colts, capturó Jeremy Shockey así como el que atrapó Lance Moore, preámbulo para un touchdown de conversión a dos puntos que, en un instante fatídico del último cuarto de tiempo, alzó a los Saints 24 por 17. También, el equipo de Nueva Orleáns se arriesgó en movidas inusitadas: el saque lateral al final del medio tiempo pateado por Thomas Morstead, con el propósito de recuperar la ofensiva; y la intercepción por el esquinero Tracy Porter de un proyectil enviado por Manning a su compañero de equipo, lo que permitió al jugador de los Saints anotar touchdown en una carrera de 74 yardas que dejó impávidos a los rivales.

Ciudad del trauma

Nueva Orleans, cuna del jazz y base histórica de buena parte de la música popular que se escucha hoy en todo el mundo, es una ciudad compleja cuya riqueza reside, justamente, en el trauma. Como Caracas, es una ciudad fracturada entre una clase media endogámica y amiguera y una pobreza marginal y mayoritaria a la que la urbe le debe su ritmo y su identidad. Sólo por distancia geográfica y condescendencia intelectual, la prensa de Chicago, Nueva York o San Francisco puede permitirse decir que la expresión «Who Dat?!» evoca una deformación fonética del inglés producida por una vida de arrabal que se remonta a las primeras décadas del siglo veinte. En realidad, uno de los recursos a los que todavía hoy apela el orgullo afro-americano en Nueva Orleáns es el hermetismo de una oralidad que, así como configura el mito de su legado musical, expele a quienes ignoran el código. Este inglés ha querido superar en ocasiones el nivel de mero dialecto para consolidarse en una lengua nueva, el llamado ebonics, para el que ciertos procesados de la administración de justicia solicitarían las destrezas de un intérprete.

Según el censo del año 2000, la comunidad afroamericana de Nueva Orleans equivalía a 67,25% de los 484.767 individuos que entonces poblaban la ciudad. El huracán Katrina, que según cifras oficiales dejó cerca de 1600 víctimas fatales, hizo que, para enero de 2006, 64% de la ciudad evacuara hacia otros lugares del país. Pese a ello, la disminución de la población de origen afro-americano fue considerablemente menor: 22%. La tenacidad afro-americana no sólo se explica por su arraigo, sino, en buena parte, por su incapacidad económica de financiar un éxodo. No obstante, a dos años de la tragedia, los afro-americanos que lograron huir se rehusaban a volver en vista de los pobres resultados de los trabajos de reconstrucción emprendidos por la administración del alcalde Ray Nagin.

Y es que los barrios afro-americanos de la urbe fueron los más perjudicados por el vendaval. El área del Ninth Ward, del que provienen los músicos populares más importantes de Nueva Orleáns, fue casi en su totalidad arrasada por las aguas a finales de agosto de 2005. Este cataclismo cuenta con la imagen emblemática del ya anciano cantante, pianista y compositor Fats Domino atrapado en su casa y rescatado in extremis por un helicóptero de la Guardia Costera. Su piano, un digno y pesado Steinway & Sons, apareció días después patas arriba luego de ser arrastrado por la corriente.

El karma del Superdome

Aunque el Superdome de Nueva Orleáns, uno de los estadios cubiertos más grandes de Estados Unidos y sede oficial de los Saints, tiene el suficiente concreto armado como para no ser arrastrado por ninguna corriente, Katrina no le ahorró descalabros. El viento desprendió el recubrimiento impermeabilizante de su techo, con lo cual los casi veinte mil damnificados allí alojados se mojaron como si hubieran estado a la intemperie. A los rigores de la atmósfera, los evacuados sufrieron falta de alimentos y de agua potable, generalización de enfermedades debido a la diseminación de agentes patógenos, muertes sépticas y por hipotermia y otra que se atribuye a un suicidio. Durante algunos días, el coso alojó las malas mañas de una ciudad estigmatizada por el racismo y la pobreza: enfrentamientos entre bandas vinculadas con el narcotráfico, ensañamientos personales, golpizas y violaciones habrían caracterizado el ambiente «de contingencia» creado bajo la gran cúpula.

No obstante, en vista de la importancia del Superdome para la industria turística local, enseguida la entonces gobernadora del estado de Louisiana, Kathleen Bobineaux Blanco, comenzó a moverse para restaurarlo. Tramitó la asignación de un fondo de la Agencia Federal para la Administración de Emergencias equivalente a 115 millones de dólares, capital al que se le añadieron 13 millones provenientes del presupuesto local, 41 millones aportados por el Louisiana Stadium and Expedition District y otros 15 millones desembolsados por la National Football League (NFL). El primer partido post-Katrina de los Saints en el Superdome se celebró el lunes 25 de septiembre de 2006 y fue contra los Falcons de Atlanta. Para la ocasión se presentaron los grupos Greenday y U2. Asistieron 70 mil personas. Los Saints ganaron con un marcador de 23 a 3, buen pie que presagió la llegada del equipo –por primera vez desde su creación, en 1967– al partido final de la liga Nacional de fútbol americano.

De los «Aints» a los Saints

Reconstruir la moral de Nueva Orleáns se convirtió en el propósito del dueño del equipo, el conocido empresario de bienes raíces Tom Benson, quien compró a los Saints en 1985 mediante una transacción de 70 millones de dólares. Fue Benson quien contrató a las estrellas del grupo, Drew Brees, Reggie Bush y su entrenador, Sean Payton, y quien, a fuerza de tesón y chequera, sacó a los Saints del foso.

Fundado en 1967, los Saints de New Orleans comenzaron a entrenar en el estadio de la Universidad de Tulane hasta que, erigido el Superdome, a comienzos de la década del setenta, el equipo fijó allí su residencia. La idea original para la fundación del equipo provino del empresario deportivo David Dixon, principal promotor del proyecto inmobiliario del Superdome, pero llegó a término cuando la NFL decidió fusionar las ligas Nacional y Americana y resolvió nombrar Nueva Orleáns como ciudad perteneciente al nuevo circuito, siempre y cuando tuviera un equipo que la representara. Las negociaciones finales fueron llevadas a cabo por el representante demócrata de Louisiana ante el congreso de Estados Unidos, Hale Boggs, y el comisionado de la NFL, Pete Rozelle. Rozelle habría llegado a la Crescent City para cerrar negociaciones el 1 de noviembre de 1966, día de todos los santos. La tradición católica de Nueva Orleáns –lugar más latino que nórdico y protestante que, dentro y fuera de Estados Unidos, es inmediatamente asociado con la famosa tonada «When the Saints Go Marching On», cantada por todo el mundo, entre otros por Louis Armstrong en el musical Hello Dolly– se fijó en el nombre de pila del equipo local.

A pesar de las buenas intenciones, las plegarias de los neworlenians no fueron atendidas de inmediato. Debe haberse tratado de un hechizo vudú contra el que, al fin y al cabo, fue un negocio de hombres blancos. Durante los años setenta, ochenta y noventa, los Saints no pasaron de ser uno de los equipos profesionales más inofensivos. Frente a sus derrotas recurrentes, a comienzo de los años ochenta el propio comentarista de los partidos de los Saints, Bernard «Buddy D» Diliberto, recomendó a los fanáticos asistir a los partidos con la cabeza cubierta con bolsas de papel, una suerte de capirote de acólito del Ku Klux Klan que debía proteger la identidad de unos seguidores avergonzados. De tanto perder, los Saints acabaron siendo llamados los «Aints» («Los que no»). Los comentaristas especializados no dejaban de burlarse de los envíos «encomendados al Espíritu Santo» ejecutados por quarterbacks desprovistos de sentido de la orientación. El propio Buddy D, ya fallecido, prometió que, si algún día los Saints clasificaban para el Super Bowl, él mismo saldría a desfilar vestido de mujer frente a alguna carroza del Mardi Gras. Esa caminata, que se llevó a cabo como homenaje al éxito de los Saints y como tributo póstumo al narrador deportivo, contó con la presencia de un viejo quarterback del equipo, Bobby Hebert, alias «The Cajun Cannon», hoy fanático rabioso del grupo deportivo del que alguna vez formó parte, figura mediática local y protagonista principalísimo de aquellos días erráticos.

El animismo vudú parece haberse convertido en nudo de horca a finales de agosto de 2005. Después, sin embargo, con más de la mitad de la ciudad ausente, con una multitud de víctimas no identificadas, con el recuerdo de un Superdome transformado en depósito de escombros y en crónica roja, los Saints pisaron duro. El grito de guerra, «Who Dat?!», ha homologado a los neworleanians en una fe invocada a través del barbarismo de quienes murieron de ahogo, de hipotermia o desesperación; de los que, como en Caracas, siguen cayendo a plomo en los recodos más sórdidos del fin de semana. El efecto bumerán de esa voz de ultratumba esta por convertir a Tom Benson en uno de esos millonarios (con opción a convertirse en billonario) destacados por la revista Forbes y ha vuelto a espesarle la sangre a los habitantes de una ciudad hedonista e imperfecta que se asienta, fatalmente, en la cadencia del mestizaje, de África y del Caribe.

Leopoldo Tablante 

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