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Páginas suicidas

Uno no puede evitar preguntarse, al tropezar con tantos escritores suicidas, si existe una relación estrecha entre este acto de evasión y la creación literaria, pero creo que se trata de otra interrogante estéril dentro del mundo interior de cada escritor, de cada artista atormentado, ya sea por su vida o por sus propios escritos. De cualquier forma, es un tema que ha suscitado no pocas investigaciones al respecto, porque en algún momento se planteó que la genialidad artística significaba un tipo de desequilibrio mental; pero se trata de una de tantas teorías ya analizadas y dejadas en el camino de la especulación.

Cuando cada escritor se sincera con su arte, con su mundo interior, ¿acaso no consigue abrir puertas que usualmente permanecen cerradas para los demás? En los momentos de exquisita soledad, mientras acierta el momento justo de la inspiración, ¿no alcanza a escuchar voces, a repetirlas dentro de su cabeza, oyendo los diferentes tonos entre cada personaje? ¿No es corriente también crear escenarios fantásticos? ¿Mundos ajenos, irreales? ¿Significa esto un tipo de esquizofrenia, de locura temporal? Algunas veces pienso que se tiene a mano un juego de llaves mágicas para entrar y salir de la irrealidad a conveniencia. Otras veces creo que puede haber cierto grado de bipolaridad implícita, porque no se puede dejar de lado la facilidad para desdoblarse y convertirse en otro, en otros, y el escritor agradece esta peculiaridad de poseer múltiples personalidades dentro del papel, cruzar líneas imaginarias para dejar de ser él/ella y deambular en zapatos ajenos. Pero ¿se trata de una línea difusa, delicada, frágil?

No lo sé. Y la verdad es que no estoy seguro de querer hallar la respuesta. Entiendo que algunos escritores no logran diferenciar un espacio del otro, se quedan en medio, como almas penitentes en un limbo literario; de allí que muchos de ellos prefieran tomar medidas drásticas, impulsivas; porque también he descubierto que el suicidio no es como cualquier otro crimen: allí no existe la planificación, la alevosía; los suicidas actúan por impulsos repentinos, sin pararse a meditar en las consecuencias, sólo desean acabar con todo definitivamente. Algunos lo logran, otros necesitan múltiples intentos, como Anne Sexton y Virginia Woolf; pero en materia de suicidios literarios existen tantas formas como temas y estructuras desarrollaron los autores en sus obras. Así, se tiene que Jerzy Kosinski no se conformó con ingerir una gran cantidad de pastillas, sino que encima optó por meterse en la bañera con una bolsa alrededor de su cabeza. O la poeta austríaca Ingeborg Bachmann, quien se prendió fuego en su propia cama. Otros prefirieron el silencio del gas o la inmersión, como Paul Celan o Alfonsina Storni. También hubo quien prefirió la absolución del veneno: es el caso de Horacio Quiroga, Jack London y Leopoldo Lugones. Por supuesto, no puede faltar el escandaloso estampido de una bala, salida escogida por Hemingway y Sándor Márai.

En lo referente a las motivaciones significa adentrarse en un camino turbio. ¿Cómo podemos saber con exactitud lo que cruzó por la mente de cada uno de estos escritores mientras tomaban una decisión tan drástica? ¿Se justifica su suicidio debido a sus temperamentos artísticos, su ambivalencia mental? ¿Podemos colgarles la etiqueta de desequilibrados sencillamente por tomar una decisión poco convencional? No es que haga apología del suicidio, pero de vez en cuando creo que tenemos la tendencia de consignarle un rápido nombre a todo aquello que escapa a nuestra comprensión para así intentar digerirlo mejor. Es la salida más fácil, la opción menos comprometedora; porque a veces, mientras intentamos encontrar respuestas, tropezamos con espejos que reflejan incómodas preguntas. Y eso no siempre es bueno.

De cualquier manera, es amplia la lista de autores que tuvieron el valor de escapar sin ofrecer explicaciones: Ambrose Bierce, Malcom Lowry, Dylan Thomas, Truman Capote, Safo, Antero de Quental, Emilio Salgari, José Antonio Ramos Sucre, Walter Benjamin, Reinaldo Arenas, David Foster Wallace, George Trakl, José Agustín Goytisolo, Iris Chang, Primo Levi; incluyendo a Séneca y Empédocles. A pesar de todo, sigo con la misma interrogante: ¿amerita tener tendencias suicidas para ser un buen escritor?