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Llamadas telefónicas

Las cosas en Argentina también están muy complicadas. Escuchen esto.

Yo estaba fervorosamente leyendo a mi Dios particular Rubem Fonseca, cuando sonó el teléfono. Levanté el auricular y al otro lado escuché una operadora automática:

Usted está recibiendo una llamada de cobro revertido de la comisaría…

En realidad dijo “penitenciaría”, pero yo entendí “comisaría”, y de inmediato se activaron mis habituales paranoias: ¿me buscan?, ¿qué hice?, ¿de qué me acusan?

Luego vino un silencio expectante, y tras un largo tono, la voz áspera de un hombre:

–¿Hablo con Gustavo Valle?

–Sí

–Sr. Valle, soy Inspector de la Policía Federal. Ha ocurrido un hecho lamentable. Un familiar suyo se encuentra malherido e inconciente. Necesitamos saber su nombre para trasladarlo.

Sentí algo parecido a un ataque de epilepsia

–Es necesaria su autorización –continuó–. Esto es urgente.

Mis latidos se triplicaron. Mis pensamientos eran balbuceos mentales. En Argentina podemos, en cualquier momento, protagonizar las páginas rojas.

Pero pronto caí en cuenta:

–Oiga, pero yo no tengo familiares aquí, soy extranjero, mi familia es de Venezuela.

–Entonces debe ser un familiar de su esposa. La persona herida nos dio este número de teléfono antes de caer inconsciente.

–¿Un familiar de mi…?

–Sí, un hermano, una hermana de ella.

–¿Mi cuñada? –quise adivinar.

–Sí, su cuñada, ¿cuál es su nombre?

Cerré los ojos e intenté poner las cosas en orden. Me esforcé en propiciar la sinapsis y articular mis ideas. Pero todo era muy confuso.

Tartamudeé:

–No sé… Quizás haya… una equivocación, señor inspector… la persona que está con ustedes… ¿es rubia o morena?

Esto lo sacó de quicio.

–¡Es un caso de vida o muerte! –gritó.

–¿Y dónde ocurrió el hecho? –pregunté con ingenuidad.

–Mirá, boludo –todo cambió bruscamente– te voy a decir la verdad: tu cuñada acaba de ver algo que no debió haber visto. Sabemos que vos vivís en la calle Perón, 4377, 7–B. Si no colaborás con nosotros, le pegamos un tiro y punto.

Coño, un secuestro, pensé.

–Quiero hablar con ella –me salió del alma.

–¡Te dije que está inconsciente, imbécil!

En ese momento, mi esposa, que estaba escuchando semejante diálogo, me arrebató el auricular de las manos.

–Hola –gritó furiosa—, ¿quién es usted?

–Le daremos un número de teléfono para que llame inmediatamente. Anote.

Y colgó.

Entonces llamamos. Llamó ella.

Contestó el mismo individuo, pero esta vez se escuchaban también los gritos de otro hombre: “matala, matala”.

–Si querés a tu hermanita con vida, debés pagar por eso.

El otro tipo no paraba de gritar: “matala, matala”

–Diez mil pesos –continuó–. Frente a tu casa te estará esperando un chabón. Le das la plata y santo remedio.

Entonces mi esposa hizo gala de una sinceridad notable:

–¡Pero yo no tengo diez mil pesos!

–¿Ocho mil? –regateó.

Una vez más se confirmó que las mujeres son el sexo fuerte en este inmundo planeta. Mi esposa arrugó la cara y con una auténtica energía tumba gobiernos, soltó:

–¡Yo no tengo un mango, hijo de puta! ¡No te voy a dar absolutamente nada! ¡Andate a la reputa que te parió!

Y sin decir más, colgó. Yo me quedé temblando de miedo.

Enseguida volvió a sonar el teléfono y no contestamos. Sonó otra vez, y tampoco contestamos.

–Sería bueno llamar a tu hermana para ver si todo está bien –le dije.

Y llamamos.

Obviamente mi cuñada estaba muy tranquila en su casa, tomando mate, comiendo galleticas, y no se había enterado de nada.

Al rato apareció Carmen, la señora que trabaja en casa. Había estado escuchando todo es escándalo mientras pasaba misericordiosamente la escoba.

–Eso mismo me hicieron a mí –dijo–. Llaman de la cárcel y tratan de sacarle plata a uno.

–Carmen –casi la mato—, ¿por qué no me lo dijiste antes?

–Es que no quise interrumpirlo, señor.

–¡Te he dicho qué no me digas señor!

Rebobiné: no habían llamado de la comisaría sino de la p-e-n-i-t-e-n-c-i-a-r-í-a. ¡Estuve hablando con un sujeto metido en la cárcel!

Más tarde conversamos con mi suegro, con amigos, con varias personas. Todos (menos nosotros) estaban al tanto de esta vil artimaña. “¿No lo leíste en los periódicos?” “Hace unos días salió un reportaje en la tele”. Son presos que consultan el Directorio Telefónico, llaman aleatoriamente e inventan toda esa porquería para enloquecerlo a uno. Y en componenda con algún delincuente en libertad, intentan cobrar el rescate de un secuestro que no existe, que nunca existió.

Ese mismo día llamé a Telefónica para pedir cambio de número. Por supuesto mis datos (teléfono, nombre, dirección), como los de cualquier otra persona, estarían nuevamente disponibles en el Directorio Telefónico –ese primer Big Brother de la historia.

Tras lo ocurrido, mi esposa fue automáticamente promovida al cargo de Alta Comisionada en Seguridad y Resguardo del Presupuesto Doméstico. Aquella frase: “¡Andate a la reputa que te parió!” es la más temeraria, pero sobre todo la más noble y justa herramienta anticrimen que he escuchado en mi vida.

¡Rubem Fonseca que todavía no estás en los cielos pero casi, ruega por nosotros!